Crónicas de una alcoba

ANHELO...


Anhelo sentirte cuando te acercas a mi por la espalda, sintiendo un escalofrío cuando la punta de tus dedos acaricia mi nuca...
Anhelo ese estremecimiento que recorre mi columna, cuando te vuelves mas osado y tus labios llegan al lóbulo de mi oreja, cuando el aliento cálido que sale de tu boca toca mi piel...
Ahnelo la manera deliciosa en que tu cuerpo se pega al mio, trasfiriendome todo su calor y su potencia...
Anhelo esa áurea de masculinidad que te envuelve, y la forma en que me gruñes al oido cuando caigo rendida a tu abrazo, y me recuesto cotra tu cuerpo...
Anhelo la forma en que tus manos acarician mi cuerpo y como vagan a voluntad buscando las partes mas sensibles de mi ser, haciedo que de mi garganta broten gemidos guturales, que te encienden como una tea...
Anhelo no sentir sobre mi cuerpo mas ropa que tu piel, cuando nos dejamos llevar por la pasión e incendiamos nuestras almas en una explosiva danza que nos deja agotados el uno junto al otro...
Anhelo el no poder estar tendida junto a ti, acariciando tu pecho, con mi cabeza sobre él, escuchando en silencio como tu corazón vuelve a latir a un ritmo normal, y como tu respiración vuelve poco a poco a su ritmo pausado y lento...
Anhelo el no tener tus labios a mi alcance, para poder alzar mi cabeza de tu pecho y darte un beso perezoso, para sonreirte después, con esa sonrisa que parece decir "ha sido maravilloso, pero me muero por repetirlo contigo"
Anhelo cuando te levantas de mi lecho y me miras con promesas de unos futuros encuentros de la carne cuando me miras ondular sobre la cama, haciendo esos movimientos que tanto te tientan y hacen que te arrepientas de dejarme sola...
Pero sobre todas las cosas, anhelo ese beso de despedida que me das que no es otra cosa que una promesa de que pronto te volverás a reunir conmigo, pues me extrañaras tanto que no dejarás que el tiempo pase en demasía antes de volver al salvaje abandono del que eres preso cuando mi cuerpo te envuelve y mis manos te enredan...

ODIO...

Odio la sensación de estar perdida que me invade cuando no estas a mi lado, cuando despierto y te has ido... con lo que me queda solo tu aroma en la almohada a mi lado y el poco calor de tu cuerpo que guardan las sábanas.
Odio la manera en que tus manos me torturan cuando te unes a mi en la cama... pues me despiertas con caricias osadas encendiendome poco a poco como una tea...
Odio cuando tus labios me torturan... cuando parece que vas a besarme y luego en el último momento se apartan de los mios... uno y otra vez... y otra.
Odio la forma en que me haces suplicarte que me tomes... cuando no puedo soprtarlo más y ondulo en la cama de tal forma que hasta el más mínimo roce de las sábanas de raso sobre mi piel me duele... temblando de urgencia.
Odio esa inquietud que me causa el echo de no tenerte cerca cuando mis manos claman por tocarte... cuando las palmas me duelen de deseos de acariciar tu piel... cuando todo mi cuerpo busca tu calor...
Odio cuando mis labios no hacen mas que repetir tu nombre... cuando mis labios solo recuerdan tu sabor... cuando en mi lengua tengo aun el regusto salado de tu piel...
Odio la vulnerabilidad que se apodera de mi cuerpo cuando juegas conmigo... cuando me vuelves maleable en tus brazos... cuando me haces perder el sentido y la realidad...
Odio el echo de que mi cuerpo siempre te extrañe... de que mi ser siempre te necesite... de que cada celula de mi ser ansie tenerte cerca... de que me colmes como solo tu lo haces... de que me des todo lo que necesito para ser feliz.
Pero sobre todo odio que me dejes por las mañanas, con un beso en los labios, con una sonrisa y una promesa de que volverás pronto... momentaneamente vacia...

