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"¿Me sirve un poco de vino, y un tanto de fe, por favor?"

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Mensaje  GalanDracos Dom Nov 16, 2008 2:05 am

El mundo no es un lugar fácil para nadie, y este año es especialmente apurado para los habitantes de Inglaterra. Concretamente los vecinos del Baronado de Westlary han tenido mala cosecha y los rurmores e historias de fantasmas corretean por sus posadas, casas, patios y plazas.

Cuando no es fácil vivir a pesar de una normalidad medianamente pacífica, puede ser asfixiante el conocimiento de que una palabra mal dicha y en mal lugar, la insinuación de pecaminosos pensamientos o adversión por la fe cristiana - corriente en estas tierras, el norte sigue siendo pagano por ejemplo - provoca la desaparición del protagonista de dicho desliz para reaparecer con un sanbenito, una multa, huesos específicos rotos o... directamente, ya no sale: El Tribunal del Santo Oficio, o la Santa Inquisición, ha aplastado la herejia y la blasfemia de la ciudad de Briston.

El cambio ha sido más que evidente. La urbe no pasaba por buenos momentos, vivía en una cierta recesión demográfica y económica, y hay quien acusa al propio Barón de ello, noble que tenía el favor del consejo de mercaderes dirigentes de la ciudad. Porque, no hay que olvidar, las ciudades no pertenecen a los nobles, sino al Rey. La mala cosecha y, puestos a ser catastróficos, una peste ya dejada atrás, no ha permitido hacer feria este año. Suficiente es tener para comer como para intentar comerciar con otras comarcas. Otro dato relevante es que la vecina Carpelton Green, una aldea bajo dominio de otro señor, ha sido objetivo de rumores e historias escalofriantes sobre fantasmas y muertos en vida. La Inquisición en ese aspecto fue tajante: El camino hacía Carpelton Green está sellado y toda relación con los villanos vecinos prohibida, así mismo esas historias son consideradas heréticas y ofensivas contra la Iglesia, lo cual tiene su correspondiente castigo.

La plaza central de Briston, espaciosa y envuelta de emblématicos edificios - austeros teniendo en cuenta que la población vive de la minería de montañas vecinas y del campo - ha visto varios ajusticiamientos públicos, juicios y Dios sabrá qué más: La plataforma montada por la Inquisición, encima de la cual son preparadas las hogueras para los casos "extremos", ya no se retiró. La situación se ha prolongado cinco meses y, almenos, una veintena de personas ha probado las llamas. Incluído el Barón.

Briston tiene dos mil habitantes - gran ciudad pues - y una guardia propia, así como unas recias murallas que cierran sus puertas al amanecer. Como buena urbe, no le falta burdeles y tabernas que frecuentar; pero son negocios peligrosos rondando la Inquisición. Sus espias son difíciles de ver y muy eficientes. También tenemos para los beatos - y los obligados y disimulados - tres iglesias donde oír misa, mostrar el sanbenito o pedir limosna.

La situación comienza a ser inaguantable, se podría entender que cada día que pasa la tensión entre el populacho y la Iglesia aumenta. Cualquiera puede ser denunciado a la Inquisición - pues es de manera anónima hacerlo -, sea por los motivos que fueran - desde herejia, ser amigo de los árabes, a enemistad pura y dura. Pocos hay que no tengan un familiar o a un cercano en la prisión inquisitorial, y el rumor - certeza más bien - de torturas no es un gran alivio para quien tiene un amante encerrado o un padre desaparecido. La ley, gracias al Inquisidor Gerardo Sforza, es más estricta que nunca y la Guardia Inquisitorial ha despojado de sus poderes a la guardia local, dejándolos sin armas y sin poder alguno, ocupándose ellos de todo.

Gerardo Sforza, enviado por el Papa, se ha instalado en el Palacio del Consejo de Gobernadores y ha tomado todas sus funciones. Muchos de los mercaderes que gobernaban la ciudad se han ido o han desaparecido "misteriosamente" desde entonces. Sus hombres están apostados tanto en el Palacio como en los barracones - en la plaza central - destinados anteriormente a la guardia: Patrullan las calles, las murallas y vigilan las puertas, iglesias y el Palacio del Consejo. Fuertemente armados, contando el miedo y el poder de que disponen, son la ley. Para bien o para mal. Y en este caso, para mal. Si a un Guardia Inquisitorial se le antoja coger esto, lo cogerá sin represalias. Y si hay represalias, quizás sean para el comerciante y no para él.

Y empezando el nuevo día, hoy es domingo. La misa ha acabado, e inmediatamente después de está Briston se está preparando para otra jornada sangrienta. La Guardia Inquisitorial forma en la plaza: Han preparado cuatro hogueras, cuatro cruces listas para recibir a los castigados. Además, según la costumbre instaurada por el Inquisidor, el Santo Oficio hará publicas las acusaciones y los castigos correspondientemente repartidos entre los culpables de la semana. Y la población merece estar atenta: Podrían decir el nombre de un amigo, de un primo, de un hermano...

Motivos para recelo y odio hay ¿Pero quién alzará primero la mano contra la Santa Inquisición?

