El viejo.
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El viejo.
La furia de la tormenta se desataba sobre el encorvado cuerpo que, de rodillas y mirando al cielo, recibía sobre el arrugado rostro las punzantes gotas de agua encima de la pequeña colina. Los elementos se arremolinaban en torno a él en plena noche castigándole su desvencijado ser, haciéndole ver que no era bienvenido a ese lugar. A ese tiempo.
Aun así se aferraba con las fuerzas que le quedaban al desgastado bastón.
- “Amada mía, desaparezco para siempre…”
El constante golpeteo de la lluvia sobre el tejado fue interrumpido por el vibrar de la madera de la puerta al ser golpeada desde el exterior.
Llamaban y ella, presurosa y limpiándose sobre el delantal los restos de una cena aun sin terminar, acudió al impaciente reclamo. El encendido fuego daba a la cabaña un aspecto cálido y acogedor que se transmitió unos palmos sobre el embarrado suelo del exterior al abrir la puerta.
Solo la oscura silueta que se recortaba ante ella parecía absorber el calor. Algo sorprendida, sonrió amablemente al desconocido encapuchado.
- “Mala noche hace, anciano, para ir pidiendo limosna de puerta en puerta. De poco dispongo en cuanto a monedas, mas buen caldo beberéis si aguardáis junto a la chimenea.”
Tuvo que hacerse a un lado con prontitud, pues aun no había acabado de pronunciar la frase cuando el viejo ya estaba perfectamente instalado al lado de la lumbre. Cerró la puerta y suspiró con la vista puesta en la encogida figura.
- “Vuestra empapada capa podéis dejarla a un lado, extendida para que se seque.”
- “Mi empapada capa está perfectamente, mujer. Ni la toques. Y guárdate tu caldo y tus dádivas, pues no las necesito.”
Suspiró brazos en jarra ante la seca respuesta de aquel ser.
- “¿Y bien? ¿Qué deseáis entonces?”
- “La pregunta sería más bien “qué deseas tú”.
Sacudió la cabeza atónita.
- “No comprendo qué queréis decir, anciano. Tengo todo lo que necesito, no pido más. Mi esposo y yo…”
- “¿Tu esposo y tú? ¿Qué esposo?”
- “Pues mi esposo. Ahora mismo está en sus aposentos privados. Si me otorgáis un momento le llamo y os lo presento debidamente.”
- “¡No!”
Su cuerpo sufrió un sobresalto ante la rotunda orden dada por el desconocido. El descarado carácter que mostraba el aparecido empezaba a desquiciarle.
- “Entonces, si no os importa y tenéis a bien, ya que no deseáis aceptar nada de lo que os ofrezco podéis marchaos en paz.”
- “Tu marido te es infiel con otra dama.”
Otro sobresalto. La conversación acababa de tomar un cariz de lo más personal partiendo de los labios de alguien a quien ni siquiera veía el rostro.
- “Una cosa os advierto, anciano. De nada conocéis este lugar, esta casa y esta pequeña familia para soltar tal aberración. Os invito a salir amablemente.”
- “Una cosa te pregunto, mujer. ¿Desde cuándo las cuerdas de tu lira permanecen silenciosas cuando antes no paraban de vibrar para él? ¿Desde cuándo no sientes el calor de sus brazos? ¿Desde cuándo no te mira como antaño lo hacía? ¿No recuerdas como hasta el celoso lago lamía tus pies con sus aguas intentando recabar tu atención porque toda tu mirada estaba sumergida en la suya? Dime tú, mujer, ¿desde cuándo?”
Años.
Habían pasado años.
Casi pierde las fuerzas ante las palabras del viejo y se abrazó a sí misma ante el frío que inundó su cuerpo de repente. El frío de la soledad.
Quería tanto a su esposo que esos detalles los achacaba más a necesidades egoístas suyas que a la dejadez de él hacia ella. Quería tanto a su esposo que los errores que él cometiera eran solo producto de la defectuosa forma de apreciar las cosas por parte propia. Quería tanto a su esposo que el tiempo había transcurrido demasiado deprisa últimamente sin que ella apreciara su paso.