... La calma que precede a la tempestad. El silencio ominoso que promete estallidos retumbantes en una lejanía de apenas unos centímetros. Tus ojos, clavados en los míos, titilando como luceros encendidos en un firmamento lleno de promesas silenciosas. El deseo, que ruge bajo la dulce apariencia de unos labios que rezan diciendo "te quiero"; y el inevitable roce de unas manos, las mías, que profanan el reino de tu ropa. Y cae al suelo.

... Perdido en la inmensidad oceánica de tu piel desnuda, tersa, suave. Oteo el horizonte, y diviso los volcanes donde duerme el Diablo que hace de tu cuerpo un templo de tentaciones. A ambos lados de mi mirada se yerguen las murallas de tus piernas que, tensas, aguardan con impávida parsimonia la dulce embestida del amor que late en el aire. El tiempo parece detenerse, el mar de deseos se agita con intranquila marejada. Tus jadeos, apagados, son las olas que rompen en mi orilla, y que me llaman para que navegue entre crestas. Tu cuerpo me reclama.

... Turgentes, de piel sedosa, de carne trémula, tus pechos tiemblan bajo el calor de mis yemas. Cruzo sus caminos, sus senderos, la curvatura lasciva que grita, con palabras de otras épocas, blasfemias irreverentes contra el Cielo que nos mira. ¡Pues que nos mire! Que abra bien los ojos, éste es el Paraíso, y no el que se esconde entre las páginas de ese Libro. Y tú, amor mío, eres mi Eva particular, la primera mujer en mi corazón, la primera en mi mente, la primera en mi vida... y también en mi muerte.

... Porque muero lentamente y a raudales, sabiendo que me amas, y que a mí te entregas. El cabello, dorado, que se escurre entre mis dedos, mientras tus labios sellan los míos con otro casi inaudible "te quiero". Una mano aferrando mi nuca, empujando para que no me separe, y devorar a mordiscos secos y calientes lo que el mundo nos ha hecho compartir. Tiras de mi labio inferior, besas casi con frenesí, y cuando creo que me tienes atrapado entre tu pecho y el infierno, se yergue triunfal el cetro de la dominación. Ahora sí, el calor empieza a subir.

... Y se sacude con espasmos, de salvaje y lujuriosa violencia, el amor que nos profesamos. Se suceden, en procesión continua, las idas y venidas de los cuerpos al chocar entre sí. Gloriosos susurros que se lanzan al viento, que yo atrapo con mis manos, y que tú te guardas muy adentro; tan adentro como la pasión que te regalo, y que tú me ofreces a cada momento... Dulce néctar, que brota como un manantial, cuando el clímax nos despoja de nuestros sentidos.

... Ruge la tempestad en la distancia, a pocos centímetros. Tu leve pecho, que sube y baja con apresurada agitación; el mío, que se eleva para después bajar con mayor lentitud. Descansa, vida mía. Descansa, me tienes a tu lado. Moriré contigo... de amor desinhibido, de amor desenfrenado.