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Mensaje  Nindë Lun Nov 17, 2008 10:14 pm

El peso de su pequeña hijita sobre el cuadril ya no era liviano. La niña era un peso casi muerto con sus tres años de vida. Había nacido tras muchas horas de parto, y cuando salió al fin, teniá enrollado el cordón al cuello. Negra y con la lengua por fuera, la comadrona casi la deja caer de la impresión, pero la niña vivía y Alda misma fue quien cortó el cordón para liberarla del yugo que le robaba el aire. Pero esa niña no sería como las demás. No caminaría nunca, no hablaría salvo por chillidos y ronquidos oscuros. No veía aunque si escuchaba y no tragaba bien. Era un milagro que durante tres años Alda la hubiera mantenido con vida pero allí estaba, agarrada al cuadril con unas tiras de cuero que había confeccionado para tal fin. Desde que naciera, se había ganado la vida mendigando, trabajando el campo e incluso cambiando placer por dinero, todo para salir adelante. Pero ahora, las cosas no eran tan fáciles como antaño y Gerardo Sforza no había hecho más que empeorar la situación.

Cabio el peso del cuerpo de una pierna a la otra como hizo con la niña, a la que roreaba suavemente esperando el acontecimiento en la plaza. Al fin había encontrado algo con que confeccionar un calzado que no se le mojara tan pronto y ahora sentía los pies acolchados. Le gustaba esa sensación y movió los dedos de los pies acariciando el interior suave de los botines. Mientras tanto, la gente se agolpaba a su lado, empujando algunas veces como animales que presencian la ejecución de su compañero de cuadra y no comprenden que ellos serán los siguientes. Uno de aquellos hombres que se encontraba a su derecha olía a estiercol y la niña gruñó con fuerza. Alda, no quería problemas y menos allí, así que se retiró con cuidado hacia atrás, aunque eso le robara una vista algo más amplia.

(((Cuando tenga un rato cuelgo la ficha completa u_u))
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Mensaje  GalanDracos Mar Nov 18, 2008 6:15 pm

Hay quien podría decir que esa niña, precisamente, podría estar corrompida por el Demonio, ser objeto de diabolizaciones y cualquier barbaridad semejante por su febril y débil aspecto. Haya querido Dios que a ojos de los sacerdotes locales lo hayan tomado como castigo de Dios - por lo que la salud de su hija es consecuencia de las actitudes y pecados de Alda -, pero no sería destartable tener problemas por ello. Mejor la preocaución, como estaba teniendo.

La plaza está abarrotada. La mencionada plataforma de madera está rodeada de almenos una treintena de guardias inquisitoriales, soldados de armadura de acero y amedrantadoras alabardas, con el símbolo de la Inquisición en el pecho y tabardos blancos. La puerta del Palacio del Consejo también esta vigilada y un corrillo de guardias protegen el camino de los eclesiásticos hasta la plataforma, donde se están reuniendo ediles y personalidades del entorno de Gerardo Sforza.

De hecho este mismo hace aparición caminando con extrema lentitud del Palacio hasta la plataforma. El horondo inquisidor, vestido con el manto rojo de cardenal, va seguido por varios escoltas y algunos altos eclesiásticos. Entre ellos, el obispo de la ciudad. Es el mismo obispo quien se dirige a la multitud reunida ante la plataforma, leyendo en voz alta.

Tétrica multitud. No hay ni un sonido, están esperando estoicamente oír el nombre de familiares y amigos... y sus cargos. Y estos empiezan a llover desde la anciana voz del obispo, a quien se le cree títere del inquisidor. Acusaciones anónimas han dado a luz todo tipo de crímenes, desde pequeñas estafas y hurtos a las calumnias más grandes que una mente creativa pueda asimilar. Pero, loado sea Dios - y se nota en el suspiro de alivio general -, no van a quemar a nadie. Pero hay infinidad de cautivos - y almenos una cuarentena de nuevos, impresionante redada han hecho - y el próximo Domingo se harán notar los sanbenitos.

Y qué decir de la multitud. Desde pequeños artesanos a campesinos de los alrededores, todos con el temor encogido en el corazón y llantos de esposas al oír el nombre de su marido, hijo... En alguna que otra ocasión parece que el gentio va a echarse hacía adelante, pero el temor a las alabardas es demasiado grande: De buen grado estrangularían al inquisidor si pudieran llegar a él. Destaca en el día que un grupo de jóvenes - en su mayoría - se ha retirado, unidos, a mitad del recitar. Se sabe que es un intento de resistencia, las primeras pinceladas de revolución, formado por algunos miembros de la guardia de Briston en respuesta al pisoteo que han recibido. Algunos importantes miembros de la Guardia - los que podían ser líderes - ya vieron las llamas, y el jefe de la guardia... está desaparecido, no se sabe nada de él.


- Ninde, no es necesaria la ficha. Pero interesante sería que te hubiera tocado tener a alguien encerrado. -

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Mensaje  Nindë Miér Nov 19, 2008 10:02 pm

Alda retrocedió lo justo para no separarse de la masa que se conmocionaba a cada nombre que se recitaba. La pequeña Eva se había dormido y Alda le limpió la baba que se le caía mientras la letanía de acusados aumentaba. A su derecha, alguien se alegró al escuchar un nombre concreto, a la izquierda lloraron por otro diferente. Detrás se inició un conato de pelea por la acusación hacia otro reo y las diferente opiniones al respecto.

