Iluquenta
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Iluquenta
Cómo llegó el Iluquenta a mis manos es otra historia que deberá ser contada en otro momento, por que esta historia trata acerca del Libro, de lo que es, y de lo que encierra.
Entre las manos parece un libro normal. Sus tapas son de cuero, y aparecen gastadas y manoseadas (si realmente estuviesen tan gastadas como deberían, tras las horas que ha estado en mis manos, el libro estaría ya deshecho … ), con las letras ILUQUENTA grabadas en oro oscuro.. Ya lo recibí así, y debo decir que no ha cambiado ni un ápice desde el primer día. Su altura es la distancia de mi codo a mi muñeca, y su ancho es un palmo de mi mano. No tiene más de dos dedos de grosor, lo que es una de sus mayores maravillas, visto lo que tiene dentro. La primera sensación que tuve al recibirlo fue que era más pesado de lo que esperaba, aunque no era un peso molesto en absoluto, y la mano pronto se adecuó a él.
La primera vez que lo abrí para ojearlo, al azar, vi una página cubierta de intrincados diagramas y extrañas letras que jamás había visto antes. He buscado esa página de nuevo miles de veces, y jamás la he encontrado, y sé que no la volveré a ver nunca... Poco a poco aprendí eso, que en el maravilloso caso de encontrar algo útil en el Libro hay que marcar la página para no perderla, puesto que cerrar el libro sin una marca es despedirse para siempre de esa página. No pocos lloros me ha producido esto. Esa primera vez leí, busqué, y encontré miles de hojas vacías de significado, y vi, también, que las hojas del libro eran infinitas. El papel de sus hojas, delgado hasta ser casi transparente, pasaba ante mis ojos en esa primera vez, página a página, pero nunca parecía estar más cerca del final que antes. Siempre había una hoja previa a la última página, y por mucho que esa noche quemé mis pestañas ante la luz de una vela vacilante, no llegué a estar más cerca del final del Iluquenta que cuando había empezado.
Poco a poco me di cuenta de cual era el maravilloso don que me había sido otorgado. El Libro no era un libro normal, si no que dentro contenía todas las páginas que podían escribirse. En él estaban todas las historias, todos los relatos, todo lo que pudo ser escrito, todo lo que fue escrito y todo lo que lo será, o tal vez lo sea. Buscando en él, y entre incontables páginas que jamás podré entender, encontré relatos maravillosos, en los que se narraban historias que jamás nadie había oído antes, por que nadie las había siquiera llegado a pensar. También leí historias terribles, que me hicieron rechinar los dientes aunque fuera el sol brillaba como cualquier otro día de julio, y algo que podría ser la historia de mi muerte, o tal vez no lo sea. Encontré un relato, un día de noviembre, en el que se narraba cómo las tres joyas fueron recuperadas por el Espíritu de Fuego, y éste venció al Enemigo del Mundo en un combate de magia e ingenio. Pero también encontré otro relato en el que el Bauglir arrasaba el mundo, y Ancalagon el oscuro imponía su égida sobre todo y todos. Encontré cientos de páginas con un solo signo repitiéndose una y otra vez, y otras con un solo carácter, mirándome triste desde la página.
Pero no solo tiene historias pasadas, reales o no. He encontrado entre las páginas del libro el Necronomicon, de Abdul Alzhared, escrito en líneas que parecen moverse sobre la hoja, y aunque las letras una a una me resulten del todo desconocidas, el conjunto parece cantar en mi cabeza su oscuro significado. Una noche abrí una página al azar, y tan solo había un círculo que parecía rechinar en mi cabeza tan pronto como lo vi, y me obligó a cerrar el libro al momento, gritando de pavor... Y aunque ya sé que es imposible, cada vez que abro el libro pido a quien sea que no me vuelva a mostrar esa maldita página por un azar desventurado.
Y también hay cosas más interesantes. He visto dentro del libro hechizos de una potencia devastadora, capaces de aniquilar naciones sin que nadie pueda pestañear, y otros que pueden cambiar la voluntad de la gente, o hacer que sus deseos se quiebren como papel seco. Aunque pueda ser un conocimiento envidiable, es una carga pesada. Y por supuesto, hay cosas menos interesantes, aunque tal vez más prácticas. Nadie cocina mejor el cordero que yo, desde que encontré cierta página entre ese infinito mundo que se esconde dentro de las tapas de cuero.
Cuando vi lo que tenía en las manos pensé en deshacerme de él, agobiado por la responsabilidad y por la inmensidad que estaba leyendo. Pero vi que no podía, y que Él no quería separarse de mi, así como mis manos me desobedecían al intentar soltarlo, por lo que vivo encadenado a él, sin poder jamás soltarlo ni alejarme de su tacto. El pensar en dañarlo me produce arcadas, y el apoyarlo en una mesa para simplemente tomar una nota en un papel hace que mis dedos hormiguéen, y puedo ver cómo el libro palpita en este, buscandome de nuevo. Ha sufrido algunos accidentes, pocos, pero importantes, y siempre el libro ha salido indemne del fuego, o el agua ha corrido sobre él como si fuese la hoja de un loto.
Con el tiempo he llenado el libro de cientos de marcapáginas en los sitios que me parecen más interesantes. Cada uno de ellos es un tesoro, puesto que marcan páginas que nunca más podré encontrar si se pierden.
Entre las manos parece un libro normal. Sus tapas son de cuero, y aparecen gastadas y manoseadas (si realmente estuviesen tan gastadas como deberían, tras las horas que ha estado en mis manos, el libro estaría ya deshecho … ), con las letras ILUQUENTA grabadas en oro oscuro.. Ya lo recibí así, y debo decir que no ha cambiado ni un ápice desde el primer día. Su altura es la distancia de mi codo a mi muñeca, y su ancho es un palmo de mi mano. No tiene más de dos dedos de grosor, lo que es una de sus mayores maravillas, visto lo que tiene dentro. La primera sensación que tuve al recibirlo fue que era más pesado de lo que esperaba, aunque no era un peso molesto en absoluto, y la mano pronto se adecuó a él.
La primera vez que lo abrí para ojearlo, al azar, vi una página cubierta de intrincados diagramas y extrañas letras que jamás había visto antes. He buscado esa página de nuevo miles de veces, y jamás la he encontrado, y sé que no la volveré a ver nunca... Poco a poco aprendí eso, que en el maravilloso caso de encontrar algo útil en el Libro hay que marcar la página para no perderla, puesto que cerrar el libro sin una marca es despedirse para siempre de esa página. No pocos lloros me ha producido esto. Esa primera vez leí, busqué, y encontré miles de hojas vacías de significado, y vi, también, que las hojas del libro eran infinitas. El papel de sus hojas, delgado hasta ser casi transparente, pasaba ante mis ojos en esa primera vez, página a página, pero nunca parecía estar más cerca del final que antes. Siempre había una hoja previa a la última página, y por mucho que esa noche quemé mis pestañas ante la luz de una vela vacilante, no llegué a estar más cerca del final del Iluquenta que cuando había empezado.
Poco a poco me di cuenta de cual era el maravilloso don que me había sido otorgado. El Libro no era un libro normal, si no que dentro contenía todas las páginas que podían escribirse. En él estaban todas las historias, todos los relatos, todo lo que pudo ser escrito, todo lo que fue escrito y todo lo que lo será, o tal vez lo sea. Buscando en él, y entre incontables páginas que jamás podré entender, encontré relatos maravillosos, en los que se narraban historias que jamás nadie había oído antes, por que nadie las había siquiera llegado a pensar. También leí historias terribles, que me hicieron rechinar los dientes aunque fuera el sol brillaba como cualquier otro día de julio, y algo que podría ser la historia de mi muerte, o tal vez no lo sea. Encontré un relato, un día de noviembre, en el que se narraba cómo las tres joyas fueron recuperadas por el Espíritu de Fuego, y éste venció al Enemigo del Mundo en un combate de magia e ingenio. Pero también encontré otro relato en el que el Bauglir arrasaba el mundo, y Ancalagon el oscuro imponía su égida sobre todo y todos. Encontré cientos de páginas con un solo signo repitiéndose una y otra vez, y otras con un solo carácter, mirándome triste desde la página.
Pero no solo tiene historias pasadas, reales o no. He encontrado entre las páginas del libro el Necronomicon, de Abdul Alzhared, escrito en líneas que parecen moverse sobre la hoja, y aunque las letras una a una me resulten del todo desconocidas, el conjunto parece cantar en mi cabeza su oscuro significado. Una noche abrí una página al azar, y tan solo había un círculo que parecía rechinar en mi cabeza tan pronto como lo vi, y me obligó a cerrar el libro al momento, gritando de pavor... Y aunque ya sé que es imposible, cada vez que abro el libro pido a quien sea que no me vuelva a mostrar esa maldita página por un azar desventurado.
Y también hay cosas más interesantes. He visto dentro del libro hechizos de una potencia devastadora, capaces de aniquilar naciones sin que nadie pueda pestañear, y otros que pueden cambiar la voluntad de la gente, o hacer que sus deseos se quiebren como papel seco. Aunque pueda ser un conocimiento envidiable, es una carga pesada. Y por supuesto, hay cosas menos interesantes, aunque tal vez más prácticas. Nadie cocina mejor el cordero que yo, desde que encontré cierta página entre ese infinito mundo que se esconde dentro de las tapas de cuero.
Cuando vi lo que tenía en las manos pensé en deshacerme de él, agobiado por la responsabilidad y por la inmensidad que estaba leyendo. Pero vi que no podía, y que Él no quería separarse de mi, así como mis manos me desobedecían al intentar soltarlo, por lo que vivo encadenado a él, sin poder jamás soltarlo ni alejarme de su tacto. El pensar en dañarlo me produce arcadas, y el apoyarlo en una mesa para simplemente tomar una nota en un papel hace que mis dedos hormiguéen, y puedo ver cómo el libro palpita en este, buscandome de nuevo. Ha sufrido algunos accidentes, pocos, pero importantes, y siempre el libro ha salido indemne del fuego, o el agua ha corrido sobre él como si fuese la hoja de un loto.
Con el tiempo he llenado el libro de cientos de marcapáginas en los sitios que me parecen más interesantes. Cada uno de ellos es un tesoro, puesto que marcan páginas que nunca más podré encontrar si se pierden.
Aegnor- Llama Afilada
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