Como puedo llegar a demostrar lo mucho que mi cuerpo ansía tus caricias, si desde el mismo momento que te tengo a mi lado mi respiración se acelera y mi corazón late a otro ritmo?
Y como puedo explicar el dolor que se apodera de mis manos por el simple deseo de acariciar tu piel desnuda? Pues las manos me duelen si no puedo tocarte...
Como decirte lo mucho que te quiero si mis labios duelen de deseo de besarte, y mi lengua arde por lamer tu piel, por buscar el sabor salado de tu hombro... mientras mis dientes agarran tu carne con fuerza, para poder guardar tu sabor en mis papilas gustativas...
Dios... y mi piel... que duele por no poder notar la calidez de tu cuerpo, pues ahora puedo decir que soy adicta a ti...
Y la culminación de todo viene cuando no puedo aguantar más, y mis manos se trasforman en garras al arrancarte la ropa, pues esa fina capa de tela se interpone entre tu y yo... entre mi cuerpo y el tuyo, pues ansío fundirme en uno contigo desde el mismo momento en que te diviso, y mi cuerpo reacciona, de una forma que no te pudes imaginar...
Qué manera de doler, pero es un dolor punzante, sobre todo en mis quijadas, pues no te tengo para poder calmarme, pero recuerdo cada momento pasado junto a ti en un lecho... y mi líbido se dispara.
Recuerdo la manera en que nuestros cuerpos se funden, y ello me lleva al paroxismo del deseo, y es tan intenso, que duele si no puedo calmarlo, pero ahí estás tú... para hacerme llegar al cielo.
Noto como entran en calor partes de mi cuerpo, con el sólo hecho de tener tus ojos posados en ellas, pues es como si tu mirada me trasfiriera calor, me quemara allí donde toca, y sólo la frescura de tus manos, puede aliviarme.
No puedo evitar pensar en las salvajes acometidas de tu cuerpo... colmándome una y otra vez... y otra... y otra... aferrada a tu cuerpo resbaladizo, gimiendo cada vez más fuerte, mientras mi ritmo cardíaco se acelera, y mis entrañas se funden, rodeandote con mis piernas.
Como mi carne se abre para darte paso, y mi cuerpo se convierte en tu esclavo, privada de razón, convertida sólo en un mar de sensaciones... todas y cada una de ellas provocadas por tu contacto...
La sensación de tu dulce tortura, cada vez que tus manos parecen aprenderse la anatomía de cuerpo, como si quisieran grabarla en su memoria, una y otra vez, pasando por las zonas más sensibles de mi cuerpo, que yo retribuyo con salvajes jadeos... o con simples susurros guturales, que parecen enloquecerte...
Y lo que disfruto cuanto te tengo bajo mi cuerpo, acariciando todo resquicio de piel desnuda que cae bajo las yemas de mis dedos, pues sabes que mi boca va detrás, y voy a hacerte gemir como nunca... y eso me eleva a plano superior, en el cual pierdo la cordura, y mi lujuria se apodera de mi raciocinio, sabiendo que sólo volveré a ser yo cuando tu cuerpo me posea...
Adoro el momento en el cual te encajas entre mis piernas, y tu cuerpo me oprime sobre el colchón, demostrandome que en ese momento exacto, te pertenezco... que tanto mi cuerpo como mi mente son tuyos, y que sabes que te vas a llevar un trozo de mi alma, llevada al éxtasis del placer...
El momento en el que alcanzamos la culminación juntos, y te derramas en mi ser, abrazados en el lecho, mientras nos susurramos palabras de amor, oyendo como nuestra respiración acelarada vuelve poco a poco a la normalidad, sonriendo por la experiencia compartida, por la intimidad que nos embarga, por esa fracción de segundo en el que el tiempo se detiene, sólo para nosotros...
Nos embarga el sueño, más por el cansancio de nuestros cuerpos que otra cosa, pues la mente sigue inmersa en todo aquello que acabamos de compartir... y amo el momento en el cual nos cubres a ambos con las cobijas de la cama, dandome un leve beso en la comisa de mis labios, relajado, lánguido... con esa sonrisa perezosa en tus labios, mientras me acurrucas junto a tí, abrazandome de tal forma que me haces sentir como una posesión valiosa, temeroso de perderme... mientras me voy sumiendo en un dulce sueño... en el cual soy tuya, y de nadie más.

... "Tengo una sorpresa para ti". Suena bien, ¿verdad? Ya lo creo que sí. La venda, suave y negra, que ciega tu mirada de luz de luna durante el tiempo que dura el secreto velado. ¿Qué es lo que escondía mi mirada traviesa? Nada sabes por ahora. No, hasta que yo decida revelarlo. Avanzas por el pasillo, cogida de mi mano. Todo es oscuridad. Pero no necesitas ver nada.

