Brakon Hilma - Ladrón, y desorden público.
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Brakon Hilma - Ladrón, y desorden público.
Las botas de Harpo resonaban por el interior de las pedregosas paredes de la mazmorra, entre paso y paso el quejumbroso murmullo de los presos a los que él no les hace ni caso acostumbrado a ellos, han pasado a formar parte de su vida.
Lleva la negra capucha en su mano derecha la cual se zarandea con el vaivén que le proporciona el movimiento del cuerpo al caminar. Sus cabellos caen sobre sus hombros lacios, y limpios para ser un cualquiera que hace ese oficio tan… sucio.
Se detiene frente a una de las celdas donde un hombre harapiento de cortos y grasos cabellos lo mira desde un rincón.
-Por favor… apiadaos de mí, tengo familia a la que alimentar..- Decía el acusado lloroso.
-Dum.. di dum.. las ovejas balan, duumm.. di dumm.. los pajarillos vuelan… - Cantaba Harpo.
Esbozó una sonrisa pérfida que le otorgaba a sus finos labios una expresión algo macabra.
Giró volviendo a tomar el rumbo hacia una amplia sala contigua a la sala donde habitualmente torturaban a los traidores o espías del reino. Sentado en un banco de madera Aschen lo miraba también con su capucha entre sus dos manos.
-¿Qué es lo que miras animal?- Le espetó Harpo a su hermano. Esa mañana habían discutido, Aschen había tenido otra de sus crisis y había intentado agredir a uno de los guardias que bajaba a darles la orden de ejecución para ese preso harapiento y grasiento. Harpo le había reprendido severamente incluso propinándole algún bofetón que otro, pues ni el tamaño ni la agresividad que este demostraba en ocasiones le intimidaban. Y su hermano menor sabedor del carácter que Harpo le demostraba, bajaba la cabeza ante toda reprensión sintiéndose culpable, que la mayoría de las veces lo era.
Sujetaba en sus enguantadas manos, donde visiblemente el cuero estaba manchado de sangre, ahora seca, el papel de la sentencia de ejecución para Brakon Hilma, famoso entre los rateros de Camelot por robar en más de una ocasión los caballos de las cuadras reales. Y provocar demás altercados entre la guardia del castillo. La lengua de Harpo acariciaba sus blancos dientes dejando luego un chasquido tras haber leído de nuevo el documento. Suspiraba por la costumbre, ahí decía que su pena era la Doncella de Hierro, el mecanismo de tortura y muerte preferido de Harpo, pues no solo podían hacerse amputaciones sino que depende de donde colocaras los clavos, el individuo tardaba más o menos en morir.
-Aschen… oh mi querido Aschen...- Decía dejando a relucir el tono irónico de su entonación.
-..Podrías traerme a Brakon allí.- Señalaba la puerta hacía la sala contigua mientras se introducía en esta segundos después.
Aschen servicial y obediente se levantó haciendo crujir los tablones del banco y colocándose la capucha se dirigió hacia la celda. Abrió lentamente los barrotes de la puerta y una vez dentro cogió por un pie al acusado arrastrándolo hasta la sala de torturas mientras este intentaba clavar como último esfuerzo y desesperación, las uñas entre el adoquinado suelo de piedra.
Dentro de la sala Harpo abría la puerta de su doncella con sumo cuidado. Profesándole el amor que cualquier profesional le tiene a sus instrumentos de trabajo.
-Dumm.. dii dumm.. -Seguía tarareando cuando Aschen llegó con el acusado poniéndolo en pie.
-¡Por favor! ¡Por favor! ¡No me hagan esto!- Gritaba hasta que un empujón seco de Harpo hizo que unos cuantos clavos presionaran su espalda ensartándose levemente en su piel, entre sus huesos, y allí a donde alcanzaron. Harpo esbozó una amplia sonrisa ladeando la cabeza cuando le sorprendió el repentino golpe que Aschen le dio a la puerta cerrándose de golpe. Tan solo se pudo oír un leve crujido y un gemido ahogado del interior de la hermética dama.
Fue demasiado para el primogénito, pues cerrar esa puerta le daba el placer necesario para poder pasar el día y era tarea suya. Miró de reojo a su hermano menor retirándose la capucha hacia atrás, sus azules ojos se clavaban sobre los de su hermano igual de fríos que el color de su iris.
-¡Maldito seas Aschen! ¡Así te lleven los demonios, ese era mi trabajo!- Le gritaba sin moverse del sitio señalándole con la mano mientras que con la capucha aun puesta el menor bajaba la cabeza.
-¿Estás enfadado Harpo?- Le preguntaba ahora entristecido por sus gritos.
-¡No! ¡Furioso! Esa es la palabra.- Pasaba junto a su hermano azotándole varias veces con la capucha cuando se la quitó expresamente para eso.
-¡Quítate la maldita capucha! Sabes que te tengo dicho que no debes desayunar con ella puesta… me pones la mesa perdida.. - Las quejas de Harpo salían igual que él de esa sala dejando en una oscuridad suprema a aquel hombre que se debatía entre la vida y la muerte, sabiendo que la segunda opción llegaría de un momento a otro. Magullado y notando como la sangre resbalaba por las partes de cuerpo que aún sentía fue cerrando lentamente los ojos para rezar que pronto llegara su fin, … aunque no fue del todo oído su deseo.