Apretó los dientes, furiosa, abriendo la puerta de la vivienda mientras su mano se extendía hacia el exterior.
- “¡Fuera de aquí, viejo indeseable! Si algo de lo que estoy convencida es de la fidelidad de mi esposo. ¡Largo!”
El encorvado personaje nada dijo en su trayecto hasta el dintel de la puerta, mas allí se detuvo para decir las últimas palabras desde la oscuridad de su capucha.
- “No todas las infidelidades son con una dama. Ni todas las damas son mujeres, criatura.”
Cerró con un fuerte portazo y apoyó la espalda contra el paño de madera. Ese viejo engreído la había sacado de sus casillas al refregarle detalles muy personales de su vida.
Detalles que sabía que eran verdad. El mismo dolor que sentía en el pecho se lo confirmaba. Pero no concebía que su marido la engañara. Aun así y debido a las palabras de aquel ser, la incertidumbre le embargaba el corazón hasta el punto de sentirse ahogada.
Decidida, avanzó a grandes pasos hasta la habitación de su esposo, entrando en ella sin llamar. Él estaba sentado en su escritorio, alumbrado por un par de velas. Apenas levantó la cabeza cuando ella entró.
- “Si ya está la cena, ve comiendo tú. Enseguida voy.”
Sí. Enseguida.
Igual de “enseguida” que las últimas noches. Noches de cena solitaria frente a la chimenea. Noches en las que desconocía a qué hora se acostaba él, si es que lo hacía. Golpeó fuertemente la mesa con ambas manos, inclinando su rostro hacia el de su marido.
- “Dime que me quieres.”
Él respondió sin levantar a mirada del libro que tenía ante sí.
- “Esa pregunta está de más. Ya sabes la respuesta.”
Le cruzó la cara con una sonora bofetada.
- “¡Maldita seas, Masoj! ¡Mírame a la cara y dime lo que te acabo de pedir!”
- “Pero… ¿a qué viene todo esto? ¿has perdido el juicio y te has vuelto loca?”
Sí. Loca del todo. Ese viejo la había llevado a un sinsentido con sus comentarios. Aquí no había nadie ni nada más que ellos dos, el escritorio, las velas y el libro de magia.
Magia…
Solo entonces comprendió el sentido de las palabras del anciano.
“No todas las infidelidades son con una dama. Ni todas las damas son mujeres.”
Las lágrimas resbalaron por sus mejillas mientras su mirada recorría las estanterías de la habitación. Todas ellas llenas de tratados sobre magia. Allí estaba el motivo del abandono al que había sido sometida por parte de él. El motivo por el cual le sentía cada vez más lejos. Tomó entre sus manos el libro de la mesa, observando sus páginas sin dejar de llorar. Su voz apenas era un susurro.
- “Por esto. Me estás abandonando por esto.”
- “Dean, creo que estás exagerando la situación. Yo solo…”
Ella no pudo contenerse por más tiempo y arrojó el libro contra él.
- “¡Aun has respondido mi petición! ¡Puedes quedarte con tu maldito libro si es lo que quieres! ¡Con ese y con todos estos!”
En su furia, arrojó sin dudar el contenido de todas las estanterías al suelo. El elfo oscuro contempló boquiabierto como ella se marchaba de la habitación tras su arrebato.
Allí quedó ella, observando la tormentosa noche a través de una de las ventanas mientras su mente retrocedía tiempo atrás intentado buscar en los recuerdos el calor que le faltaba en el presente. Unas manos se posaron suavemente sobre sus hombros. Manos que no pudo rechazar por más que lo deseara hacer.
- “No sé qué decirte, Dean. Yo…”
- “No me digas nada. A fin de cuentas, llevas años sin decirme nada. Años en los que apenas has salido de esa habitación, enfrascado entre páginas y páginas de esa ciencia que tanto te fascina. ¿Y yo? ¿Qué lugar ocupo yo ahora en ti? Quizás la tapa trasera del último libro que te falte por leer. ¡Qué imbécil he sido todo este tiempo!”
- “Pero ahora estoy detrás de ti.”
- “Sí. Pero sigo sin oír lo que te he pedido antes.”
Él la giró lentamente y la abrazó fuertemente contra sí.
- “Claro que te quiero, “Cantarina”. Muestra de ello será que todos esos libros saldrán de esta casa al amanecer del nuevo día. Lamento mi error. Mi gran error”
Y así permanecieron toda la noche. Abrazados junto a la ventana, intentando recuperar todo ese tiempo en el que se habían estado alejando el uno del otro cada vez más.
“… al estar ahora fuera del río del tiempo. De este nuevo presente. Craso error cometí al introducirme cada vez más en el mundo de la magia hasta llegar a sentirla recorrer por mis venas, teniendo la necesidad de acaparar todos sus efluvios cada vez más y más. Por ella llegué a destruir todo lo que molestaba a mi progreso. Tú misma fuiste destruida cuando intentaste detenerme al darte cuenta de en lo que me estaba convirtiendo. Mas cuando todo lo tuve, cuando todo estaba a mis pies gracias a la magia, me sentí solo. Solo en un mundo yermo y vacío en el que lentamente me iba consumiendo a mí mismo.
En ese momento te eché de menos. Pues igual de solo y vacío me encontraba la primera vez que nos vimos junto al lago, cuando me tomaste de la mano para caminar juntos de por vida.
Puse mis últimas fuerzas en este hechizo, intentando regresar a un momento del pasado en el que el camino pudiera ser cambiado de rumbo. Veo que mi cuerpo se torna transparente, en vías de desaparecer para siempre, pues el futuro al que pertenezco ya jamás se dará. Al parecer he tenido éxito, cosa que me reconforta antes de caer en el olvido eterno.
Ayer. Hoy. Mañana. Siempre tuyo.”
La tormenta se iba apaciguando lentamente, pues nadie quedaba por expulsar ya sobre la pequeña colina.
Por su nuevo cauce, el río del tiempo fluía con total normalidad.
Aun así se aferraba con las fuerzas que le quedaban al desgastado bastón.
- “Amada mía, desaparezco para siempre…”
El constante golpeteo de la lluvia sobre el tejado fue interrumpido por el vibrar de la madera de la puerta al ser golpeada desde el exterior.
Llamaban y ella, presurosa y limpiándose sobre el delantal los restos de una cena aun sin terminar, acudió al impaciente reclamo. El encendido fuego daba a la cabaña un aspecto cálido y acogedor que se transmitió unos palmos sobre el embarrado suelo del exterior al abrir la puerta.
Solo la oscura silueta que se recortaba ante ella parecía absorber el calor. Algo sorprendida, sonrió amablemente al desconocido encapuchado.
- “Mala noche hace, anciano, para ir pidiendo limosna de puerta en puerta. De poco dispongo en cuanto a monedas, mas buen caldo beberéis si aguardáis junto a la chimenea.”
Tuvo que hacerse a un lado con prontitud, pues aun no había acabado de pronunciar la frase cuando el viejo ya estaba perfectamente instalado al lado de la lumbre. Cerró la puerta y suspiró con la vista puesta en la encogida figura.
- “Vuestra empapada capa podéis dejarla a un lado, extendida para que se seque.”
- “Mi empapada capa está perfectamente, mujer. Ni la toques. Y guárdate tu caldo y tus dádivas, pues no las necesito.”
Suspiró brazos en jarra ante la seca respuesta de aquel ser.
- “¿Y bien? ¿Qué deseáis entonces?”
- “La pregunta sería más bien “qué deseas tú”.
Sacudió la cabeza atónita.
- “No comprendo qué queréis decir, anciano. Tengo todo lo que necesito, no pido más. Mi esposo y yo…”
- “¿Tu esposo y tú? ¿Qué esposo?”
- “Pues mi esposo. Ahora mismo está en sus aposentos privados. Si me otorgáis un momento le llamo y os lo presento debidamente.”
- “¡No!”