La joven Alda se veía como en un mar revuelto, a merced de las olas que en este caso era la gente. Pero algo llamó su atención, un nombre que conocía bien Sean Lekker su único primo vivo y que conociera. La peste de años trás había mermado la poblacion y la familia de Alda no había sido menos que las demás , aportando componentes a las largas listas de fallecidos. Cuando Eva nació , Sean se distanción bastante, no habían vuelto a hablar, pero eso se borró de inmediato ante aquella fatídica situación que la inquisición estaba consolidando como cotidiana. Alda se afanó en soterar todos los obstáculos que se le planteaban, para llegar hasta la guardia con Eva cogidaay a la que ocultó con la caperuza. No prestó atención a la retirada sospechosa de los jóvenes, solo quería llegar hasta la guardia.

-Señór, señor, tengo que ver a uno de los reos, señor.

Alzaba la voz, intentando que esa voz quebrada por la angustia llegara a los soldados que guardaban la integridad de los inquisidores.
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Mensaje  GalanDracos Vie Nov 28, 2008 11:46 am

El guardia que inmediatamente está ante ella, como más que un chaval que aparenta más de lo que es gracias a la armadura y su arma. Iba a contestar, pero otro miembro de su cuerpo - mucho más veterano - interrumpe interponiendo su alabarda a la madre.

- Largo de aquí, señora. - Ciertos modales, pero el tono autoritario no da más de si; muy posiblemente no tengan esa función.

Algo más a la derecha, a menos de una docena de metros, un hombre ha exigido lo mismo que Alda. De peores maneras ¿El resultado? Se ha llevado un golpe en el vientre y ahora gimotea en el suelo, con el consecuente tumulto allí de quejas, curiosos que se agolpan y guardias que maldicen y gritan tratando de impedir el inicio de la revuelta. El accidente se salda sin conflictos, fortuitamente, retirándose el golpeado entre la multitud con dos o tres amigos.

El centinela joven, aprovechando que su homólogo está distraido mirando en aquella dirección, se inclina discretamente hacia Alda.


- Prueba mañana antes del atarceder, en la segunda puerta del Palacio del Consejo. Si no te deja el centinela pasar, sobornale. - Promete, más benigno que su compañero. Y ya, para disimular, la empuja con el mango de la alabarda para "echarla de malas maneras", con cuidado.

Allí en la plaza no queda mucho por ver, o por hacer; el gentío empieza a dispersarse y a volver a sus quehaceres, llorar en privado o planear lejos de la autoridad.

Los eclesiásticos han vuelto al interior de su Palacio y la mayoría de los efectivos de la Guardia Inquisitorial vuelven a sus rutas y patrullas habituales. Ahora, con la ausencia del gran volumen de personas, hay una en concreto que resulta llamativa: Un soldado, con aspecto de mercenario, con yelmo de caballeria - visera levantada -, recio escudo con insignia familiar, extrangera, y una decadente armadura formada por coraza, musleras y las protecciones del brazo izquierdo, y nada más, y que para mejorar su aspecto presentan inicios de óxido, abolladuras e incómodos desajustes; que finaliza su destartalado aspecto con una barba mal afeitada, rubia, un lucero del alba en su cinto y una gran bolsa colgando de su espalda repleta de objetos ruidosos, la mayoria metálicos. Este hombre da media vuelta despacio, alejándose en dirección a una de las avenidas de la ciudad.


Lejos de ojos curiosos, el propio Gerardo Sforza camina tranquilamente por los pasillos del Palacio del Consejo, ahora suyo, satisfecho con la jornada de hoy. - Estoy seguro, Adrián. Esta ciudad ha caido en pecado, hemos llegado a Sodoma. Tu rebaño se ha descarriado, tu tarea ha sido negligente y el Santo Padre está muy disgustado contigo... - Dulces latigazos, el Sforza habla midiendo cada palabra, cada sílaba y cada espacio de silencio entre ellas. Su interlocutor, el Obispo de Bristón, camina frotándose las manos nervioso a su lado, con la cabeza gacha; con miedo.

- Estoy seguro, Adrián, de que limpiaremos del pecado a estas gentes... - Gerardo sonrió, deteniéndose para mirarle. No seria coincidencia que al momento dos de los guardias Inquisitoriales agarrarán al eclesiástico local, hombre que se le tiene por piadoso y aunque su popularidad por los actos de la Iglesia ha caido en picado, antes era querido en la ciudad. - ...Como a ti. Tu negligencia sólo puede estar inspirada por el Diablo. Buenas noches, Adrián. No volverás a ver la luz del sol.

El obispo estaba demasiado petrificado para responder. Lo arrastraron sin resistencia. A los sótanos, las mazmorras...

Nadie advirtió, por suerte, que los oídos de una criada habían captado todo.

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Mensaje  Nindë Vie Nov 28, 2008 4:22 pm

Hacía atrás, hacia atrás, fue lo que su mente le dijo a su cuerpo cuando la alabarda fijó en ella un blanco demasiado apetecible y sencillo. Pero solo se retiró un poco, pues tampoco podía retroceder y apartar de su espalda el gentío que empujaba en sentido contrario. Eva gimoteó bajo la manta y Alda la acunó para calmarla. Las cosas se estaban tornando muy peligrosas en aquella primera fila y fue un alivio que el otro guardia le indicara como llegar hasta Sean. Un soborno, curiosa forma de llegar hasta su primo cuando precisamente la forma de poder pagar al carcelero, era lo que les había distanciado. Pero que podía hacer, si de lago estaba segura era de que moriría allí dentro si no lo hacía presa de las llamas de una hoguera en el centro de la plaza. No podía hacer gran cosa por él, no tenía como ayudarlo, pero al menos antes de que alguna cosa horrible le pasara, ambos descargarían sus almas por haberse abandonado el uno al otro.

Comenzó a buscar huecos que la libraran de la posición que le había llevado a obtener la información y como pudo sorteó de nuevo los obstáculos que le habían dificultado la llegada hasta primera fila. Por suerte, la gente quería hacer lo mismo que ella y pronto se disprersaron hacia mil y un rincones. Tomó uno de esos ríos de personas que llevaban a la avenida central, necesitaba algo de pan para alimentar a Eva y esa era la mejor zona donde podría encontrar algunas sobras. Una zona alta de la ciudad, donde las calamidades se veían de otra manera que en los barrios más humildes. No mucho más adelante, un hombre en particular caminaba entre el resto de público. No era un campesino, ni un artesano y aunque vestía armadura no era un guardia. Tenía aperos de caballero aunque habían visto mejores días, bien podía llegar de algun conflicto o simplemente pasar una mala racha. Alda tenía que pagar un soborno y no tenía dinero, los carceleros podían ser muy crueles y después de cobrarse sus honorarios no dejarla pasar. Era más seguro buscar dinero fuera aunque la forma fuera la misma.

Siguió caminando no perdiéndole de vista por si acaso podía conseguir el dinero, pero primero tenía que alimentar a Eva que ya se revolvía demasiado bajo la manta.
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Mensaje  GalanDracos Dom Dic 07, 2008 2:23 pm

Áquel mercenario dista mucho de fijarse en Alda en concreto, una mujer entre tantas del pueblo. Una vez ha dado media vuelta, sin disimular siquiera un porte altivo y cierta actitud de desprecio ante los "problemas de plebeyos", ha deambulado de aquí y allá hasta encontrar, con alivio, una taberna en la misma plaza, en la cual se introduce.

Allí se pierde su pista.

Y si atendemos más a la jornada, ahora con nubes y poco sol - lo que implica que empieza a hacer más frío de lo agradable para la mayoría - vuelve a ser tranquila, no hay muchos altercados más. El miedo es suficiente para paliarlos, y la presencia de las patrullas inquisitoriales vuelve a ser constante y asfixiante. El pueblo ha ido aprendiéndose sus rutas y ya son calles a evitar, pues en gran cantidad de ocasiones estos soldados se divierten a costa de los inocentes traunseuntes. Entonces, obviando una paliza o dos, esta tarde no tendrá nada de relevante respecto a las anteriores, donde reina la tensión y esta opresión permanente que se atenaza sobre la población como una soga tensa, preparada para ajusticiar al ahorcado. La plaza vuelve a estar despejada, aunque allí permanecerán permanentemente tres cruces con su respectiva leña preparada, y aquella plataforma creada para mortificar a Bristón. La tranquilidad, salvo pocas excepciones, se hace con la urbe.

Muy pocos habrán visto entrar en la taberna "El Cerdo" (Antes se llamaba "El Cura Cerdo", lo que significó que su primer dueño aún no ha aparecido, tras los primeros días de la llegada del Inquisidor) uno de aquellos jóvenes revolucionarios, capa ceñida escondiendo el tabardo azul de la guardía, armado con estoque y rodela. Un joven llamado Sebastián, cuyo padre era uno de los cancilleres dirigentes de la villa. Es culto - sabe leer y escribir y ha viajado almenos en dos ocasiones -, bien plantado con unos cabellos castaños rizados que son el epicentro de las conversaciones de las más atrevidas fuera de la iglesia. Es conocido en todo el pueblo por su actitud carismática y bonachona. Antes sonreia mucho, desde que ahorcaron a su padre - por presuntos hurtos a "la Corona" - y de desde que desapareció su hermana - cree firmemente que el culpable es Sforza -; no. S ha ido volviendo tosco y demasiado serio, fanático de "la Causa" y cada vez más radical, como sus compañeros. Una mayor represión implica una mayor radicalidad. A saber que habrá ido a hacer allí, taberna donde casualmente entró el caballero/mercenario/guerrero destartalado de la plaza, el extrangero.

Lo que si habrán visto todos es que veinte minutos después, en el mismo local, entra una patrulla de ocho miembros de la Guardia Inquisitorial...

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Mensaje  Nindë Lun Dic 08, 2008 1:54 pm

Finalmente la pequeña Eva no quería o no podía esperar más, algo de alimento. Comenzó a sollozar con su ronca voz bajo la manta, también quizá porque el frío empezaba a campar a sus anchas por allí. Entreabrió el escondite que pretendía ser cálido de la niña, para ver su rostro anodino que pretendió esbozar una sonrisa al ver los ojos de su madre.

-Está bien, no llores, veremos si hay algo por aquí..

Volvió a levantar la vista buscando al caballero pero no lo encontro. En el transcurso de aquellas palabras se le había despistado y dejó que el arie saliera pesado de resignación. No obstante, habría de ir sin saberlo al mismo sitio que él, pero no por el mismo lado. No podía entrar en aquella taberna, Eva no le gustaba a la gente y solía ir por la parte de atrás para pedir algo de pan. Se resguardaría en algún rincón para amamantarla y ofrecerla después lo que pudiera conseguir. Por otro lado, la guardia siempre estaba al acecho y si la veían en una actitud algo interesada en algún hombre, la acusarían de prostitución y daría con sus huesos en la carcel también. Al menos de esa manera no tendría que buscar como sobornar al carcelero. Aquel pensamiento le arrancó una sonrisa triste. Tras probar suerte en un par de negocios cercanos terminó por pensar en ir a la taberna.

Pasó apretada contra la niña por la puerta y ventanas, y pudo escuchar los sonidos del interior. Sonidos de taberna, algunas voces, risas, llamamientos al silencio y menaje entrechocando por diversas causas. Miró dentro, sin reparar en nadie en concreto, ni siquiera en el hombre que había estado siguiendo apenas unos instantes antes. Solo se fijó en el baile de las llamas en la chimenea, en como hacían moverse las sombras en la pared y como hipnotizaban a quien se quedaba mirando. Siguió su camino torciendo la esquina, para encarar la trasera de la posada al tiempo que aparecía por la puerta principal una patrulla que entraba en la taberna. Alda llamó a la puerta trasera y esperó mientras mecía a Eva que se había vuelto a callar al escuchar las palabras de su madre.

Hacía frío y se abrazó aun más a Eva para darse calor mutuamente. Su vestido, más que humilde, de tela tosca contrastaban con su calzado algo más conseguido y que le mantenía los pies calientes, o al menos menos fríos de lo que se esperaba. Se colocó el pelo, no demasiado arreglado, intentando dar un aspecto más civilizado y se pasó la manga del vetido por el rostro esperando que apareciera limpio a los ojos de quien abriera la puerta.
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Mensaje  GalanDracos Miér Dic 10, 2008 2:02 pm

A Alda Lekker le abrieron, por supuesto, aunque habría que suponer que no como ella quisiera. El posadero, un hombre amable que antaño presentaba unas carnes mucho más horondas que ahora, y en consecuencia la ropa le queda muy holgada rozando lo ridículo. Tartamudeó acorde a la expresión de miedo que se reflejaba en su rostro, sobretodo en unos ojos a punto de salir por si solos para huir.

- ¡Ve-ve-vete! ¡Están combatiendo la guardía...! - Ya no le daría tiempo a decir más. Antes de proseguir cabe remarcar la situación, y es que de los habituales sonidos tabernarios se ha pasado al choque de aceros, alaridos y maldiciones propias de una batalla. Lo que exactamente haya pasado allí dentro, Dios lo sabrá al igual que los testigos. Bien. Pues lo que interrumpe al dueño del local no es una menuda mujer, desmelenada y sucia - vestida más precariamente que la propia Alda - que escapa por debajo de su brazo como una rata y se pierde por la calle, sino lo que viene detrás y que tumba al hombre: El caballero destartalado, el que buscaba la madre, sale llevándose por delante al hombre y a la propia mujer si no ha retrocedido lo suficiente, entre gritos, sofocado y con los nervios ya pérdidos. Se detiene un momento fuera, sudando copiosamente y respirando agitado, en su mano un lucero del alba y en la siniestra un escudo de acero con forma de almendra. No presenta heridas, pero si manchas de sangre aquí y allá.

Por primera vez ella puede ver su rostro, ya que su yelmo de caballería tiene la visera alzada: Una cara enrogecida y barbada, falta de higiene, con numerosas marcas y imperfecciones por culpa de la penuria más de la edad. Sus ojos, si se mira más allá del ardor casi berseker que los domina, son tristes y de hombre mayor: Tendrá más de treinta años, edad más que respetable en esta época.

Aún con el tabernero en el suelo, aturdido, sale más gente. En concreto dos jóvenes también armados, vestidos con el uniforme azul de la guardia. Sebastián es el primero, con sus característicos rizos ondeando a cada brusco cabeceo, pues vigila continuamente atrás y a su compañero, un chico de su edad que ya no tan atractivo presenta marcas en el rostro de una viruela mal pasada, pero en su anterior tarea de guardia esa carencia de presencia se vería reemplazada por sus brazos y anchura de hombros. Concretamente sus compañeros blomeaban - ¡qué días aquellos! - con que era capaz de partir un hombre en dos con un abrazo. Ambos tropiezan en la calle, y si no fuera por el caballero, habrían dado con sus huesos en el suelo. Ambos están heridos y han salido prácticamente abrazados.

Un examen más detenido revelaría que el realmente herido es Sebastián - el torso ensangrentado prácticamente por todas partes - y su amigo, llamado Mark, cortes aquí y allá pero no de gravedad.


- ¡Mark, hemos de irnos de aquí! ¡Vámonos al Diablo Rojo, allí ha de estar Emma y Luther! - Sebastián ha sido claro, a pesar de su aspecto y situación. Hay un rudo intercambio de palabras más, pero en esta ocasión con el caballero, al que han llamado Edubert.

Ambos guardias se alejan a trompicones por el callejón. Se han quedado Edubert, el tabernero - no se atreve a levantarse, con las manos en la cabeza lloriqueando de pánico - y Alda si ha tenido el valor, la ausencia de prevención o si sencillamente ha sido atada por el pánico igual que por el hombre del suelo.

Por la misma puerta surgen dos guardias inquisitoriales. Buenas corazas, piezas metálicas púlidas y bien ordenadas en contraste al caballero que presenta una coraza vieja y sucia, apenas las protecciones del brazo derecho, el yelmo y unas toscas musleras; todo rozando el óxido, chirriante y varias piezas o mal colocadas o pertenecientes a una armadura diferente. Los representantes de la Inquisición - veteranos, se podría decir que de unos veinticinco a treinta años - han llegado armados con espadas y recios escudos, y ambos presentan varios moratones y algún desgarron que sangra con moderada abundancia. Se les ve recelosos. No se atreven a atacar a Edubert, que se mantiene en guardía delante con extrema severidad, impasible. Con dos podrá, pero dentro habían entrado unos ocho...

Sea por intimidación o por la obvia condición de Edubert - caballero, lo que implica parentesco nobiliario. Otra persona no llevaría armadura ni ese emblema familiar en el escudo. Además, dentro habían podido apreciar su nacionalidad francesa ¡Quien sabe si ese desgraciado tenía parientes en la corte de Francia! -, los dos inquisitoriales optan por esperar manteniendo la tensa situación. Más les valia la prevención a cometer una equivocación grave y verselas con el representante papal.

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Mensaje  Nindë Jue Dic 11, 2008 11:34 am

Cuando la puerta se abrió, Alda se aferró a Eva por instinto. La cara del tabernero era un poema pero no hubiera hecho falta ni verla para tener aquella reacción que solo las madres son capaces de desarrollar ante un peligro inminente. Su primer pensamiento era el de correr, pero la atropellada salida de Edubert hizo que el tabernero la empujara contra la pared trasera dejándola medio aturdida. Aun así seguía abrazada a Eva, intentando deshacerse de esa nube oscura con puntos brillantes que se le aparecían en los ojos. Después de eso, era el dolor en la cabeza lo que empezó a latir con más fuerza y se llevó una mano para tocarse la nuca, esperando que no se hubiera abierto una herida. Intentaba mirar todos los acontecimientos, pero se le aparecían viscosos, lentos y envueltos en una masa transparente que impedía el avance normal de las cosas. Nada parecía mantener un equilibrio fijo y las imágenes se distorsionaban, se alargaban y encogían cambiando su centro de gravedad y girándose levemente a derecha e izquierda. Eva lloriqueó bajo la manta y eso ayudó a que centrara todas aquellas imágenes bailonas y burlescas. Siseó para acallarla y parece que dio resultados pues volvió al silencio.

Se apoyó con la mano que no sostenía a Eva para incorporarse cuando los dos jóvenes salían apresuradamente. La visión de la sangre y la falta de alimento le dieron arcadas que controló tomando grandes bocanadas de aire. Hubiera salido corriendo en ese momento, pero los jóvenes estaban cortando el paso y el callejón era estrecho. Después, la posición de Edubert para flanquearles la retirada tampoco ayudó a que pudiera salir de allí, así que hizo lo único que podía hacer, arrinconarse. Por otro lado, parecía que la guardia se pensaba lo de atacar al caballero por alguna razón que no le importaba demasiado, lo único que esperaba era poder escapar de allí sin que Eva sufriera daño alguno. Además, puesto que estaba allí y no era peligrosa, bien podría la guardia cogerla a ella como prisionera de la redada aunque no hubiera hecho nada, ya que al caballero no parecían tener pensado atraparlo.

Alda miró casi suplicante a Edubert para que la dejara escapar de allí, pensando en la mala suerte que la había llevado al peor sitio en el momento menos indicado.
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Mensaje  GalanDracos Jue Dic 11, 2008 4:06 pm

Se suele decir que el lenguaje universal va acompañado del tintineo de las monedas. Esa es una lección que el caballero francés tiene más que aprendida, ratero como nadie y experto en estas artes. Quizás sea por ese dominio, esa seguridad, que a ninguno de los dos guardias de la inquisición les sorprenda ver caer varias monedas al suelo - ¡de oro! -salidas de la mano del combatiente.

El soldado más joven no duda en avanzar con las armas en alto, pero su compañero - que más años llevará en este oficio - lo detiene, recogiendo apresuradamente las monedas. Así es como Edubert evita la muerte o la prisión, lo que le hubiera llegado, pues los dos vuelven a entrar. Apenas se puede oír el "¡Señor, han escapado!"

Ahora Edubert puede guardar el lucero del alba y examinar la situación con algo más de tranquilidad, y con los fondos monetarios vacios. Ahora está ligado a la ciudad hasta encontrar algo de fortuna con la que poder vivir, un caballero necesita cuidarse un equipo y mantener un caballo... No es barato. Y, por supuesto, primero es su persona. Libre del poblema de la Inquisición - aunque tendrá que abandonar el lugar rápidamente y tener mucho más cuidado de ahora en adelante -, sólo quedan dos. Dos testigos.

Así que procede como el matón que es. Edubert se acerca - su armadura chirria al moverse - y recoge al tabernero de los cabellos, poniéndole en pie rozando la violencia. Masculla algo antes de empujarlo al interior de su local, y a continuación se detiene ante Alda, frotándose las manos. Su pobreza o infortunios sólo le han permitido conservar el guantelete derecho, por lo que la mano izquierda está desnuda, recordando así las múltiples carencias de su equipo.

Lo primero que le llega a la mujer es el mal olor del hombre, después las forzadas palabras de un francés.
- Tú, levantar o morir. ¡"AHORUA"! - Él mismo la coge del hombro para "ayudarla" - Sa-salir de aquí, o iglesia loca quemar a nosotros. - Añade en otro gruñido prácticamente ininteligible, tirando de ella para abandonar el callejón, evitando el rastro de sangre de Sebastián.

- Diablo Rojo ¿Qué ser? Ir allá, nosotros. - El Diablo Rojo era una posada conocida a unas dos horas al este de Briston. Lugar de reunión de maleantes, según unas lenguas, prostíbulo según otras. La única cuestión significativa es que "la gente decente" no la pisa. Pero la conoce.

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Mensaje  Nindë Jue Dic 11, 2008 9:55 pm

Alda veía acercarse a Edubert como quien ve llegar una avalancha en plena montaña. Cerró los ojos esperando que acabara con ella de un solo golpe, por eso cuando le gritó y la tiro del hombro abrió los ojos de sorpresa. Tenía muy cerca al destartalado caballero y podía ver aquella furia en los ojos de los que han presentado batalla sea donde fuere. Descifró las palabras que casi le escupía asintiendo como si por no llevarle la contraria, ganara un favor de vida. La voz de Edubert alarmó a la niña que volvía a lloriquear entre los brazos de Alda y esta la acunó de nuevo, deseando con todas sus fuerzas que volviera a su silencio para no molestar y ser incordio.

Había oído al joven herido decir algo del Diablo Rojo, ahora le llegaba el fresco recuerdo como una ola en la playa. Lo había escuchado en medio del aturdimiento, pero ahora pensaba con algo más de claridad y en la mente se le dibujó el diablito en actitud un tanto grosera del tablón que pendía de la entrada. Conocía bien aquel lugar, había estado allí alguna vez para sus "negocios" y sabía como llegar. Distaba bastante para ir a pie pero podía acortarse un poco si atravesaban un par de bosquetes que salían al paso y que a pesar de parecer peligrosos, carecían de todo misterio. Aunque tambien cabía la posibilidad de que el caballero tuviera montura y así el camino sería bastante más corto.

-Está un poco retirado , pero no es difícil llegar allí. Yo puedo acompañaros.- ¿Al fin que podía hacer? mucho se temía que aquel caballero se diera por satisfechos con algunas explicaciones y además en algo tenía razón. La guardia volvería y no distinguiría a unos de otros. Caminó al paso acelerado que le marcaba Edubert, esquivando el reguero de sangre que esta vez, con el miedo, no le arrancó arcada alguna.

-Si tenéis montura el camino se hace ligero.- El sonido del metal oxidado al rozar unas piezas con otras, le arrancó escalofríos que la hizo temblar bajo la mano que le aprisionaba el hombro. Sin duda necesitaba algo más que un baño tanto el caballero como la protección extraña que portaba, Pero al margen de todo, se le iluminó una idea en la mente. El diablo rojo no era mal sitio para pasar al menos ese día, aquel hombre podría deshacerse de ella al llegar si no la necesitaba más, pero tampoco le había hecho nada y se ahorraría la molestia de acabar con ella. Quizá todo saliera bien, podría ganar algo de dinero para sobornar al guardia y poder ver a Sean antes de que lo ajusticiaran pues tal como estaban las cosas, no creía que lo liberaran con vida.
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Mensaje  GalanDracos Dom Dic 21, 2008 10:10 pm

- No caballo. - Asegura el destartalado caballero. Sus dos compañeros - Sebastián y Mark - han necesitado el córcel para llegar vivos al hostal que es su punto de reunión ¿Qué implica esto? Qué Edubert seguirá azuzando a su guía para que le lleve allí a pie lo más rápido posible.

El francés perdió hace mucho las ganas de ser cortés y educado, se podría decir que paralelamente a la pérdida de su ducado, feudo que apenas llegó a tener entre sus manos. La herencia paterna se deshizo cuando se vio obligado a huir de su tierra para que las huestes del nuevo rey no hicieran con el joven caballero - por áquel entonces era joven - un traje de piel.

Empezaba a acercarse el mediodia, y todo indica al parecer que no llegarán hasta media tarde aún diéndose la máxima prisa. Al menos, y ha de servir de consuelo, ya lejos de la taberna nadie - incluida la Inquisición - les presta más atención que lo curioso de la escena: Una madre acompañando un caballero extrangero, o al revés; la cuestión es que la Guardía Inquisitorial no intentará, ni ebrios, sus travesuras con un caballero de verdad. Caballero de verdad... Suena mejor que lo que es, así es como prefiere definirse así mismo Edubert, en su afán de conservar los pocos resquicios que le quedan de su status social. Y es por este último detalle que está nervioso y especialmente impaciente: ¡Su caballo está en manos de otros! Y no son de completa confianza, si perdiera su caballo - aparte de las cabezas que rompería -, perdería su condición de caballero.

Maldita tierra, malditas gentes. No ha dejado de maldecir desde que está ahí. Y en este contexto incluye a Alda, que se lleva más de uno de sus improbervios franceses - gracias ha de dar de no entenderlos - y en eso se resume la poca conversación que le da. Aparte del nombre - Sir Edubert de Artan -, poco más le ha de decir dado su precario dominio del idioma local.


- A usted le dejo la descripción del camino y del Diablo Rojo -

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Mensaje  Nindë Mar Dic 23, 2008 7:30 am

( Lo que ordenes)

Caminó con la mirada baja, sin fijarse en nadie pues así parecía que iba a ser su salida de la ciudad, desapercibida. Escuchó a Edubert, algo contrariada pues el camino a pie podía ser desagradable con un hombre como aquel a su lado. No le inspiraba confianza alguna ahora que lo tenía cerca. Parecía un bandido que hubiera peleado contra caballeros a los que les había robado diferentes piezas de sus armaduras. Podía ver como acababa el empedrado de las últimas calles y aparecía la tierra amarillenta compactada al principio y más suelta cuando ya se había transformado en camino de salida. Las últimas casas iban bajando en altura y calidad y al fin el campo abierto.

Al principio se veían arbustos bajos y poco a poco altos pinos y cedros. Por ahí deberían atravesar para acortar distancias. El aire era mucho más puro que en la ciudad y Alda se dedicó a respirar profundamente mientras el hombre relataba en algún idioma extraño que no entendía. Pero lo que dijera no debía ser bueno por como escupía las palabras más que las pronunciaba. Aprovechó para adelantarse unos pasos y darle la espalda al extraño caballero para así poder amamantar disimuladamente a Eva bajo las ropas. No le contradijo ni una sola vez, ni le habló para nada en todo el camino y caminó ligero, lo que le deparó alguna que otra sonrisa oculta. Al fin y al cabo aquel hombre estaba cargado de lata oxidada y acostumbrado a ir a caballo mal camino debía estar haciendo caminando deprisa a pie. Al llegar al arroyo que debían cruzar también la suerte estaba de su parte, pues no llevaba mucho agua y no era difícil atravesarlo, aunque ver caer a Edubert al agua, pues ese nombre le había entendido, debía ser divertido. Ella no lo había dicho su nombre, para que, caballero o no, el estatus que ostentaba Alda no merecía tanta atención en realidad. Y al fin, tras una colina el Diablo Rojo.

Al borde de un camino y semioculta por un bosquete donde estaba enclavaba había una construcción de tres edificios. Uno principal con un piso superior, un establo al lado derecho y un cobertizo al izquierdo que hacía de herrería. En el establo se veía movimiento, al igual que en la posada y el cobertizo aunque en el camino ni en las inmediaciones había nadie, salvo ellos tres. Estarían a unos 80 metros y se podía ver el cartel colgante de la puerta con el diablo bailarín balanceándose por la suave brisa.

-El Diablo Rojo señor- dijo Alda girándose y señalando con la cabeza. Más parecía que tomaba al hombre por retrasado que como extranjero que no la entendiera, pero la realidad era que directamente no quería tomarlo como nada en absoluto. Si podía, en cuanto tuviera ocasión se marcharía bien lejos de él.

Apretó de nuevo el paso hasta la puerta del Ddiablo Rojo a cuya derecha había un farolito de cuatro caras permanentemente prendido. Dentro, en un nivel algo más bajo que el suelo de la calle y a 3 escalones, estaba la nave principal. Una gran chimenea en el centro y alrededor mesa ocupadas. Al fondo una puerta superior con una barandilla que había sufrido más de un desperfecto por las peleas a juzgar por el dispar balaustre que presentaba. Colgando del techo había tres grandes ruedas de carro con velones que arrojaban luz bailarina al lugar y al fondo, una puerta que daba a la cocina con un mostrador con escudos en el frontal que la tapaba al público. Las ventanas permanecían cerradas con los portones y rara vez se habrían, con lo que dentro siempre parecía que fuera de noche. Más próximo a ellos había una especie de armarito contra la pared de la izquierda, muy cerca de la puerta. Alda lo había visto abrir una vez y sabía que escondía armas adicionales y trancas para la puerta cuando las cosas se ponían feas. Un lugar preparado para ser atacado por las actividades que solían desarrollarse allí en realidad.

Su clientela era de todo menos recomendable y aunque la guardia no solía pasarse por allí, si lo hacían habría respuesta de inmediato. Alda suspiró una vez dentro de aquel lugar como si fuera el mejor refugio del mundo, donde Sir Edubert perdería su atención sobre ella y buscaría a los jóvenes que habían salido de la taberna de la ciudad.
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