Lleva la negra capucha en su mano derecha la cual se zarandea con el vaivén que le proporciona el movimiento del cuerpo al caminar. Sus cabellos caen sobre sus hombros lacios, y limpios para ser un cualquiera que hace ese oficio tan… sucio.
Se detiene frente a una de las celdas donde un hombre harapiento de cortos y grasos cabellos lo mira desde un rincón.
-Por favor… apiadaos de mí, tengo familia a la que alimentar..- Decía el acusado lloroso.
-Dum.. di dum.. las ovejas balan, duumm.. di dumm.. los pajarillos vuelan… - Cantaba Harpo.
Esbozó una sonrisa pérfida que le otorgaba a sus finos labios una expresión algo macabra.
Giró volviendo a tomar el rumbo hacia una amplia sala contigua a la sala donde habitualmente torturaban a los traidores o espías del reino. Sentado en un banco de madera Aschen lo miraba también con su capucha entre sus dos manos.
-¿Qué es lo que miras animal?- Le espetó Harpo a su hermano. Esa mañana habían discutido, Aschen había tenido otra de sus crisis y había intentado agredir a uno de los guardias que bajaba a darles la orden de ejecución para ese preso harapiento y grasiento. Harpo le había reprendido severamente incluso propinándole algún bofetón que otro, pues ni el tamaño ni la agresividad que este demostraba en ocasiones le intimidaban. Y su hermano menor sabedor del carácter que Harpo le demostraba, bajaba la cabeza ante toda reprensión sintiéndose culpable, que la mayoría de las veces lo era.
Sujetaba en sus enguantadas manos, donde visiblemente el cuero estaba manchado de sangre, ahora seca, el papel de la sentencia de ejecución para Brakon Hilma, famoso entre los rateros de Camelot por robar en más de una ocasión los caballos de las cuadras reales. Y provocar demás altercados entre la guardia del castillo. La lengua de Harpo acariciaba sus blancos dientes dejando luego un chasquido tras haber leído de nuevo el documento. Suspiraba por la costumbre, ahí decía que su pena era la Doncella de Hierro, el mecanismo de tortura y muerte preferido de Harpo, pues no solo podían hacerse amputaciones sino que depende de donde colocaras los clavos, el individuo tardaba más o menos en morir.
-Aschen… oh mi querido Aschen...- Decía dejando a relucir el tono irónico de su entonación.
-..Podrías traerme a Brakon allí.- Señalaba la puerta hacía la sala contigua mientras se introducía en esta segundos después.
Aschen servicial y obediente se levantó haciendo crujir los tablones del banco y colocándose la capucha se dirigió hacia la celda. Abrió lentamente los barrotes de la puerta y una vez dentro cogió por un pie al acusado arrastrándolo hasta la sala de torturas mientras este intentaba clavar como último esfuerzo y desesperación, las uñas entre el adoquinado suelo de piedra.
Dentro de la sala Harpo abría la puerta de su doncella con sumo cuidado. Profesándole el amor que cualquier profesional le tiene a sus instrumentos de trabajo.
-Dumm.. dii dumm.. -Seguía tarareando cuando Aschen llegó con el acusado poniéndolo en pie.
-¡Por favor! ¡Por favor! ¡No me hagan esto!- Gritaba hasta que un empujón seco de Harpo hizo que unos cuantos clavos presionaran su espalda ensartándose levemente en su piel, entre sus huesos, y allí a donde alcanzaron. Harpo esbozó una amplia sonrisa ladeando la cabeza cuando le sorprendió el repentino golpe que Aschen le dio a la puerta cerrándose de golpe. Tan solo se pudo oír un leve crujido y un gemido ahogado del interior de la hermética dama.
Fue demasiado para el primogénito, pues cerrar esa puerta le daba el placer necesario para poder pasar el día y era tarea suya. Miró de reojo a su hermano menor retirándose la capucha hacia atrás, sus azules ojos se clavaban sobre los de su hermano igual de fríos que el color de su iris.
-¡Maldito seas Aschen! ¡Así te lleven los demonios, ese era mi trabajo!- Le gritaba sin moverse del sitio señalándole con la mano mientras que con la capucha aun puesta el menor bajaba la cabeza.
-¿Estás enfadado Harpo?- Le preguntaba ahora entristecido por sus gritos.
-¡No! ¡Furioso! Esa es la palabra.- Pasaba junto a su hermano azotándole varias veces con la capucha cuando se la quitó expresamente para eso.
-¡Quítate la maldita capucha! Sabes que te tengo dicho que no debes desayunar con ella puesta… me pones la mesa perdida.. - Las quejas de Harpo salían igual que él de esa sala dejando en una oscuridad suprema a aquel hombre que se debatía entre la vida y la muerte, sabiendo que la segunda opción llegaría de un momento a otro. Magullado y notando como la sangre resbalaba por las partes de cuerpo que aún sentía fue cerrando lentamente los ojos para rezar que pronto llegara su fin, … aunque no fue del todo oído su deseo.
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