Su cuerpo sufrió un sobresalto ante la rotunda orden dada por el desconocido. El descarado carácter que mostraba el aparecido empezaba a desquiciarle.
- “Entonces, si no os importa y tenéis a bien, ya que no deseáis aceptar nada de lo que os ofrezco podéis marchaos en paz.”
- “Tu marido te es infiel con otra dama.”
Otro sobresalto. La conversación acababa de tomar un cariz de lo más personal partiendo de los labios de alguien a quien ni siquiera veía el rostro.
- “Una cosa os advierto, anciano. De nada conocéis este lugar, esta casa y esta pequeña familia para soltar tal aberración. Os invito a salir amablemente.”
- “Una cosa te pregunto, mujer. ¿Desde cuándo las cuerdas de tu lira permanecen silenciosas cuando antes no paraban de vibrar para él? ¿Desde cuándo no sientes el calor de sus brazos? ¿Desde cuándo no te mira como antaño lo hacía? ¿No recuerdas como hasta el celoso lago lamía tus pies con sus aguas intentando recabar tu atención porque toda tu mirada estaba sumergida en la suya? Dime tú, mujer, ¿desde cuándo?”
Años.
Habían pasado años.
Casi pierde las fuerzas ante las palabras del viejo y se abrazó a sí misma ante el frío que inundó su cuerpo de repente. El frío de la soledad.
Quería tanto a su esposo que esos detalles los achacaba más a necesidades egoístas suyas que a la dejadez de él hacia ella. Quería tanto a su esposo que los errores que él cometiera eran solo producto de la defectuosa forma de apreciar las cosas por parte propia. Quería tanto a su esposo que el tiempo había transcurrido demasiado deprisa últimamente sin que ella apreciara su paso.
Apretó los dientes, furiosa, abriendo la puerta de la vivienda mientras su mano se extendía hacia el exterior.
- “¡Fuera de aquí, viejo indeseable! Si algo de lo que estoy convencida es de la fidelidad de mi esposo. ¡Largo!”
El encorvado personaje nada dijo en su trayecto hasta el dintel de la puerta, mas allí se detuvo para decir las últimas palabras desde la oscuridad de su capucha.
- “No todas las infidelidades son con una dama. Ni todas las damas son mujeres, criatura.”
Cerró con un fuerte portazo y apoyó la espalda contra el paño de madera. Ese viejo engreído la había sacado de sus casillas al refregarle detalles muy personales de su vida.
Detalles que sabía que eran verdad. El mismo dolor que sentía en el pecho se lo confirmaba. Pero no concebía que su marido la engañara. Aun así y debido a las palabras de aquel ser, la incertidumbre le embargaba el corazón hasta el punto de sentirse ahogada.
Decidida, avanzó a grandes pasos hasta la habitación de su esposo, entrando en ella sin llamar. Él estaba sentado en su escritorio, alumbrado por un par de velas. Apenas levantó la cabeza cuando ella entró.
- “Si ya está la cena, ve comiendo tú. Enseguida voy.”
Sí. Enseguida.
Igual de “enseguida” que las últimas noches. Noches de cena solitaria frente a la chimenea. Noches en las que desconocía a qué hora se acostaba él, si es que lo hacía. Golpeó fuertemente la mesa con ambas manos, inclinando su rostro hacia el de su marido.
- “Dime que me quieres.”
Él respondió sin levantar a mirada del libro que tenía ante sí.
- “Esa pregunta está de más. Ya sabes la respuesta.”
Le cruzó la cara con una sonora bofetada.
- “¡Maldita seas, Masoj! ¡Mírame a la cara y dime lo que te acabo de pedir!”
- “Pero… ¿a qué viene todo esto? ¿has perdido el juicio y te has vuelto loca?”
Sí. Loca del todo. Ese viejo la había llevado a un sinsentido con sus comentarios. Aquí no había nadie ni nada más que ellos dos, el escritorio, las velas y el libro de magia.
Magia…
Solo entonces comprendió el sentido de las palabras del anciano.
“No todas las infidelidades son con una dama. Ni todas las damas son mujeres.”
Las lágrimas resbalaron por sus mejillas mientras su mirada recorría las estanterías de la habitación. Todas ellas llenas de tratados sobre magia. Allí estaba el motivo del abandono al que había sido sometida por parte de él. El motivo por el cual le sentía cada vez más lejos. Tomó entre sus manos el libro de la mesa, observando sus páginas sin dejar de llorar. Su voz apenas era un susurro.
- “Por esto. Me estás abandonando por esto.”
- “Dean, creo que estás exagerando la situación. Yo solo…”
Ella no pudo contenerse por más tiempo y arrojó el libro contra él.
- “¡Aun has respondido mi petición! ¡Puedes quedarte con tu maldito libro si es lo que quieres! ¡Con ese y con todos estos!”
En su furia, arrojó sin dudar el contenido de todas las estanterías al suelo. El elfo oscuro contempló boquiabierto como ella se marchaba de la habitación tras su arrebato.
Allí quedó ella, observando la tormentosa noche a través de una de las ventanas mientras su mente retrocedía tiempo atrás intentado buscar en los recuerdos el calor que le faltaba en el presente. Unas manos se posaron suavemente sobre sus hombros. Manos que no pudo rechazar por más que lo deseara hacer.
- “No sé qué decirte, Dean. Yo…”
- “No me digas nada. A fin de cuentas, llevas años sin decirme nada. Años en los que apenas has salido de esa habitación, enfrascado entre páginas y páginas de esa ciencia que tanto te fascina. ¿Y yo? ¿Qué lugar ocupo yo ahora en ti? Quizás la tapa trasera del último libro que te falte por leer. ¡Qué imbécil he sido todo este tiempo!”
- “Pero ahora estoy detrás de ti.”
- “Sí. Pero sigo sin oír lo que te he pedido antes.”
Él la giró lentamente y la abrazó fuertemente contra sí.
- “Claro que te quiero, “Cantarina”. Muestra de ello será que todos esos libros saldrán de esta casa al amanecer del nuevo día. Lamento mi error. Mi gran error”
Y así permanecieron toda la noche. Abrazados junto a la ventana, intentando recuperar todo ese tiempo en el que se habían estado alejando el uno del otro cada vez más.
“… al estar ahora fuera del río del tiempo. De este nuevo presente. Craso error cometí al introducirme cada vez más en el mundo de la magia hasta llegar a sentirla recorrer por mis venas, teniendo la necesidad de acaparar todos sus efluvios cada vez más y más. Por ella llegué a destruir todo lo que molestaba a mi progreso. Tú misma fuiste destruida cuando intentaste detenerme al darte cuenta de en lo que me estaba convirtiendo. Mas cuando todo lo tuve, cuando todo estaba a mis pies gracias a la magia, me sentí solo. Solo en un mundo yermo y vacío en el que lentamente me iba consumiendo a mí mismo.
En ese momento te eché de menos. Pues igual de solo y vacío me encontraba la primera vez que nos vimos junto al lago, cuando me tomaste de la mano para caminar juntos de por vida.
Puse mis últimas fuerzas en este hechizo, intentando regresar a un momento del pasado en el que el camino pudiera ser cambiado de rumbo. Veo que mi cuerpo se torna transparente, en vías de desaparecer para siempre, pues el futuro al que pertenezco ya jamás se dará. Al parecer he tenido éxito, cosa que me reconforta antes de caer en el olvido eterno.
Ayer. Hoy. Mañana. Siempre tuyo.”
La tormenta se iba apaciguando lentamente, pues nadie quedaba por expulsar ya sobre la pequeña colina.
Por su nuevo cauce, el río del tiempo fluía con total normalidad.
Masoj Hun'ett
Masoj- Duque
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Fecha de inscripción : 21/10/2009
Re: El viejo.
no..yo... haz el favor de no hacerme llorar, ha sido muy emotivo drow!!!
Deanmaine- Dama-Dragón
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Localización : Camelot
Fecha de inscripción : 20/11/2009
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