... Y si no lo necesitas, es porque tus dedos están enredados con los míos. ¡Ah, si pudieras mirarme a los ojos! Descubrirías un leve fulgor, un brillo enigmático. El deseo se agolpa en mis sienes, aprieta con tal fuerza que creo que no seré capaz de aguantar en esta pose misteriosa por mucho tiempo más. Te miro. De arriba abajo. Recorro cada traza de tu silueta con un vistazo intenso. La dulce curvatura de mi anhelo, el impúdico reino que se adivina bajo la escasa ropa que llevas. Yo te veo, pero tú a mí no. Y, de forma instintiva, sabiendo lo que aguarda al final de este viaje, te muerdes con contenido fervor el labio inferior. Y yo... te miro.

... "Déjame mirar ya", sugieres presa de la ansiosa lascivia, que inflama tu corazón y el mío. Oigo el tambor de tu pecho, clamando guerra en cada latido. ¡Qué largos se me antojan los pasos por este pasillo! Sigues sin ver nada. Para ti, todo es oscuridad impenetrable, negra como el azabache. Mas, de repente, algo llama tu atención. No puedes usar tus ojos, pero da igual: lo hueles. Algo flota en el ambiente. Es dulce, fragante, embriagador. Conozco tus gustos, sé qué es lo que te hace estremecer. Y me aprovecho de ello.

... "¿Ya?", preguntas. ¡Qué ansiosa pareces! Sabes lo que va a pasar, y estás a punto de empezar a jadear. Suelto tu mano por sorpresa. Pero, aunque libre, no vas a retirarte la venda. No. Ya me notas detrás de ti, con mi pecho pegado a tu espalda, y mis manos sobre tus hombros. "Ya", te respondo por fin. Cae la venda, pero la oscuridad sigue siendo casi total. He apagado las lámparas, y sólo algunas velas espantan las sombras.

... "Ahh...", es el único sonido que escapa de tus labios, cuando mi mano retira el cabello de tu piel, y mis dientes arañan con levedad tu cuello. Estiras el brazo, y acaricias mi cara con tu mano. Travieso, poso una de mis manos en las turgentes líneas de tu feminidad, apretando con un deseo cada vez más ardiente. Silencio. Escucho tu apagado jadeo, y el palpitar de tu corazón acelerado. Le doy alas, entonces. Aprieto mis dientes contra tu garganta, como si quisiera parecerme a los oscuros amantes que tanto te cautivan. "He cruzado océanos de tiempo, para encontrarte", me oyes decirte al oído. Ahora sí, tu cuerpo responde bruscamente. Tu frente se ha perlado de sudor. Ardes. Y yo contigo.

... Huele a canela. Y a pasión. Los dos lo percibimos. Tu ropa es la primera en caer, y me permites contemplarte en toda tu angelical y pálida magnificencia. Eres la viva imagen de las diosas antiguas. Sé que no compartes mi opinión. Pero me da igual. Eres una princesa de cabellos dorados y ojos llenos de luz. Labios sonrosados que prometen un castigo divino, y una libertad casi infernal. Cielo e Infierno, diosa y diabla a la vez. ¡El Paraíso brilla en tu sonrisa, y el Infierno de tus piernas reclama mi condena!

... Cae mi ropa al fin. Nada hay que no hayas visto antes, pero te estremeces como la primera vez. Tu deseo ruge en tu interior. El mío brama en cada gesto. Se ha detenido el tiempo, ¿verdad? Yaces sobre el lecho, debajo de mi cuerpo. Cubiertos los delicados senos por los revueltos cabellos que caen en cascadas de oro sobre tu delicado talle. La noche nos observa. ¡Silencio, oscuridad! ¡Aléjate, melancolía! Hoy, la pasión es suya, y es mía. Se oyen susurros en el aire, perdidos entre los gemidos y los suaves jadeos. Sudamos. Giramos. Mordemos, arañamos, nos estremecemos. Tú debajo de mí. Yo, dentro de ti. La cúspide de los sentidos, el luminoso instante en que el éxtasis nos arranca del mundo y, como elevados por diáfanas alas, recorremos los efímeros senderos del clímax desenfrenado. Se oyen susurros en el aire: