Twin Falls. Agosto de 1868. Segunda semana.
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Jonathan_Atwood
Pallas_Atenea
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Camelot :: Fortaleza :: Mundos Paralelos
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Twin Falls. Agosto de 1868. Segunda semana.
Lunes, 5 de agosto.
Roxane se asomó a la ventana del primer piso del burdel. La noche estaba muy tranquila, lo que solía ocurrir los primeros días de la semana, ya que la mayoría de los hombres se habían fundido el dinero el viernes y el sábado. Aburrida, decidió salir a dar una vuelta y acercarse a ver el ambiente del Saloon, tal vez ahí encontrase algún cliente potencial. Se echó un chal de color verde botella por los hombros y salió a la calle, dejando a sus chicas al frente del negocio, sabían valerse por ellas mismas.
En el Saloon, Minerva paseaba de una mesa a otra de las tres que había ocupadas, cruzando bromas y comentarios con los clientes habituales. Incluso con algunos se tomaba la licencia de beber un sorbo de su vaso. Las chicas sabían que cuando eso pasaba, significaba que esa copa corría por su cuenta. En esos momento se encontraba junto a una timba de póker, apoyada en el respaldo de una de las sillas, "apoyando" al jugador que la ocupaba. Era una noche muy tranquila, sólo estaban los de siempre.
Los de siempre o puede que que alguien más porque el señor Atwood se estaba planteando si regresar al saloon para dejarse ver allí como cualquiera de los habitantes del pueblo. Estaba decidido a sobreponerse a los comentarios ajenos, a romper con las ideas impuestas acerca de su personalidad, sus rarezas y demás chorradas. Al fin y al cabo, era uno más de Twin Falls y no tenía sentido llevar la vida de un anacoreta. Anacoreta. ¿Quién demonios aparte de la señorita Williams sabría el significado de esa palabra? Era frustrante sentirse tan ajeno del lugar donde había crecido, pero estaba seguro de que había algún modo de integrarse. Sólo tenía que probar e insistir, no podía claudicar a la primera. Al igual que Roxane Cooper, Jonathan pensó que esa noche sería adecuado meterse en el saloon de la madre de Tom.
Era una noche extraña, pues para ser lunes, no era normal que los dos hermanos O'Shaughnessy estuvieran en el Saloon al mismo tiempo. No hay que interpretar con ésto que se llevasen mal, al contrario. Pero Setanta no podía concentrarse en sus partidas si Seo bebía, y éste para guardarle las espaldas a su hermano menor tenía que estar sobrio, cosa que odiaba. Hoy le tocaba el turno a Set de estar pendiente del otro beodo, que ahogaba sus penas desde aquella tarde y para esas alturas estaba más que pasado de rosca. Al irlandés le quemaban las palmas de las manos por apostar cuánto tiempo tardaría en liarse a hostias con un parroquiano de por allí, pero se abstenía. Seosamh seguro que se había gastado el jornal de los dos. La mirada de reproche a Minerva fue bien merecida, pues debería de haberle cortado el grifo a esas alturas.
Roxane empujó las puertas del Saloon y entró con decisión. Siempre caminaba de esa forma tan típica de las mujeres de su gremio, con un suave balanceo de caderas que esperaba que sirviese para que más de uno de los presentes se volviera para mirarle el trasero. Repasó la estancia con ojos felinos, siempre alerta, nunca se sabía dónde iba a haber un cliente. Tras atravesar el local, decidió sentarse en uno de los taburetes de la barra, cruzando las piernas y dejando a la vista sus pantorrillas al subirse ligeramente la falda del vestido.
Minerva arqueó la ceja, en respuesta a la mirada de Setanta. ¿Qué quería que hiciese? Hacía un momento estaba bien. Y ya le había quitado la botella. Se la señaló, casi entera, en la estantería. Sin embargo, la apertura de las puertas atrajo su atención. Siempre miraba hacia la entrada si se percataba de la llegada de alguien, para saludarle como correspondía. Aunque en ese caso, no le hizo mucha gracia que fuese Roxane. No tenía nada contra ella, pero sus clientes no iban allí a buscar los servicios que ella ofrecía y no quería que se ofreciesen en su local. Su Saloon podía ser un lugar de borrachos y jugadores, incluso alguna de sus bailarinas, alguna vez, había acabado enredada con algún parroquiano, pero, ella prefería desvincularse. Aun así, sonrió.
-Buenas noches, Srta Cooper, ¿qué le trae por aquí?
Jon giró sobre sus talones. ¿Pero qué diantres se le había perdido a él en el saloon? Nada, absolutamente nada. Aquel no era su lugar, no podría confraternizar con sus vecinos borrachos ni entablar una conversación que para ellos resultara interesante. No conocía los juegos de naipes, no sabía combinaciones alchólicas y, por supuesto, no se sentía cómodo bajo esas miradas que le hacían sentirse tan asqueroso como un escarabajo pelotero. No, regresaría a su solitaria casa y leería hasta que se le cansaran los ojos. Era el plan que seguía todos los lunes, los martes, los miércoles y, en fin, cualquier día de la semana. Jon se sintió abrumado por nada. Estaba harto de sí mismo y de su manifiesta indecisión. A pesar de hacer un ridículo galopante si alguien lo observaba, volvió a darse la vuelta y apuró el paso hasta el saloon. Abrió las puertas antes de arrepentirse nuevamente, se enderezó y observó a los feligreses con una expresión neutra. Había empezado a sudar y le ardía el estómago, pero no iba a salir corriendo. Era uno más. Esta vez no dedicó ningún absurdo saludo en general, a pesar de que eran menos, sino que se encaminó hasta la barra donde suponía que era el mejor lugar para beber algo cuando no se gozaba de compañía alguna. Allí había una dama que de espaldas no identificó, aunque la saludó cuando tomó asiento. La conocía de vista, pero no tenía ni idea de quién era. No le importaba. Tenía que centrar todos sus esfuerzos en aguantar el tipo. Podía estar ahí.
Setanta puso los ojos en blanco; Seo había comenzado a roncar sobre la mesa dónde estaba sentado. Iba a necesitar café, mucho café para sacarlo de ahí. Porque a cuestas no lo llevaba ni Dios bajado del cielo. Menuda mole de persona era su hermano. Iba a levantarse para pedir a Sidney que lo ayudase cuando aquellas dos personas hicieron su singular aparición en el Saloon. La típica sonrisa de leprechaun travieso hizo aparición en el semblante de Set.
-Bien, bien, Minerva. Diversificando el negocio -se cambió el palillo a la comisura contraria y tamborileó con sus largos dedos en la barra-. Eres una mujer inteligente.
La madame le dedicó una sonrisa a la señora Dalton. Con sus buenos 30 años y tras más de 10 de carrera, estaba acostumbrada a ser tratada de forma ligeramente despectiva por la gente decente de Twin Falls. Era consciente de que su presencia en el Saloon no era del todo bien recibida y de que la señora Dalton no quería formar parte de sus actividades comerciales, sin embargo, su personalidad despreocupada y libertina le impedían sentir cualquier tipo de remordimiento.
-Buenas noches, querida Minerva. La noche se prestaba a venir a dar una vuelta, espero que no te importe.
Cuando el telegrafista hizo su entrada, la sonrisa de Roxane se acentuó. Y aún más cuando tomó asiento en la barra, junto a ella. Girando sobre sí misma, se colocó frente a frente con Jon, lanzándole una mirada traviesa.
-Buenas noches, cielo. ¿Me invitas a una copa?
Minerva le habría dado una colleja a Setanta, pero era una mujer sensata y tranquila. No quería ampliar su negocio, pero tampoco quería montar un numerito que ahuyentase a los clientes. Eran mujeres, ambas podían jugar al juego de la hipocresía.
-Oh, no, querida, tú eres siempre bienvenida a mi local, siempre y cuando vengas a divertirte y no a trabajar. ¿Una copa?
Por suerte, la presencia del telegrafista vino a romper un poco la tensión.
-Vaya. ¡Qué agradable sorpresa, Sr. Atwood!
La impresionante delantera de Roxane Cooper hizo que se declarara un incendio en las mejillas del telegrafista, que hizo un esfuerzo por apartar la mirada de allí y ponerla en la cara de la mujer. Le había llamado "cielo", sin conocerlo de nada, sin sentir una pizca de cariño hacia él. Sabía qué clase de personas eran las que obraban así.
-B-b-bu... -Se mordió el labio inferior, contó hasta tres y lo volvió a intentar-. Buen-nas noches, señora Dalton -Le dijo a Minerva en cuanto ésta le saludó con una alegría que no detectaba como falsa. Eso le ayudó a serenarse un poco-. Sí... Quería beber algo. Y la s-s-señorita también-. Expresó señalando a Roxane sin mirar a nadie más del local para no derretirse ahí mismo del apuro. Se arrancaría la lengua si pudiera. Prefería ser mudo que tartaja, pero no sus nervios nunca tenía consideraciones con él-. L-lo que quiera.
-Pero no deje que le saque los cuartos al pobre telegrafista, Minerva -dijo Setanta.
No tenía cosa mejor que hacer, y le aburría bastante estar allí sentado escuchando la orquesta sinfónica de los ronquidos de su hermano, en total desarmonía con el piano. Y aquella situación le distraía bastante. Situado en el otro extremo de la barra, con un costado dando para la puerta, el otro dejando las escaleras que subían al piso superior a sus espaldas, Setanta tenía un buen panorama del local. La partida de cartas era demasiado lenta para su avispado intelecto, y las conversaciones no le informaban de nada interesante. ¡Qué le hubiera gustado pillar a alguien hablando del robo...! Escupió el masticado mondadientes y se sacó otro del bolsillo de su vieja camisa oscura, metiendo la mano entre el chalequillo de piel de borrego y la prenda. Antes de introducírselo en la boca, vislumbró a Sidney en el fondo, a la que llamó con un penetrante silbido. La mestiza le hizo un corte de mangas. ¡Ni que fuese una cabra y él el cabrero!
Roxane observó divertida el patente nerviosismo del joven. No se le conocía novia alguna, aunque había sido visto tomando algo con la nueva maestra, aquella señoritinga estirada. Y desde luego nunca había visitado su negocio. Lo más probable era que el pobre todavía no hubiera catado una mujer. Ignorando el comentario de Setanta y sólo por divertirse, se inclinó un poco más hacia Jon, dándole una buena perspectiva de su ya por sí escotado pecho.
-Lo que quiera, ¿eh? Un whisky, por favor, Minerva. De momento... -Guiñó un ojo al joven al añadir esto último-. Esta noche estoy sedienta.
Minerva puso los ojos en blanco. Pobre Jonathan. Había elegido el peor día y el peor momento para aparecer. colocó en la barra dos vasos cortos y llenó uno con whisky para Roxane. Iba a preguntarle al telegrafista qué quería él, pero apenas le miró a la cara, le llenó el vaso de whisky sin preguntar. Iba a necesitar un copazo. O dos.
Si la mujer estaba sedienta, había ido a un buen sitio para calmar sus necesidades. Sin embargo, si aquellos movimientos buscaban despertar en él un interés más allá de lo adecuado para con una convecina, iba por mal camino. Jonathan volvió a mirarle el escote con alborozo y luego fijó su vista de nuevo en el vaso.
-No se preo-ocupe, s-señor O'Shaughnessy. Sé cuidar de mi d-dinero -Y lo empleaba como le venía en gana-. ¿Q-Q-Quiere... qu-quiere tom-mar algo usted t-también, uhm? -Preguntó sin mirarle.
No se atrevía a encontrarse con la cara de ninguna persona, ni siquiera con la de Minerva_Dalton. Sabía que si lo hacía se fundiría.
-Yo no bebo -Declaró Setanta, categóricamente.
Y era verdad. El alcohol nublaba el juicio, y a Setanta le gustaba tener la mente ágil. Su constante manía de mantenerse sobrio les había sacado a él y a sus hermanos de más de un aprieto. Sobre todo a Seosamh.
-Minerva, viendo que tu bailarina más morena prefiere no hacerme caso, ¿tendrías la bondad de poner una cafetera al fuego? -Preguntó, con tono de resignación-. Si no, saco a Seo rodando como un tonel. Necesitaría un palo, de todas formas -Se rascó la barbilla-. O un tronco, pensándolo mejor. ¿Tienes troncos?
Roxane robó su whisky. Tenía que reconocer que ese matarratas era mejor que el que servía en su local, claro que ella lo incluía en los precios y si algo detestaba era perder dinero. Descruzó las piernas para volver a cruzarlas hacia el lado contrario, mientras se volvía hacia Setanta.
-Vas a tener que hacer algo de provecho con tus hermanos, cariño. Y acércate un poco, no muerdo... Casi nunca.
Minerva meneó la cabeza, dejando la botella al alcance de Jonathan.
-Si quiere más, sírvase -explicó antes de dirigirse a Setanta-. Setanta... ¿Tengo pinta de tener troncos en el local, aparte de los que están llenos de whisky? -los de la chimenea, claro, pero esos eran demasiado pequeños y no le iban a servir. Y en esos días, obviamente, no estaban en el interior, sino en el patio trasero-. Voy a preparar ese café. Vigila que no se monte jaleo mientras no estoy.
Y salió de detrás de la barra para meterse por la puertecilla que daba acceso a una pequeña cocina.
Jonathan se sintió tentado a preguntarle cómo era que seguía vivo si "no bebía", pero nunca iniciaba una broma, por muy ingeniosa, apropiada o graciosa que fuera, por miedo a que desembocara en algún insulto que, cómo no, iría dedicado a su inexistente virilidad.
-C-c-como qui-quiera -Contestó buscando un distinguido aire de indiferencia que el titubeo le arrebató. Sujetó el vasito con la mano derecha, en alto, mientras lo observaba preguntándose si eso lo podía considerar como una medicina para sus nervios y el motor de la sociabilización. De momento, estaba funcionando. Tenía que ver al doctor de todos modos. Imitando a su invitada, le dio un trago al vaso y disimuló lo asqueroso que le resultó como pudo. Una tos normal podía sobrevenir en cualquier momento, nadie notaría nada. Dejó el vaso de nuevo en la barra y miró la botella con desesperación. No pretendería Minerva que se la bebiera, ¿verdad? Porque ese whiskey era la cosa más repugnante que se había metido en la boca. Ni siquiera sus incursiones culinarias habían acabado jamás tan mal. Carraspeó-. Es f-f-fuerte. M-me gusta -Se dio unos golpecitos en el pecho a causa de un ardor.
[Nota de Minerva: ¡¿Qué os pasa a todos con mi whisky?! Para no gustaros a ninguno, bien que os hartais. Panda de borrachos. ¬¬
XD
Esta vez va sin colores, lo siento. Se los pondré si puedo más adelante. =)]
Pallas_Atenea- Homo-repartidora de nubes rosas
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Re: Twin Falls. Agosto de 1868. Segunda semana.
Conversación entre Minerva y la maestra. Pendiente de edición.
Abs, mi vida, si ponemos aquí lo que has puesto tú y en el tuyo lo que tengo que poner yo aquí, lo tenemos en orden, te parece? De todos modos, te lo comento cuando te vea en el canal.
Loviu. :*****
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Última edición por Pallas_Atenea el Jue Ago 08, 2013 12:06 pm, editado 1 vez
Pallas_Atenea- Homo-repartidora de nubes rosas
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Continuación de la noche del lunes
[Falta una parte que recopiló Absenta]
***
(La madame estaba más que acostumbrada al alcohol, obviamente, iba con su oficio. Bebió la mitad de su vaso de whisky y lo apoyó con delicadeza en la barra, dejando que su dedo índice resbalase por su borde, haciendo un círculo tras otro.) Y dime... ¿Sabes algo del robo? Supongo que tendrás acceso a información privilegiada por tu trabajo... (Realmente parecía interesada. No pasaban muchas cosas en Twin Falls y le gustaba permanecer informada.)
(El telegrafista se despidió de Setanta O'Shaughnessy sin lamentar su marcha. Si bien era cierto que la mujer que tenía al lado le intimidaba, le parecía menos peligrosa y dañina que el irlandés. A ella no se le ocurriría insultarle, no por una cuestión de decoro, sino por profesionalidad. Tal vez aún pensara que podía sacar algo de él.) ¿I-In...formación pr-privleg-giada? (Sonrió. ¿Qué esperaba ella, que uno de los bandidos se hubiera acercado a la oficina para telegrafiar con orgullo el éxito de la operación? Lo habría denunciado y, entonces, habría sido un héroe para el pueblo. Se sintió desgraciado de nuevo y se castigó con un trago de ese espantoso líquido.) No. Sé lo m-mismo que to-todo el mundo. ¿Y us-usted? Podría detectar si a-algún ... (Se calló. No quería hablar del trabajo de la mujer. No era adecuado. En ese momento, Frederick Hynes entró ya medio borracho. Quería terminar la noche con un alcohol más fino.) ¡¡Eeey!! ¡Señor Atwood! Jon... Jonny. Estás irreconocible. La señorita Williams primero y ahora a Roxy. (Saludó a la mujer alzando la mano derecha y se subió a uno de los taburetes.) Y whiskey... Uuh... Mañana no vas a poder telegrafiar una m1erda. ¿Te importa? (Le quitó el vaso. Jon no se opuso.)
(Roxy le lanzó una sonrisa coqueta a Hynes, al fin y al cabo, eran viejos conocidos.) Buenas noches Freddy, qué alegría verte. (No estaba contenta con la llegada del cartero, se había encaprichado con el joven telegrafista. Din embargo, como la mujer pragmática que era, decidió que tal vez su llegada le vendría bien para sacar un dinero que no tenía previsto.) Precisamente estábamos charlando sobre el robo. Iba a decirle a Jon que se escuchan muchos rumores, perro una nunca sabe de quién fiarse.
La alegría es mutua. (Respondió de inmediato el cartero y "dueño" de la oficina. Dejó a Jon en el medio; de esa manera, podía inclinarse hacia delante y verle el buen escote a Roxane_Cooper sin parecer un baboso pervertido.) ¿El robo? ... Ya me gustaría saber a mí quiénes fueron esos cabrones. Que roben, vale, es una jodienda para el pueblo, pero, ¿cargarse al sheriff? (El tema envalentonaba a Frederick que se ponía a protestar y a insultar sin el menor control. Se metió otro vaso en el cuerpo y la rellenó para devolvérsela a Jon.) Bebe, hombre, bebe. Que te hace falta espabilar un poco, ¿eh, Roxy? (Le sonrió entre dientes. Jonathan no quería más, y ahora que Setanta no estaba allí para intimidarle con su presencia irlandesa, podía declinar la oferta sin ser descortés, pues la señorita "Roxy" -nadie se la había presentado- parecía hacer buenas migas con Freddy.) No me encuentro m-muy bien. (Anunció Jon en voz baja, con timidez.) Será mejor que me retire... (No se acordó de pagar la botella, pero no tenía ningún problema en arreglar las cuentas más tarde con Minerva. Quería salir del Saloon y encerrarse en su casa. El contacto con aquella mujer, sus "cielos" y el whiskey habían sido demasiado para esa primera noche. Se sentía tan mal que estuvo a punto de pedirle a Frederick que lo acompañara, pero ya ntuía cuál iba a ser su respuesta, así que lo dejó y se despidió de ambos. Caminaría despacio. Frederick bufó y luego se rió.) Qué delicado. Menos mal que no todos son así, ¿eh? (Dijo mientras miraba significativamente a Roxane_Cooper.)
(Rió levemente, viendo cómo el joven Atwood se alejaba despacio. En el fondo le había dado un poco de pena, aunque todavía no había abandonado la idea de curtirlo. Entre tanto, se dedicaría a otros mesesteres. Se puso de pie y le tendió su pequeña mano al cartero.) Desde luego. (Le guiñó un ojo, coqueta.) Ven, acompáñame a casa.
(Cuando Frederick Hynes estaba borracho, su voluntad se veía comprometida y si a eso se le añadía la garantía de un polvo, entonces ya está, caía en el bote como un tonto.) ¿A casa? Roxy, Roxy... (A él tampoco se le ocurrió pagar por la botella, pero aprovechó, en un despiste genérico, para engancharla por el cuello y llevársela. Esa noche haría un trío con dos damas.)
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(La madame estaba más que acostumbrada al alcohol, obviamente, iba con su oficio. Bebió la mitad de su vaso de whisky y lo apoyó con delicadeza en la barra, dejando que su dedo índice resbalase por su borde, haciendo un círculo tras otro.) Y dime... ¿Sabes algo del robo? Supongo que tendrás acceso a información privilegiada por tu trabajo... (Realmente parecía interesada. No pasaban muchas cosas en Twin Falls y le gustaba permanecer informada.)
(El telegrafista se despidió de Setanta O'Shaughnessy sin lamentar su marcha. Si bien era cierto que la mujer que tenía al lado le intimidaba, le parecía menos peligrosa y dañina que el irlandés. A ella no se le ocurriría insultarle, no por una cuestión de decoro, sino por profesionalidad. Tal vez aún pensara que podía sacar algo de él.) ¿I-In...formación pr-privleg-giada? (Sonrió. ¿Qué esperaba ella, que uno de los bandidos se hubiera acercado a la oficina para telegrafiar con orgullo el éxito de la operación? Lo habría denunciado y, entonces, habría sido un héroe para el pueblo. Se sintió desgraciado de nuevo y se castigó con un trago de ese espantoso líquido.) No. Sé lo m-mismo que to-todo el mundo. ¿Y us-usted? Podría detectar si a-algún ... (Se calló. No quería hablar del trabajo de la mujer. No era adecuado. En ese momento, Frederick Hynes entró ya medio borracho. Quería terminar la noche con un alcohol más fino.) ¡¡Eeey!! ¡Señor Atwood! Jon... Jonny. Estás irreconocible. La señorita Williams primero y ahora a Roxy. (Saludó a la mujer alzando la mano derecha y se subió a uno de los taburetes.) Y whiskey... Uuh... Mañana no vas a poder telegrafiar una m1erda. ¿Te importa? (Le quitó el vaso. Jon no se opuso.)
(Roxy le lanzó una sonrisa coqueta a Hynes, al fin y al cabo, eran viejos conocidos.) Buenas noches Freddy, qué alegría verte. (No estaba contenta con la llegada del cartero, se había encaprichado con el joven telegrafista. Din embargo, como la mujer pragmática que era, decidió que tal vez su llegada le vendría bien para sacar un dinero que no tenía previsto.) Precisamente estábamos charlando sobre el robo. Iba a decirle a Jon que se escuchan muchos rumores, perro una nunca sabe de quién fiarse.
La alegría es mutua. (Respondió de inmediato el cartero y "dueño" de la oficina. Dejó a Jon en el medio; de esa manera, podía inclinarse hacia delante y verle el buen escote a Roxane_Cooper sin parecer un baboso pervertido.) ¿El robo? ... Ya me gustaría saber a mí quiénes fueron esos cabrones. Que roben, vale, es una jodienda para el pueblo, pero, ¿cargarse al sheriff? (El tema envalentonaba a Frederick que se ponía a protestar y a insultar sin el menor control. Se metió otro vaso en el cuerpo y la rellenó para devolvérsela a Jon.) Bebe, hombre, bebe. Que te hace falta espabilar un poco, ¿eh, Roxy? (Le sonrió entre dientes. Jonathan no quería más, y ahora que Setanta no estaba allí para intimidarle con su presencia irlandesa, podía declinar la oferta sin ser descortés, pues la señorita "Roxy" -nadie se la había presentado- parecía hacer buenas migas con Freddy.) No me encuentro m-muy bien. (Anunció Jon en voz baja, con timidez.) Será mejor que me retire... (No se acordó de pagar la botella, pero no tenía ningún problema en arreglar las cuentas más tarde con Minerva. Quería salir del Saloon y encerrarse en su casa. El contacto con aquella mujer, sus "cielos" y el whiskey habían sido demasiado para esa primera noche. Se sentía tan mal que estuvo a punto de pedirle a Frederick que lo acompañara, pero ya ntuía cuál iba a ser su respuesta, así que lo dejó y se despidió de ambos. Caminaría despacio. Frederick bufó y luego se rió.) Qué delicado. Menos mal que no todos son así, ¿eh? (Dijo mientras miraba significativamente a Roxane_Cooper.)
(Rió levemente, viendo cómo el joven Atwood se alejaba despacio. En el fondo le había dado un poco de pena, aunque todavía no había abandonado la idea de curtirlo. Entre tanto, se dedicaría a otros mesesteres. Se puso de pie y le tendió su pequeña mano al cartero.) Desde luego. (Le guiñó un ojo, coqueta.) Ven, acompáñame a casa.
(Cuando Frederick Hynes estaba borracho, su voluntad se veía comprometida y si a eso se le añadía la garantía de un polvo, entonces ya está, caía en el bote como un tonto.) ¿A casa? Roxy, Roxy... (A él tampoco se le ocurrió pagar por la botella, pero aprovechó, en un despiste genérico, para engancharla por el cuello y llevársela. Esa noche haría un trío con dos damas.)
Jonathan_Atwood- Criado
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Fecha de inscripción : 05/08/2013
5 agosto - Tarde
Seosamh tenía una pena. Y cuando algo le picaba en el cuero cabelludo y en aquel pecho ancho como un armario de dos puertas que tenía, bebía. Bueno. Siempre bebía, pero en exceso solo cuando se le metía una mujer en la poca sesera que había bajo aquel corto cabello rubio. Tampoco le hacía falta mucho aliento, la verdad. Por eso, desde que la Srta. Williams había acudido hacía mes y medio a la serrería con los niños como excursión educativa, un simple fijarse en el meneo de sus faldas había bastado para que Seo se portara como un borrego enamorado desde aquel entonces. Tampoco es que lo predicase a los cuatro vientos, porque si algo era la maestra de Twin Falls es una mujer respetable. Alzó aquel brazo que tantos golpes había repartido en su vida y que tanto peso habían levantado para dejar caer la mano abierta sobre la barra del Saloon. Era la segunda botella de whisky que se acababa, y aún no iba muy borracho. Es lo que tiene ser irlandés, o eso pregonaba cuando le dejaban.
- ¡Minerva! Estoy seco.
La aludida frunció el ceño ante su alto tono, pues estaba prácticamente pegada a él, sentada en uno de los taburetes que había colocado tras la barra, con las piernas cruzadas bajo la abultada falda. Le miró unos instantes antes de soltar un hondo suspiro.
- O'Shaughnessy -. Le hablaba por el apellido cuando se ponía seria con él, igual que hacía con el resto de habituales del local. -, ¿vas a decirme de una buena vez qué es lo que te tiene vaciándome las estanterías? Porque sé que de por sí ya eres bastante borrachuzo, pero más de dos botellas es que te pasa algo. -. No obstante, se levantó y fue a por otra. Y un vaso corto para acompañarle ella con una copa.
El irlandés aguardó hasta tener la botella cerca para contestar. El licor primero, socializar, después.
- Que no te quieres casar conmigo, Minny, y eso me deja destrozado.
Sabía que no le gustaba mucho el apodo, pero a él le tocaba más las pelotas que lo llamasen O'Shaughnessy. Se había criado con tantos hermanos que odiaba perder su individualidad mediante un apellido, por muy orgulloso e él que estuviese. Vació una, dos y hasta tres copas de un tirón. Gruñó, y enseñó los dientes cuando pudo al fin sentir como el whisky le quemaba las entrañas. Matarratas... ¡Qué daría él por un whisky de malta tostada, hecho con agua del precioso Boyne!
- ¿Y Sid? -. A ver si así desviaba a la Sra. Dalton de su objetivo, porque cuando daba con algo, era como un sabueso persiguiendo una presa.
Minerva puso los ojos en blanco y resopló.
- Eres imposible, Seo. Pídemelo bien y tal vez me lo plantee. –Apoyó el antebrazo, cubierto de encaje negro desde el nacimiento de los dedos hasta medio palmo por encima de la muñeca. - Sid está con las chicas, no tienes que preocuparte de ella. -Le quitó la botella - Seo... -añadió con un tonillo que venía a decir "desembucha y entonces te la devolveré". Que encima aquella iba a correr por su cuenta.
Seosamh iba a levantarse del taburete - aún no le cabía en la cabeza cómo cojones aguantaba ese ridículo mueble su peso - para hincar una rodilla en la tierra y profesarle su profundo cariño y respeto a la Sra. Dalton cuando se vio frenado por el tono de la mujer al pronunciar el diminutivo. El uso de éste indicaba que consideraba a Minerva casi como de la familia, pues solo dejaba a personas cercanas usarlo. Apoyó los codos en la barra y metió aquellas manazas rudas y callosas entre el pelo, sosteniéndose la pesada extremidad como un desesperado. Al minuto levantó la vista para echarle una mirada torturada a la dueña del local. Con los ojos tan claros y expresivos - pese a su rudeza, sus malas maneras y su carácter, Seosamh era bueno hasta la médula - que tenía, parecía un chiquillo.
- ¿Tú crees que soy buen partido, Min?
Minerva dejó la botella en la barra de nuevo y, con esa misma mano, le levantó el mentón. Le sostuvo la mirada, arqueando una ceja
- ¿Todo esto es por una mujer? Seo, por Dios, -. Le soltó, con una suave risita.- me has dado un susto de muerte, pensaba que era algo verdaderamente grave. - Apoyó ambas manos en la barra.- Si yo fuese una jovencita en edad de casarse, estaría intentando llamar tu atención por todos los medios. Eres un buen hombre. Trabajador y honrado - más o menos -. Teniendo en cuenta el percal existente, creo que eres uno de los mejores partidos de Twin Falls. Ahora dime, ¿quién es la afortunada?
El irlandés se puso colorado hasta la raíz del cabello. Pero que tiparraco más tontorrón y predecible era. Nadie se creería que se había ganado la vida unos años atrás dando tollinas y noqueando marineros en la Costa Este. Bueno, con su tamaño... Puede que sí.
- La desgraciada, más bien. -. Además... ¡Y en el lío que se había metido por borrico! - Además, Min, tú estás pensando en una de tus chicas, seguramente, no en alguien... extremadamente respetado en la comunidad. -. Volvió a servirse otra copa y se la tragó de golpe, abandonando la posición de pesadumbre y buscando con la mirada a la mestiza. Le encantaban las mujeres hasta la saciedad... ¡Pero en qué apuro te metían si le acorralaban a uno!
La dueña del Saloon se puso las manos en la cintura, frunciendo el ceño, en un fingido gesto de enfado, pues mantenía su sonrisa.
-Mis chicas soy muy respetables casi 8 horas al día, que es lo que duermen. -Relajó la pose de nuevo y probó su copa, que hasta entonces había permanecido intacta - Así que no es una de mis chicas... Ummm. Interesante. ¿Me lo vas a decir o tengo que averiguar?
- Ay, Minerva. Me vas a romper la cabeza. -. El irlandés frunció el ceño y así se quedó. Como no empezase a recular de alguna manera, la muy bicha iba a sacarle todos los pecados.- Se lo confesaré al cura. Ve detrás a preguntar. -. Esbozó una sonrisa con la boca bien grandota que tenía. Ni aún así enseñaba los dientes superiores, aunque los inferiores estaban apiñados como las teclas de un piano maltratado. Y colocó los pies de nuevo en el suelo para ponerse de pie. Aprovechando su altura, se inclinó sobre la barra y agarró a la mujer por ambos lados de la cara.
- Cuidado de lo que le sonsacas a los borrachos, Min. Que tienes un cuello muy bonito, precioso para llevar collares y al que muy mal le sentaría tener una soga alrededor. -. Ladeó la sonrisa y le plantó un beso de beodo en los morros, sin preguntar.- Cárgamelo a la cuenta. Y la tercera botella también.
Como respuesta, Minerva le ofreció un mohín infantil, un puchero exagerado.
-¿Qué poquito que complaces con lo bien que yo te trato, Seo? Vienes, me vacías tres botellas y te vas sin darme ni un pequeño aliciente. -. Se cruzó de brazos, lo que casi hizo que se cayese del taburete cuando el enorme hombretón la besó. Le quitó importancia con un ademán de la mano.
- Anda, zalamero. A ésta te invito yo, pero las otras dos sí que te las apunto.
- ¡Minerva! Estoy seco.
La aludida frunció el ceño ante su alto tono, pues estaba prácticamente pegada a él, sentada en uno de los taburetes que había colocado tras la barra, con las piernas cruzadas bajo la abultada falda. Le miró unos instantes antes de soltar un hondo suspiro.
- O'Shaughnessy -. Le hablaba por el apellido cuando se ponía seria con él, igual que hacía con el resto de habituales del local. -, ¿vas a decirme de una buena vez qué es lo que te tiene vaciándome las estanterías? Porque sé que de por sí ya eres bastante borrachuzo, pero más de dos botellas es que te pasa algo. -. No obstante, se levantó y fue a por otra. Y un vaso corto para acompañarle ella con una copa.
El irlandés aguardó hasta tener la botella cerca para contestar. El licor primero, socializar, después.
- Que no te quieres casar conmigo, Minny, y eso me deja destrozado.
Sabía que no le gustaba mucho el apodo, pero a él le tocaba más las pelotas que lo llamasen O'Shaughnessy. Se había criado con tantos hermanos que odiaba perder su individualidad mediante un apellido, por muy orgulloso e él que estuviese. Vació una, dos y hasta tres copas de un tirón. Gruñó, y enseñó los dientes cuando pudo al fin sentir como el whisky le quemaba las entrañas. Matarratas... ¡Qué daría él por un whisky de malta tostada, hecho con agua del precioso Boyne!
- ¿Y Sid? -. A ver si así desviaba a la Sra. Dalton de su objetivo, porque cuando daba con algo, era como un sabueso persiguiendo una presa.
Minerva puso los ojos en blanco y resopló.
- Eres imposible, Seo. Pídemelo bien y tal vez me lo plantee. –Apoyó el antebrazo, cubierto de encaje negro desde el nacimiento de los dedos hasta medio palmo por encima de la muñeca. - Sid está con las chicas, no tienes que preocuparte de ella. -Le quitó la botella - Seo... -añadió con un tonillo que venía a decir "desembucha y entonces te la devolveré". Que encima aquella iba a correr por su cuenta.
Seosamh iba a levantarse del taburete - aún no le cabía en la cabeza cómo cojones aguantaba ese ridículo mueble su peso - para hincar una rodilla en la tierra y profesarle su profundo cariño y respeto a la Sra. Dalton cuando se vio frenado por el tono de la mujer al pronunciar el diminutivo. El uso de éste indicaba que consideraba a Minerva casi como de la familia, pues solo dejaba a personas cercanas usarlo. Apoyó los codos en la barra y metió aquellas manazas rudas y callosas entre el pelo, sosteniéndose la pesada extremidad como un desesperado. Al minuto levantó la vista para echarle una mirada torturada a la dueña del local. Con los ojos tan claros y expresivos - pese a su rudeza, sus malas maneras y su carácter, Seosamh era bueno hasta la médula - que tenía, parecía un chiquillo.
- ¿Tú crees que soy buen partido, Min?
Minerva dejó la botella en la barra de nuevo y, con esa misma mano, le levantó el mentón. Le sostuvo la mirada, arqueando una ceja
- ¿Todo esto es por una mujer? Seo, por Dios, -. Le soltó, con una suave risita.- me has dado un susto de muerte, pensaba que era algo verdaderamente grave. - Apoyó ambas manos en la barra.- Si yo fuese una jovencita en edad de casarse, estaría intentando llamar tu atención por todos los medios. Eres un buen hombre. Trabajador y honrado - más o menos -. Teniendo en cuenta el percal existente, creo que eres uno de los mejores partidos de Twin Falls. Ahora dime, ¿quién es la afortunada?
El irlandés se puso colorado hasta la raíz del cabello. Pero que tiparraco más tontorrón y predecible era. Nadie se creería que se había ganado la vida unos años atrás dando tollinas y noqueando marineros en la Costa Este. Bueno, con su tamaño... Puede que sí.
- La desgraciada, más bien. -. Además... ¡Y en el lío que se había metido por borrico! - Además, Min, tú estás pensando en una de tus chicas, seguramente, no en alguien... extremadamente respetado en la comunidad. -. Volvió a servirse otra copa y se la tragó de golpe, abandonando la posición de pesadumbre y buscando con la mirada a la mestiza. Le encantaban las mujeres hasta la saciedad... ¡Pero en qué apuro te metían si le acorralaban a uno!
La dueña del Saloon se puso las manos en la cintura, frunciendo el ceño, en un fingido gesto de enfado, pues mantenía su sonrisa.
-Mis chicas soy muy respetables casi 8 horas al día, que es lo que duermen. -Relajó la pose de nuevo y probó su copa, que hasta entonces había permanecido intacta - Así que no es una de mis chicas... Ummm. Interesante. ¿Me lo vas a decir o tengo que averiguar?
- Ay, Minerva. Me vas a romper la cabeza. -. El irlandés frunció el ceño y así se quedó. Como no empezase a recular de alguna manera, la muy bicha iba a sacarle todos los pecados.- Se lo confesaré al cura. Ve detrás a preguntar. -. Esbozó una sonrisa con la boca bien grandota que tenía. Ni aún así enseñaba los dientes superiores, aunque los inferiores estaban apiñados como las teclas de un piano maltratado. Y colocó los pies de nuevo en el suelo para ponerse de pie. Aprovechando su altura, se inclinó sobre la barra y agarró a la mujer por ambos lados de la cara.
- Cuidado de lo que le sonsacas a los borrachos, Min. Que tienes un cuello muy bonito, precioso para llevar collares y al que muy mal le sentaría tener una soga alrededor. -. Ladeó la sonrisa y le plantó un beso de beodo en los morros, sin preguntar.- Cárgamelo a la cuenta. Y la tercera botella también.
Como respuesta, Minerva le ofreció un mohín infantil, un puchero exagerado.
-¿Qué poquito que complaces con lo bien que yo te trato, Seo? Vienes, me vacías tres botellas y te vas sin darme ni un pequeño aliciente. -. Se cruzó de brazos, lo que casi hizo que se cayese del taburete cuando el enorme hombretón la besó. Le quitó importancia con un ademán de la mano.
- Anda, zalamero. A ésta te invito yo, pero las otras dos sí que te las apunto.
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7 agosto - Noche
El sol arañaba el cielo en el horizonte, dejando paso a la noche. Era el momento en el que se juntaban tanto ciudadanos respetables como otros que no tanto en el Saloon. Algunos cenaban, otros iniciaban la "soirée" con un buen vaso de fuerte licor. Setanta no pertenecía a ninguno de los grupos; no le gustaba comer delante de desconocidos y odiaba beber. ¿Y qué hay que decir de los juegos de naipes? Sí, podía sentirse atraído por alguna timba organizada, pero aquella no era la velada apropiada. Desde que el Cap. Fields había hecho más que pública su aversión a los indios, el irlandés tenía una conversación pendiente con la mestiza que en aquel local trabajaba. Salvo que aquella noche no era así: Sidney libraba los miércoles.
- Espero que no le haya dado por hacer la salvaje con el mocoso de los cojones. -. Masculló entre dientes, al no verla en la sala. Se acercó a la barra y buscó la atención de Minerva con la mirada.
Las botas resonaron en la escalera, cuando el joven sheriff bajaba al fin al Saloon. ¿Cuanto había dormido? La verdad, la travesía hasta el maldito pueblo, le había dejado agotado. Ahora, recién limpio, afeitado y descansado, se disponía hacer aquello para lo que le habían encomendado. Al llegar a la planta baja, el sonido de la gente, la música de piano, las chicas bailando y más borrachos riendo, era el panorama que se esperaba. Ante esto, no pudo más que el joven Max sonreír. Podría dominar el panorama bastante mejor. Pero que bastante mejor. Se preguntó quién de todos los hombres de ahí sería el alcalde para tratar con él. Así pues, pasando desapercibido, llegó hasta la barra donde la tabernera debería estar atendiendo a los borrachos, esperando que pronto le resolviera la incógnita que le rondaba por la cabeza.
Minerva estaba, como cada noche, atendiendo a los clientes. Aunque esa noche tenía un ojo puesto en Marion. Iba a ser su primera noche en Twin Falls y la primera trabajando con ella -o para ella, en realidad-, así que quería ver cómo se desenvolvía. Le iba explicando cosas, hasta donde llenar los vasos, cada cuántas copas cobrar... Detalles para el buen funcionamiento del negocio. Al ver que Setanta se acercaba a la barra, lo miró con una sonrisa.
- Hola, guapo, ¿hoy también me vas a despreciar una copa? ¿Aunque sea de limonada?
Marion llevaba puesto un vestido entallado de color rojizo oscuro con el busto en una tonalidad más clara hilado en color plateado y terminado en puntillas blancas, el cabello cobrizo se lo había recogido en un moño grácil del que caían sendos rizados mechones a cada lado del rostro. Sus dedos trémulos y bien cuidados iban haciendo el trabajo que Minerva le iba pidiendo. De vez en cuando resoplaba ante las miradas perniciosas que percibía, pero desviaba la mirada y trataba de hacer lo más profesional que podía su trabajo hasta que una copa se le resbaló de los dedos temblorosos detrás de la barra. Alarmada comienza a recoger los cristales acuclillada.
- Mierda...
Setanta sonrió de medio lado, como solía acostumbrar, enseñando aquellos dientes separadotes que tenía, que tanto aspecto de duende le daban. Se tocó el sombrero y apoyó una mano huesuda y callosa en la superficie de madera.
- Soy como los gatos, Minerva. Ni al agua me acerco. -. Aquello no era totalmente verdad, pero se olió la oscura camisa y arrugó la nariz, para ilustrar su propia frase.- Sid no está, ¿verdad? -. Torció el gesto. Maldita mujer.- ¿Te dijo dónde se iba?
Maxwell observaba detalladamente todos los movimientos de la gente. En una mesa, jugaban a naipes y bebían a más no poder. Casi todos los hombres (por no decir la mayoría) observaban con descaro a las bailarinas y a la chica que repartía bebidas, que por la torpeza en la que una copa fue estrellada contra el suelo, pudo deducir que era nueva. Minerva estaba ocupada con un tipo que desde lejos, no le transmitía confianza alguna, así que en un alarde de caballerosidad, se acercó discretamente a la joven camarera que, arrodillada, recogía los pedacitos de cristal. Agachándose también, empezó a recoger cristales diciéndole a la muchacha:
- Cuidado, muñeca. No te vayas a cortar. Déjame que te eche una mano. -. Y le dedicó la más simpática de sus sonrisas, con su dentadura blanca y pulida.
Minerva rió alegremente.
- Ya se ve, ya. Eres todo un macho. -. Su respuesta se vio interrumpida por la copa rota. Miró a Marion.- No pasa nada. Todos los días me rompen dos o tres, ten cuidado no te cortes. Sólo pon atención la próxima vez -. El primero se lo pasaba. Volvió su atención a Setanta-: No lo sé. Es su día libre, a lo mejor está con tu hermano.
Va recogiendo los trozos de los cristales hasta que le sorprende el señor Rogers. Se sonroja sobremanera por lo torpe que está, todo a causa de los nervios, no conoce a nadie y todo le resulta tan novedoso que le resulta difícil memorizar dónde está cada cosa, encima quiere hacerlo todo perfecto y ahí mete la pata. Sonríe al desconocido sin ni siquiera proferir una sola palabra tan solo reflejando en el rostro avergonzado su gratitud ante su ayuda. Se incorpora y mira a Minerva.
- Lo siento, gracias, trataré de ir más despacio. - Se disculpa también con ella abochornada. Tira los cristales en el cubo de madera que hace de basurero debajo de la pila.
Set arqueó una ceja al ver la escena entre aquel forastero y la nueva camarera. Luego miró a Minerva poniendo cara de... "¿Y este petimetre quién coño es?"
- De pelo en el pecho. -. Se aclaró la garganta. La dueña del Saloon, o bien no tenía ni idea de dónde estaba Sidney, o bien no se lo decía por algún oculto motivo. Manda castaña.- Pues tendré que ir a buscarla. Qué ilusión. -. Dio un pequeño golpe en la barra y se tocó el sombrero.
- Minerva... Señorita. -. Y giró sobre si mismo para volver por dónde había venido con su ágil andar felino. Esquivó un parroquiano a la salida y cruzó las puertas batientes. Sabía dónde iba, pues no cesó en su caminar hacia las afueras del pueblo. Como pillara a la mestiza, no iba a poder sentarse en una semana. ¡Mira que hacerle salir en plena oscuridad, con la noticia del atraco aún calentita en los platos de los ciudadanos de Twin Falls!
La vergüenza en la chica era bastante evidente y muy pronunciada. Al parecer, no solo era nueva en el local, si no en el pueblo, pudo deducir.
"Eso o tiene demasiado que callar" -. Pensó el joven sheriff. Se incorporó y observó detenidamente como marchaba Setanta por la puerta, con prisa. Totalmente serio, su mente intentaba registrar cada detalle, por nimio que fuera. Volviendo a fijar la mirada hacia la tabernera, tocó su sombrero y saludó:
- Señora Dalton, buenas noches. Quizá al fin usted pueda indicarme quién de estas maravillosas personas, es el alcalde del lugar. Empiezo a estar algo impaciente. - Proclamó medio divertido medio serio. Pese a los modales dado que se encontraba detrás de la barra y ni siquiera había saludado de una forma muy correcta, el joven permaneció a la espera, con su traje negro bien limpio y cuidado.
Minerva resopló y se apoyó en la barra. Sus manos, esta vez desnudas, tamborilearon un instante, uñas contra madera.
- Tened cuidado con lo que hacéis. -. Susurró, lanzando una inquisitiva mirada hacia Setanta, para luego desviar los ojos hacia Rogers. Un instante antes de ver cómo se dirigía hacia ella. Le sonrío, tal vez con un poco de falsedad, pero era lo que había.
- Vaya, vaya, vaya, Forastero, ¿todavía no ha conseguido dar con él? Lleva aquí ya unos días. Podría haberse acercado al ayuntamiento, hombre. -. Buscó con la mirada por el local.- Ah, sí, ahí lo tiene, ¿ve? Aquel señor gordo con la chaqueta azul.
Mira de soslayo al señor Rogers y continua con su trabajo, la verdad es que va cogiendo presteza ya en lo que hace, más gallarda va moviéndose detrás de la barra y saliendo a atender las mesas esquivando los pellizcos de los borrachos, que bien le habían dejado las nalgas amoratadas, pero ¡ah! una va aprendiendo. Las mejillas se han tornado rojizas del trabajo que ejerce, incluso la frente se va perlando de sudor a cada paso que da, pero ya más relajada va poquito a poco, teniendo que esconder mucho sí pero eso ya es otra parte de su historia.
- Espero que no le haya dado por hacer la salvaje con el mocoso de los cojones. -. Masculló entre dientes, al no verla en la sala. Se acercó a la barra y buscó la atención de Minerva con la mirada.
Las botas resonaron en la escalera, cuando el joven sheriff bajaba al fin al Saloon. ¿Cuanto había dormido? La verdad, la travesía hasta el maldito pueblo, le había dejado agotado. Ahora, recién limpio, afeitado y descansado, se disponía hacer aquello para lo que le habían encomendado. Al llegar a la planta baja, el sonido de la gente, la música de piano, las chicas bailando y más borrachos riendo, era el panorama que se esperaba. Ante esto, no pudo más que el joven Max sonreír. Podría dominar el panorama bastante mejor. Pero que bastante mejor. Se preguntó quién de todos los hombres de ahí sería el alcalde para tratar con él. Así pues, pasando desapercibido, llegó hasta la barra donde la tabernera debería estar atendiendo a los borrachos, esperando que pronto le resolviera la incógnita que le rondaba por la cabeza.
Minerva estaba, como cada noche, atendiendo a los clientes. Aunque esa noche tenía un ojo puesto en Marion. Iba a ser su primera noche en Twin Falls y la primera trabajando con ella -o para ella, en realidad-, así que quería ver cómo se desenvolvía. Le iba explicando cosas, hasta donde llenar los vasos, cada cuántas copas cobrar... Detalles para el buen funcionamiento del negocio. Al ver que Setanta se acercaba a la barra, lo miró con una sonrisa.
- Hola, guapo, ¿hoy también me vas a despreciar una copa? ¿Aunque sea de limonada?
Marion llevaba puesto un vestido entallado de color rojizo oscuro con el busto en una tonalidad más clara hilado en color plateado y terminado en puntillas blancas, el cabello cobrizo se lo había recogido en un moño grácil del que caían sendos rizados mechones a cada lado del rostro. Sus dedos trémulos y bien cuidados iban haciendo el trabajo que Minerva le iba pidiendo. De vez en cuando resoplaba ante las miradas perniciosas que percibía, pero desviaba la mirada y trataba de hacer lo más profesional que podía su trabajo hasta que una copa se le resbaló de los dedos temblorosos detrás de la barra. Alarmada comienza a recoger los cristales acuclillada.
- Mierda...
Setanta sonrió de medio lado, como solía acostumbrar, enseñando aquellos dientes separadotes que tenía, que tanto aspecto de duende le daban. Se tocó el sombrero y apoyó una mano huesuda y callosa en la superficie de madera.
- Soy como los gatos, Minerva. Ni al agua me acerco. -. Aquello no era totalmente verdad, pero se olió la oscura camisa y arrugó la nariz, para ilustrar su propia frase.- Sid no está, ¿verdad? -. Torció el gesto. Maldita mujer.- ¿Te dijo dónde se iba?
Maxwell observaba detalladamente todos los movimientos de la gente. En una mesa, jugaban a naipes y bebían a más no poder. Casi todos los hombres (por no decir la mayoría) observaban con descaro a las bailarinas y a la chica que repartía bebidas, que por la torpeza en la que una copa fue estrellada contra el suelo, pudo deducir que era nueva. Minerva estaba ocupada con un tipo que desde lejos, no le transmitía confianza alguna, así que en un alarde de caballerosidad, se acercó discretamente a la joven camarera que, arrodillada, recogía los pedacitos de cristal. Agachándose también, empezó a recoger cristales diciéndole a la muchacha:
- Cuidado, muñeca. No te vayas a cortar. Déjame que te eche una mano. -. Y le dedicó la más simpática de sus sonrisas, con su dentadura blanca y pulida.
Minerva rió alegremente.
- Ya se ve, ya. Eres todo un macho. -. Su respuesta se vio interrumpida por la copa rota. Miró a Marion.- No pasa nada. Todos los días me rompen dos o tres, ten cuidado no te cortes. Sólo pon atención la próxima vez -. El primero se lo pasaba. Volvió su atención a Setanta-: No lo sé. Es su día libre, a lo mejor está con tu hermano.
Va recogiendo los trozos de los cristales hasta que le sorprende el señor Rogers. Se sonroja sobremanera por lo torpe que está, todo a causa de los nervios, no conoce a nadie y todo le resulta tan novedoso que le resulta difícil memorizar dónde está cada cosa, encima quiere hacerlo todo perfecto y ahí mete la pata. Sonríe al desconocido sin ni siquiera proferir una sola palabra tan solo reflejando en el rostro avergonzado su gratitud ante su ayuda. Se incorpora y mira a Minerva.
- Lo siento, gracias, trataré de ir más despacio. - Se disculpa también con ella abochornada. Tira los cristales en el cubo de madera que hace de basurero debajo de la pila.
Set arqueó una ceja al ver la escena entre aquel forastero y la nueva camarera. Luego miró a Minerva poniendo cara de... "¿Y este petimetre quién coño es?"
- De pelo en el pecho. -. Se aclaró la garganta. La dueña del Saloon, o bien no tenía ni idea de dónde estaba Sidney, o bien no se lo decía por algún oculto motivo. Manda castaña.- Pues tendré que ir a buscarla. Qué ilusión. -. Dio un pequeño golpe en la barra y se tocó el sombrero.
- Minerva... Señorita. -. Y giró sobre si mismo para volver por dónde había venido con su ágil andar felino. Esquivó un parroquiano a la salida y cruzó las puertas batientes. Sabía dónde iba, pues no cesó en su caminar hacia las afueras del pueblo. Como pillara a la mestiza, no iba a poder sentarse en una semana. ¡Mira que hacerle salir en plena oscuridad, con la noticia del atraco aún calentita en los platos de los ciudadanos de Twin Falls!
La vergüenza en la chica era bastante evidente y muy pronunciada. Al parecer, no solo era nueva en el local, si no en el pueblo, pudo deducir.
"Eso o tiene demasiado que callar" -. Pensó el joven sheriff. Se incorporó y observó detenidamente como marchaba Setanta por la puerta, con prisa. Totalmente serio, su mente intentaba registrar cada detalle, por nimio que fuera. Volviendo a fijar la mirada hacia la tabernera, tocó su sombrero y saludó:
- Señora Dalton, buenas noches. Quizá al fin usted pueda indicarme quién de estas maravillosas personas, es el alcalde del lugar. Empiezo a estar algo impaciente. - Proclamó medio divertido medio serio. Pese a los modales dado que se encontraba detrás de la barra y ni siquiera había saludado de una forma muy correcta, el joven permaneció a la espera, con su traje negro bien limpio y cuidado.
Minerva resopló y se apoyó en la barra. Sus manos, esta vez desnudas, tamborilearon un instante, uñas contra madera.
- Tened cuidado con lo que hacéis. -. Susurró, lanzando una inquisitiva mirada hacia Setanta, para luego desviar los ojos hacia Rogers. Un instante antes de ver cómo se dirigía hacia ella. Le sonrío, tal vez con un poco de falsedad, pero era lo que había.
- Vaya, vaya, vaya, Forastero, ¿todavía no ha conseguido dar con él? Lleva aquí ya unos días. Podría haberse acercado al ayuntamiento, hombre. -. Buscó con la mirada por el local.- Ah, sí, ahí lo tiene, ¿ve? Aquel señor gordo con la chaqueta azul.
Mira de soslayo al señor Rogers y continua con su trabajo, la verdad es que va cogiendo presteza ya en lo que hace, más gallarda va moviéndose detrás de la barra y saliendo a atender las mesas esquivando los pellizcos de los borrachos, que bien le habían dejado las nalgas amoratadas, pero ¡ah! una va aprendiendo. Las mejillas se han tornado rojizas del trabajo que ejerce, incluso la frente se va perlando de sudor a cada paso que da, pero ya más relajada va poquito a poco, teniendo que esconder mucho sí pero eso ya es otra parte de su historia.
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7 agosto - Madrugada
Setanta alargó las elásticas zancadas hasta el punto que le faltaba un reajuste pequeño de velocidad para ir corriendo. Sin embargo, tenía la cualidad de ser sigiloso como un ratón, por lo que pudo escabullirse por los callejones laterales de la calle principal hasta dar con las afueras del pueblo. Maldita Sidney. Lo que menos les convenía a ninguno era desaparecer. El paisaje agreste y cuasi montañoso del sur de Idaho era perfecto para quien quería esconderse. Y eso, si buscabas a alguien como la mestiza, era una putada como un piano. El irlandés era un genio, pero no poseía la experiencia de la mujer a la hora de leer huellas, identificar rastros y seguir a cualquier clase de ser vivo. Lo único que podía hacer era dejar clara su presencia en el entorno, para que aquella lo encontrase. Y esperó. No se estuvo quieto, la verdad; sacó su cuchillo de la funda que tenía en la bota, así como la flauta a medio terminar que llevaba cerca de los palillos, en el bolsillo delantero de su camisa oscura, y se dispuso a terminar con ella. Era su pasatiempo particular, y no tenía una colección de ellas porque Seosamh se empeñaba en buscarlas todas y destruirlas, pues precisamente bien no sonaban. Cuando estaba a punto de probar a soplar por ella, un crujido a su espalda le hizo detenerse.
- Van a huir hasta los chacales.
Setanta sonrió. Aquel chasquido había sido la forma de Sidney de no cogerlo desprevenido. No lo hacía por cariño, y lo sabía; pillar a Set con la guardia baja era como tirar un dado: podías tener suerte, y no ganarte un tajo en el vientre - hay que recordar que tenía cuchillo en mano -, o la Suerte podía no estar a tu favor y acabar con un agujerillo en el cuerpo.
- Te he estado buscando...
- Dijo el Capitán Obvio. ¿Qué pasa? -. La mujer tenía aquel semblante salvaje que caracteriza a las personas en estrecho contacto con la naturaleza. El pelo oscuro y lacio suelto, la cara sucia, y los pies... Descalzos, para variar. Jamás había visto a la mestiza con zapatos.
- No te conviene desaparecer. Le das motivos para que te meta en el calabozo.
- Si por el Capitán Fields fuera, estaría metida en un zulo solo por tener la osadía de respirar el mismo aire que vosotros, blanquitos.
Los ojos grises de Setanta se clavaron en los de la mujer, también claros pero de un tono aguamarina. Tenían un reflejo de acero, seguramente por el comentario despectivo - convertido ya en coletilla para la mujer - que tan frescamente había soltado.
- No te doy una hostia porque me la devuelves. -. Sidney se echó a reír, seguido por el irlandés.- ¿Qué hacías?
- Poner en guardia a la tribu de Sakhuel y Perro Mojado. No merecen que los linchen sólo porque son los únicos indios con armas de fuego de la zona.
Set negó con la cabeza. Su intuición y su avispada cabecita le habían hecho predecir aquella respuesta unas horas antes.
- Vuelve conmigo. Las cosas están caldeadas en Twin Falls como para que alguien se de cuenta de que no estamos allí.
Sidney agarró la flauta al vuelo, arrancándosela de las manos en un descuido de él.
- Solo si me dejas quemar esto.
Caminó por delante de él, eligiendo la mejor ruta para volver sin ser vistos. Eso les llevaba a rodear todo el pueblo y entrar por el río, dónde estaban las famosas "cataratas", el molino y la serrería.
- ¿Por qué te importa tanto lo que les pase?
- Porque no me va a arrebatar la venganza un blanquito de mierda.
Anduvieron en silencio hasta que vieron el edificio dónde los hermanos solían ganarse el jornal, así como las barracas anexas a éste. La mestiza soltó una risilla al oír los ronquidos de Seosamh.
- Mira, Set. Suena como tus flautas. -. Esquivó al irlandés y se alejó correteando, en dirección al Saloon.
- ¡Que te follen, mestiza de mier...! -. Pero ya no lo oía. De todas formas, se sabía el final.
- Van a huir hasta los chacales.
Setanta sonrió. Aquel chasquido había sido la forma de Sidney de no cogerlo desprevenido. No lo hacía por cariño, y lo sabía; pillar a Set con la guardia baja era como tirar un dado: podías tener suerte, y no ganarte un tajo en el vientre - hay que recordar que tenía cuchillo en mano -, o la Suerte podía no estar a tu favor y acabar con un agujerillo en el cuerpo.
- Te he estado buscando...
- Dijo el Capitán Obvio. ¿Qué pasa? -. La mujer tenía aquel semblante salvaje que caracteriza a las personas en estrecho contacto con la naturaleza. El pelo oscuro y lacio suelto, la cara sucia, y los pies... Descalzos, para variar. Jamás había visto a la mestiza con zapatos.
- No te conviene desaparecer. Le das motivos para que te meta en el calabozo.
- Si por el Capitán Fields fuera, estaría metida en un zulo solo por tener la osadía de respirar el mismo aire que vosotros, blanquitos.
Los ojos grises de Setanta se clavaron en los de la mujer, también claros pero de un tono aguamarina. Tenían un reflejo de acero, seguramente por el comentario despectivo - convertido ya en coletilla para la mujer - que tan frescamente había soltado.
- No te doy una hostia porque me la devuelves. -. Sidney se echó a reír, seguido por el irlandés.- ¿Qué hacías?
- Poner en guardia a la tribu de Sakhuel y Perro Mojado. No merecen que los linchen sólo porque son los únicos indios con armas de fuego de la zona.
Set negó con la cabeza. Su intuición y su avispada cabecita le habían hecho predecir aquella respuesta unas horas antes.
- Vuelve conmigo. Las cosas están caldeadas en Twin Falls como para que alguien se de cuenta de que no estamos allí.
Sidney agarró la flauta al vuelo, arrancándosela de las manos en un descuido de él.
- Solo si me dejas quemar esto.
Caminó por delante de él, eligiendo la mejor ruta para volver sin ser vistos. Eso les llevaba a rodear todo el pueblo y entrar por el río, dónde estaban las famosas "cataratas", el molino y la serrería.
- ¿Por qué te importa tanto lo que les pase?
- Porque no me va a arrebatar la venganza un blanquito de mierda.
Anduvieron en silencio hasta que vieron el edificio dónde los hermanos solían ganarse el jornal, así como las barracas anexas a éste. La mestiza soltó una risilla al oír los ronquidos de Seosamh.
- Mira, Set. Suena como tus flautas. -. Esquivó al irlandés y se alejó correteando, en dirección al Saloon.
- ¡Que te follen, mestiza de mier...! -. Pero ya no lo oía. De todas formas, se sabía el final.
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7 de agosto, mañana
Hacía tiempo que no llovía, eso se notaba, el polvo ascendía y creaba pesadas nubes a un par de palmos sobre el suelo, a pesar de la acera de madera que habia ante el comercio era imposible librarse por completo de aquella condena . Evelyn salió al exterio, con su camisa europea, cuya abotonadura se abrochaba a la espalda y su larga e impoluta falda ,todo muy oscuro, todo muy negro. En su mano llevaba un paño y una pequeña banqueta sobre la cual encararse para alcanzar , casi por completo, el cristal más amplio de la tienda. Pasó el paño sobre las letras, "Armeria , Meier" . Tras un meticuloso esfuerzo se bajó de la banqueta para comprobar el resultado, con ambas manos sobre el nacimiento de la larga falda , una sonrisa de satisfacción se acomodó en su rostro .
Aunque no era tremendamente tarde las temperaturas ya habían subido bastante. El calor era sofocante y sus efectos se hacían notar en las gentes. El saloon ya tenía clientes y pocos eran los que se paseaban de manera abierta por la calle. Un carruaje pasó por la calle principal, deteniéndose en la oficina de correos y telégrafos. Una diligencia que seguramente traería consigo nueva correspondencia. Hacía no demasiado que salió de su consulta, consulta que también era su casa ya que vivía en una casa de dos plantas siendo la planta baja donde atendía y la planta superior donde descansaba -mejor no entrar ahí-. De manera lenta Caleb caminaba por la calle. Vestía de manera sencilla con unos pantalones marrones y una camisa a cuadros. Colgando de su cinturón dos revólveres. Sus botas resonaban y emitían un sonido particular sobre esa acera de madera que estaba en el exterior de los edificios. Caminaba sin prisa aunque su mirada estaba velada por un sombrero que le protegía del sol de la mañana.
Evelyn_G_Meier apuntaló el pie contra una de las patas de la banqueta y la hizo deslizar sobre la madera, esta se deslizó protestando con un sonido apagado entre otros mucho más altos, como el de la diligencia al pasar ante la puerta. Esta alzó aún más polvo y entre las cejas de Evelyn se marcó una arruga de enfado. Ascendió a la banqueta y aquel mismo paño lo deslizó por el cartel de madera, donde se podía leer la misma inscripción que sobre el cristal del escaparate. Desde su posición pudo distinguir la figura del señor McDougal, no por su sombrero, ni por sus botas, si no a fuerza de reconocer el tipo de armas que cada uno llevaba pendido de sus cinturones, era inevitable que aquella labor comercial, con el paso del tiempo no impusiera cierta experiencia . Acabó de limpiar el letrero . - Buenos días señor McDougal. - dijo afable y ocupada.
Caleb continuó avanzando por la acera deteniéndose un instante cuando vió pasar a su lado la diligencia. Pareció negar un poco antes de seguir con su camino. La expresión de la señorita Meier denotaba cierta molestia por su paso y es que en una ciudad donde había tanto polvo, tener las cosas limpias era un auténtico suplicio -y también milagro-. Se llevo la mano hacia el sombrero y lo inclinó un poco. -Señorita Meier... -La observó durante algunos instantes antes de volver a bajar la mano y llevarsela al cinturon para meter su dedo dentro de este y quedarse acomodado en una postura casual. -Me gustaría pediros un favor, y no se si es realmente propio. -Añadio con voz tranquila aunque después pareció cambiar completamente de tema. -¿Cómo se encuentra vuestra pequeña? -Su mirada pareció cambiar levemente al igual que lo hizo su conversación, mostrándose algo más cálida.
Evelyn_G_Meier sonrió, giró el rostro hacia Caleb y apoyó la palma de delgada mano sobre su hombro, se ayudó de aquel contacto para descender segura de la banqueta, una vez en el suelo, guardó el paño, bien plegado, en uno de los bolsillo del delantal, y ambas manos ,en un extraño gesto rutinario, se deslizaron sobre su vientre, ordenando los pliegues de la falda y de paso, secándolas. Las palabras del señor McDougal no pasaron inadvertidas, mas en su rostro apareció una sonrisa . - La pequeña se encuentra muy bien, en el colegio a estas horas , gracias a Dios jajajajajaja - alzó la mano y posó esta sobre la frente, creando una cómoda sombra que proyectar sobre sus claros ojos, de ese modo pudo contemplar con mucho más detenimiento el rostro de Caleb. - ¿De qué se trata ? - preguntó directa y contundente .
Marion_Sutter baja de la diligencia, deslizando con cuidado un botín de tacón de cuero negro por los escalones hasta apoyarlos en la tierra. Va ataviada con un vestido entallado de color verde oscuro con franjas negras aterciopeladas, el bajo de la falda va ribeteado con es amisma franja. El corpiño dorado se ciñe a la esbelta cintura. El sombrero tapa su cabello cobrizo recogido y hace sombra en su mirada mar. Ese es el único vestido ostentoso que tiene. Apremia al joven mozo a que le baje la maleta y le ofrece unas monedas para que la ayuda, llevándolo al saloon ya que es una de las nuevas adquisiciones del local. Escruta el lugar, inhala aire llenando sus pulmones, una nueva vida se ddivisa en su horizonte.
Caleb tendio su mano hacia ella para ayudarla a descender de manera segura mientras que la observaba. Sonrió levemente cuando ella habló de la pequeña de esa manera, después asintió un poco. -Eso está bien. Es una jovencita muy viva. -Después puso algo de distancia entre ambos para no incomodar a la mujer. -Vereis. Tengo un pequeño problema con el percutor de mi vieja colt. -Llevo su mano izquierda hacia el cinturon y sacó uno de sus revolveres que tenia en el mismo. Con un suave giro de muñeca sacó el cilindro donde iban las balas y se aseguró de que no estaba cargada después tras otro gesto lo volvió a meter hacia el interior y le tendió el arma para que le echase un vistazo. -No hace contacto, creo que por un golpe y quería saber si lo podéis arreglar sin tener que sustuir la pieza. O en el caso de tener que hacerlo... Que me comentases cuanto me podría costar. Se que son unas armas bastante viejas, pero les tengo aprecio.
Evelyn_G_Meier descendió la mirada hacia el arma, ladeó el rostro mientras que Caleb_McDougal, confirmó el estado del arma, mientras esperaba, secó sus manos aún de un modo mucho mas minucioso hasta que pensó que estas estaban lo suficiente decentes para tomar el arma, la sopesó al recibirla y calculó que el peso era el adecuado, por lo que no debía de faltar ninguna pieza, abrió el tambor y observó a través de este , en uno de los círculos se enmarcó la figura de Marion_Sutter, " una cara nueva " se dijo, aquel pueblo era un lugar reducido, donde casitodos los rostros eran conocidos, y los que no, llamaban la atención. Cerró el tambor y puso el seguro, aunque esta estuviera descargada - Déjeme echarle un vistazo , esta noche , y mañana vuelva a por ella, le diré si he encontrado algo. - meció la cabeza y el mentón señaló a Marion_Sutter - Vaya, esta vez la diligencia no sólo ha triado correo ... - le guiñó un ojo a Caleb_McDougal, y sonrió deslizando el arma, junto con su mano, al interior de su bolsillo , amplio, del delantal.
Marion_Sutter camina junto al mozo que resopla llevando su maleta. En la mano lleva una maletita de un tamaño inferior. A lo lejos ve a Evelyn_G_Meier percibiendo cómo la observa. -[Hay curiosos como en todos lados. Yo misma seniría curiosidad de alguien desconocido. Espero que sean amistosos.] -Observa también a Caleb_McDougal y suspira profundamente, no es que sea muy sociable al principio, cuando esta trabajando la cosa cambia, ahí no tiene más narices que ser amable y hasta osada para ejercer bien su trabajo de camarera. Llega hasta donde está ellos y ofrece una sonrisa cordial a ambos. - Buenas sean. - Saluda sin mucha palabrería con denotación tímida. El moz deja la maleta en el suelo con un trompazo creando un poco de polvo a lo que la joven le profiere una mirada despectiva.
Caleb_McDougal:> Os lo agradezco. -Hizo de nuevo un gesto con el sombrero a modo de agradecimiento antes de ladear la cabeza y seguir la mirada hacia donde la señorita Meier la había puesto. Observó a la mujer que acababa de bajar de la diligencia. -Eso parece. Una cara nueva en el pueblo. -La observó y desde lejos inclinó ligeramente la cabeza haciendo un gesto caballeroso antes de cruzarse de brazos. -Os ruego, señorita Meier que cuando sepáis algo, me lo hagáis saber, os lo agradecería mucho. -Añadio mientras que miraba un instante hacia la mujer. Había conocido a su marido, en cierto sentido le tenía en bastante estima era un buen hombre y se lamentó profundamente que la parca se lo llevase, en esos momentos en los que uno no puede hacer nada se siente impotente... son los momentos que marcan. Cuando escuchó que alguien se acercaba ladeó la cabeza y miró a Minerva. -Milady Dalton... -Había pasado al interior de la armería, cuando ellos estaban afuera, suponía que deseaba comprar algo. -Bueno, señorita Meier, el negocio os llama.
Evelyn_G_Meier:> El peso del arma en su bolsillo tensaba las cintas que asian el delantal al talle , arrugó la nariz, en lo que parecia una tasación meticulosamente escrutadora , pero no tenía porque ser desagradable, una cara nueva no tenía porque ser indicios de cambios, de inestabilidad o de riesgos y siempre que así fuera, ella llevaba una pistola, por lo que aquel simple recuerdo de la pieza le hizo crear una amistosa sonrisa en los labios - Buenos dias tenga señorita - había calculado bien su edad, inclinado la cabeza y entornado los ojos mirando al doctor, en ella , de vez en cuando nacia el sentir rencoroso que atribuia a la mala praxis , pues de mal curadas heridas murió su marido. - Supongo que no ha de decirme como he de llevar mi negocio , señor McDougal - enfatizó en mostrar la distancia, abismal, que habia entre ellos, inclinó la cabeza ante ambas figuras - si me disculpas ... - se giró de talones, y marchó en pos de Minerva_Dalton, hacia el interior del comercio, donde, a resguardo del sol, se estaba mucho mejor. La campanilla de la puerta sonó por segunda vez. - Buenos dias señora Dalton, ¿En qué puedo ayudarla?
Marion_Sutter saluda a Caleb_McDougal con una leve inclinación de cabeza y una media sonrisa desvía la mirada hacia Evelyn_G_Meier esbozando la misma media sonrisa, apreciando su saludo. Ve a Minerva_Dalton sin saber que es la dueña del saloon y la saluda. - Buenas sean. Bueno yo voy al saloon que debo presentarme ante la dueña. - Si me disculpan... - No parece una camarera más, sus buenos modales la delatan. Clava la mirada mar en el joven mozo que se había acomodado sentado sobre la maleta, el pobre da un sobresalto y coge la maleta de nuevo refunfuñando palabras inteligibles mientras comienza a caminar hacia el saloon.
Minerva_Dalton: > Buenos días, Doctor. Me disculpa si le robo a la sra Meier un momento, ¿verdad? No dispongo de demasiado tiempo antes de que empiecen a llegar los clientes -dijo resueltamente, mientras les dejaba atrás y se metía en la armería. Estaba claro que no iba a permitir un no por respuesta. Lo mismo no le daba opciones ni a responder. Pero era la costumbre de tener que tratar así a sus clientes. -Perdone que venga a importunarla, pero necesitaría un arma. Es para mí. Ya supondrá que no tengo la menor experiencia con ellas, así que, me dejaré aconsejar por usted. Con todo esto del robo y el asesinato del Sheriff... Una no se siente segura ni en su propia casa.
Caleb_McDougal se rió ligeramente por la respuesta tan viva y sagaz que le dió la señorita Dalton. Curvó después los labios en una sonrisa y los puso sobre la señorita Meier. Su semblante cambió cuando notó su misma reacción. ¡Diablos!. Echaba de menos a Arthur y sus comentarios.. sus partidas de cartas.. Sentía en sus mismas entrañas como esa mirada que ella le entregaba era un mudo recordatorio inculpador. Suspiró ligeramente e inclinó de nuevo el sombrero para permitir que ambas mujeres se marchasen. -Señoritas.... -Después tras dejar su sombrero en su sitio ladeó la cabeza hacia un lado viendo como la señorita Sutter se acercaba. -Milady..... -Dijo de manera caballerosa. -Disculpadme. -Se acercó un poco a ella dando un paso. -Pero si a quien estáis buscando es a la dueña del Saloon no está allí ahora mismo. -Sonrió despues mientras que miraba a la mujer. -Éste es un pueblo pequeño y nos conocemos todos. Sois una cara nueva, hermosa por cierto, pero no pasáis desapercibida. Si buscáis a la dueña, acaba de entrar en la armería. -Cabeceó para señalar tras él.
Evelyn_G_Meier se guareció al otro lado del mostrador, en pocas armerias se pasaba ante una puerta , cuyo cristal estuviera adornado con cortinas con pultillas, el mostrador no iba a dejar de poseer tales recargados detalles. Evelyn posó las manos sobre la superficie del mostrador y los dedos repiquetearon contra este, tenía los brazos tensados y los codos rígidos, la mirada inclinada hacia el interior del aparador , parecía pensativa y el sonido del repiqueteo se intensificó. - Veamos ... entiendo que ha de ser un arma pequeña, un arma manejable y un arma que pase inadvertida ... digamos que no desea evidenciar su presencia. - se agachó y para poder acceder a un muestrario, tuvo que hacer girar una llave , deslizar una puerta y alcanzar una cajita con adornor en metal , nacar y marfil, posó esta sobre el cristal del mostrador y luego , a su lado otra caja . - Le mostraré lo que le puede interesar y luego nos ajustaremos a un precio ... ¿Le parece bien ? - abrió una primera caja, sobre una seda roja se mostró un arma pequeña, brocada , de culata en madera .
Marion_Sutter mira a Caleb_McDougal escuchando atenta sus palabras. - ¿Sí? - Pregunta ante la atención del hombre. - Sí, busco a la dueña, una tal Minerva Dalton. Pues allí iré. - Esboza una amplia sonrisa por el halago sonrojándose levemente como respuesta. - Gracias por la información, por cierto me llaman Marion Sutter, una de las nuevas camareras. - Se presenta ante el desconocido que siempre es bueno saber con quién contar y no deducía a qué se dedicaría el extraño y era bastante curiosa.
Minerva_Dalton asintió -Me parece. Ay, ya sabe usted que no soy yo muy diestra en esto de los disparos, pero con un niño pequeño en casa y sin un hombre que nos proteja... ¿Qué digo? Usted me comprende mejor que nadie, ¿verdad, querida? Por suerte usted sabe defenderse. -fijó la mirada en el arma que le enseñaba. No podía negar que era una pieza interesante. -¿Es fácil de manejar? Busco sobre todo eso, aunque no sea tan bonita.
Caleb_McDougal: -Milady Sutter.. -Inclinó ligeramente el sombrero de nuevo en señal de saludo respetuoso. -Yo soy Caleb McDougal, el doctor de la ciudad. Me encargo de tanto un roto, como un descosido. Remiendos.. y cosas más serias. También me encargo de los animales, cuando hace falta. -Es lo que tenía ser el doctor, tenía una función, y también atender a los animales. Sonrió ligeramente mientras que miraba a la mujer antes de asentir un poco. -Entonces aquí la encontraréis. -Se quitó después el sombrero para pasarse la manga por la frente. -Menudo calor que tenemos hoy, y eso que aún el sol no está en todo lo alto. Nos espera un laaaargo día. -Sonrió ligeramente. -No os entretengo. Tendréis ganas de descansar después de un largo viaje -porque todos en diligencia eran largos y uno terminaba con las posaderas como un mandril-. -Nos veremos entonces por aqui, si necesitáis de mis servicios mi consulta está varias casas más al fondo. -Señalo un poco uno de los edificios de madera que no eran tan viejos, con una cristalera en la que había un particular rótulo.
Evelyn_G_Meier deslizó las manos sobre el talle de su ropa, absolutamente negra y apretó los labios, era como si deseara que aquellas palabras se deslizaran sobre ella y que, por el contrario, no llegaran a afectarle, aún no se había acostumbrado a la ausencia de Arthur y aquello era un grito demasiado imparable contra lo evidente. Se sumió en sus propias sombras y emergió de ellas con una sonrisa lisonjera . - Bien, en ese caso entregó una pausa mientras abria la segunda caja , mostrando una remington - esta le será la apropiada, pero recuerde que para defenderse solemos hacerlo en cortas distancias, y nadie sabe detener una bala aún . No hace falta demasiada punteria estando a un par de pasos .- sonrió entornando los ojos - Pero dudo que le falte una mano para ayudarla , y menos una mano de un hombre ... sabe muy bien como tratarlos .
Marion_Sutter:> - No soy lady, así que podéis ahorraros ese distintivo. - Sugiere mirando a Caleb_McDougal sin perder la sonrisa serena de su rostro de piel blanquecina. [Eso ya pasó, no quiero volver a escuchar más lady en mi nombre, por fin.] - Sonríe más ampliamente al escuchar a lo que se dedica el hombre. - Un galeno, encantada pues. De los animales y todo, con mucho trabajo entnces imagino. - Desliza las yemas de los dedos por la frente perlada de sudor. - Sí que hace bochorno en esta zona. Pues gracias de nuevo, sí voy a ver si encuentro a mi familiar lejano, tengo ganas de conocerla. - Asegura sincera ya encaminándose hacia la armería para encontrarse con la dueña del saloon, previamente ofrece al doctor una leve reverencia elegante.
Minerva_Dalton resopló, en un claro ademán divertido -A esa panda de borrachos les sirve con que se les ponga una botella llena lo bastante cerca. Créame, si confiara en que ellos van a protegernos a mí y a Tom, no estaría aquí comprando un arma ni preocupada por quién me va a enseñar a manejarla. Sé tratar a los hombres, cuando vienen a divertirse, pero sé que ninguno de ellos recibiría una bala por mí o por mi hijo.
Caleb_McDougal:> - Señorita Sutter.. Que paséis entonces un buen día. -Sonrió de nuevo ligeramente para acomodarse otra vez el sombrero en su cabeza. Dejó que ella se marchase hacia el interior de la armería y caminó un poco por la calle apoyándose sobre uno de los palos de madera, reservados a los caballos pero que ahora estaban libres. Sacó de su bolsillo un saquito de tabaco y empezó a liarse un cigarrillo mientras que observaba las idas y venidas de la gente. Era un lugar tranquilo... aunque en todos los paraísos siempre ocurre algo. Tras humedecer el papel y hacerse el cigarrillo se lo llevó a los labios y encendió con un mechero dándole una calmada y lenta calada.. Tras exhalar el humo metió las manos en los bolsillos y echó a caminar por la calle dirigiéndose hacia su consulta, tenía que limpiar el instrumental y sabía que esa mañana vendría la señora O'Connegil para que le ayudase con sus problemas con el estómago.
Evelyn_G_Meier:> - En ese caso, cerremos el trato de este modo, venga mañana,hoy tengo un trabajo para el señor McDougal, y probaremos el arma, podrá hacer algunos dispaaros, aunque las balas correran de su cuenta, en la parte posterior tengo un pequeño jardín donde suelo dejar probar las armas y bueno, se puede aprender de un modo discreto, sin tener que perder el sentido bajo este sol. - le tendió la mano, para sellar el trato. Un negocio era un negocio.
Marion_Sutter profiere una última sonrisa a Caleb_McDougal. - Igualmente doctor. - Encamina sus pasos hacia el interior de la armería, entra y mira a Minerva_Dalton. - Buenas, ¿sois Minerva Dalton? - Pregunta a la mujer con el joevn moz al lado cargando con la maleta, sudoroso con el ceño fruncido que vuelve a dejar caer la maleta en el suelo y se sienta sobre ella con desdén.
Aunque no era tremendamente tarde las temperaturas ya habían subido bastante. El calor era sofocante y sus efectos se hacían notar en las gentes. El saloon ya tenía clientes y pocos eran los que se paseaban de manera abierta por la calle. Un carruaje pasó por la calle principal, deteniéndose en la oficina de correos y telégrafos. Una diligencia que seguramente traería consigo nueva correspondencia. Hacía no demasiado que salió de su consulta, consulta que también era su casa ya que vivía en una casa de dos plantas siendo la planta baja donde atendía y la planta superior donde descansaba -mejor no entrar ahí-. De manera lenta Caleb caminaba por la calle. Vestía de manera sencilla con unos pantalones marrones y una camisa a cuadros. Colgando de su cinturón dos revólveres. Sus botas resonaban y emitían un sonido particular sobre esa acera de madera que estaba en el exterior de los edificios. Caminaba sin prisa aunque su mirada estaba velada por un sombrero que le protegía del sol de la mañana.
Evelyn_G_Meier apuntaló el pie contra una de las patas de la banqueta y la hizo deslizar sobre la madera, esta se deslizó protestando con un sonido apagado entre otros mucho más altos, como el de la diligencia al pasar ante la puerta. Esta alzó aún más polvo y entre las cejas de Evelyn se marcó una arruga de enfado. Ascendió a la banqueta y aquel mismo paño lo deslizó por el cartel de madera, donde se podía leer la misma inscripción que sobre el cristal del escaparate. Desde su posición pudo distinguir la figura del señor McDougal, no por su sombrero, ni por sus botas, si no a fuerza de reconocer el tipo de armas que cada uno llevaba pendido de sus cinturones, era inevitable que aquella labor comercial, con el paso del tiempo no impusiera cierta experiencia . Acabó de limpiar el letrero . - Buenos días señor McDougal. - dijo afable y ocupada.
Caleb continuó avanzando por la acera deteniéndose un instante cuando vió pasar a su lado la diligencia. Pareció negar un poco antes de seguir con su camino. La expresión de la señorita Meier denotaba cierta molestia por su paso y es que en una ciudad donde había tanto polvo, tener las cosas limpias era un auténtico suplicio -y también milagro-. Se llevo la mano hacia el sombrero y lo inclinó un poco. -Señorita Meier... -La observó durante algunos instantes antes de volver a bajar la mano y llevarsela al cinturon para meter su dedo dentro de este y quedarse acomodado en una postura casual. -Me gustaría pediros un favor, y no se si es realmente propio. -Añadio con voz tranquila aunque después pareció cambiar completamente de tema. -¿Cómo se encuentra vuestra pequeña? -Su mirada pareció cambiar levemente al igual que lo hizo su conversación, mostrándose algo más cálida.
Evelyn_G_Meier sonrió, giró el rostro hacia Caleb y apoyó la palma de delgada mano sobre su hombro, se ayudó de aquel contacto para descender segura de la banqueta, una vez en el suelo, guardó el paño, bien plegado, en uno de los bolsillo del delantal, y ambas manos ,en un extraño gesto rutinario, se deslizaron sobre su vientre, ordenando los pliegues de la falda y de paso, secándolas. Las palabras del señor McDougal no pasaron inadvertidas, mas en su rostro apareció una sonrisa . - La pequeña se encuentra muy bien, en el colegio a estas horas , gracias a Dios jajajajajaja - alzó la mano y posó esta sobre la frente, creando una cómoda sombra que proyectar sobre sus claros ojos, de ese modo pudo contemplar con mucho más detenimiento el rostro de Caleb. - ¿De qué se trata ? - preguntó directa y contundente .
Marion_Sutter baja de la diligencia, deslizando con cuidado un botín de tacón de cuero negro por los escalones hasta apoyarlos en la tierra. Va ataviada con un vestido entallado de color verde oscuro con franjas negras aterciopeladas, el bajo de la falda va ribeteado con es amisma franja. El corpiño dorado se ciñe a la esbelta cintura. El sombrero tapa su cabello cobrizo recogido y hace sombra en su mirada mar. Ese es el único vestido ostentoso que tiene. Apremia al joven mozo a que le baje la maleta y le ofrece unas monedas para que la ayuda, llevándolo al saloon ya que es una de las nuevas adquisiciones del local. Escruta el lugar, inhala aire llenando sus pulmones, una nueva vida se ddivisa en su horizonte.
Caleb tendio su mano hacia ella para ayudarla a descender de manera segura mientras que la observaba. Sonrió levemente cuando ella habló de la pequeña de esa manera, después asintió un poco. -Eso está bien. Es una jovencita muy viva. -Después puso algo de distancia entre ambos para no incomodar a la mujer. -Vereis. Tengo un pequeño problema con el percutor de mi vieja colt. -Llevo su mano izquierda hacia el cinturon y sacó uno de sus revolveres que tenia en el mismo. Con un suave giro de muñeca sacó el cilindro donde iban las balas y se aseguró de que no estaba cargada después tras otro gesto lo volvió a meter hacia el interior y le tendió el arma para que le echase un vistazo. -No hace contacto, creo que por un golpe y quería saber si lo podéis arreglar sin tener que sustuir la pieza. O en el caso de tener que hacerlo... Que me comentases cuanto me podría costar. Se que son unas armas bastante viejas, pero les tengo aprecio.
Evelyn_G_Meier descendió la mirada hacia el arma, ladeó el rostro mientras que Caleb_McDougal, confirmó el estado del arma, mientras esperaba, secó sus manos aún de un modo mucho mas minucioso hasta que pensó que estas estaban lo suficiente decentes para tomar el arma, la sopesó al recibirla y calculó que el peso era el adecuado, por lo que no debía de faltar ninguna pieza, abrió el tambor y observó a través de este , en uno de los círculos se enmarcó la figura de Marion_Sutter, " una cara nueva " se dijo, aquel pueblo era un lugar reducido, donde casitodos los rostros eran conocidos, y los que no, llamaban la atención. Cerró el tambor y puso el seguro, aunque esta estuviera descargada - Déjeme echarle un vistazo , esta noche , y mañana vuelva a por ella, le diré si he encontrado algo. - meció la cabeza y el mentón señaló a Marion_Sutter - Vaya, esta vez la diligencia no sólo ha triado correo ... - le guiñó un ojo a Caleb_McDougal, y sonrió deslizando el arma, junto con su mano, al interior de su bolsillo , amplio, del delantal.
Marion_Sutter camina junto al mozo que resopla llevando su maleta. En la mano lleva una maletita de un tamaño inferior. A lo lejos ve a Evelyn_G_Meier percibiendo cómo la observa. -[Hay curiosos como en todos lados. Yo misma seniría curiosidad de alguien desconocido. Espero que sean amistosos.] -Observa también a Caleb_McDougal y suspira profundamente, no es que sea muy sociable al principio, cuando esta trabajando la cosa cambia, ahí no tiene más narices que ser amable y hasta osada para ejercer bien su trabajo de camarera. Llega hasta donde está ellos y ofrece una sonrisa cordial a ambos. - Buenas sean. - Saluda sin mucha palabrería con denotación tímida. El moz deja la maleta en el suelo con un trompazo creando un poco de polvo a lo que la joven le profiere una mirada despectiva.
Caleb_McDougal:> Os lo agradezco. -Hizo de nuevo un gesto con el sombrero a modo de agradecimiento antes de ladear la cabeza y seguir la mirada hacia donde la señorita Meier la había puesto. Observó a la mujer que acababa de bajar de la diligencia. -Eso parece. Una cara nueva en el pueblo. -La observó y desde lejos inclinó ligeramente la cabeza haciendo un gesto caballeroso antes de cruzarse de brazos. -Os ruego, señorita Meier que cuando sepáis algo, me lo hagáis saber, os lo agradecería mucho. -Añadio mientras que miraba un instante hacia la mujer. Había conocido a su marido, en cierto sentido le tenía en bastante estima era un buen hombre y se lamentó profundamente que la parca se lo llevase, en esos momentos en los que uno no puede hacer nada se siente impotente... son los momentos que marcan. Cuando escuchó que alguien se acercaba ladeó la cabeza y miró a Minerva. -Milady Dalton... -Había pasado al interior de la armería, cuando ellos estaban afuera, suponía que deseaba comprar algo. -Bueno, señorita Meier, el negocio os llama.
Evelyn_G_Meier:> El peso del arma en su bolsillo tensaba las cintas que asian el delantal al talle , arrugó la nariz, en lo que parecia una tasación meticulosamente escrutadora , pero no tenía porque ser desagradable, una cara nueva no tenía porque ser indicios de cambios, de inestabilidad o de riesgos y siempre que así fuera, ella llevaba una pistola, por lo que aquel simple recuerdo de la pieza le hizo crear una amistosa sonrisa en los labios - Buenos dias tenga señorita - había calculado bien su edad, inclinado la cabeza y entornado los ojos mirando al doctor, en ella , de vez en cuando nacia el sentir rencoroso que atribuia a la mala praxis , pues de mal curadas heridas murió su marido. - Supongo que no ha de decirme como he de llevar mi negocio , señor McDougal - enfatizó en mostrar la distancia, abismal, que habia entre ellos, inclinó la cabeza ante ambas figuras - si me disculpas ... - se giró de talones, y marchó en pos de Minerva_Dalton, hacia el interior del comercio, donde, a resguardo del sol, se estaba mucho mejor. La campanilla de la puerta sonó por segunda vez. - Buenos dias señora Dalton, ¿En qué puedo ayudarla?
Marion_Sutter saluda a Caleb_McDougal con una leve inclinación de cabeza y una media sonrisa desvía la mirada hacia Evelyn_G_Meier esbozando la misma media sonrisa, apreciando su saludo. Ve a Minerva_Dalton sin saber que es la dueña del saloon y la saluda. - Buenas sean. Bueno yo voy al saloon que debo presentarme ante la dueña. - Si me disculpan... - No parece una camarera más, sus buenos modales la delatan. Clava la mirada mar en el joven mozo que se había acomodado sentado sobre la maleta, el pobre da un sobresalto y coge la maleta de nuevo refunfuñando palabras inteligibles mientras comienza a caminar hacia el saloon.
Minerva_Dalton: > Buenos días, Doctor. Me disculpa si le robo a la sra Meier un momento, ¿verdad? No dispongo de demasiado tiempo antes de que empiecen a llegar los clientes -dijo resueltamente, mientras les dejaba atrás y se metía en la armería. Estaba claro que no iba a permitir un no por respuesta. Lo mismo no le daba opciones ni a responder. Pero era la costumbre de tener que tratar así a sus clientes. -Perdone que venga a importunarla, pero necesitaría un arma. Es para mí. Ya supondrá que no tengo la menor experiencia con ellas, así que, me dejaré aconsejar por usted. Con todo esto del robo y el asesinato del Sheriff... Una no se siente segura ni en su propia casa.
Caleb_McDougal se rió ligeramente por la respuesta tan viva y sagaz que le dió la señorita Dalton. Curvó después los labios en una sonrisa y los puso sobre la señorita Meier. Su semblante cambió cuando notó su misma reacción. ¡Diablos!. Echaba de menos a Arthur y sus comentarios.. sus partidas de cartas.. Sentía en sus mismas entrañas como esa mirada que ella le entregaba era un mudo recordatorio inculpador. Suspiró ligeramente e inclinó de nuevo el sombrero para permitir que ambas mujeres se marchasen. -Señoritas.... -Después tras dejar su sombrero en su sitio ladeó la cabeza hacia un lado viendo como la señorita Sutter se acercaba. -Milady..... -Dijo de manera caballerosa. -Disculpadme. -Se acercó un poco a ella dando un paso. -Pero si a quien estáis buscando es a la dueña del Saloon no está allí ahora mismo. -Sonrió despues mientras que miraba a la mujer. -Éste es un pueblo pequeño y nos conocemos todos. Sois una cara nueva, hermosa por cierto, pero no pasáis desapercibida. Si buscáis a la dueña, acaba de entrar en la armería. -Cabeceó para señalar tras él.
Evelyn_G_Meier se guareció al otro lado del mostrador, en pocas armerias se pasaba ante una puerta , cuyo cristal estuviera adornado con cortinas con pultillas, el mostrador no iba a dejar de poseer tales recargados detalles. Evelyn posó las manos sobre la superficie del mostrador y los dedos repiquetearon contra este, tenía los brazos tensados y los codos rígidos, la mirada inclinada hacia el interior del aparador , parecía pensativa y el sonido del repiqueteo se intensificó. - Veamos ... entiendo que ha de ser un arma pequeña, un arma manejable y un arma que pase inadvertida ... digamos que no desea evidenciar su presencia. - se agachó y para poder acceder a un muestrario, tuvo que hacer girar una llave , deslizar una puerta y alcanzar una cajita con adornor en metal , nacar y marfil, posó esta sobre el cristal del mostrador y luego , a su lado otra caja . - Le mostraré lo que le puede interesar y luego nos ajustaremos a un precio ... ¿Le parece bien ? - abrió una primera caja, sobre una seda roja se mostró un arma pequeña, brocada , de culata en madera .
Marion_Sutter mira a Caleb_McDougal escuchando atenta sus palabras. - ¿Sí? - Pregunta ante la atención del hombre. - Sí, busco a la dueña, una tal Minerva Dalton. Pues allí iré. - Esboza una amplia sonrisa por el halago sonrojándose levemente como respuesta. - Gracias por la información, por cierto me llaman Marion Sutter, una de las nuevas camareras. - Se presenta ante el desconocido que siempre es bueno saber con quién contar y no deducía a qué se dedicaría el extraño y era bastante curiosa.
Minerva_Dalton asintió -Me parece. Ay, ya sabe usted que no soy yo muy diestra en esto de los disparos, pero con un niño pequeño en casa y sin un hombre que nos proteja... ¿Qué digo? Usted me comprende mejor que nadie, ¿verdad, querida? Por suerte usted sabe defenderse. -fijó la mirada en el arma que le enseñaba. No podía negar que era una pieza interesante. -¿Es fácil de manejar? Busco sobre todo eso, aunque no sea tan bonita.
Caleb_McDougal: -Milady Sutter.. -Inclinó ligeramente el sombrero de nuevo en señal de saludo respetuoso. -Yo soy Caleb McDougal, el doctor de la ciudad. Me encargo de tanto un roto, como un descosido. Remiendos.. y cosas más serias. También me encargo de los animales, cuando hace falta. -Es lo que tenía ser el doctor, tenía una función, y también atender a los animales. Sonrió ligeramente mientras que miraba a la mujer antes de asentir un poco. -Entonces aquí la encontraréis. -Se quitó después el sombrero para pasarse la manga por la frente. -Menudo calor que tenemos hoy, y eso que aún el sol no está en todo lo alto. Nos espera un laaaargo día. -Sonrió ligeramente. -No os entretengo. Tendréis ganas de descansar después de un largo viaje -porque todos en diligencia eran largos y uno terminaba con las posaderas como un mandril-. -Nos veremos entonces por aqui, si necesitáis de mis servicios mi consulta está varias casas más al fondo. -Señalo un poco uno de los edificios de madera que no eran tan viejos, con una cristalera en la que había un particular rótulo.
Evelyn_G_Meier deslizó las manos sobre el talle de su ropa, absolutamente negra y apretó los labios, era como si deseara que aquellas palabras se deslizaran sobre ella y que, por el contrario, no llegaran a afectarle, aún no se había acostumbrado a la ausencia de Arthur y aquello era un grito demasiado imparable contra lo evidente. Se sumió en sus propias sombras y emergió de ellas con una sonrisa lisonjera . - Bien, en ese caso entregó una pausa mientras abria la segunda caja , mostrando una remington - esta le será la apropiada, pero recuerde que para defenderse solemos hacerlo en cortas distancias, y nadie sabe detener una bala aún . No hace falta demasiada punteria estando a un par de pasos .- sonrió entornando los ojos - Pero dudo que le falte una mano para ayudarla , y menos una mano de un hombre ... sabe muy bien como tratarlos .
Marion_Sutter:> - No soy lady, así que podéis ahorraros ese distintivo. - Sugiere mirando a Caleb_McDougal sin perder la sonrisa serena de su rostro de piel blanquecina. [Eso ya pasó, no quiero volver a escuchar más lady en mi nombre, por fin.] - Sonríe más ampliamente al escuchar a lo que se dedica el hombre. - Un galeno, encantada pues. De los animales y todo, con mucho trabajo entnces imagino. - Desliza las yemas de los dedos por la frente perlada de sudor. - Sí que hace bochorno en esta zona. Pues gracias de nuevo, sí voy a ver si encuentro a mi familiar lejano, tengo ganas de conocerla. - Asegura sincera ya encaminándose hacia la armería para encontrarse con la dueña del saloon, previamente ofrece al doctor una leve reverencia elegante.
Minerva_Dalton resopló, en un claro ademán divertido -A esa panda de borrachos les sirve con que se les ponga una botella llena lo bastante cerca. Créame, si confiara en que ellos van a protegernos a mí y a Tom, no estaría aquí comprando un arma ni preocupada por quién me va a enseñar a manejarla. Sé tratar a los hombres, cuando vienen a divertirse, pero sé que ninguno de ellos recibiría una bala por mí o por mi hijo.
Caleb_McDougal:> - Señorita Sutter.. Que paséis entonces un buen día. -Sonrió de nuevo ligeramente para acomodarse otra vez el sombrero en su cabeza. Dejó que ella se marchase hacia el interior de la armería y caminó un poco por la calle apoyándose sobre uno de los palos de madera, reservados a los caballos pero que ahora estaban libres. Sacó de su bolsillo un saquito de tabaco y empezó a liarse un cigarrillo mientras que observaba las idas y venidas de la gente. Era un lugar tranquilo... aunque en todos los paraísos siempre ocurre algo. Tras humedecer el papel y hacerse el cigarrillo se lo llevó a los labios y encendió con un mechero dándole una calmada y lenta calada.. Tras exhalar el humo metió las manos en los bolsillos y echó a caminar por la calle dirigiéndose hacia su consulta, tenía que limpiar el instrumental y sabía que esa mañana vendría la señora O'Connegil para que le ayudase con sus problemas con el estómago.
Evelyn_G_Meier:> - En ese caso, cerremos el trato de este modo, venga mañana,hoy tengo un trabajo para el señor McDougal, y probaremos el arma, podrá hacer algunos dispaaros, aunque las balas correran de su cuenta, en la parte posterior tengo un pequeño jardín donde suelo dejar probar las armas y bueno, se puede aprender de un modo discreto, sin tener que perder el sentido bajo este sol. - le tendió la mano, para sellar el trato. Un negocio era un negocio.
Marion_Sutter profiere una última sonrisa a Caleb_McDougal. - Igualmente doctor. - Encamina sus pasos hacia el interior de la armería, entra y mira a Minerva_Dalton. - Buenas, ¿sois Minerva Dalton? - Pregunta a la mujer con el joevn moz al lado cargando con la maleta, sudoroso con el ceño fruncido que vuelve a dejar caer la maleta en el suelo y se sienta sobre ella con desdén.
Caleb- Sirviente
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7 de agosto. Mañana (lo que falta, que no es mucho).
Marion Profiere una última sonrisa a Caleb McDougal.
-Igualmente doctor -Encamina sus pasos hacia el interior de la armería, entra y mira a Minerva Dalton-. Buenas, ¿sois Minerva Dalton? -Pregunta a la mujer con el joevn moz al lado cargando con la maleta, sudoroso con el ceño fruncido que vuelve a dejar caer la maleta en el suelo y se sienta sobre ella con desdén.
Minerva estrechó la mano de la sra Meier, cerrando así el trato. Le pareció muy buena idea eso de probar el arma antes de adquirirla y el que las balas corrieran de su cuenta le pareció razonable.
-Perfecto, entonces no le molesto más, que tenga un buen día -se despidió y se dispuso a abandonar la armería para dirigirse al saloon, cuando se vio asaltada por una muchachita-. Sí, soy yo -la observó de arriba a abajo y ató cabos. Sí, debía ser ella la persona a la que esperaba-. Tú debes de ser Marion, ¿verdad?
Marion esboza una sonrisa de satisfacción al haberla encontrado. Las gestualidades de la joven reflejan cansancio, el viaje había sido muy largo y realmente le dolían mucho las posaderas de haberse mantenido sentada durante largo tiempo. Suspira aliviada mirando a Minerva_Dalton.
-Sí, soy Marion Sutter, y tú debes ser mi prima lejana. -El joven mozo con la maleta les mira, ya sonríe acomodado sentado sobre la maleta-. Me alegra conocerte por fin. Mi familia te envía saludos afectuosos, ya sabes que faltaron mis padres. Así que decidí cambiar de aires -Va directa al grano, al pronunciar esas palabras su semblante cambia, se vuelve frío cual barrera de hielo.
Minerva sonrió ampliamente.
-Yo también me alegro mucho de conocerte, querida. Siento mucho lo de tus padres. Pero no te preocupes, desde ahora Twin Falls será tu nuevo hogar. Debes de estar agotada del viaje. Ven, te enseñaré el saloon. Allí podrás ocupar una habitación, asearte y descansar y luego me cuentas toooodo.
-Muchas gracias Minerva -Le profiere una sonrisa afectuosa. En la mirada mar de la joven pueden apreciarse connotaciones de tristeza bajo esa galidez que quiere aparentar, pero el cambio de aires le irá muy bien y era algo que necesitaba con urgencia-. Perfecto, he traído unos regalos, me quedé con los tíos Gonzalo y Prímula y la tía adora las hierbas medicinales -Hace un gesto con la mano al joven mozo señalándole que se levante para encaminarse hacia el saloon caminando al lado de la dueña.
Pallas_Atenea- Homo-repartidora de nubes rosas
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8 de agosto
El resorte estaba mellado , le había costado toda la noche poder pulirlo para que la pistola de Caleb McDougal quedara de nuevo operativa. El arma quedó en una caja , envuelta por una tela que la protegiera hasta la entrega . Se desperezó , arqueando la espalda , separando los antebrazos de sobre la mesa de trabajo. Y con cierto hastío se puso en pie, deslizó las manos sobre la falda que como su camisa, eran de un pulcro negro. Un negro que luchaba contra aquel polvo, aquella tierra seca que , casi de forma desafiante, luchaba por adentrarse en el comercio. Tomó el delantal , lo ciñó entorno a su caderas de camino a la salida y bajo el pesado sol arrugó la nariz, mientras terminaba de cerrar el nudo. Sophia pasó corriendo por delante de la tienda y a pesar de que Evelyn tomó aire para pedir que no corriera, aquel aire acabó por ser cómplice de un largo suspiro.
(Frederick estaba atendiendo a una señora con una paciencia inaudita en él. Se notaba que había estado con una mujer recientemente porque su carácter amable solo afloraba cuando ocurría eso. Jonathan se preguntaba mientras observaba a su compañero si en él se obraría un cambio semejante. La idea le pareció absurda, aunque no era capaz de despejar la curiosidad y por primera vez en mucho tiempo se sentía inquieto dentro de la oficina, su propio templo de paz. Viendo que no era un elemento indispensable en ese momento, le pidió permiso a Fred para abandonar el puesto durante unos minutos y dar un paseo. Fred le hizo un gesto vago con la mano que significaba que le daba vía libre. Jon se puso la chaqueta, a pesar del calor, y salió al exterior. No solía llevar sombrero, pero no le parecía mala idea comprarse uno. Lentamente se puso en marcha hacia ningún lado en particular. *Esa hora le gustaba. No había mucha gente con la que cruzarse y podía deambular por Twin Falls a sus anchas, aunque prefería con mucho los lugares naturales y ese mismo sábado por la tarde proyectó una pequeña excursión. Tal vez podía invitar a la maestra o a Tom a merendar en el lago. O a ninguno. Podía ir solo, como siempre. Mientras distintas ideas pesimistas iban tomando forma en su cabeza, Jon se quedó quieto y se fijó en una niña que había por allí. La observó con lástima. No por ella; ella no tenía nada que pudiera darle pena. Se la veía feliz, indiferente, confiada. Todo lo que no podía ser él. Evitó sonreír para que nadie lo tildara de pervertido o algo semejante, aunque a esas alturas...)
Sophia pasó por costado de Jonathan_Atwood, tan apresuradamente como lo puede hacer un niño que se divierte, sin otra intención que dejar a tras a sus compañeros y alcanzar a quienes le quedaban por adelantar, aquel pequeño grupo marcaba el sonido de un peculiar conjunto de pasos , aderezados por las risas que apremiaban sus movimientos. Evelyn apoyó los nudillos sobre las caderas , tomó aire y por fin protestó .- ¡Sophía Mary Meier!- Pero Sophia tenía otros planes, ya había girado la esquina, y con ello se creyó a salvo de enfrentarse a su madre , quien con el ceño fruncido repiqueteaba con la punta de la bota sobre el suelo. Desplomó los hombros al ver que aquello no obtendría respuesta , no al menos inmediata y temía que cuando se encontrara con la pequeña, de nuevo, aquel incidente se le habría olvidado. Apretó los labios, habían estado a punto de empujar a un hombre, al elevar la mirada pudo reconocer al telegrafista. Una mano acarició su cuello y trató de infundirse cierto sosiego. - Buenos días señor Atwood, disculpe a los niños ... - arrugó la nariz y negó con la cabeza, tratando de restar toda la importancia posible al hecho.
(Jon salió de su trance cuando una mujer adulta se dirigió a él. Sacudió rápidamente la cabeza y extendió los brazos para hacer ver de inmediato que no se había molestado por la dulce impertinencia de los chiquillos.) Oh, n-no... N-no hay ningún probema. (Aseguró sin apenas titubear.) Me en-encantan los niños. (Lamentó enseguida haber hecho esa afirmación y desvió la mirada hacia otra parte no menos afortunada: por alguna razón queni él mismo comprendía, Jonathan se estaba dedicando a escudriñar los bustos de las mujeres de Twin Falls. Se sintió violento y torpe, pero no era algo nuevo. Carraspeó.) ¿Qué tal se encuentra, s-s-señora Meier? Hace t-tiempo que no la veo p-por la oficina.
El brazo se tensó, se estiró y la mano alcanzó la escoba con la que pretendía luchar contra aquella tierra que amenazaba la pulcritud de su tienda, pero pensó que , posiblemente, aquel objeto tuviera otras utilidades , como el de golpear a la gente. Fue una lucha discreta, la de su criterio con sus deseos, y al parecer debió de ganar la del criterio porque Jonathan, no se llevó ningún golpe, al menos , aún no, pero aquel sexto sentido le recorría la espalda de un poco amenazador. Una sonrisa apareció en sus labios y esta mostró parte de sus dientes - La verdad es que no he tenido necesidad... si recibe noticias de mi pedido de la ciudad me lo comunicaría verdad, sería de agradacer , lo llevo esperando desde hace días . - Avanzó hacia el señor Atwood , hasta que quedó ante él, elevando discretamente el mentón y con ambas manos sobre la escoba, que justo, había apuntalado ante las puntas de sus talones , sus ojos frios se clavaron en los de él, dejando que su mirada tuviera que verse "obligada" a mirarlos.
(El telegrafista se sintió inmediatamente avergonzado. La señora Meier no había hecho ningún comentario; su cortesía se lo había impedido. Sin embargo, se había dado cuenta de que le había estado mirando los senos. Jonathan se sintió avergonzado. Era una actitud absolutamente nueva que escapaba a su control.) Po-por supuesto, pero si no l-lo hago yo... Mi compañero F-F-F... (Paró. Cuando se atascaba era mejor no insistir.) Mi compañero. (Lo dejó ahí pensando que era suficiente, que con eso insinuaba ya que Frederick se encargaba usualmente del reparto.) ¿Qué t-tal se encuentra su hija? (Iba a añadir que la veía muy guapa, pero no sabía si el comentario sería malinterpretado o poco acertado viendo lo patosa y accidentada que estaba siendo esa conversación.)
Aquel escalofrio se intensificó a su espalda y le acabó por entregar un golpe certero a su sosiego, tanto que tuvo que buscar el modo de recuperarlo. Se ladeó , discretamente, dejando al señor Atwood frente a su hombro izquierdo, mientras sus ojos claros miraban hacia la calle, donde aquellos caballos, carretas y diligencias elevaban un polvo molesto . - En ese caso tendré que hablar con el señor Hynes. - los dedos apretaron la madera del talle de la escoba, con tanta fuerza que hizo blanquear los nudillos . - ¿Sabe? Desde aquí, si apuntara ... hacia al oficina de telégrafos , sabría al menos de diez armas con las que acertar a una diana en movimiento . - Sonrió observando como un beodo salia del salón y trataba de subir , sin conseguirlo, a su montura . - Mi hija se encuentra muy bien, sana y protegida.- Tornó la mirada hacia el telegrafista ahora con una amplia sonrisa en sus labios . - Si mañana no llega mi pedido , me acercaré a enviar un telégrafo, para saber si está todo bien.
(Jonathan sintió la adversión de la señora Meier como una patada en las costillas. Apenas fue capaz de levantar la cabeza y mirar en dirección hacia la oficina de Correos y Telégrafos donde él mismo trabajaba y, por supuesto, sería la diana en movimiento.) Diez armas...(Murmuró queriendo parecer más impresionado que intimidado, aunque sonó resignado. Le dio rabia que recalcara que su hija estaba protegida como si él, precisamente él en todo ese pueblo de gañanes e impresentables borrachos, fuera el mayor depredador. Sintió el impulso de responderle que eso esperaba, pero se refrenó y no le plantó cara.) Hay pr-probl-blemas con a-a-algunas dili...gencias, señora M-Meier. Lo l-lamento. (No se sintió con energías suficientes para seguir manteniendo una conversación con una persona que le despreciaba abiertamente, así que le deseó un buen día e hizo amago de marcharse. Necesitaba regresar a la oficina para encerrarse en el almacén de los paquetes y desahogarse de la única manera que conocía. Más le hubiera valido permanecer en su puesto un poco agobiado que dar ese paseo. Sus ánimos han sido abatidos y ni siquiera ha hecho falta ni una de esas diez armas con las que la señora Meier le ha amenazado. Cuando acabara con su trabajo, pensó, tendría que hacerle una visita al doctor Caleb_McDougal con carácter urgente.)
Se esperaba una respuesta y había pensado en como contrariarle de nuevo, mas aquel gesto tam pesaroso la encontró desprevenida, separó los labios mostrando cierta sorprensa , no estaba sintiéndose orgullosa de aquel comentario y más tarde que pronto, ya lo lamentaba. Con los remordimientos de una buena cristiana lacerando su interior se giró hacia el telegrafista, un atisbo de duda mermó su temperamento. - Tome una taza de té frio conmigo, señor Atwood . - sabía que pronto aparecería el señor McDougal, pero al menos, hasta ese momento, podia prepararle algo con que compensar aquel pesar que parecía asolar al telegrafista. - Se que será una mañana algo movida en la tienda, pero al menos, aún podria preparárselo . - sonrió afable y apoyó la escoba , de nuevo, contra la fachada de madera , bajo el cartel de madera que pendia sobre sus cabezas.
El doctor abandonó su consulta en ese mismo instante acompañando a la puerta a un paciente. Se trataba de Ian Greggory, uno de los más ancianos del pueblo quien, debido a su carácter abierto, desenfadado y mujeriego, había tenido una mala caída a la hora de intentar "agasajar" a una de las señoritas del saloon. Un gesto bastante reprochable, pero también era cierto que era muy simpático e inofensivo, sobre todo con esa risa semi-desdentada que tenía. - Bien señor Greggory, la pierna está mucho mejor, pero confío en que no vuelva a hacer ningún "alarde" de resistencia ante las señoritas. Si fuerza la pierna la recuperación será peor, ¿entendido? -Sonrió ligeramente mientras que miraba al anciano que apoyado sobre unas muletas no dejaba de darle golpecitos en el brazo. -Ñeh Ñeh Ñeh no se preocupe Doc, le aseguro que tendré cuidado, y quienes tienen que tenerlo también son las señoritas... El anciano levantó la mirada hacia el cielo viendo el calor abrasador del mediodía. -Creo que es hora de comer.... Mi Lusille se enfadará si llego tarde. ¡Hasta otro momento doctor! El anciano se rió y echó a caminar con agilidad pese a sus años moviéndose con las muletas. -¿Lusille? -¡Mi esposa! Menudo carácter tiene. -Caleb alzó una de sus cejas y se rió viéndolo marchar. -Menudo personaje....
(Jonathan observó a la mujer con una expresión neutra a la que pronto siguió la de desencanto. No era un hombre rencoroso y hasta ahora había podido sobrevivir sin grandes complicaciones a los comentarios que con tanto cariño y dedicación le dedicaban los vecinos de Twin Falls, pero últimamente estaba más sensibles y sus nervios le jugaban malas pasadas con mucha frecuencia. Jon sospechaba que estaba harto. Harto de Twin Falls, harto de la gente y harto de sí mismo.) No, grac-cias, señora Meier. N-no qui-quisiera comprom-meter la in-integridad de su hija. (Era un reproche y no uno muy camuflado, pero el tono apagado del mismo hacía que sonara más lamentable y desgraciado que hiriente. Jonathan no se quedó para tomar el té con la señora Meier ni le preguntó por sus armas. Si se decidía a comprar una, lo haría en otro lugar.)
Evelyn asintió con la cabeza, era una respuesta sumamente acertada y la agradeció, ella habia tenido la necesidad de compensarle y él de recharle. Notó cierta jocosidad en su rechazo y eso le satisfizo , sumamente, pues denotaba que no tenía que ir demasiado desencaminada. - Buenos días tenga señor Atwood . tomó la escoba de su posición de reposo y comenzó a retirar el polvo que , entre ambos , había echando parte de este por el borde de la acera de madera, tornándolo a la calle .
Observó durante algunos instantes cómo se marchaba el señor Greggory. Era increible ver como la vida, pese a la edad, no se escapaba de algunos que tenían tantas ansias y ganas de disfrutarla, que pese a todo, se sentían como unos chiquillos que aún tenían demasiadas aventuras que vivir. Él, por su parte, se sentía bastante.... viejo... y solo. Llevó su mano hacia el bolsillo del pantalón para sacar su vieja petaca, una petaca de plata sin demasiados adornos, en realidad símplemente un leve lazo de color rojo en la parte superior. Tras desenroscar el tapón se la llevó a los labios para darle un leve trago humedeciéndose y aclarándose la garganta. -Mmmh.... -El sabor era fuerte, se había acostumbrado a él, de alguna manera detenía los recuerdos que se empeñaban en hacer mella una y otra vez. Movió la diestra para cerrar la puerta de la consulta y guardarse después la petaca, empezando a pasear por la calle buscando la sombra -escasa- que pudiese acompañarle en ese paseo antes de almorzar.
Deslizaba la escoba y cuando terminó de recorrer todo el frontal de la tienda se detuvo, deslizó la mirada sobre el trabajo realizado y buscó algún detalle por pulir, una costumbre que se le había adherido con la meticulosidad de su oficio, porque pensó que a esas alturas, despúes del tiempo que lo habia desarrollado, tenía que serlo. Posó las manos sobre el mastil de madera de la escoba y descargó el peso. No era algo que deseaba que heredara su hija, no , la verdad es que no. Deslizó la mirada sobre los comercios de su alrededor y pudo distintiguir , junto con el de correos , otros mucho más apropiados , una tienda de ultramarinos , una herreria ... todas aquellas tiendas tenian fines agradables, comunicar a la gente, dar de comer, arreglar cosas, pero un arma.., un arma tenia pocos fines adecuados , servía para matar y punto. No, eso no lo queria para Sophía.
Seguía caminando lentamente por la acera de madera que estaba delante de todas las casas y comercios de la ciudad. Miraba a los moradores de la misma y como iban y venían haciendo sus vidas. Le parecía increíble como en un lugar como ese, el tiempo parecía haberse detenido. La vida pasaba con tranquilidad y sin demasiados incidentes, aunque cuando éstos ocurrían, terminaban por marcar a los ciudadanos. No hace mucho, el atraco al banco... la muerte del Sheriff.. dejaron patente que estaban desprotegidos, no solo de los pieles-rojas, sino también del mismo hombre blanco. Era como luchar en dos frentes, cuando uno sabía que no podía defenderse de uno, ni de otro. Saludó con una inclinación de cabeza a una de las mujeres que salían de hacer la compra de la tienda de ultramarinos. Se detuvo unos instantes para sacar un cigarrillo de su bolsillo y llevárselo a los labios. No se lo llegó a encender, pero lo llevaba entre sus labios, después prosiguió su paseo encontrándose a la joven Evelyn Meier en la entrada de su establecimiento.
Emergió de sus pensamientos con el apremiante incentivo de mantenerse ocupada, dejó la escoba a un lado, apoyada contra la facha de la tienda, junto a la banqueta que hacia servir para limpiar el escaparate. Llevó las manos a la espalda y retiró el delantal, quedando sus oscuras ropas de nuevo, inmaculadas por los tonos claros de la prenda , abrió la puerta y la campanilla sonó . Se quedó bajo el quicio de la puerta cuando entre el jaleo de ir y venir , reconoció las risas de su hija, esta se detuvo, a una distancia suficientemente retadora, viró de talones y corrió en la otra dirección. Por su parte, Evelyn tan sólo pudo resoplar, fruncir el ceño y ver como un par de zagales le seguian el juego . - ufff...
Esa escena no se le pasó desapercibida, debido a su cercanía siguió con la mirada los movimientos de la joven Sophia y los otros chicos, que se unieron a sus juegos disfrutando de esos momentos antes de comer. -Juventud divino tesoro. Como se suele decir. Sonrió ligeramente mientras que los observaba, pese a todo su voz era clara y audible, ya que no estaba demasiado lejos de donde estaba Evelyn. La miró entonces de soslayo. -A veces da una cierta envidia esa inocencia y despreocupación con la cual son capaces de vivir las cosas. Cabeceó un poco y elevó la mirada algo hacia el cielo. Como siempre despejado, ni una sola nube a la vista, con lo que ello podía implicar. Al menos no había indicios de otra molesta tormenta de arena.
Se sintió , irremediablemente , incómoda por la atención que sobre Sophía caia, era como una inquietud que , lacerante, aumentara en su vientre, dejó ambas manos sobre este al tiempo que giró su cuerpo hacia Caleb_McDougal, reconoció su voz y a pesar de ello su rostro no alojó demasiado encanto y entrega , por el contrario, mostró un ceño fruncido y una mirada penetrante. - Buenos días señor McDougal, tengo terminado su encargo. -Sostuvo la puerta, invitandole a pasar al interior, mucho más fresco , y mucho más recargado. La tienda era una amplia habitación, con muchos estantes de madera, formando pequeñas cajas, a un lado un amplio mostrador con una superficie de cristal , ante este se extendía una espesa alfombra en tonos rojos, en una esquina habia una mesa redonda, ante la cual reposaban cuatro sillas. Una puerta más llevaba a la trastienda, un pequeño jardín amoldado a las exigencias de las prácticas y pruebas de tiro. Aquella tienda, su habitáculo, lo gobernaban dos objetos, el primero era una gorra de la unión, y bajo esta un sable.
Era bastante empático y no se le pasó por alto el tono en el cual Evelyn le habló. Y esa mirada penetrante... quedó patente que si las miradas fuesen balas seguramente él ya estaría convertido en un colador. Le mantuvo la misma mirada, sin ningún tipo de aspaviento y asintió levemente. -Perfecto, me dais una gran noticia. -Pensaba que iba a ser más dificil el encargo e incluso lamentaba el tener que sustituir el arma. Con alivio se adentró en el interior de la armería mirando levemente a su alrededor. Cada zona, cada objeto, cada lugar.. Le traían y venían a su mente ciertos recuerdos. Algunos más amargos que otros. Él estuvo presente cuando empezaron a redecorarlo. Sonrió ligeramente, sumido en sus recuerdos antes de toser un poco desviando su mirada hacia Evelyn. -Decidme, ¿cúanto ha costado la eparación? espero que no haya sido demasiado ardua ni laboriosa. Cabeceó un poco para negar mientras que miraba a la mujer. -Aun así, sabeis que pagaré religiosamente su precio. Era lo malo de estar vinculado a un recuerdo, se tendía a atesorar demasiado en lugar de dejarlo marchar cuando era necesario.
Había dormido fatal; dano vueltas surante toda la noche sin encontrar la posición cómoda para dormir hasta altas horas de la madrugada con los ojos abiertos como un búho y así lo reflejaba en su rostro y es que cuesta acostumbrarse a dormir en una cama que no es la tuya. Resopla cuando sale del saloon y le direcyo el sol en los ojos azules que entrecirra posando la palma de la mano en horizontal para tratar de mitigar esa claridad. Lleva puesto una falda larga de color gris clarito que ñunicamente deja ver la punta de los botines de tacon de cuero negro. Una blusa con corpiño azul marino terminado en el busto con puntillas blancas y el cabello cobrizo en su recogido habitual con algunos mechones rojizos que caen por el rostro más pálido de lo normal, se relame con sueño y camina hacia la oficina de correos y telégrafos, porta en la mano izquierda una carta.
(La señora Meier había sido innecesariamente desagradable con él. Cuando la angustia y la autocompasión se disolvieron, la rabia se hizo con el poder de sus emociones y manchaba sus pensamientos con unas ideas muy desagradables acerca de la mujer. Jonathan Atwood nunca había sentido resentimiento contra un vecino, pero, por primera vez, empezaba a hacerlo. Al escuchar la puerta del local, se secó la cara con una toalla y se aseguró de que no había gotas díscolas que pusieran en entredicho el aspecto impecable que el telegrafista lucía de cara al público. Las manos le temblaban ligeramente. Eso era nuevo.) Buenos días. (Saludó a la señorita Marion_Sutter. No la conocía. Tal vez de vista, en el saloon, pero no había hablado personalmente con ella. Frederick se había ausentado y ahora estaba él a cargo de toda la oficina, incluso de los correos ordinarios. La observó despacio, tomándose su tiempo, como si pretendiera anteponerse a otra amenaza velada. Diez armas...) ¿En qué puedo servirla, señorita...? (Dejó el espacio a propósito para que Marion le diera un nombre con el que referirse a ella.)
Evelyn_G_Meier depositó el delantal a un lado del mostrador, donde no estorbara, cuando pasó al otro lado de este, dejando el mueble entre el doctor y ella, negó con la cabeza . - Espere aquí. - le invitó a permanecer de pie, a no moverse y a no hablar demasiado, cuando ella giró de talones y pasó a la transtienda, el sonido del mecanismo de una cerradura llegó hasta la parte principal de la tienda y cuando tornó a esta , entre las manos llevaba una caja, la depositó con cierto cuidado sobre la superficie de cristal y la abrió, deslizando la tela que sobre ella había puesto , desveló el arma. Estaba limpia. - Al parecer ha recibido un golpe, limé esa parte del metal que había quedado deformada, pero le sugeriria que en poco tiempo pensara en cambiarla , podria darle imprevisibles fallos, y bueno ... - Se inclinó sobre el mostrador, con un lapiz y un papel, sobre el cual comenzó a estimar el coste de aquella reparación, terminada la suma, recuadró el importe y lo mostró hacia el señor McDougal - Espero le parezca justo.
No se movió sino que se quedó quieto donde estaba mirando a su alrededor. Era así realmente. Cada objeto tenía su historia y era inevitable que ésta le viniese a la mente. Movió un poco sus labios para hacer que el cigarrillo que tenía acomodado entre éstos se moviese hacia el otro lado de su boca y caminó un poco por la habitación mientras que esperaba a la mujer. Cuando sintió que regresaba, volvió a quedarse quieto y esperó a que se acercase hacia el mostrador. Entonces rompió la distancia mientras que observaba esa cajita de madera en cuyo interior se encontraba la otra gemela de su arma. Asintió ligeramente. No recordaba exactamente cuando le dió el golpe. -Los colts tienden a ser armas bastante fiables y resistentes, me sorprendería que fallase o se encasquillase. Suelo tener bastante cuidado con ellos, aunque no los uso nunca. Alzó levemente los hombros antes de tomar el papel donde ella había escrito el coste total de la reparación. -Es un precio justo, pero confío en que no te importe que te pague a finales de més. Hay algunos clientes que tienen todavía que pagarme y tengo que pagar el instrumental nuevo que ha de llegar. Suspiró un poco. Demasiados gastos y pocos ingresos. Negó levemente y después levantó la mirada hacia ella. - ¿Tendría algún inconveniente? El había atendido a la pequeña y a la gente sin pedirle dinero, solo cuando podían pagar, motivo por el cual solía estar sin demasiados ingresos.
Se percata de que Jonathan_Atwood no está bien, algo le ocurre, pero no le conoce y no es de esas personas que se meten en los asuntos que no le importan así que finge que no se da cuenta. - Buenos días. - Esboza una sonrisa cordial a modo de saludo. - Una carta. - La deja sobre el mostrador y le mira también con curiosidad. [A saber lo que le ha pasado a este hombre, ya tuve bastante anoche con el interrogatorio del sheriff.] Percibe que quiere que se presente y es lo que hace. - Marion, Sutter, llegué ayer con la diligencia. - No es que sea muy sociable, no al menos con quien no conoce, al menos necesita un poco conocer a las personas. Ya la habían obligado donde vivía antes a exhibirse ante la gente de alta alcurnia y no era de su agrado.
¿Ayer? (Entonces era lógico que no le sonara su rostro. Jonathan bajó drásticamente su hostilidad hacia la forastera y le entregó una sonrisa mucho más honesta, aunque el temblor de sus manos no cesó cuando cogió la carta y la pesó.) Espero que le guste Twin Falls. (Jon no la carta, señorita Sutter? (Preguntó para hacer las oportunas cuentas, ya que el precio cambiaba dependiendo del estado. Además, tenía que avisarla del tiempo estimado dado los recientes problemas con las diligencias y los ferrocarriles. Frederick entró enseguida. Podía predecir cuándo había una mujer en la oficina porque no podía tratarse de casualidad.) Vaya, vaya... Buenos días, señorita. Soy Frederick Hynes. El dueño. (Hizo un gesto on el dedo abarcando toda la oficina de correos mientras miraba las curvas de la muchacha y asentía para sí.) ¿La está tratando bien mi empleado? (Jon le dirigió una mirada de hastío. Era visiblemente más joven que él, pero no era su empleado. Se calló para no molestar a su compañero.)
sabía que Caleb_McDougal no podría estarse quieto, que tenía que andar de un lado a otro que posiblemente estaría ensimismado pensando en las cosas de los expositores , pero lo que sabía se que no tocaría nada . Escuchó su propuesta y asintió lentamente con la cabeza, el recogido se meció y ella, con gesto coqueto lo acarició . - Son tiempo difíciles señor McDougal , no tengo problema con que pague a final de mes. El arma estaba descargada, así que sin prisas le dió la espalda, abrió una de las pequeñas cajas que , junto con muchas otras, se apilaban en los estantes , y sacó seis balas. Con sumo cuidado las fue depositando sobre el cristal del mostrador, de pie. - Deberia de utilizar estas, he comprobado de ciertas muescas en el cañón. Algo... preocupantes. - sonrió , más la puerta se abrió haciendo temblar la campanilla, el sonido de esta cortó su conversación, por la espalda de Caleb_McDougal, pasó la pequeña Sophía, se abrazo al faldón de su madre y esta le invitó a pasar a la transtienda con un susurro apagado. - Ahora me temo que he de ocuparme de otros asuntos ... - trató de despedirle con tacto.
Asintió a la explicación que le entregó Evelyn de manera muy profesional. Tendió su mano tras guardarse la nota de lo que debía en el bolsillo y tomó el arma para observarla. Hizo girar un poco el tambor y después tiró hacia atrás del percutor escuchando el sonidito que hacía el tambor al acomodarse de nuevo. Ahora sonaba mucho mejor, como un perfecto reloj en sincronía, o como un gatito que emitía un cómodo ronroneo. Observó las balas que ella le tendió y tomó una de ellas para juguetar con la misma entre sus dedos. Todo tenía un propósito. Sopesó la misma.. su calibre... Era un calibre 44, así que le venía bien a esa arma. -Si usted lo dice... la probaré entonces. No es que la vaya a usar, pero después del atraco al banco y la.. perdida.. de nuestro sheriff... Es mejor estar preparado para lo peor. Asintió ligeramente aunque cuando vió que la pequeña se adentraba en la armería enfundó la pistola ocultándola de la vista, quizás como si fuese un gesto natural de protección. -Buenas tardes señorita... Pero qué grande te estás poniendo.. y sobre todo hermosa.. Sonrió adulador a la pequeña antes de tomar esas balas y guardarlas en el bolsillo de su chaqueta. Ahora tienes que comer para hacerte más fuerte y seguir ganando a los chicos. Le guiño uno de sus ojos antes de elevar la mirada hacia Evelyn. -De nuevo, muchas gracias. Apenas consiga el dinero te traeré el importe. inclino levemente la cabeza dandose un toque en el sombrero ante ella, después miró a la pequeña y repitió la operacion. -Señoritas.... que tengan un buen provecho.
Sí ayer. - Afirma percatándose de ese temblor de manos, desvía la mirada azulada ahora más gris a causa del tiempo un poco nublado hacia su sonrisa a la cual recíproca sonríe gentil. - Eso espero yo también. - Esperanzada le comenta dónde quiere enviarla, va a saber que proviene de una pobación del norte cosmopolita. [Espero que no sea de esos cotillas que le comentará a todo el mundo de dónde es la nueva.] Saca del bolsillo de la falda un monedero pequeñito aterciopelado ribeteado en hilos de plata esperando a que le diga lo que tiene que pagar, no esperando que sea mucho ya que no es que disponga de mucho dinero. Saluda a Frederick al verle entrar. - Buenos días señor Frederik, soy Marion Sutter. - Se presenta percibiendo esa mirada a la cual hace caso omiso. - Sí, me trata correctamente, señor. Gracias.- Mira a ambos hombres con curiosidad pensando en sus vidas mientras desliza la mano por la falda alisándola enun claro gesto nervioso no es que le gustara mucho la situación de los dos hombres escrutándola.
Hoy era el día en el cual todos los ojos de la ciudad habían decidido posarse sobre Sophía, y eso sacaba de quicio a Evelyn. Tenia un temperamento inquieto, nervioso y suspicaz, y este se había incrementado por dos grandes motivos, el primero la muerte de su esposo, Arthur, la segunda por aquel robo, por la muerte del sheriff y ahora que estaba tras el mostrador , pensó en una tercera, una que tenia los cabellos dorados y los ojos azules.- Señor McDougal... me ... gustaría pedirle un favor. - sonó discreta, tal vez dulce, con aquella dulzura que tan sólo una petición puede tener como compañía. Se rozó los labios con la lengua, como si aquello le fuera a costar cierto esfuerzo. - Y para ello , si me lo permite iré mañana a su consulta . - Se entregó la distancia del tiempo, para poder ordenar bien sus pensamientos y mostrarlos en un orden , meticuloso, apropiado. - Nos veremos mañana. - se giró de talones, Caleb_McDougal, conocía la puerta, y aunque ella le acompañó , tan sólo lo hacía para cerrar tras su marcha, y girar el carter que anunciaba su ausencia.
Siempre había sido así con la joven Sophia y es que se ganaba cada una de sus sonrisas con esa viveza de la que siempre hacía gala. Cuando se despidió de ambas señoritas levantó la mirada hacia la mujer viendola.. dubitativa. Por supuesto. Si está en mi mano contad con ello. Nos veremos entonces mañana en la consulta. Dijo antes de empezar a caminar hacia el exterior de la armeria. De nuevo, antes de alir, se dió un toquecito en el ala del sombrero y salió al exterior, notando el calor abrasador del medio día. Y ahora... A comer un poco. Habló más para sí que para nadie más. Tras mover ligeramente el cigarrillo en los labios empezó a caminar hacia el saloon, pues no es que tuviese demasiadas ganas de cocinar y allí sabía que podría encontrar un plato de comida caliente.
(La señorita Sutter estaba en desventaja a simple vista: eran dos hombres, sí, pero al señor Atwood no se le conocía por ser un baboso con las mujeres precisamente, ni siquiera aquellas jóvenes y lozanas que llegaban solas a Twin Falls. Al contrario, de él solo podía decirse que era escrupulosamente amable y servicial. A pesar de trabajar en un suculento puesto privilegiado para extender cotilleos, nunca se le ha escapado ningún detalle personal de las personas que han depositado en él su confianza. Jon se ocupaba de la carta mientras Frederick flirteaba con la señorita Sutter.) Sí, sí, como tiene que ser, porque si me entero de que ha sido desconsiderado con una preciosidad como usted lo tiro a la calle de una patada. Ohm... señorita Sutters, ¿cuánto tiempo va a quedarse en Twin Falls? (Fred sabía que era nueva. Jon le pidió el dinero con tono apocado.) Puede que tarde m-más de lo normal, pero s-siempre tiene disponible el te-telégrafo... (Frederick asintió.) Oh, sí. Puede venir aquí cuando quiera... ¿Adónde va ahora? La acompaño. (Se ofreció con una sonrisa algo inquietante. Jon negó con la cabeza y obvió un suspiro.)
No conocía a ninguno de esos hombres pero no le gustaba prejuzgar, primero solía conocer a las personas. Escucha los halagos que alega el dueño de la oficina, sonríe gentil y niega con la cabeza. - No será necesario, ejerce muy bien su trabajo. - Desvía la mirada hacia Jonathan_Atwood suponiendo su malestar ante el dueño, aguantando a su jefe, al menos es eso lo que piensa. - Mi intención es hacer de Twin Falls mi nuevo hogar, señor Frederick. - Informa mirándole con el semblante serio y sereno. Saca del monedero el dinero que le demanda esperando a que abra la palma de la mano para depositarlo. Sonríe a quien la atiende. - Gracias, bueno es saberlo, enviaré una carta cada cierto tiempo para informar a mis familiares. - Desvía la mirada al dueño y niega con la cabeza mirándole.- Disculpad pero voy al saloon a trabajar así que gracias por la invitación señor Frederick pero me voy sola.
¡Su hogar! (Repitió Frederick Hynes enfatizando el agradable hecho de que la señorita Sutters fuera a formar parte de su comunidad. Eso significaba que la vería más a menudo y que tenía posibilidades de sacar algo de ella. O lo que no era sacar, más importante todavía. Jonathan se estaba poniendo nervioso con la pegajosidad de su compañero. Saltaba a la vista que la pobre Marion_Sutter solo le respondía por no ser grosera.) Oh, en el saloon... ¿C-con la señora Dalton? Es una mujer muy agradable. (De las pocas que todavía no han insinuado una muerte horrible para él.) Mándele s-saludos de mi parte, si es tan amable. (Frederick se sentía completamente feliz. Marion_Sutter se había convertido en un motivo más para pasarse por el local cada vez que tuviera un hueco libre.) Oh, no es molestia, señorita. La acompaño, iba a darme una vuelta, además. (Jon le devolvió el cambio a Marion y haciendo un acopio de valor, decidió echarle una mano a la chica.) Señor Hynes... Tenemos que repasar unas cuentas. Para eso ha venido, ¿no? Dijo que no podíamos retrasarnos con ellas. Creo que la señorita Sutter es perfectamente c-capaz de llegar s-sola al saloon. (Frederick frunció el ceño. Cada vez Jon le sorprendía más: el otro día hablando con una prostituta, bebiendo whisky y ahora impidiéndole coquetear con la nueva. ¿Se había obrado un milagro y quería competir por las mujeres de Twin Falls? Ya podía intentarlo.) Sí, pero sería feo por mi parte dejar que vaya sola. Podría ocurrirle algo, es muy guapa y eso... eso... eh... a veces es peligroso.
Enarca una ceja cobriza al ver el énfasis con el que habla el dueño de la oficina y suspira profundamente. Pero refleja en el rostro una sonrisa cordial al nombrar a su familiar. - Sí, la señora Dalton es muy gentil al dejarme quedarme. - No le comenta que es su prima pues le importa, ya deseando salir de la estancia asiente con la cabeza a lo que comenta. - De su parte por supuesto. - Coge el cambio que le devuelve Jonathan_Atwood en el monederito que guarda en el bolsillo de la falda y mira al dueño con gesto severo. Escucha hablar a ambos, aprecia que intente quitárselo de encima por lo que le sonríe cómplice. - Buenas tardes a ambos, me voy y no preciso de su compañía señor Fredrick, ya que no me gustaría importunarle en sus quehaceres diarios, ya que se le ve un hombre trabajador y atento en su trabajo. Trata de quitárselo de encima, les ofrece a ambos sendas inclinaciones de cabeza antes de girarse y salir de allí dejando con la palabra en la boca al dueño de la oficina.
(Los dos hombres se despidieron de la señorita Sutter y en cuanto ésta salió de la oficina, Fred se giró hacia Jonathan.) ¿Qué demonios pasa contigo? ¿Eres estúpido o te lo haces? (Estaba enfadado por su manera de intervenir en la conversación con la señorita Sutters y privarle de su compañía, ya que la persistencia habría obrado en su favor tras unos minutos más. Jon no se excusó. Estaba cansado. Las palabras de la señora Meier aún teñían su ánimo de gris. Fred, sin embargo, se había levantado peleón y siguió hostigando a su compañero hasta que los dos, como de costumbre, se pelearon, solo que esta vez llegaron a los puños.)
Jonathan_Atwood- Criado
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8 de agosto. Tarde. Oficina de correos.
Minerva se miró en el espejo que había tras la barra antes de salir. Se retocó el pelo. Era una mujer ya cerca de los cuarenta, pero no dejaba de gustarle verse bonita. En aquella ocasión se había puesto el mismo vestido claro que llevara cuando se encontró con Marion en la armería. Cogió un pequeño saquito donde guardaba algunas monedas y un abanico y abandonó su local para dirigirse a la oficina de Correos.
Marion ve a Minerva que va a salir y camina hasta ella cuando sale a la calle. Lleva puesto un vestido en tonalidades blanquecinas con un chal rojizo por encima de los hombros, el cabello cobrizo en el recogido usual, la mirada mar contempla a su prima.
-No hay mucho trabajo a estas horas. ¿Puedo acompañarte? Así voy conociendo la zona y orientándome para saber dónde están los lugares.
El ambiente de trabajo se había tensado desde que Jon y Fred se pelearon. Apenas cruzaban palabra y cada uno estaba tan centrado en sus tareas correspondientes que podían ignorarse mutuamente, aunque cualquier excusa era buena para prender la llama del resentimiento. Jon había tenido que regresar a su casa momentáneamente para cambiarse la camisa cuando se le manchó de sangre. Aún tenía la nariz hinchada como recordatorio y una marca superficial en la mejilla que, estimaba, se le iría en un par de días. Fred estaba intacto. No solo sabía golpear, sino que sabía esquivar y los manotazos algo femeninos de Jonathan no pudieron dejar ni una huella. A punto estuvieron de golpearse de nuevo cuando Jon recordó que había que pasar la escoba por el local, ya que estaban cerca de la hora del cierre y era oportuno.
Minerva asintió.
-Claro, vamos a Correos. Tengo un asuntillo que solucionar allí.
Una cosa es que ella sea generosa e invite de vez en cuando a alguna copa y otra es que le intenten chulear una botella entera. Que será mujer, pero defiende sus cuartos ella misma, ya que no tiene marido que lo haga en su lugar. Como no podía ser de otro modo, el camino hasta la oficina estuvo amenizado con charla sobre si a Marion le gustaba el pueblo, si ya conocía a todo el mundo y, por qué no, Minerva intentaba molestarla un poco por las dos frases que había cruzado con el Sheriff. Por fin, alcanzaron su destino. Empujó la puerta con ambas manos y, una vez en el interior, mostró su sonrisa más adorable.
-Buenas tardes, caballeros.
Marion asiente a las palabras de Minerva y camina junto a ella, amenizándose con la charla que mantienen. No haciendo caso de lo que le comentaba del sheriff y cambiando de tema o bromeando sobre el asunto. Entra en el local cuando abre la puerta detrás de ella. Al ver el rostro de Jonathan Atwood, piensa en la última vez que lo vio y espera que ella no fuera la causa de esa contienda. Resopla y mueve los dedos de las manos jugueteando con un trocito de la tela del chal mientras mira a los presentes.
Por supuesto, es Jonathan quien acabó con la escoba en la mano porque Frederick no estaba dispuesto a asumir ninguna tarea propia de una mujer. El joven telegrafista se enderezó al ver a la señora Dalton y a la señorita Sutter con ella. No se avergonzó de sujetar el mango, sino de su aspecto. Era más desordenado que de costumbre y aquello le producía ardores estomacales.
-B-Buenas tardes, s-señora Dalton. Qué alegría verla p-por aquí. Señorita Sutters -Saludó también a la chica más joven. Recordó que trabaja en el saloon y supuso que Minerva estaba aprovechando para sacarla a pasear y enseñarle el pueblo, aunque su oficina ya la conocía.
Frederick estaba detrás del mostrador y observaba a las dos féminas con cierta desgana.
-¿Qué se les ofrece? ¿Algún error con la carta? No me sorprendería -No quería mostrarse insistente delante de Minerva, aunque Marion le seguía pareciendo una mujer muy atractiva.
-Sr. Atwood, siempre es un placer coincidir con usted. No se preocupe, no hay ningún error con mi correo. Al menos, de momento. El error es... de otra clase -sin perder la sonrisa, aunque ahora era evidentemente falsa y cargada de significado, los ojos de Minerva se posaron en Frederick-. "Alguien" me debe una botella.
Marion esboza una media sonrisa mirando a Jonathan_Atwood, se siente en parte culpable.
-Buenas tardes señor Atwood, también me alegra verle -Mira mucho más seria al dueño-. Saludos señor Frederick -Se queda callada escuchando lo que comenta Minerva con el dueño de la oficina suponiendo lo que ha ocurrido aunque igual se equivoca, no es que les conozca muy bien solo vio ayer a un hombre cordial y a otro pesado.
-No me refería con su correo -Dijo Frederick, que era bastante despectivo con las mujeres que pasaban de cierta edad-. Sino con el de la señorita Sutters -La señaló con un cabeceo que su compañero Jonathan encontró totalmente improcedente y fuera de lugar, aunque no hizo ningún comentario al respecto para no caldear los ánimos. En cuanto mencionó lo de la botella, Frederick se desentendió. Aquella noche iba borracho y se encontró con Rox en el saloon. Recordaba por encima que había visto a Jon con el whisky y se había adueñado de su botella, pero, qué demonios, no pensaba pagarla. No la había pedido él.
A Jonathan le costó caer en la cuenta de a qué se refería y, en cuanto lo hizo, se enrojeció de pies a cabeza.
-¡Oh, sí! S-sí, señora D-Dalton. Qué v-vergü-güenza, lo lamento m-mucho. Me f-fui sin... -Le hizo un gesto con las manos y pasó al otro lado del mostrador, donde se parapetaba Frederick y miraba a las dos mujeres con ojos superiores. A veces se le desviaban a la figura de la jovencita mientras fantaseaba con unas cuantas groserías que, seguro, la dejarían extasiadas, como a la señorita Liberty_Williams. Las que parecen más mojigatas son las mejores conquistas.
Minerva sonrió a Jonathan con cierta indulgencia, con la misma que sonreía a Tom tras regañarle por una travesura.
-Sr. Atwood, no dudo de sus buenas intenciones al querer hacerse cargo de la cuenta de su compañero. Pero me consta que su sueldo es suficiente para hacer frente a los pagos. A menos que lo haya dilapidado en una timba, cosa que tampoco nos pillaría a ninguno de sorpresa, ¿verdad, Marion?
Ya le había hablado a la muchacha sobre los vicios de algunos de los clientes habituales, para que estuviese pendiente de los que bebían demasiado, de los que alargaban las manos a las faldas... O de los que se iban sin pagar.
Marion scucha a los presentes hablar, no hace caso alguno del dueño de la oficina de correos. Sonríe ante el comentario de su prima y asiente con la cabeza.
-Así es, ya se sabe algunos de qué van ciertamente -Sabe a lo que se refiere. Y no siempre es lo que parece, las apariencias engañan en muchos casos.
-¿Cómo se atreve, señora Dalton? -Quiso saber de inmediato Frederick Hynes, puesto que sentía que aquella mujer le había faltado al respeto y lo estaba poniendo en evidencia delante de la señorita Marion Sutter. Si Jon había mermado anteriormente sus posibilidades, la "vieja" bruja de Dalton las había eliminado-. Yo no pedí esa botella. No voy a pagarla.
Jonathan se puso nervioso. Las manos volvieron a temblarle lentamente. No quería más problemas. Ese día ya había estado cargado de ellos. Primero la señora Meier con sus repulsivos comentarios, después la sórdida discusión con su compañero y ahora una conversación fea que podía implicar a la madre de Tom y eso sí que no iba a tolerarlo, menos todavía delante de Marion_Sutter. ¡Qué impresión más terrible se iba a llevar aquella dama de Twin Falls!
-No. No-no pasa nada, f-fui yo... yo p-pedí aquella noche... Yo... -Jonathan sacó dinero de la caja para hacerse cargo de la botella de whisky-. ¿Cu-cuánto es? -No llevaba encima, pero podía apuntarlo y reponerlo mañana o esa misma tarde sin falta.
Frederick observó un momento a Marion Sutter como si fuera un lobo y ella una ovejita perdida. Luego a Minerva_Dalton, solo que a ella de otra manera. No le interesaba como oveja.
-Si no la pidió, no debió habérsela bebido -respondió Minerva con decisión, frunciendo el ceño levemente-. Es lo que hacen los hombres decentes, pagan lo que consumen. Pero claro, yo misma lo he dicho, los hombres decentes -Se encaró a Jonathan con una sonrisa-. No se preocupe, Sr. Atwood. A usted -remarcando el usted, para no quedasen dudas de sus intenciones-, se la invito yo. Y espero verle en el Saloon más a menudo, nos complace su presencia.
Marion mantiene la serenidad pero bien que casi se le escapa un buen sopapo al dueño de la oficina de correos, pero se controla mirando impasible al hombre que la avasalla a miradas libidinosas. Por el contrario sonríe sincera a Jonathan Atwood. No comenta nada pues no tiene nada que decir ya que es un asunto de ellos solo está para apoyar a su prima así que sabiendo estar se mantiene calladita.
Jonathan se sentía realmente avergonzado. No estaba fingiendo para librarse de pagar la botella, cosa que podía hacer sin que le temblara el bolsillo porque no era un hombre dado a gastar el dinero de la paga en vicios. Ahora había adquirido un nuevo compromiso con Minerva Dalton. Si ella le condonaba la deuda, debería ir, como acto de gratitud, al saloon más a menudo.
-Yo... N-no... Preferiría... -Se dio cuenta de que Minerva hizo el gesto con doble sentido; primero porque le caía bien y, en cierto modo, le apreciaba como vecino, aunque sonara extraordinariamente raro, y segundo porque quería restregárselo por las narices a su compañero. No iba a funcionar, pues Frederick carecía de cualquier mecanismo por el que saltaran los remordimientos, pero Jon no quiso fastidiar su jugada y aceptó aquel indulto sobre la pequeña deuda-. Gracias, s-señora Dalton. S-salude a Tom, por favor -Despidió también a Marion_Sutter con una sonrisa como la que le había dispensado.
Frederick, por su parte, solo podía bufar, negar con la cabeza y reírse de manera algo burlona. Hizo un comentario despectivo sobre Minerva cuando ésta salió con su prima de la oficina y Jon le dirigió una mirada tan gélida que, por un segundo, Fred se congeló.
Pallas_Atenea- Homo-repartidora de nubes rosas
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8 agosto - Noche. Saloon.
Era una noche tranquila, habitual. Tanto Sidney como sus compañeras habían estado bailando - en conjunto e individualmente - y hacía unos minutos que la mestiza había terminado. Tenía la piel morena húmeda por el ejercicio, e iba vestida como se le requería, aunque era la que menos carne enseñaba de las chicas de Minerva, pues ninguna de las dos ganaban exponiendo las cicatrices de la "exótica" mujer. Saludó a un par de parroquianos - del grupo que le dirigía la palabra en aquel pueblo - y se dirigió a la barra. Algunos vaqueros, poco acostumbrados a venir al Saloon, la miraban un poco sorprendidos, pero ella se limitó a poner los ojos en blanco y pedirle un trago al camarero.
Se acercó a ella por detrás, aunque no hizo nada por disimular el sonido de sus botas sobre el entarimado de madera. La observó con evidente desprecio, repasando aquellos hombros al descubierto, morenos, de india. O mestiza. No había diferencia alguna para él. No era blanca, esa era la cuestión. Permaneció unos segundos quiero, hasta que carraspeó sonoramente
- Señorita Sidney, supongo...
Esos hombros que tenía al descubierto, color de la miel tostada, presentaban el inicio de unas viejas laceraciones alargadas, a todas luces producidas con un látigo. Todo su cuerpo se crispó al escuchar el acento melódico del capitán, pero giró la cabeza hasta ofrecerle su perfil y una ceja oscura perfectamente arqueada en un gesto inquisitivo.
- Capitán... -. "Del demonio". Agarró la copa de whisky con una mano y se llevó la extremidad contraria al cuello, dónde pendía una cadena terminada en cruz, plateada. Ahora sí, se dio la vuelta completamente, encarando al hombre.
Llegó hasta la barra, colocándose a su lado, sin mirarla ahora. Apoyó ambas manos sobre la madera, entrelazando los dedos.
- Descansando, ¿verdad? Normal, este es un trabajo duro. Tanto baile, servir copas y aguantar el sobeteo de los borrachos... -. Giró la cabeza, para mirarla esta vez -... Por eso necesitas descansos, como el de los miércoles, ¿verdad? -. Obviamente, la tuteaba, pues para él no era una dama.- Me gustaría saber en que invertiste ayer el tiempo. Estuviste desaparecida... ¿Fuiste a ver a algunos guerreros indios? Amigos, tal vez. Es lo normal, que cada cual se junte con los suyos... ¿No? -. Clavó sus ojos azules de perro cazador en los de ella. Tan azules como el uniforme que llevaba.
La mujer escuchó atentamente al capitán, tragándose de golpe el licor que lleva en el vaso entre frase y frase. Dejó el objeto con un golpe sordo sobre la superficie de madera y encaró aquella fría mirada azul con sus poco convencionales ojos aguamarina. No sonreía, no fruncía el ceño... Pero estaba furiosa. Furiosa por el mismo motivo que ayer le comunicó al menor de los irlandeses; su motivo para relacionarse con las tribus locales era malinterpretado por casi todos. Y odiaba a ambos bandos, blancos e indios.
- Pasé el día con mi amante, Capitán. ¿Quiere que le de detalles sobre lo que hice con él? ¿Eh? -. Su voz, ronca por la mala vida, parecía encontrar el gusto en pronunciar aquellas palabras.
La miró con más lástima que otra cosa, como el que mira a un perro apaleado. No debía haber llevado una vida fácil, a juzgar por esas cicatrices que lucía en varios sitios del cuerpo, y aquellas marcas de la latigazos. Y encima, era mestiza. Quizás su madre había sido violada por un piel roja, y ella había venido a un mundo que no iba a tratarla bien. Suspiró. Mala suerte. Su vida tampoco había sido un camino de rosas, especialmente desde el día en que asesinaron a sus padres delante de él. Cuando los asesinaron los indios.
- Sólo quiero saber si ese amante es como tú, ya sabes... Indio o mestizo, me da igual. Y no voy a acusarte de nada si decides colaborar, y me indicas de forma fiable si algún salvaje de los que frecuentas participó en el asesinato del Sheriff. Puedes decírmelo ahora... -. Hizo una pausa deliberada. - ... o puedes decírmelo en Fort Douglas. -. Se encogió de hombros.
Sidney le hizo un gesto al camarero para que le rellenase el vaso. Antes de responder al capitán, se llevó el licor a los labios, dónde apoyó el frío cristal mientras esbozaba una sonrisa, gesto que verdaderamente le transformaba el semblante. Le dio un sorbo antes de responder.
- ¿Sabe, Capitán? Me encanta viajar. -. La sonrisa se hizo más amplia.- Y me encanta oír historias. Me pregunto cuál es la que su cabecita está imaginándose ahora. -. Bajó la voz a un susurro.- ¿Me imagina revolcándome con uno de mi misma condición? ¿Le excita...?
Dejó la copa sin tocar de nuevo en la barra, rompiendo el pequeño hechizo que había creado con su voz.
- Estuve todo el día con el señor O'Shaughnessy. -. "Ala, averigua con cual de ellos." No les hacía falta estar en sobreaviso. Los irlandeses le cubrirían las espaldas pasase lo que pasase.
- Sidney, Sidney, Sidney... -. Alargó el nombre cuando lo pronunció por tercera vez. Hizo un gesto al barman para que le sirviera un whisky. Eso iba a ser largo.- ... Puesto que te gustan las historias, te contaré una... Llevo más de diez años persiguiendo indios. Los persigo, los cazo, y los mato. Los persigo por mucho que corran, por muy lejos que quieran ir, por muy veloces que sean. Los odio. de hecho, creo que son la reencarnación de lo que más aborrezco en esta vida. Son crueles, son despiadados, son traicioneros, son asesinos. Matan sin distinción de sexo ni edad, por placer o capricho...-. La miró, de nuevo. -... Bueno, tú ya sabes eso. El caso es que, a pesar de todo esto, hay algo que admiro en esos bastardos. Y es su capacidad ofensiva aún a sabiendas que han perdido de antemano. Esa obstinación absurda, que les hace crecerse a pesar de que las circunstancias los superan. No saben ver cuando su final está cerca. O no quieren, vamos... ¿Me sigues, verdad? Esto no va a acabar bien para ti… -. Dio un largo trago al vaso que tenía delante, y añadió.-... Ni para tus irlandeses.
Antes de que el capitán hubiese terminado con aquella "historia para no dormir", Sidney había acabado con la segunda copa. Colocó una mano sobre el vaso cuando el camarero pasó por delante para que no le sirviese de nuevo y le pasó el recipiente con un toque del índice. Estaba relajada, como si estuviera hablando con el párroco. Pero cuando amenazó a los dos empleados de la serrería, su cuerpo se tensó. No porque temiese por ellos - seguían siendo ex soldados del Ejército de la Unión y tenían más vidas que un gato - sino porque había sacado a relucir sus dos debilidades.
- Muchas amenazas y pocas preguntas, Capitán. Dígame lo que quiere saber y le contestaré lo más honestamente que pueda, como cristiana que soy. -. Volvió a agarrar la cruz plateada en un gesto casi automático.
- Ah, ya veo... -. Sus dos pupilas azules brillaron triunfalmente durante unos fugaces segundos.- Es otra cosa que admiro de los indios... Soportan todo tipo de penalidades y torturas sin soltar la lengua en un alarde de férrea determinación que les lleva a la tumba. No les importa lo que puedas hacerles a ellos... Pero la cosa cambia cuando tienen seres queridos, ¿verdad? Muy bien...
Apuró el escaso contenido del vaso, antes de dejarlo sonoramente sobre la barra.
- Lo que quiero es que uses tus ojos y oídos para mi. Quiero que me cuentes lo que sepas del asesinato, y si participó algún indio. Tienes que saberlo. No es muy grande el favor que te pido, verdad? Con eso me tendrás contento, y de paso el Ejército de Estados Unidos también lo estará. No se verá obligado a molestarte, ni a ti ni a tus dos irlandeses... No es mucho lo que te pido: que me des un indio.
Estuvo en dos ágiles pasos de sus pies descalzos junto al Capitán, casi pegados piel con piel. El gesto pasaba desapercibido en la sala, pues el Saloon por las noches era una juerga constante de juego, chicas, música y alcohol. El aliento de la mestiza pudo revolver el pelo del señor Daniel Fields por unos instantes, sus ojos claros del matiz del acero templado.
- Óigame bien, blanquito. No he llegado viva al día de hoy dejándome pisotear por hombres como tú, cediendo a sus caprichos. ¿Quiere un indio? Aquí me tiene. -. Tenía los brazos laxos a cada lado, y el torso inclinado hacia él.- No gaste saliva amenazándome, pues lo único que poseo es mi despreciable vida para ser arrebatada.
Se alejó un paso atrás y escupió sus pies, teniendo buen tino de no acertarle.
- Que tenga buena suerte encontrando a la banda de forajidos, Capitán. -. Había vuelto a alzar la voz y falsificado una sonrisa, todo en aras de las personas que llenaban la sala.- Muy buenas noches.
Reprimió el instinto de tumbarla de un bofetón. No por caballerosidad o por algún tipo de moral, sino porque no lo convenía delante de toda esa gente. No era el momento de organizar un revuelo. No estando solo. Dedicó unos segundos a hacer que la rabia bajase de nuevo por la garganta, sin llegar a escupirla, aunque sus ojos destellaron odio.
- No te preocupes, Sidney, si no encuentro nada mejor, serás tú quien me acompañe. Y ahora, debo dejarte, estoy sumamente decepcionado. Mañana me veré obligado a telegrafiar a Fort Douglas para indicar como van mis pesquisas. Deberé hacerles llegar el informe: una india me impide avanzar en la investigación. Y tiene a dos cómplices irlandeses... Mal asunto, creo que voy a pedir que me manden un escuadrón, esto se está complicando. -. Se levantó del taburete.- Que tengas muy buenas noches.
Setanta la iba a matar. No. Iba a matarla, a revivirla como Jesucristo con Lázaro y quemarla viva. Pero el resultado de la conversación con el Capitán Fields no era diferente al que se había imaginado. Sidney no era de por si una mujer con carácter, pero su recorrido por el sendero de la vida había hecho que se enfrentase a cualquier inconveniente sacando las uñas como un puma. Observó al militar alejarse sin una pizca de remordimiento. No se preocupaba por los dos hermanos, pues aquellos dos habían sobrevivido a cosas peores que ser acusados por un oficial del ejército. En realidad tampoco se preocupaba por su propio devenir.
"Todo resultará de la forma que tiene que ser". Las palabras de su Nana le resonaron en el cerebro en un eco del pasado. Lástima. Ella y el capitán tenían muchas cosas en común, pero sufría del mal típico de los blancos: solo podía ver una de las caras de la moneda. Y esta no le gustaba.
Se acercó a ella por detrás, aunque no hizo nada por disimular el sonido de sus botas sobre el entarimado de madera. La observó con evidente desprecio, repasando aquellos hombros al descubierto, morenos, de india. O mestiza. No había diferencia alguna para él. No era blanca, esa era la cuestión. Permaneció unos segundos quiero, hasta que carraspeó sonoramente
- Señorita Sidney, supongo...
Esos hombros que tenía al descubierto, color de la miel tostada, presentaban el inicio de unas viejas laceraciones alargadas, a todas luces producidas con un látigo. Todo su cuerpo se crispó al escuchar el acento melódico del capitán, pero giró la cabeza hasta ofrecerle su perfil y una ceja oscura perfectamente arqueada en un gesto inquisitivo.
- Capitán... -. "Del demonio". Agarró la copa de whisky con una mano y se llevó la extremidad contraria al cuello, dónde pendía una cadena terminada en cruz, plateada. Ahora sí, se dio la vuelta completamente, encarando al hombre.
Llegó hasta la barra, colocándose a su lado, sin mirarla ahora. Apoyó ambas manos sobre la madera, entrelazando los dedos.
- Descansando, ¿verdad? Normal, este es un trabajo duro. Tanto baile, servir copas y aguantar el sobeteo de los borrachos... -. Giró la cabeza, para mirarla esta vez -... Por eso necesitas descansos, como el de los miércoles, ¿verdad? -. Obviamente, la tuteaba, pues para él no era una dama.- Me gustaría saber en que invertiste ayer el tiempo. Estuviste desaparecida... ¿Fuiste a ver a algunos guerreros indios? Amigos, tal vez. Es lo normal, que cada cual se junte con los suyos... ¿No? -. Clavó sus ojos azules de perro cazador en los de ella. Tan azules como el uniforme que llevaba.
La mujer escuchó atentamente al capitán, tragándose de golpe el licor que lleva en el vaso entre frase y frase. Dejó el objeto con un golpe sordo sobre la superficie de madera y encaró aquella fría mirada azul con sus poco convencionales ojos aguamarina. No sonreía, no fruncía el ceño... Pero estaba furiosa. Furiosa por el mismo motivo que ayer le comunicó al menor de los irlandeses; su motivo para relacionarse con las tribus locales era malinterpretado por casi todos. Y odiaba a ambos bandos, blancos e indios.
- Pasé el día con mi amante, Capitán. ¿Quiere que le de detalles sobre lo que hice con él? ¿Eh? -. Su voz, ronca por la mala vida, parecía encontrar el gusto en pronunciar aquellas palabras.
La miró con más lástima que otra cosa, como el que mira a un perro apaleado. No debía haber llevado una vida fácil, a juzgar por esas cicatrices que lucía en varios sitios del cuerpo, y aquellas marcas de la latigazos. Y encima, era mestiza. Quizás su madre había sido violada por un piel roja, y ella había venido a un mundo que no iba a tratarla bien. Suspiró. Mala suerte. Su vida tampoco había sido un camino de rosas, especialmente desde el día en que asesinaron a sus padres delante de él. Cuando los asesinaron los indios.
- Sólo quiero saber si ese amante es como tú, ya sabes... Indio o mestizo, me da igual. Y no voy a acusarte de nada si decides colaborar, y me indicas de forma fiable si algún salvaje de los que frecuentas participó en el asesinato del Sheriff. Puedes decírmelo ahora... -. Hizo una pausa deliberada. - ... o puedes decírmelo en Fort Douglas. -. Se encogió de hombros.
Sidney le hizo un gesto al camarero para que le rellenase el vaso. Antes de responder al capitán, se llevó el licor a los labios, dónde apoyó el frío cristal mientras esbozaba una sonrisa, gesto que verdaderamente le transformaba el semblante. Le dio un sorbo antes de responder.
- ¿Sabe, Capitán? Me encanta viajar. -. La sonrisa se hizo más amplia.- Y me encanta oír historias. Me pregunto cuál es la que su cabecita está imaginándose ahora. -. Bajó la voz a un susurro.- ¿Me imagina revolcándome con uno de mi misma condición? ¿Le excita...?
Dejó la copa sin tocar de nuevo en la barra, rompiendo el pequeño hechizo que había creado con su voz.
- Estuve todo el día con el señor O'Shaughnessy. -. "Ala, averigua con cual de ellos." No les hacía falta estar en sobreaviso. Los irlandeses le cubrirían las espaldas pasase lo que pasase.
- Sidney, Sidney, Sidney... -. Alargó el nombre cuando lo pronunció por tercera vez. Hizo un gesto al barman para que le sirviera un whisky. Eso iba a ser largo.- ... Puesto que te gustan las historias, te contaré una... Llevo más de diez años persiguiendo indios. Los persigo, los cazo, y los mato. Los persigo por mucho que corran, por muy lejos que quieran ir, por muy veloces que sean. Los odio. de hecho, creo que son la reencarnación de lo que más aborrezco en esta vida. Son crueles, son despiadados, son traicioneros, son asesinos. Matan sin distinción de sexo ni edad, por placer o capricho...-. La miró, de nuevo. -... Bueno, tú ya sabes eso. El caso es que, a pesar de todo esto, hay algo que admiro en esos bastardos. Y es su capacidad ofensiva aún a sabiendas que han perdido de antemano. Esa obstinación absurda, que les hace crecerse a pesar de que las circunstancias los superan. No saben ver cuando su final está cerca. O no quieren, vamos... ¿Me sigues, verdad? Esto no va a acabar bien para ti… -. Dio un largo trago al vaso que tenía delante, y añadió.-... Ni para tus irlandeses.
Antes de que el capitán hubiese terminado con aquella "historia para no dormir", Sidney había acabado con la segunda copa. Colocó una mano sobre el vaso cuando el camarero pasó por delante para que no le sirviese de nuevo y le pasó el recipiente con un toque del índice. Estaba relajada, como si estuviera hablando con el párroco. Pero cuando amenazó a los dos empleados de la serrería, su cuerpo se tensó. No porque temiese por ellos - seguían siendo ex soldados del Ejército de la Unión y tenían más vidas que un gato - sino porque había sacado a relucir sus dos debilidades.
- Muchas amenazas y pocas preguntas, Capitán. Dígame lo que quiere saber y le contestaré lo más honestamente que pueda, como cristiana que soy. -. Volvió a agarrar la cruz plateada en un gesto casi automático.
- Ah, ya veo... -. Sus dos pupilas azules brillaron triunfalmente durante unos fugaces segundos.- Es otra cosa que admiro de los indios... Soportan todo tipo de penalidades y torturas sin soltar la lengua en un alarde de férrea determinación que les lleva a la tumba. No les importa lo que puedas hacerles a ellos... Pero la cosa cambia cuando tienen seres queridos, ¿verdad? Muy bien...
Apuró el escaso contenido del vaso, antes de dejarlo sonoramente sobre la barra.
- Lo que quiero es que uses tus ojos y oídos para mi. Quiero que me cuentes lo que sepas del asesinato, y si participó algún indio. Tienes que saberlo. No es muy grande el favor que te pido, verdad? Con eso me tendrás contento, y de paso el Ejército de Estados Unidos también lo estará. No se verá obligado a molestarte, ni a ti ni a tus dos irlandeses... No es mucho lo que te pido: que me des un indio.
Estuvo en dos ágiles pasos de sus pies descalzos junto al Capitán, casi pegados piel con piel. El gesto pasaba desapercibido en la sala, pues el Saloon por las noches era una juerga constante de juego, chicas, música y alcohol. El aliento de la mestiza pudo revolver el pelo del señor Daniel Fields por unos instantes, sus ojos claros del matiz del acero templado.
- Óigame bien, blanquito. No he llegado viva al día de hoy dejándome pisotear por hombres como tú, cediendo a sus caprichos. ¿Quiere un indio? Aquí me tiene. -. Tenía los brazos laxos a cada lado, y el torso inclinado hacia él.- No gaste saliva amenazándome, pues lo único que poseo es mi despreciable vida para ser arrebatada.
Se alejó un paso atrás y escupió sus pies, teniendo buen tino de no acertarle.
- Que tenga buena suerte encontrando a la banda de forajidos, Capitán. -. Había vuelto a alzar la voz y falsificado una sonrisa, todo en aras de las personas que llenaban la sala.- Muy buenas noches.
Reprimió el instinto de tumbarla de un bofetón. No por caballerosidad o por algún tipo de moral, sino porque no lo convenía delante de toda esa gente. No era el momento de organizar un revuelo. No estando solo. Dedicó unos segundos a hacer que la rabia bajase de nuevo por la garganta, sin llegar a escupirla, aunque sus ojos destellaron odio.
- No te preocupes, Sidney, si no encuentro nada mejor, serás tú quien me acompañe. Y ahora, debo dejarte, estoy sumamente decepcionado. Mañana me veré obligado a telegrafiar a Fort Douglas para indicar como van mis pesquisas. Deberé hacerles llegar el informe: una india me impide avanzar en la investigación. Y tiene a dos cómplices irlandeses... Mal asunto, creo que voy a pedir que me manden un escuadrón, esto se está complicando. -. Se levantó del taburete.- Que tengas muy buenas noches.
Setanta la iba a matar. No. Iba a matarla, a revivirla como Jesucristo con Lázaro y quemarla viva. Pero el resultado de la conversación con el Capitán Fields no era diferente al que se había imaginado. Sidney no era de por si una mujer con carácter, pero su recorrido por el sendero de la vida había hecho que se enfrentase a cualquier inconveniente sacando las uñas como un puma. Observó al militar alejarse sin una pizca de remordimiento. No se preocupaba por los dos hermanos, pues aquellos dos habían sobrevivido a cosas peores que ser acusados por un oficial del ejército. En realidad tampoco se preocupaba por su propio devenir.
"Todo resultará de la forma que tiene que ser". Las palabras de su Nana le resonaron en el cerebro en un eco del pasado. Lástima. Ella y el capitán tenían muchas cosas en común, pero sufría del mal típico de los blancos: solo podía ver una de las caras de la moneda. Y esta no le gustaba.
Absenta90- Caballero
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8 de agosto. Tarde-noche.
El doctor abandonó su casa una vez que empezó a anochecer. Las temperaturas estaban bajando y ya era más cómodo poder salir. Cerró la puerta de la consulta dejando un cartelito colgado de la puerta: Regreso en seguida Irónico cuando muy pocos sabían leer, pero propio, sobre todo porque el cartel era del estílo de "Cerrado" carteles que eran más que conocidos. No había tenido oportunidad de comer, quizás porque estaba sumido en sus pensamientos y obligaciones típicas. Debía reunir algo de dinero para poder pagar la reparación del arma. Caminaba con tranquilidad por la calle, con el ala del sombrero algo subida para poder ver bien, ahora que el sol no molestaba para nada. De hecho ese tono anaranjado lo cubría todo y aunque seguía haciendo calor, no era tan intenso como el del resto del día. Como si se tratase de una especie de ritual sacó de su bolsillo una bolsita de tabaco y se preparó un cigarrillo mientras que caminaba. -Buenas tardes.- Saludó a una pareja que caminaba por la calle tras haber salido de la tienda de ultramarinos, buen momento para terminar de hacer las compras diarias. Tras liarse el cigarrillo se lo llevó a los labios y guardó la bolsita de tabaco en el bolsillo de nuevo. Empezó a juguetear entre sus dedos con el encendedor mientras que miraba la calle y a sus gentes. Se estaba bien así. Sobre todo.. porque era una tarde tranquila.
Camina hacia el saloon ya que Minerva tenía que ir a resolver otro asuntillo. Va pensando en lo acontecido, lleva dos días solo en ese lugar y ya hay secretos por descubrir, no para de pensar en lo que le dijo el sheriff acerca del asesinato y de los forajidos. Suspira mientras se encamina hacia el saloon ya viéndolo a los lejos.
(Frederick se fue pronto de la oficina, unos cuantos minutos antes de que de verdad cerraran. Jonathan agradeció la calma que reinaba en la tienda mientras la ordenaba para volver a abrir mañana. Necesitaba un rato para sí mismo en el que poder clasificar los hechos del día. El temblor de manos era lo que más le preocupaba porque era un síntoma nuevo y no quería empeorar. Cuando terminó, recogió su chaqueta, guardó el dinero en el escondite secreto dejando algo en la caja por si algún ladrón entraba y se enfurecía al ver que estaba vacía y finalmente salió. Se sintió algo más despejado, aunque le costaba respirar por la nariz. Menudo gancho tenía su compañero. Empezaba a detestarlo un poco, igual que a Evelyn. Eso también le preocupaba. El odio era un sentimiento que no concebía en su corazón gentil y servicial, pero, sin embargo, allí anidaba. Jon se cubrió con la chaqueta y divisó no lejos de él a la figura del doctor. Pensó en dar unas zancadas para acercarse y preguntarle si tenía algún remedio para su debilidad, pero pronto lo descartó: el hombre no estaba trabajando. Sería una molestia.)
El doctor continuaba jugando con el encendedor entre sus dedos mientras que paseaba por la calle. Mera necesidad marcada por el instinto, el apetito que habían hecho mella en él y la maldita silla que tenía, que era peor que una silla de montar hecha con piedras y cactus. Caminar hacía que de nuevo la sangre empezase a moverse por sus venas y que volviese a sentirse bien. Las visitas que habían tenido por a tarde eran rutinarias. Una herida producida por un corte.. una coz de caballo, un clavo errado de su sitio.. Eran a fin de cuentas tonterías, pero él en el fondo prefería que fuesen así. Se detuvo, al final y se llevó el encendedor a los labios para hacerlo chasquear y aprovechar la llama para encenderse el cigarrillo. Tras darle una profunda calada, hizo un movimiento con la mano y guardó el encendedor antes de exhalar entamente el humo por los labios, continuando con ese caminar. No estaba demasiado lejos del saloon y ahora es cuando aprovechaba todo el mundo para salir y disfrutar de la noche.
Llega hasta el saloon y abre una de las puertas de maderas. Entra y se pone el delantal ya que comienza llenarse, deja el chal detrás del mostrador dobladito en una esquina y ejerce su trabajo, ahora ya se mueve más gallarda y va esquivando los pellizcos que le quieren propinar con miradas de amenaza, ya sabe dónde está todo colocado, su mente ha memorizado cada rincón, incluso las botellas duras en las estantes altos que le comentó Dalton. Inhala una gran bocanada de aire y sonriente sigue atendiendo con una sonrisa gentil a los clientes.
(Pero sí había algo que podía hacer con el doctor que no le molestase demasiado: quedar con él en pasar mañana por la tarde por su consultorio, en un horario decente y cuando esté preparado mentalmente para atenderlo. Jon se acercó hasta Caleb_McDougal con cierta timidez. Levantó primero la mano en señal de saludo, luego le sonrió y por último le habló.) B-buenas tardes, se-señor McDougal. (Tragó saliva despacio mientras se serenaba y contemplaba al doctor con unos ojos transparentes que parecían gritar socorro desde el fondo de las córneas.) Confío en no m-molestarle demasiado. Verá usted... (El cigarro atrajo su atención de inmediato y siguió de cerca las volutas de humo que se escapaban por el aire formando dibujos abstractos que él interpretaba de manera poco acertada.) ¿T-tendría un hueco para mí m-mañana después del trabajo? (Jon tenía la nariz hinchada por culpa del golpe de Fred, pero no era el motivo de su consulta.)
Tras exhalar lentamente el humo metió las manos en los bolsillos para empezar a caminar de nuevo. El sonido de unos pasos cercanos hizo que se detuviese y mirase hacia donde provenían, quizás símplemente como un acto reflejo o una muestra de que no le gustaba dar la espalda a nadie ni a nada. -Señor Atwood. ¿En qué le puedo ayudar? -Dijo de manera calmada mientras que lo miraba, después pareció quedarse pensativo aunque en realidad, le estaba examinando. - ¿Mañana por la tarde? Sí, puede venir a partir de las 6 de la tarde, supongo que cuando ya termine el trabajo en la oficina de correos y telégrafos. ¿Se encuentra bien? Si es algo más urgente podemos ir ahora a que le eche un vistazo. No tiene buena pinta esa nariz. ¿Con qué se ha golpeado? ¿Una locomotora? Debería de tener más cuidado, un mal golpe en la nariz le ocasionará muchos problemas en un futuro. -Añadió calmadamente mientras que lo miraba, después tras unos segundos de observación meció el cigarrillo entre sus labios par amoverlo hacia el otro lado y esperar.- Si no es entonces urgente, sí que puede esperar a mañana. Iba ahora a comer algo, ¿quiere acompañarme?
Sigue atendiendo a la clientela, esmerándose en hacer bien su trabajo, claro que lleva dos días trabajando y se la ve que se le resbala algún vaso sin llegar a caerse o tropieza en el suelo de madera, que es una superficie lisa sí, pero ella encuentra algo con lo que tropezar debido a los nervios y es que es meticulosa y le gusta hacer las cosas bien o no hacerlas.
¿Esto? (Jon se señaló la nariz con el largo índice de una mano que podría haber sido la de un músico.) No, no es u-urgente, doctor, sólo ha sido el fruto d-de un profundo desacuerdo. (No quería acusar a Frederick de haberle estampado el puño en la cara ni tampoco concederle tanta importancia. Le había golpeado fuerte, sí, ¡pero no para confundirlo con una locomotora! Le fastidiaba que el doctor hubiera elegido esa comparación. Fred no era tan fuerte, el muy tonto... Apretó los labios y ladeó el rostro en un gesto de imperceptible sorpresa cuando Caleb_McDougal extendió una invitación hacia él. Un extraño rictus de menos de un segundo atravesó su boca. Luego sonrió con torpeza y asintió.) ¿Por qué no, señor McDougal? S-sería un placer, a-aunque no soy muy elocuente f-fuera del ho-horario de oficina... Tendrá que servirme u-usted la conversación. (Apuntó mientras dirigía sus pasos hacia el saloon de Minerva donde probablemente estaría trabajando la señorita Marion_Sutter. Le daba apuro que le viera en esas condiciones, pero no podía ocultarse. No era la primera vez que alguien le había dejado la cara marcada en aquel pueblo.)
-Quizás os suene demasiado paternalista. O puede que demasiado directo, pero prefiero decir las cosas siempre como son a dar rodeos innecesarios. Un golpe, incluso el más leve puede causar graves daños si se da en una zona determinada. Vuestro "accidente" Prefirió llamarlo así -Os ha desviado el tabique nasal. Hacedme un favor. Mirad hacia allá. Señaló hacia un punto en particular, pero él aprovechó ese gesto para agarrarle de la nariz y recolocársela, dejando que se escuchase un leve crujido. Craak Tras ese crujido la soltó. -Listo. Cuando se os pase el dolor veréis que podréis respirar mejor. Os aconsejo que, mientras tanto, mitiguéis la molestia con un filete. Os aliviará la hinchazón, y con un buen trago de whisky.. o dos.. por supuesto. Sonrió ligeramente mientras que miraba al hombre antes de mover la mano, para continuar caminando hacia el saloon. - ¿Asi que sacar tema de conversacion? La verdad es que no soy demasiado buen orador. Se de lo mío. Trabajo, trabajo y más trabajo. Pero ahora, me muero por un caldo caliente y algo de pan que llevarme a las tripas. ¡Ja, ja ja!.
Sirve un trago de whisky a un hombre que trabaja en el campo, un viejo que tiene fama de chismoso, se queda unos momentos hablando con él, con sutileza femenina trata de conocer más del lugar que va a ser su hogar. Así que le pregunta sobre lo acontecido en los últimos quince días y el hombre comienza a relatarle con detalles lo del asesinato, quién se cree que fue y más detalles significativos que la joven escucha con total expectación.
¿M-me lo ha desviado? (Preguntó con genuina sorpresa Jon. Accedió a girar la cabeza solo porque creyó que el doctor iba a echarle un vistazo a su perfil para determinar el nuevo ángulo de su apéndice nasal, pero si hubiera sospechado por un segundo cuáles eran las verdaderas intenciones del señor McDougal no se habría acercado hasta él ni para saludarlo. Tras un agudo y corto grito, Jon se apartó abruptamente y se llevó la mano a la cara. No blasfemó porque esas palabras estaban lejos de su vocabulario habitual, pero los ojos se le anegaron e hizo un gran esfuerzo por contener tanto las lágrimas como el resentimiento. Sabía que el doctor había obrado por su bien para corregirle la desviación del tabique antes de que soldara, pero no podía evitar observarlo con reproche. No le rió el comentario sobre lo hambriento que estaba, como si se le ajureaba el estómago.) ... (Resopló. Tras unos minutos de silencio, su humor amable volvió a aflorar poco a poco.) B-bueno, si m-me deja, podría invitarle en com-compensación por sus se-servicios.
Por el amor de Dios, sois un poco exagerado ¿no creéis? -Dijo mientras que miraba al hombre, como siempre con esa manera tan abierta de hablar. -Si os hubiese aviasado habría sido peor y más doloroso. De esa manera se os pasará en seguida. No tenéis demasiada tolerancia al dolor parece... interesante. -Salió su vena analítica mientras que observaba su reacción, después sonrió algo más. -Una invitacion siempre es agradecida. Y sobre todo si es a comer. Como digo estoy famélico. Tras separarse de él volvió a seguir camiando hacia el saloon. Se detuvo y abrió la puerta para pasar al itnerior asegurándose de que el señor Atwood no estaba tan cerca como para que al cerrarse volviese a darle en la cara -sería mala pata-. Nada más entrar caminó hacia una mesa vacía y se quitó el sombrero para dejarlo enganchado sobre la silla y sentarse.
Estaba muy entrenida comentando con el hombre del campo chismoso lo que había pasado en Twin Falls, tanto que no vio entrar ni a Caleb_McDougal ni a Jonathan_Atwood, estaba enterándose de todo pues al llenarle el vaso con más whisky ese hombre parecía un charlatán, hay que ver cómo conocía la vida de todo ser humano que le rodeaba, era increíble, detalles íntimos que hicieron que la pobre le subiera el calor a las mejillas, tiñéndolas de una tonalidad rojiza intensa. Suelta una risilla entre dientes y acalla ya esas palabras que salen de la boca del chismoso con una sonrisa gentil.
(No le agradaba que le recordaran su patente debilidad y el comentario del doctor le hizo agachar la cabeza como si le hubiera dedicado el más despreciable de los calificativos, pero se dijo que ésa no era su intención, pues si lo considerara un ser humano tan deleznable ni siquiera le hubiera propuesto acompañarle mientras se llenaba el estómago. El temblor de las manos no volvió. No se había puesto tan nervioso, aunque, claro, toda la atención de su organismo recaía sobre esa nariz recolocada. La sentía palpitar en la cara como si fuera un segundo corazón. ¡Y el doctor aún se atrevía a burlarse de él!) Gracias. (Jon pasó detrás del doctor y lo siguió hasta la mesa que eligió. Echó un vistazo a la concurrencia. Nadie se fijó en él, pues todas las miradas recaían en la señorita Marion_Sutter. Minerva había hecho un buen negocio contratándola. Ahora se sentía más cómodo *en el saloon. Se sentó con cierta rigidez frente al doctor y volvió a dirigirle una mirada larga. Parecía que lo sondeaba. En cuanto la joven se desocupara, el doctor podría hacer su pedido. Jon no estaba hambriento. Las emociones del día le habían cerrado el estómago, pero aún así tomaría algo por acompañarle.)
-Vamos, no me miréis así. Lo he hecho por vuestro bien. Si esta noche dormís con un filete de carne en la nariz, mañana os despertaréis mucho mejor. Ya lo veréis.- Sonrió ligeramente y después miró hacia la gente que había en el saloon. Posó su mirada sobre la joven Marion_Sutter a quien vió ocupada. Igualmente y como parecia entretenida utilizó una manera particular de llamar la atención, ya que dió un pequeño silbido y movió un poco la mano mientras que sonreía a la mujer.- Señorita Sutter, ¿podéis venir cuando tengáis un momento?
Ante el silbido busca a la persona que lo ha emitido, esboza una amplia sonrisa al verles y camina hacia ellos. - Cuánto bueno verles a los dos. Saludos señor Atwood, me alegra verle, espero que se mejore pronto de sus dolencias. - Desvía la mirada hacia Caleb_McDougal. - Saludos, doctor tambiñen me alegra verle.- ¿Y bien? ¿qué les apetece cenar esta noche? hay un rico asado de cordero con castañas y setas, carnes a la brasa, pescados y sopa de puchero. - Informa a ambos, desde uego no parece la misma que llegó ayer tímida, incluso su mirada mar brilla ya porque se siente mucho mejor y aceptada en ese lugar.
P-por favor, llámeme Jonathan. (Le pidió a la mujer con una leve sonrisa. El silbido del doctor había interrumpido su escrutinio de golpe, aunque no sus cavilaciones. Le ardía la nariz, pero, al menos, ya no tanto. Esa noche le tocaría dormir abrazado a un filete. Le hacía gracia. Probablemente sería la noche más romántica de su vida.) Vaya, s-señorita Sutter... Todo eso suena d-delicioso, pero c-creo que... me q-quedaré con la sopa. (Porque cualquier otro plato se le antojaba excesivo para la capacidad de su estómago cerrado.) ¿Lleva patatas y zanahorias...? Po-porque ésa está buenísima. (Aseguró con un entusiasmo que rozaba lo infantil.)
Sonrió de manera afable a la joven viendo como parecía haberse adaptado realmente bien. -Me alegra ver que os habéis adaptado al lugar y a sus gentes, señorita Sutter. Dijo antes de sonreir. La verdad es que todo tiene una buena pinta. Creo que empezaré con un plato de sopa caliente y después un poco de asado de cordero con castañas y setas. Me pongo en sus manos, seguro que está delicioso. De beber una cerveza. Añadió antes de quedarse un poco pensativo, después miró hacia el señor Atwood, quien parecía comer poco. -Ah, si tenéis algo de carne sin cocinar, traedle un filete al señor Atwood. O se trata con urgencia o mañana tendrá la cara que parecerá salido de un desfile de año nuevo. Y.... Gracias. Miró a la chica de nuevo.
Jonathan, está bien. - Acepta su invitación de llamarlo con su nombre. - Buena elección, sí lleva patatas y zanahorias y verduritas que le dan un buen sabor. - Esboza una sonrisa gentil y desvía la mirada hacia el doctor. - Así es, poco a poco voy acostumbrándome al lugar. - Comenta mirándole con una sonrisa perpetua en los labios. - Muy bien, enseguida se lo sirvo. Vale de beber cerveza. ¿Y usted Jonathan de beber? - Ante el inusual pedido que le demanda Caleb_McDougal mira la cara herida del susodicho. - Vale un filete de carne.
(Una sonrisa entre tímida y divertida se asomó en la boca del telegrafista. Aquella petición probablemente no resultara insólita para una camarera de saloon, pero a él le hacía una gracia tremenda y a duras penas podía disimularlo.) M-me pregunto q-qué propiedades curativas p-puede tener un filete sin cocinar, s-señor McDougal. Es un misterio para mí. (Clavó sus ojos en Marion_Sutter. ¿Qué impresión se habría llevado de él? Desde luego, no una buena con esa nariz y ese tronco obtuso que tenía por compañero.) Yo quisiera agua, p-por favor. (Agua y sopa sonaba redundante, pero no quería arriesgarse a que el alcohol le sentara mal como la última vez. Además, no le gustaba y no veía ni un solo motivo para consumirlo si no sentía la necesidad.) La veo m-muy suelta por el saloon. Se nota que se ha hecho a él. (Le comentó con sinceridad.)
-Es una dama encantadora y afable. Es normal que consiga un hueco entre toda ésta gente. Si aunamos el hecho de que sabe conversar y tratar a la clientela... Parece que se puede sentir como un auténtico pez en el agua.- De nuevo paerció sonreir mientras que miraba a la mujer. Inclinó levemente la cabeza como agradecimiento para después repiquetear con sus dedos en la mesa, como si él mismo estuviese poniendo la melodía que faltaba en el saloon a esas horas de la noche.- Una cena bastante ligera la vuestra. Deberíais de probar con algo más copioso y unos grandes vasos de whisky. El dolor no se irá si no lo mitigáis, señor Atwood.
Percibe la mirada inquisitiva de Jonathan_Atwood a lo que desvía de inmediato la mirada hacia un borracho que pasaba y le sonríe con cara de bobalicón y cae encima de una mesa. Mira de nuevo al telegrafista. - Bien agua. Sí, ya voy aprendiendo, aunque aún me cuesta pero bueno lo que decía poco a poco. - Desvía la mirada mar hacia el doctor. - Por favor no me adulen tant que me van mal acostumbrar y les serviré buenas raciones igual. - Se aleja de ellos más roja que un tomatito madurado al sol y se da prisa en que le preparen la comanda demandada,
(La joven Marion_Sutter le resultaba simpática y agradable, pero demasiado correcta para tratarse de una camarera. Además, tenía una dicción impecable y una forma peculiar de construir las frases. La siguió con la mirada hasta que su figura se perdió y los dedos percutores del doctor se llevaron toda su atención. Se fijó en sus uñas y fue levantando lentamente la vista mientras le recorría el brazo, el pecho, el cuello... hasta que, finalmente, se detuvo en su rostro.) Debe haber a-algo más que whisky para el d-dolor, señor McDougal. El whisky... Bueno, no es un secr-creto, pero no me gusta y no veo la p-posibilidad de aficionarme. ¿No es suficiente c-con el filete?
-El filete media para la inflamación, señor Atwood, pero el mejor anestésico suele ser el whisky. Si lo preferís puedo pincharos algo de morfina, aunque guardo ésta para casos realmente importantes. Hasta que no llegue la diligencia con el resto de cosas que encargué, no ando muy bien de suministros médicos.- A todas luces era un problema que le preocupaba. Los suministros en la clínica llegaban tarde, y no sabía que es lo que le había ocurrido a la diligencia. Que ésta fuese asaltada tanto por bandidos o por indios era tan común... que conseguía arrancarle un atisbo de preocupación. Suspiró ligeramente. -Y no necesitáis aficionaros al whisky. Tan solo tomaros dos copas, y caeréis rendido, si es que no estáis acostumbrado. Por la mañana, y tras un reparador sueño, veréis las cosas de otra manera.
Jonathan_Atwood- Criado
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9 de agosto - Mediodía. Tienda de Ultramarinos
El trabajo en la serrería era bastante duro, y el más joven de los dos hermanos irlandeses carecía de los músculos que tenía el mayor. Era la de Setanta una constitución nervuda, fuerte pero mucho más fibrosa que aquel con quien compartía padre y madre, probablemente fruto de la malnutrición que sufrió cuando era pequeño. El caso es que, con el calor del mediodía en aquel día de principios de agosto, el trabajo de cargar carretas con madera cortada no era del gusto de ninguno de los empleados. Además, Set prefería ocuparse de cortar el material y, ocasionalmente, fabricar algo duradero con él. Su ágil y avispada mente encontraba en aquella tarea un solaz calmante para el devenir del pensamiento. Por eso tallaba constantemente flautillas, instrumentos que desaparecían constantemente a manos del poco misterioso Seosamh - todo hay que decirlo: Setanta no había nacido para ser músico sinfónico. El irlandés se detuvo al finalizar con la tarea, enjugándose el sudor de la frente con el sucio y viejo pañuelo de tela escocesa que cargaba desde que salió de la pueblerina Trim. Desperdiciaba su intelecto en un oficio como aquél, pero los naipes no era una entrada de dinero segura, y tampoco tenía fama de honradez como para cambiar a una profesión más acorde con su talento. De todas formas, aquella era una entrada de dinero estable; duramente ganado, pero constante. Le dio una palmada a Seo en sus anchas espaldas y salió por el amplio arco del almacén, sin rumbo fijo. Aquella era la parte más retirada de Twin Falls, cerca del río, por lo que el sol era menos inmisericorde que en el pueblo. Hurgó en el bolsillo delantero de su camisa y sacó un palillo, que se metió en la boca y comenzó a cantar, paladeando con gusto aquel idioma que tan prohibido estaba en su hermosa tierra natal.
- Sinne Fianna Fáil, a tá fé gheall ag Éirinn, buion dár slua, thar toinn do ráinig chugainn, fé mhóid bheith saor. -. Repito: lo suyo no era la música. Pero se trataba de un himno y no sonaba del todo mal.
El Saloon estaba tranquilo, así que Minerva podía ausentarse sin problemas. Llevaba el mismo vestido claro que el día anterior. Apenas lo había usado un par de horas y no había necesidad de lavar toda aquella tela por un ratito. Llevaba en la mano un pedazo de papel donde había garabateada una lista de la compra. Con letra infantil e irregular, cabía decir, pues Tom le había ayudado a elaborarla. Sola, con el saquito donde guardaba el monedero y el abanico en una mano y colocándose el sombrero con la otra, se encaminó hacia la tienda de ultramarinos para hacer su encargo semanal.
- ¿Como es posible que esté subiendo los precios de ese modo?
Meier, entornó los ojos en medio de aquel enfado, que era el colmo de muchos otros, la semana estaba terminando como si se precipitara cuesta abajo y sin frenos, le dolía la cabeza y con una mano marcó el gesto al apoyarla sobre su frente, suspiró y asintió.
- He de cobrar un pedido... -. El del señor McDougal, para ser exactos.-… A finales... En fin, no importa a me las arreglaré.
Abrió su bolso, negro, como el resto de sus ropas y de este sacó algunos billetes bien plegados y ordenados . Cuando se giró de talones, con la compra bien empaquetada entre los brazos, se encontró con una buena y antigua vecina, de esas pocas con las que le es agradable conversar, a fin de enterarse de las últimas novedades.
- ¿En serio? ¿En el salón...? Tomando una limonada ... No soy quien para juzgar, claro, pero no me cae demasiado bien ese hombre, sus insinuaciones para con ... en fin, reconozco de últimamente ando un poco nerviosa, suspicaz, pero el Sr. Atwood no es santo de mi devoción... La maestra... Vaya, vaya.
Pese a que su mente había barajado la idea de darse un refrescante baño en el río, finalmente sus pasos le habían conducido a la calle principal. Escupió el palillo masticado y se colocó uno nuevo entre los dientes. Hacía una semana que se había quedado sin tabaco... ¿Valdría la pena invertir el dinero que le había rascado ayer a Joe el Pelao en el prostíbulo o...? Al carajo, no iba a empezar a pagar las deudas de bebida de su hermano a esas alturas de la vida. Los ágiles andares de gato de Setanta se dirigieron hacia el colmado, aunque, con varias de las líneas de diligencias interrumpidas desde mediados de julio, no contaba con que el tendero tuviese mercancía. Seguramente tendría que ir a regatear con los indios de la reserva... Gruñó y subió los escalones que llevaban a la acera porticada, cubierta de pisoteados y desiguales listones de madera.
- Para la pasta gansa que saca, podría darle un repaso al negocio... -. Murmuró, el mondadientes que sostenía en la comisura de la boca temblando por el movimiento de sus labios.
La maestra acudió al colmado nada más cerrar la escuela para realizar algunas compras de última hora. Por fin habían llegado las vacaciones de verano y podría descansar durante un mes entero. Adoraba a esos chiquillos, pero Dios sabe que necesitaba un respiro. Con sus libros bajo el brazo, cruzó la plaza a paso ligero bajo un Sol de justicia. Por suerte, su amplio sombrero protegía su rostro de sus rayos, no había nada menos refinado que una dama con la tez morena, o al menos eso le había inculcado siempre su madre.
Marion deambulaba por la calle principal pegada a las fachadas de las casas colindantes, sentía el calor y no le gustaba que le diera el sol, su piel era alérgica a él y se le llenaba de pecas en demasía, también su madre jamás le había dejado exponerse al astro, una señorita de alta cuna no podía tener la piel embrutecida de una tonalidad que no fuera la suya. Le repiquetean esas palabras en su mente, dichas antes del accidente. Llevaba una blusa blanca entallada con un corpiño color berenjena con los hombros al aire y una falda larga en color gris clarito que solo dejaba ver la punta de los botines negros de cuero. En la mano izquierda el monederito, el cabello en su usual recogido ya que le gusta sentir el rostro despejado. Llegó al colmado y abrió la puerta viendo a las presentes.
Minerva se detuvo ante la puerta de la tienda.
- Buenas tardes, señoras -. Saludó con una sonrisa a las mujeres que charlaban en la puerta -. ¿Cómo va el día?
Se uniría a la charla un momento. No había demasiada gente en el ultramarinos y tampoco tenía excesiva prisa, sólo iba a dejar la lista y poco más. Ya mandaría a alguien a recogerlo cuando estuviese todo Empaquetado. Al ver entrar a Marion, le indica que se acerque.
- No les he presentado a mi prima, ¿verdad? Marion Sutter. -. La introdujo a las presentes-. Vive con nosotros en el Saloon y me ayuda en el trabajo.
La dueña de la armería alzó las cejas para su informadora amiga y ésta comprendió que aquella conversación tenía que cambiar el rumbo. Era uno de esos gesto que, de forma tácita, habían llegado a acomodar para no encontrarse en una situación incómoda. La tienda de ultramarinos era, desde luego, un lugar sumamente dispuesto a ese tipo de encuentros, a los inesperados, en secreto. Evelyn rogó porque no fuera ese telegrafista, y al reconocer el rostro de la señora Dalton mostró una amplia sonrisa, a su lado iba aquella muchacha que vio descender de la diligencia, unas de las pocas que por fin habían llegado al pueblo. También observó la aproximación de la señora Williams y ambas confidentes se miraron, se sonrieron y relajaron el rostro .
- Había pensado que el colmado es un lugar demasiado pequeño para poder presentarnos... Debidamente. ¿Qué les parecería una reunión en mi tienda? Con ésta cerrada claro, un poco de té... y tal vez... Jajajajaja, una copita de mistela… -. Se inclinó hacia el centro de aquella pequeña comitiva, guiñándole un ojo a la señora Dalton, a la cual tenía justo enfrente de ella.
Cuando ya había llegado a la altura del ultramarinos, Setanta percibió por el rabillo del ojo lo que a él le parecía demasiados sombreros de señora a través de la ventana, cosa que le hizo ralentizar el paso hasta pararse delante de la puerta, con una de sus manos de larguiruchos dedos sobre el picaporte. No dudaba en entrar, pero si algo sabía del género femenino es que no le gustaba que un hombre irrumpiera en su mundo sin avisar, cortándoles la conversación y... ¿para qué engañarnos? el chismorreo. Carraspeó y abrió el batiente, con cara de circunstancias. Es decir, el sombrero calado, ocultando la mitad de su semblante y la boca en un rictus serio, sosteniendo el consabido palillo.
- Señoras... -. Se tocó el ala del mismo, levantándolo de tal manera que ninguna se ofendiese por su mala educación.
Pocos segundos después de que Setanta entrase en la tienda, la maestra hizo lo propio, algo abrumada por semejante congregación. Entre la gente distinguió a la nueva empleada del Saloon, a la que todavía no conocía personalmente. No le pareció y el tipo de chica que suele trabajar en esos antros, como ella solía llamarlos. Aunque, para ser sinceros, tampoco se lo parecía la señora Dalton.
- Buenas tardes, señoras... y señor. -. Esbozó una sonrisa tímida a nadie en particular.
Minerva se percató del guiño y asintió, complaciente.
- De las copitas nos encargamos nosotras. La semana pasada compré un licor de nueces que todavía no he probado, si se animan o probar algo más fuerte, puedo incluirlo también -. Miró por encima de Marion, que estaba a su lado, a Setanta y la maestra: - Hola, hombretón -. Saludó con su habitual desparpajo en el trato con los hermanos -, buenas tardes, Srta. Williams, ¿ya ha soltado a la jauría de jovenzuelos por unos días? -. Volvió a centrar su atención en el pequeño corrillo-: ¿Me disculpan un momento? Voy a entregar la lista del pedido y en seguida concretamos esa pequeña reunión.
El sombrero de Setanta podría haber estado calado hasta dejar emerger el cogote por la parte superior, podría haberlo llevado en la mano o colgado de la punta de la nariz y cualquiera de las posiciones hubiera sido escrupulosamente puesta a debate, era como si él mismo se echara de carnaza a un círculo hambriento de lobos salvajes y enormes. La confidente de la señora Meier chasqueó la lengua dentro de la boca, casi desagradable y muy despótica, y a punto estuvo de decir algo cuando aquella mujer le dio con el codo en las costillas. La profesora entraba. No quería molestarla, al fin y al cabo su hija le hablaba muy bien de ella.
- Señora Williams, estábamos hablando de tomar un té, ¿Se uniría? -. Su vecina, la cual había sido relegada de la posición de amiga a lo largo de este párrafo frunció el ceño y los labios al mismo tiempo.
- Yo estaré muy ocupada, querida -. Le entregó dos besos a las mejillas de Meier y pareció buscar la puerta.- Me pasaré a darle una porción de mi pastel, mañana mismo, hasta entonces .- Escuchó la propuesta de Minerva encantada y asintió cuando se separó del grupo.
Setanta le echó una mirada curiosa a la maestra. La había visto alguna vez de lejos, pero ciertamente no se movían en los mismos círculos sociales. Así que aquella mujer era la que había tenido a Seosamh babeando durante tres meses - claro, desde que éste había visto a Marion, se había "enamorado" de ella. Este Seo... - y gastándose el dinero en alcohol. Suspiró.
- Jimmy, ¿te queda tabaco? -. Se había acercado al tendero, junto a Minerva, a la cual dedicó una sonrisa que se apagó cuando el hombre negó con la cabeza. La madre que lo parió. Iba a pasarse el fin de semana con las posaderas sobre un caballo, si quería estar de vuelta en Twin Falls antes del lunes.- Me cago en mi santa raza. -. Masculló. Al escuchar como inhalaban con espanto detrás de él, pasó a soltar una retahíla de maldiciones en gaélico. Que sonaba como si estuviese a punto de ir a violar a seis vírgenes y quemar la iglesia.
Muy lejos de corregir a quien la había llamado señora en lugar de señorita, pues sus modales y su timidez se lo impedían por completo, Liberty consideró la invitación, pensando que ahora que el periodo escolar había terminado, quizás le viniera bien tratar de encajar en ese nutrido grupo de amigas. De lo contrario, probablemente se sentiría demasiado sola. Al escuchar el juramento de Setanta, se llevó la mano a la boca en un gesto de espanto. Jamás conseguiría adaptarse a ese tipo de comportamientos. Murmuró un "Dios bendito", que probablemente sólo ella pudo oír e incluso olvidó por unos momentos la invitación para tomar ese té. Pero, finalmente asintió, una vez se le hubo pasado el susto.
- Sería un placer, si no les supongo un estorbo.
Demasiados pares de ojos se giraron hacia las maldiciones que, más que entenderse, se intuían. Alguna que otra llevó teatralmente la mano al pecho y aspiró el aire, otra propuso apelativos poco condescendientes y nada empáticos con la carencia de tabaco del señor O'Shaughnessy, una madre llevó sus manos cálidas a los oídos de su infante en acto proteccionista y el resto de mujeres lo alabaron asintiendo, con tanto énfasis que Meier pensó que alguna perdería la cabeza. Eso le pareció gracioso. Trató de restar importancia a aquella contrariedad y se sumió en lo que le interesaba.
- La señora Dalton ha comentado el traer una botella ... Jajajaja, si se atreven puedo sacar las cartas de mi difunto… – Soltó un suspiro cargado de pesar.-… esposo. Una tarde para nosotras, sin los negocios, sin hombres y…
Pasó la mirada sobre la señora Dalton, y la señorita Williams, a quien por la edad todo el mundo debería de imponer el cargo de señora, hablar de señorita en un puesto como el de maestra era trivializar su posición, o al menos eso pensó y así lo comentaría... en otro momento.
-… Niños, sin niños. Y no sé que hacer con una, no puedo imaginarla a usted con tantos.
Las diversas reacciones ante su "efusividad" al decir lo que pensaba del servicio de diligencias y transporte, que presintió, más que vio, hicieron que al irlandés se le instalase aquella sonrisa tan típica suya; ladeada, con cierta sorna y diversión y los ojos grises bailoteando con un brillo de niño travieso, que le daba el aspecto de un personaje folclórico de su amada Irlanda.
- Si tienen información acerca de cómo puedo conseguir tabaco... -. Se giró y apoyó las caderas y las manos en la barra, encarando a las mujeres.-... les guardo diligentemente a los críos, les arreglo lo que tengan de arreglar en sus casas y... Me convierto en un humilde siervo en general.
Aquella mirada burlona se posó sobre cada una de las señoras, de forma individual. De todas formas, por muy jugador que fuese, Setanta transmitía la confianza de una persona poco acostumbrada a mentir y engañar. Era lo suficientemente inteligente y avispado cómo para sacarse las castañas del fuego sin acudir a estas malas artes.
Por supuesto, la maestra no tenía ni la menor idea de dónde se podía conseguir tabaco, aunque supuso que la señora Dalton seguramente lo sabría. Al escuchar el comentario de la señora Meier sobre los niños, no pudo evitar contradecirla, aunque por su tono de voz, cualquiera diría que se trataba de un ratoncillo enfrentándose a un gato.
- Los niños son fáciles de tratar si se sabe cómo, señora Meier, sólo hace falta un poco de paciencia. -. Acto seguido, se volvió hacia Setanta, al escuchar sus promesas de ejercer de sirviente a cambio de algo de tabaco, pero no se le ocurrió abrir la boca.
Unió los labios, posó la mirada sobre la punta de las botas de Setanta y ascendió lentamente. Tasó la fuerza de sus brazos y el provecho que podría sacar por el módico precio de un poco de tabaco. Entornó los ojos, la fachada podría ser pintada, y el tejado arreglado, piensa Meier. El tejado era demasiado tentador para no negociarlo.
- Yo tengo tabaco y mucho trabajo por hacer, pero… -. Entornó aún más lo ojos dándose cuenta de que aquello no sería un trato justo.- Mucho... mucho...
A un par de vecinas aquello le pareció escandaloso y se tuvo que girar hacia ellas para explicarse.
- Desde la muerte de Arthur no arreglo el tejado y sinceramente me da pánico, he dejado de utilizar la buhardilla por ello, y en el invierno posiblemente se me acabe viniendo abajo... -. Asintieron al menos un par, eso ya era algo. Alzó entonces la mano y un dedo acusador señaló a Setanta.- Soy una mujer muy ocupada, señor, así que ahora han de disculparme... Hablaremos de esto mañana, preséntese en mi tienda y le daré tabaco, y ciertos detalles sobre el trabajo. -. Se ajustó la cinta de raso bajo la barbilla, dispuesta a salir al exterior con su traje negro bajo la protección de aquel sombrero.- Nos veremos pronto señoras.
Setanta asintió en dirección a la Sra. Meier. No temía el trabajo, aunque le gustaba más el de clase intelectual que el que le obligaba a usar su fuerza muscular. Ya le sacaría algo más a la dueña de la armería, ya...
- En cuanto pueda, mañana me paso por allí, señora. -. Se quitó el sombrero y golpeó este contra el muslo, para quitarle el polvo y poder así colocárselo de nuevo sobre su sudoroso y mojado pelo oscuro.- Si me disculpan...
Quería salir de ese ambiente cargado de perfume floral YA. Esquivando ruedos de vestidos estampados, se dirigió a la puerta. Antes de empujar la hoja, giró la cabeza y le guiñó un ojo a Minerva.
- Nos vemos esta noche, mo chroí.
La maestra esperó pacientemente a que el resto de mujeres hagan su pedido, ya que ha llegado la última. Miró con curiosidad a Marion, a quien todavía no conoce. De alguna manera, sacó el valor para presentarse ella misma.
- Usted es la nueva trabajadora del Saloon, ¿verdad? -. Su forma de pronunciar la palabra "Saloon" ya denotaba que no le gustaba nada ese lugar, aunque trató de disimularlo.
Sigue manteniendo entre los dedos de ambas manos el monederito rojizo y ribeteado en hilos de plata jugueteando con él mientras contempla a las presentes, desvía la mirada mar hacia la Srta. Williams cuando se presenta recíproca también lo hace con una sonrisa amable.
- Sí, llegué en la diligencia hace dos día y medio. Marion Sutter. - La observa con detenimiento pero con discreción, con sus acostumbrados buenos modales que no denotan para nada que sea una sencilla camarera.
Por fin Minerva había conseguido llegar a un acuerdo con el tendero, algunas cosas de la lista no iba a poder suministrárselas debido a los problemas con las líneas de diligencias, pero no era nada irreparable, por el momento. Guardándose el papelito, por si había algún problema, tras haberse asegurado de que el tendero lo apuntaba todo correctamente en su libretita, se alejó del mostrador para regresar junto a Marion.
- Ya está. Disculpen. A veces Jimmy se lía con los paquetes y luego recibo unas cosas de más y otras de menos. -. Le dijo adiós a Setanta con la mano, lanzándole un beso al aire cuando soltó aquellas palabras en gaélico.
- Soy Liberty Williams, la maestra del pueblo. Es un placer conocerla, señorita. -. Sonrió a Marion con educación. Se le hace tarde, así que discretamente deja un papelito con su pedido sobre el mostrador.- Jimmy, por favor, avíseme cuando reciba todo esto, ¿De acuerdo? -. Tras un gesto de afirmación por parte del tendero, se dirige a la concurrencia.- Un placer, señoras, las veré para ese té.
Marion respondió a la maestra con la misma amabilidad.
- Encantada señorita Williams, el placer es mío. -. Observó cómo se alejaba y comenzó a realizar algunas compras para el Saloon caminando por la tienda con curiosidad y mirando los estantes mientras va cogiendo lo que va necesitando, pensando en la lista que memorizó.
- Sinne Fianna Fáil, a tá fé gheall ag Éirinn, buion dár slua, thar toinn do ráinig chugainn, fé mhóid bheith saor. -. Repito: lo suyo no era la música. Pero se trataba de un himno y no sonaba del todo mal.
El Saloon estaba tranquilo, así que Minerva podía ausentarse sin problemas. Llevaba el mismo vestido claro que el día anterior. Apenas lo había usado un par de horas y no había necesidad de lavar toda aquella tela por un ratito. Llevaba en la mano un pedazo de papel donde había garabateada una lista de la compra. Con letra infantil e irregular, cabía decir, pues Tom le había ayudado a elaborarla. Sola, con el saquito donde guardaba el monedero y el abanico en una mano y colocándose el sombrero con la otra, se encaminó hacia la tienda de ultramarinos para hacer su encargo semanal.
- ¿Como es posible que esté subiendo los precios de ese modo?
Meier, entornó los ojos en medio de aquel enfado, que era el colmo de muchos otros, la semana estaba terminando como si se precipitara cuesta abajo y sin frenos, le dolía la cabeza y con una mano marcó el gesto al apoyarla sobre su frente, suspiró y asintió.
- He de cobrar un pedido... -. El del señor McDougal, para ser exactos.-… A finales... En fin, no importa a me las arreglaré.
Abrió su bolso, negro, como el resto de sus ropas y de este sacó algunos billetes bien plegados y ordenados . Cuando se giró de talones, con la compra bien empaquetada entre los brazos, se encontró con una buena y antigua vecina, de esas pocas con las que le es agradable conversar, a fin de enterarse de las últimas novedades.
- ¿En serio? ¿En el salón...? Tomando una limonada ... No soy quien para juzgar, claro, pero no me cae demasiado bien ese hombre, sus insinuaciones para con ... en fin, reconozco de últimamente ando un poco nerviosa, suspicaz, pero el Sr. Atwood no es santo de mi devoción... La maestra... Vaya, vaya.
Pese a que su mente había barajado la idea de darse un refrescante baño en el río, finalmente sus pasos le habían conducido a la calle principal. Escupió el palillo masticado y se colocó uno nuevo entre los dientes. Hacía una semana que se había quedado sin tabaco... ¿Valdría la pena invertir el dinero que le había rascado ayer a Joe el Pelao en el prostíbulo o...? Al carajo, no iba a empezar a pagar las deudas de bebida de su hermano a esas alturas de la vida. Los ágiles andares de gato de Setanta se dirigieron hacia el colmado, aunque, con varias de las líneas de diligencias interrumpidas desde mediados de julio, no contaba con que el tendero tuviese mercancía. Seguramente tendría que ir a regatear con los indios de la reserva... Gruñó y subió los escalones que llevaban a la acera porticada, cubierta de pisoteados y desiguales listones de madera.
- Para la pasta gansa que saca, podría darle un repaso al negocio... -. Murmuró, el mondadientes que sostenía en la comisura de la boca temblando por el movimiento de sus labios.
La maestra acudió al colmado nada más cerrar la escuela para realizar algunas compras de última hora. Por fin habían llegado las vacaciones de verano y podría descansar durante un mes entero. Adoraba a esos chiquillos, pero Dios sabe que necesitaba un respiro. Con sus libros bajo el brazo, cruzó la plaza a paso ligero bajo un Sol de justicia. Por suerte, su amplio sombrero protegía su rostro de sus rayos, no había nada menos refinado que una dama con la tez morena, o al menos eso le había inculcado siempre su madre.
Marion deambulaba por la calle principal pegada a las fachadas de las casas colindantes, sentía el calor y no le gustaba que le diera el sol, su piel era alérgica a él y se le llenaba de pecas en demasía, también su madre jamás le había dejado exponerse al astro, una señorita de alta cuna no podía tener la piel embrutecida de una tonalidad que no fuera la suya. Le repiquetean esas palabras en su mente, dichas antes del accidente. Llevaba una blusa blanca entallada con un corpiño color berenjena con los hombros al aire y una falda larga en color gris clarito que solo dejaba ver la punta de los botines negros de cuero. En la mano izquierda el monederito, el cabello en su usual recogido ya que le gusta sentir el rostro despejado. Llegó al colmado y abrió la puerta viendo a las presentes.
Minerva se detuvo ante la puerta de la tienda.
- Buenas tardes, señoras -. Saludó con una sonrisa a las mujeres que charlaban en la puerta -. ¿Cómo va el día?
Se uniría a la charla un momento. No había demasiada gente en el ultramarinos y tampoco tenía excesiva prisa, sólo iba a dejar la lista y poco más. Ya mandaría a alguien a recogerlo cuando estuviese todo Empaquetado. Al ver entrar a Marion, le indica que se acerque.
- No les he presentado a mi prima, ¿verdad? Marion Sutter. -. La introdujo a las presentes-. Vive con nosotros en el Saloon y me ayuda en el trabajo.
La dueña de la armería alzó las cejas para su informadora amiga y ésta comprendió que aquella conversación tenía que cambiar el rumbo. Era uno de esos gesto que, de forma tácita, habían llegado a acomodar para no encontrarse en una situación incómoda. La tienda de ultramarinos era, desde luego, un lugar sumamente dispuesto a ese tipo de encuentros, a los inesperados, en secreto. Evelyn rogó porque no fuera ese telegrafista, y al reconocer el rostro de la señora Dalton mostró una amplia sonrisa, a su lado iba aquella muchacha que vio descender de la diligencia, unas de las pocas que por fin habían llegado al pueblo. También observó la aproximación de la señora Williams y ambas confidentes se miraron, se sonrieron y relajaron el rostro .
- Había pensado que el colmado es un lugar demasiado pequeño para poder presentarnos... Debidamente. ¿Qué les parecería una reunión en mi tienda? Con ésta cerrada claro, un poco de té... y tal vez... Jajajajaja, una copita de mistela… -. Se inclinó hacia el centro de aquella pequeña comitiva, guiñándole un ojo a la señora Dalton, a la cual tenía justo enfrente de ella.
Cuando ya había llegado a la altura del ultramarinos, Setanta percibió por el rabillo del ojo lo que a él le parecía demasiados sombreros de señora a través de la ventana, cosa que le hizo ralentizar el paso hasta pararse delante de la puerta, con una de sus manos de larguiruchos dedos sobre el picaporte. No dudaba en entrar, pero si algo sabía del género femenino es que no le gustaba que un hombre irrumpiera en su mundo sin avisar, cortándoles la conversación y... ¿para qué engañarnos? el chismorreo. Carraspeó y abrió el batiente, con cara de circunstancias. Es decir, el sombrero calado, ocultando la mitad de su semblante y la boca en un rictus serio, sosteniendo el consabido palillo.
- Señoras... -. Se tocó el ala del mismo, levantándolo de tal manera que ninguna se ofendiese por su mala educación.
Pocos segundos después de que Setanta entrase en la tienda, la maestra hizo lo propio, algo abrumada por semejante congregación. Entre la gente distinguió a la nueva empleada del Saloon, a la que todavía no conocía personalmente. No le pareció y el tipo de chica que suele trabajar en esos antros, como ella solía llamarlos. Aunque, para ser sinceros, tampoco se lo parecía la señora Dalton.
- Buenas tardes, señoras... y señor. -. Esbozó una sonrisa tímida a nadie en particular.
Minerva se percató del guiño y asintió, complaciente.
- De las copitas nos encargamos nosotras. La semana pasada compré un licor de nueces que todavía no he probado, si se animan o probar algo más fuerte, puedo incluirlo también -. Miró por encima de Marion, que estaba a su lado, a Setanta y la maestra: - Hola, hombretón -. Saludó con su habitual desparpajo en el trato con los hermanos -, buenas tardes, Srta. Williams, ¿ya ha soltado a la jauría de jovenzuelos por unos días? -. Volvió a centrar su atención en el pequeño corrillo-: ¿Me disculpan un momento? Voy a entregar la lista del pedido y en seguida concretamos esa pequeña reunión.
El sombrero de Setanta podría haber estado calado hasta dejar emerger el cogote por la parte superior, podría haberlo llevado en la mano o colgado de la punta de la nariz y cualquiera de las posiciones hubiera sido escrupulosamente puesta a debate, era como si él mismo se echara de carnaza a un círculo hambriento de lobos salvajes y enormes. La confidente de la señora Meier chasqueó la lengua dentro de la boca, casi desagradable y muy despótica, y a punto estuvo de decir algo cuando aquella mujer le dio con el codo en las costillas. La profesora entraba. No quería molestarla, al fin y al cabo su hija le hablaba muy bien de ella.
- Señora Williams, estábamos hablando de tomar un té, ¿Se uniría? -. Su vecina, la cual había sido relegada de la posición de amiga a lo largo de este párrafo frunció el ceño y los labios al mismo tiempo.
- Yo estaré muy ocupada, querida -. Le entregó dos besos a las mejillas de Meier y pareció buscar la puerta.- Me pasaré a darle una porción de mi pastel, mañana mismo, hasta entonces .- Escuchó la propuesta de Minerva encantada y asintió cuando se separó del grupo.
Setanta le echó una mirada curiosa a la maestra. La había visto alguna vez de lejos, pero ciertamente no se movían en los mismos círculos sociales. Así que aquella mujer era la que había tenido a Seosamh babeando durante tres meses - claro, desde que éste había visto a Marion, se había "enamorado" de ella. Este Seo... - y gastándose el dinero en alcohol. Suspiró.
- Jimmy, ¿te queda tabaco? -. Se había acercado al tendero, junto a Minerva, a la cual dedicó una sonrisa que se apagó cuando el hombre negó con la cabeza. La madre que lo parió. Iba a pasarse el fin de semana con las posaderas sobre un caballo, si quería estar de vuelta en Twin Falls antes del lunes.- Me cago en mi santa raza. -. Masculló. Al escuchar como inhalaban con espanto detrás de él, pasó a soltar una retahíla de maldiciones en gaélico. Que sonaba como si estuviese a punto de ir a violar a seis vírgenes y quemar la iglesia.
Muy lejos de corregir a quien la había llamado señora en lugar de señorita, pues sus modales y su timidez se lo impedían por completo, Liberty consideró la invitación, pensando que ahora que el periodo escolar había terminado, quizás le viniera bien tratar de encajar en ese nutrido grupo de amigas. De lo contrario, probablemente se sentiría demasiado sola. Al escuchar el juramento de Setanta, se llevó la mano a la boca en un gesto de espanto. Jamás conseguiría adaptarse a ese tipo de comportamientos. Murmuró un "Dios bendito", que probablemente sólo ella pudo oír e incluso olvidó por unos momentos la invitación para tomar ese té. Pero, finalmente asintió, una vez se le hubo pasado el susto.
- Sería un placer, si no les supongo un estorbo.
Demasiados pares de ojos se giraron hacia las maldiciones que, más que entenderse, se intuían. Alguna que otra llevó teatralmente la mano al pecho y aspiró el aire, otra propuso apelativos poco condescendientes y nada empáticos con la carencia de tabaco del señor O'Shaughnessy, una madre llevó sus manos cálidas a los oídos de su infante en acto proteccionista y el resto de mujeres lo alabaron asintiendo, con tanto énfasis que Meier pensó que alguna perdería la cabeza. Eso le pareció gracioso. Trató de restar importancia a aquella contrariedad y se sumió en lo que le interesaba.
- La señora Dalton ha comentado el traer una botella ... Jajajaja, si se atreven puedo sacar las cartas de mi difunto… – Soltó un suspiro cargado de pesar.-… esposo. Una tarde para nosotras, sin los negocios, sin hombres y…
Pasó la mirada sobre la señora Dalton, y la señorita Williams, a quien por la edad todo el mundo debería de imponer el cargo de señora, hablar de señorita en un puesto como el de maestra era trivializar su posición, o al menos eso pensó y así lo comentaría... en otro momento.
-… Niños, sin niños. Y no sé que hacer con una, no puedo imaginarla a usted con tantos.
Las diversas reacciones ante su "efusividad" al decir lo que pensaba del servicio de diligencias y transporte, que presintió, más que vio, hicieron que al irlandés se le instalase aquella sonrisa tan típica suya; ladeada, con cierta sorna y diversión y los ojos grises bailoteando con un brillo de niño travieso, que le daba el aspecto de un personaje folclórico de su amada Irlanda.
- Si tienen información acerca de cómo puedo conseguir tabaco... -. Se giró y apoyó las caderas y las manos en la barra, encarando a las mujeres.-... les guardo diligentemente a los críos, les arreglo lo que tengan de arreglar en sus casas y... Me convierto en un humilde siervo en general.
Aquella mirada burlona se posó sobre cada una de las señoras, de forma individual. De todas formas, por muy jugador que fuese, Setanta transmitía la confianza de una persona poco acostumbrada a mentir y engañar. Era lo suficientemente inteligente y avispado cómo para sacarse las castañas del fuego sin acudir a estas malas artes.
Por supuesto, la maestra no tenía ni la menor idea de dónde se podía conseguir tabaco, aunque supuso que la señora Dalton seguramente lo sabría. Al escuchar el comentario de la señora Meier sobre los niños, no pudo evitar contradecirla, aunque por su tono de voz, cualquiera diría que se trataba de un ratoncillo enfrentándose a un gato.
- Los niños son fáciles de tratar si se sabe cómo, señora Meier, sólo hace falta un poco de paciencia. -. Acto seguido, se volvió hacia Setanta, al escuchar sus promesas de ejercer de sirviente a cambio de algo de tabaco, pero no se le ocurrió abrir la boca.
Unió los labios, posó la mirada sobre la punta de las botas de Setanta y ascendió lentamente. Tasó la fuerza de sus brazos y el provecho que podría sacar por el módico precio de un poco de tabaco. Entornó los ojos, la fachada podría ser pintada, y el tejado arreglado, piensa Meier. El tejado era demasiado tentador para no negociarlo.
- Yo tengo tabaco y mucho trabajo por hacer, pero… -. Entornó aún más lo ojos dándose cuenta de que aquello no sería un trato justo.- Mucho... mucho...
A un par de vecinas aquello le pareció escandaloso y se tuvo que girar hacia ellas para explicarse.
- Desde la muerte de Arthur no arreglo el tejado y sinceramente me da pánico, he dejado de utilizar la buhardilla por ello, y en el invierno posiblemente se me acabe viniendo abajo... -. Asintieron al menos un par, eso ya era algo. Alzó entonces la mano y un dedo acusador señaló a Setanta.- Soy una mujer muy ocupada, señor, así que ahora han de disculparme... Hablaremos de esto mañana, preséntese en mi tienda y le daré tabaco, y ciertos detalles sobre el trabajo. -. Se ajustó la cinta de raso bajo la barbilla, dispuesta a salir al exterior con su traje negro bajo la protección de aquel sombrero.- Nos veremos pronto señoras.
Setanta asintió en dirección a la Sra. Meier. No temía el trabajo, aunque le gustaba más el de clase intelectual que el que le obligaba a usar su fuerza muscular. Ya le sacaría algo más a la dueña de la armería, ya...
- En cuanto pueda, mañana me paso por allí, señora. -. Se quitó el sombrero y golpeó este contra el muslo, para quitarle el polvo y poder así colocárselo de nuevo sobre su sudoroso y mojado pelo oscuro.- Si me disculpan...
Quería salir de ese ambiente cargado de perfume floral YA. Esquivando ruedos de vestidos estampados, se dirigió a la puerta. Antes de empujar la hoja, giró la cabeza y le guiñó un ojo a Minerva.
- Nos vemos esta noche, mo chroí.
La maestra esperó pacientemente a que el resto de mujeres hagan su pedido, ya que ha llegado la última. Miró con curiosidad a Marion, a quien todavía no conoce. De alguna manera, sacó el valor para presentarse ella misma.
- Usted es la nueva trabajadora del Saloon, ¿verdad? -. Su forma de pronunciar la palabra "Saloon" ya denotaba que no le gustaba nada ese lugar, aunque trató de disimularlo.
Sigue manteniendo entre los dedos de ambas manos el monederito rojizo y ribeteado en hilos de plata jugueteando con él mientras contempla a las presentes, desvía la mirada mar hacia la Srta. Williams cuando se presenta recíproca también lo hace con una sonrisa amable.
- Sí, llegué en la diligencia hace dos día y medio. Marion Sutter. - La observa con detenimiento pero con discreción, con sus acostumbrados buenos modales que no denotan para nada que sea una sencilla camarera.
Por fin Minerva había conseguido llegar a un acuerdo con el tendero, algunas cosas de la lista no iba a poder suministrárselas debido a los problemas con las líneas de diligencias, pero no era nada irreparable, por el momento. Guardándose el papelito, por si había algún problema, tras haberse asegurado de que el tendero lo apuntaba todo correctamente en su libretita, se alejó del mostrador para regresar junto a Marion.
- Ya está. Disculpen. A veces Jimmy se lía con los paquetes y luego recibo unas cosas de más y otras de menos. -. Le dijo adiós a Setanta con la mano, lanzándole un beso al aire cuando soltó aquellas palabras en gaélico.
- Soy Liberty Williams, la maestra del pueblo. Es un placer conocerla, señorita. -. Sonrió a Marion con educación. Se le hace tarde, así que discretamente deja un papelito con su pedido sobre el mostrador.- Jimmy, por favor, avíseme cuando reciba todo esto, ¿De acuerdo? -. Tras un gesto de afirmación por parte del tendero, se dirige a la concurrencia.- Un placer, señoras, las veré para ese té.
Marion respondió a la maestra con la misma amabilidad.
- Encantada señorita Williams, el placer es mío. -. Observó cómo se alejaba y comenzó a realizar algunas compras para el Saloon caminando por la tienda con curiosidad y mirando los estantes mientras va cogiendo lo que va necesitando, pensando en la lista que memorizó.
Absenta90- Caballero
- Cantidad de envíos : 57
Localización : Islas Coco (Keelings)
Fecha de inscripción : 29/03/2010
9 de agosto. Tarde-Noche
(La noche del viernes era animada, no tanto como la del sábado, pero si más que el resto de la semana. Y por ese motivo, Minerva mandaba a Tom a la cama pronto. Había cosas que el niño no necesitaba ver todavía. Pero el curso había acabado, ya no tenía que madrugar al día siguiente y el pequeño pretendía remolonear despierto un poco más. Tras la barra, Minerva servía varios vasos para que las chicas los repartieran. Tom, a su lado, iba poniendo vasos en la encimera de madera, listos para que su madre los llenase.) ¿Ves? Te estoy ayudando. (Decía, intentado convencerla para quedarse un rato más.) -Ya lo veo, cariño. Pero hoy es viernes y sabes que los viernes y los sábados no me gusta que te quedes mucho rato aquí. (El gesto del chiquillo dejaba patente su contrariedad) -Pero mamá... Las clases han acabado y la Srta Williams te ha dicho que he sido un buen alumno. -Porque esa es tu obligación. Estudiar mucho y convertirte en un hombre de provecho, como era tu padre. Él estaría muy orgulloso de ti. Igual que yo. Pero eso no te mantendrá despierto mucho más rato, jovencito. Antes de que empiecen a bailar las chicas, te subes.
(Jonathan no quería convertirse en un habitual del saloon. Con pisarlo de vez en cuando para demostrar que tenía vida más allá de la oficina era más que suficiente, pero los últimos acontecimientos le hicieron cambiar de opinión. La cena con el doctor McDougal resultó ser, dentro de las circunstancias, agradable. La nueva camarera atraía la atención de los nombres y nadie se acordaba de que existía. Además, también contaba con la amabilidad de Minerva_Dalton, que no se repetía en muchos otros vecinos de Twin Falls. Ya no le dolía tanto la cara y esa tarde había sido relativamente tranquila, así que se le ocurrió que era una ocasión estupenda para regresar al saloon. No cenaría, pero sí se tomaría alguna bebida y tal vez compartiera alguna conversación interesante.)
(Tom no tenía más remedio que acatar las órdenes de su madre. Por mucho que le dijera que él era el hombre de la casa, estaba claro que no iba a ejercer como tal como mínimo hasta que se afeitase. Y para eso todavía faltaban unos cuantos años.) -¿Te he dicho lo guapa que estás hoy? (Minerva rió ante el desesperado intento de su hijo por conseguir contentarla y que le permitiera trasnochar un poco más.) -No, no me lo habías dicho. Anda, dame un beso, zalamero, (se inclinó para que el niño llegase a su mejilla) y siéntate en un taburete un rato, que voy a dar una vuelta por las mesas. (Sirvió un vaso de limonada y se lo dejó delante antes de salir de detrás de la barra para pasearse entre las mesas e intercambiar frases con los parroquianos).
(El señor Atwood se abrió paso por las puertas dobles del local y saludó a quiénes le miraba con un apocado cabeceo, aunque ya no sentía ganas de salir corriendo en dirección contraria. Se ajustó el chaleco y avanzó hasta la barra, pero la cabellera rubia de cierto aficionado al telégrafo le llamó la atención. Barrió el local en busca de Minerva_Dalton antes de acercarse al niño.) Eh, T-Tom. Buenas noches. Has a-acabado ya la escuela, ¿no? (Indagó con una sonrisa generosa que se amplió con ternura al ver su vaso de limonada. Le habría gustado ser capaz de acariciarle el cabello sin que nadie le mirase mal por un gesto cariñoso. Jon aún tenía la nariz un poco hinchada, pero le dolía menos. La marca en el pómulo de la mejilla delataba que aquello era producto de un golpe.)
-¡¡Señor Atwood!! (El emocionado saludo de Tom atrajo las miradas de los más cercanos, que le habían escuchado por encima del barullo del local. Entre ellos, su madre, que sonrió al telegrafista y le deseó buenas noches. El pequeño se removió en la banqueta que ocupaba, esperando que Jonathan se sentase lo bastante cerca como para hablar con él un rato.) -Sí. La srta Williams dijo que habíamos trabajado mucho y que no era necesario que hiciésemos tareas en las vacaciones. Aunque sí nos ha recomendado leer todos los días un poco. Mamá me ha dado un libro, pero es un poco aburrido.
(Jonathan no concebía mejor compañía que la de ese chiquillo, así que con mucho gusto cumplió sus deseos y se colocó a su derecha. Le devolvió el saludo a Minerva_Dalton, pero no le pidió que se acercara. No tenía prisa.) Uhm... Si la señorita Williams lo dijo, tien-ne que ser cierto. (Y no le sorprendería descubrir que Tom era el mejor de la clase: con esa curiosidad desbordante, aprender era grato para él.) Bueno, a-a veces pasa eso con los libros. (Concedió con aire confidencial.) No s-siempre son divertidos, aunque parezca que es-está feo decirlo. Supongo que da igual q-qué libro sea mientras leas, ¿no, Tom? (Ya estaba pensando en hacer una revisión a su biblioteca personal para ver qué podía prestarle a Tom. Antes, por supuesto, lo consultaría con su madre. No quería recomendarle nada inadecuado.)
(El chiquillo se encogió de hombros) -Supongo. Mamá dice que intentará buscar un libro más entretenido, pero que hasta entonces, me apañe con ése. Dice que era de mi abuelo. A mi abuelo le gustaban unas cosas muy aburridas. (Tampoco es que hubiera avanzado demasiado en la lectura como para descubrir si el libro era interesante o no.) ¿A usted también le mandaban leer libros aburridos en la escuela?
El doctor Caleb McDougal no había estado en la consulta durante toda la tarde, había tenido que coger el caballo y marchar a una de las granjas que se encontraban a una hora de camino para poder atender a un hombre herido por una flecha. Su preocupación sobre el ataque de los pieles-rojas y el avance del ferrocaril afirmaba su teoría sobre que las cosas irían cada vez a peor. Regresó a la ciudad cuando el sol estaba cayendo en el horizonte con un semblante algo cansado. Ni siquiera llegó a la consulta a dejar las cosas. Necesitaba un trago de algo fresco y con urgencia. Bajó de su caballo y ató el mismo a la madera que estaba junto al abrevadero para dejar que se refrescase un poco. Sin más se quitó el sombrero y pasó el dorso del brazo por la frente, queriendo quitarse algo de sudor que perlaba su cara. Tras suspirar pesadamente volvió a ponerse el sombrero y caminó hacia el saloon. Apoyó la mano en la puerta y la empujó para poder meterse hacia el interior, haciendo que al pasar se cerrase y empezase a ondear un poco. Llevaba su maletín en la mano izquierda con sus dos iniciales "CM".
(Una de las cosas que Jonathan apreciaba por encima de todo era la sincera espontaneidad del niño. Era refrescante charlar con una persona que no tuviera tapujo alguno con expresar sus opiniones.) Desde luego qu-que sí, Tom, pero a veces es lo que toca y no q-queda más remedio que sacrificarse. ¿Cómo es e-ese libro tan espantoso que tienes? (Pero antes de que Tom pudiera contestarle, el telegrafista se percató de la presencia del doctor. Lo saludó desde la barra, pero no se atrevió a invitarle directamente porque no quería que Tom pensara que prefería otra compañía. La suya era perfecta.)
(Minerva recibió al doctor con una sonrisa. Siempre sonreía a todo el que llegaba -salvo alguna excepción-. Tras dar por concluida una conversación en una timba, se encaminó de nuevo tras la barra.) -Buenas noches, Doctor. Se le ve cansado. ¿Ha sido un día duro? Vamos, póngase cómodo que le sirvo algo. ¿Whisky? (Al entrar tras la encimera de madera, se detuvo a la altura de Tom y Jerry (digo Jon XD) -¿Todavía No le han atendido, Sr. Atwood? Tom, ofrécele algo de beber. (El chiquillo bajó de la banqueta en seguida para ser él quién sirviera al telegrafista) -Es verdad. Yo le sirvo (y se notaba que le hacía ilusión hacerlo) ¿qué va a ser, sr Atwood? (Preguntó mientras correteaba tras la barra y buscaba un vaso. Minerva cogió otro para el doctor.)
-Ahh... Señorita Dalton, como siempre sois tan refrescante como un soplo de aire fresco. Os agradezco la invitación, y sí... Una copa de whisky. Y doble a poder ser. Dijo mientras que se acercaba hacia la barra para dejar el maletin en el suelo cerca de el. Posó después la mirada sobre el señor Atwood y le sonrio ligeramente. -Señor Atwood, me alegra ver que esa inflamación va a menos. Buenas tardes, joven Tom. Añadio mientras que miraba al pequeño antes de acomodarse de nuevo contra la barra. Sonrió un poco aunque con sonrisa cansada. Se quitó después el sombrero y lo dejó sobre su maletín cubriendo parcialmente éste antes de pasarse su mano por el pelo y acomodarselo un poco.
(A Jonathan -y no Jerry- le hizo una gracia tremenda ver cómo Tom se colocaba tras la barra con tanto entusiasmo. Darle un libro aburrido a ese niño era un auténtico crimen; necesitaba cosas que lo estimularan, que lo llevaran a asumir la tarea de la lectura con, al menos, la mitad de disposición que derrochaba para las cosas que le gustaban.) Pues... Uhm... Lo m-mismo que tú, una limonada. ¿T-te doy el dinero a ti? (A Jon no le resultaba cómoda la idea de entregarle dinero a un niño tan pequeño. Verlo detrás de la barra tenía sus inconvenientes.) Gracias, doctor. Asumo que me ha librado de algo m-mucho más molesto y ap-paratoso. (Se fijó en su maletín y después en él. Jon sabía leer, por supuesto, y había visto el cartel en la consulta de señor McDougal.) ¿Cómo ha ido la t-tarde? Pretendía ir a mi cita, pero vi que le surgió un imprevisto... espero que con f-final feliz.
-Buenas noches, Doctor (saludó el chiquillo, mientras llenaba el vaso de Jonathan y lo empujaba sobre la barra hasta dejarlo delante de él. Cogió las monedas y se las dio a su madre antes de volver a su lado, a la banqueta que ocupaba.) ¿Cómo se hizo eso? (Indagó inocentemente, mirando el golpe. Su madre le llamó la atención con soniquete) -Toooom. (Él se calló, pero miró a Jon esperando que le contestase. Su madre entabló conversación con el médico) -Dígame, doctor, esa urgencia que ha ido a atender... No sería por casualidad alguno de los forajidos que asaltaron el banco, ¿verdad? Con todo el tiempo que ha pasado y seguimos sin saber nada. Estoy inquieta. Por Tom. Una nunca sabe cuándo van a volver.
El doctor suspiró levemente mientras que miraba al señor Atwood. -Si, lamento no haber podido estar pero estuve atendiendo una urgencia. Podemos dejarlo para mañana por la mañana o ahora después, apenas me refresque un poco. Tengo las posaderas en carne viva de estar a caballo. Sonrió ligeramente antes de posar al mirada sobre la señorita Dalton. Cabeceó ligeramente. -Desgraciadamente no, señorita Dalton. Las cosas no están bien en el exterior y mas aún con el tema de los pieles rojas. Al parecer han atacado a Henry Hudson, propietario de una granja a las afueras. Fue un asalto nocturno, pero no se llevaron nada. Solo mataron al ganado. Flechas ornamentadas, usadas por los pielesrojas. Dijo mientras que miraba a la mujer directamente. -No os tenéis que preocupar por el joven Tom. Hay muchos hombres en el pueblo y muchos de ellos aficionados a las bebidas que servís. Os aseguro que saldrían corriendo a protegeros por miedo a quedarse sin su reserva de aguardiente o whisky. Alzó levemente los hombros. Podía sonar algo irónico, pero esa era una verdad también.
(Si al doctor le parecía apropiado verle más tarde, Jonathan prefería que despacharan ese asunto cuanto antes, ya que sus nervios habían tomado, además de sus manos, sus sueños convirtiéndolos en tenebrosas pesadillas. Aquello no le ocurría desde... bueno, sencillamente desde hacía años. No quería que fuera a más. Jon se inclinó hacia Tom aprovechando que su madre hablaba con el señor McDougal.) Bueno, d-digamos que fue un choque de opiniones. ¡Literalmente! (Bromeó el telegrafista sin darle mayor importancia al aspecto de su nariz. Le guiñó un ojo en un atrevido acto de confianza y le dio un trago a su limonada. Prefería eso mil veces a cualquier clase de whisky, por mucho efecto analgésico que tuviera. Probablemente no pensara igual si le tuvieran que amputar una mano.) No q-quiero ser pesado, Tom, pero... ¿no deberías estar en la cama?
(Minerva se llevó la mano a la boca) -Cielo Santo. Esos salvajes van a darnos más de un disgusto. (Apoyó ambas manos en la mesa). No niego que haya algunos que se hayan adaptado a vivir como personas civilizadas. Bien sabe usted que yo no les deseo mal alguno. Pero estos enfrentamientos... Hoy es ganado, pero ¿y mañana? Fíjese lo preocupada que estoy que el otro día, cuando nos encontramos en la armería, iba dispuesta a comprar un arma, por si acaso. (Comentó en voz baja, para que Tom no la escuchase). Doctor, por favor, se lo pido como una madre preocupada, usted, que tiene más contacto fuera de aquí, si descubre algo, ¿me lo dirá? Por favor. (Alargó la mano sobre la barra para coger la del médico, mirándole a los ojos para que viera lo angustiada que estaba. Tom intentó inútilmente ocultar su risa.) -Ya veo que fueron opiniones... Fuertes. Espero que se recupere pronto. (Suspiró). Sí, supongo que sí. Mamá no dejará que me quede mucho rato. ¿Vendrá otro día?
-Hoy en dia es necesaria, señorita Dalton. Aunque uno no quiera utilizarla. Da protección y se utiliza para intimidar.- Suspiró ligeramente para después mirar a la mujer de nuevo. Estrechó un poco su mano entregándole en ese gesto un poco de fuerza y tesón.- No os preocupéis. Si me entero de algo os lo diré. Y por supuesto, no dejaría que por omisión os ocurriese algo.-Sonrió calmadamente de nuevo antes de inclinar un poco a cabeza. -Lo que ahora necesita el pueblo es estabilidad. Es fortificarse, y prepararse para lo que se avecina. Mucha gente no acepta los cambios, como habéis dicho. Es a esa gente a la que es necesario educar. Mientras tanto... -Negó. -Hay que ser más tenaz y tozudo y no rendirse nunca. Seguid como hasta ahora. La gente necesita risas, necesita alcohol, y necesita que alguien fuerte esté ahí. Tenéis una gran labor por delante, señorita Dalton.
(Aunque Jon estaba conversando con su pequeño compinche, no podía evitar escuchar algunas de las frases que Minerva y el doctor se intercambiaban a unos escasos centímetros de ellos. Aquella recomendación sobre las armas le pareció preocupante. ¿Tanto pánico habían sembrado esos hombres? Sólo esperaba que si Minerva_Dalton se hacía con una pistola, Tom se mantuviera lejos de ella, aunque tal vez lo más sensato era, dado los tiempos que corrían, enseñarle a usar una. Se le hizo un nudo en el estómago. Él nunca permitiría que le ocurriera nada a Tom o a otro niño de Twin Falls, ¡nada! La mano izquierda le empezó a temblar y la ocultó. No, la consulta con el doctor no podía retrasarse.) Por supuesto, Tom. M-me gusta venir aquí, s-sirven la mejor limonada de t-todo el pueblo. También p-puedes pasarte tú por la oficina ahora q-que tienes unos días libres.
Minerva no soltó la mano del doctor. Al contrario, unió la otra para estrechársela con una mezcla de agradecimiento y coquetería) Muchas gracias, doctor. No sabe lo que me tranquiliza saber que hay hombres como usted, dispuestos a echar una mano. Desde que murió mi marido, cuando pasan cosas como ésta, me siento tan sola y desprotegida. (Sus ojos se desviaron hacia su hijo un instante). Por favor, doctor, disculpeme un momento, voy a subir a Tom a la cama y así podremos seguir hablando más tranquilamente. (Tras dedicarle un guiño, se acercó al niño) -Di buenas noches, Tom. (El pequeño suspiró con tristeza). Buenas noches, doctor. Buenas noches, sr Atwood. (Y subió las escaleras acompañado de su madre).
Sonrió con calidez a la mujer para después asentir un poco. -No os preocupéis señorita Dalton, ¿de acuerdo? En esta vida hay muchas cosas por las que preocuparse. Pero debemos de ser fuertes y fijar la vista siempre en nuestro objetivo, no alejarnos de el nunca.- Asintió ligeramente para después asentir.- Nos vemos entonces ahora después señorita Dalton. Y buenas noches.. Joven Tom.-Sonrió al pequeño para después mover un poco la mano. Suspiro ligeramente y se giró para acomodar su espalda contra la barra y poder llevarse a los labios el vaso de whisky doble que había pedido. ¿Ha podido descansar bien señor Atwood?- Lo miró de soslayo viendo como ese moratón de su cara no había ido a más.
(Jon se despidió del chiquillo animándole a enfrentarse al libro pesado que su madre le había impuesto. Le deseó buenas noches y hasta lo despidió con la mano. Al hacer ese gesto, se dio cuenta de que había dejado de temblar. Fue algo puntual, tal vez por la rabia de que el acto de los forajidos hubiera tendido un amenazante velo sobre criaturas tan inocentes como Tom. Se giró hacia el doctor en cuanto lo escuchó dirigirse hacia él.) Oh... Sí, sí. Muchas gracias p-por el interés. Me cos...tó conciliar el su-sueño, pero no he sufrido demasiadas mo-molestias. (Se enfrentó a la limonada por segunda vez y prácticamente dejó el vaso vacío.) En realidad, el filet-te lo pasó peor que yo. (Jon observó al doctor con una mirada indecisa, titubeante.) ¿Sería muy at-trevido pedirle que fuéramos a su consulta?
El doctor seguia observando al joven señor Atwood. Se llevó la copa a los labios para darle un ligero trago. -Eso es porque no me habéis hecho caso. Os dije que os tomáseis un trago de whisky que os ayudaría a descansar. Pero sois tan tozudo como una mula.- Suspiró pesadamente para después terminar por asentir. -Por supuesto. Vayamos entonces. Se llevo la copa a los labios para bebérsela de un trago y despues humedecerse los labios. Agradecia el cambio de temperaturas, sobre todo a esas horas. Dejo el vaso sobre la barra -ya vacio- y se agacho para tomar su sombrero, el cual se puso con un gesto de su brazo. Tras agarrar el maletín hizo una señal al señor atwood. Vayamos entonces. Sacó de su bolsillo un par de monedas, las cuales dejó sobre la barra para pagar su consumicion y echó a caminar hacia el exterior.
(Jonathan se deslizó de su taburete de una forma un tanto embarazosa, y aunque nadie lo había visto, enrojeció de todas maneras. Volvió a ajustarse el chaleco desterrando unas arrugas que habían aparecido en la tela, se puso la chaqueta para protegerse del polvo y siguió al doctor muy agradecido por su amabilidad. Otro día cualquiera no lo habría importunado después de que éste hubiera tenido una tarde ajetreada, pero estaba realmente paranoico con sus síntomas y quería cortarlos de raíz. El camino hasta el consultorio transcurrió en el más absoluto silencio por parte del telegrafista. Algo rondaba en su cabeza, tal vez se anticipaba a las preguntas que le haría el doctor sobre su malestar.)
Tras abandonar el saloon caminó hacia el poste donde estaba amarrado su caballo. Un viejo ejemplar de caballo de color marrón oscuro -que al igual que su dueño parecía bastante cansado-. Tras acercarse y desatar las riendas agarró las mismas para empezar a guiarlo de regreso hasta la consulta. -Y bien señor Atwood, ¿qué os ocurre? -Hablaba ahora con la confidencialidad que les daba la calle y el saber que todo el mundo estaba ahora mismo en el saloon o cenando -algo que tendrían que hacer pronto ambos-. -Si me permitís la observación, os he notado temblar a veces. No creo que sea por carácter, sino porque os ocurre algo. ¿Hace cuánto tiempo no visitáis a un buen doctor? -Le miró de soslayo examinándolo de nuevo. Su gesticulación, sus movimientos, y lo que parecía ocultar que involuntariamente le revelaba su cuerpo. Era muy agudo en esos temas. -Esperad en la puerta, voy a acomodar al caballo y regreso en seguida. -Sonrio ligeramente para después rodear la consulta e ir por la parte de detrás, donde tenia unas pequeñas caballerizas. Allí dejó a su caballo tras quitarle la silla y echarle un poco de heno. Después abrió la puerta trasera de la consulta y cruzó la misma para abrir la puerta principal y que entrase el señor Atwood. -Adelante.- Le dio la espalda para encender algunos candiles y que se pudiese ver.
(Jon no quería hablar en la calle con el doctor; aunque era evidente que los vecinos estaban más ocupados en preparar la cena o en relajarse un rato de la jornada a expensas de una partida de cartas o una buena botella que suavizara la monotonía. Jon se encogió brevemente de hombros a modo de respuesta, pero el doctor no se lo iba a poner tan fácil. Era un pájaro. Se notaba que llevaba su profesión en la sangre, que la curiosidad en él por los cuerpos ajenos era innata, pero que hubiera sacado los temblores a colación significaba que lo había estado observando de cerca. Cualquier otro se habría limitado a centrarse en su nariz, que era lo que más destacaba, pero el señor McDougal no. Jon aguardó a que encerrara al caballo, pensativo, y trató por todos los medios no ponerse más nervioso. Cuando le parecía que el hombre tardaba demasiado, la puerta por fin se entró y le franqueó el paso. Jonathan se metió en la consulta. La última vez que había estado allí fue para acompañar a su padre.) No soy pro-propenso a los constip-pados, doleres de cabeza u o...tras cosas que me hagan r-requerir la visita d-de un "buen doctor". (No podía evitar mostrarse recto y reticente con el señor McDougal en su territorio. Allí se sentía expuesto, como si ese hombre fuera capaz de hacer una autopsia a su alma. Qué tontería. Las autopsias solo eran para las cosas sin vidas. No obstante, el doctor de Twin Falls...) Seré claro c-con usted, ya que es... bueno, la única p-persona que tal vez pueda ayudarme. (Jonathan le habló de los temblores: aparecían cuando estaba al borde del colapso, muy nervioso y tenso, pero eran nuevos. Hasta ahora solo había sentido síntomas comunes como mareos, náuseas, sudores fríos y pensamientos pesimistas sobre los que apenas se extendió. Le refirió la opinión de su padre; él decía que era la debilidad de su carácter, la falta de virilidad lo que le provocaba ese estado.) Necesito a-algo que me ayude a serenarme, señor McDougal.
El buen doctor tras permitir el acceso del hombre a la consulta cerró la puerta tras de sí y caminó hacia un escritorio que tenía. No es que esa fuese la consulta propiamente dicha, sino una especie de revisor, ya que la consulta estaba atravesando una puerta a un lado de la estancia. - Mmm Es extraño. -Dijo con sencillez mientras que parecía tomar un papel y un libro. Junto con el papel un bolígrafo de tinta. Le hizo una señal para que pasase a la habitación contigua. Detrás de él se veiian las escaleras para subir y otra puerta, que daría presumiblemente a la cocina. - Por favor. Entra. Como digo me preocupan esos.. temblores. ¿No habréis sufrido de una caida aparatosa y os golpeásteis en la cabeza? ¿Desde cuando los sufrís? Añadio antes de encender otro candil en el interior de esa habitación, donde se veía mucho más gracias a un ingenioso sistema de espejos que hacían que se iluminase toda la habitación. Tras dejar ambas cosas sobre un pequeño escritorio movió la mano para indicarle que se sentase. -Normalmente esos síntomas, suelen ser debidos a una prematura fractura en el cráneo, que presiona el cerebro y hace que éste segregue una sustancia en cantidades excesivas. ¿Sufris de muchos ataques de nerviosismo? ¿Como si no pudieseis controlar vuestro cuerpo? ¿Os cuesta centraros? Añadio, iba tomando notas mentales de lo que estaba observando. De hecho quizás quería ponerlo nervioso, extresarlo, para ver bien cual era su reacción. Con cuidado tomó uno de sus brazos. Mantenedlo elevado. Añadio de nuevo para después caminar alrededor de el y observar su cabeza por detrás. Estaba seguro de que eso debía de ser el síntoma, porque no veía al joven telegrafista adicto a ninguna sustancia opiácea ni a nada por el estilo.
(Jon vaciló a la hora de cambiar de habitación, pero finalmente lo hizo y pasó detrás de él preguntándose por qué le daba tanta importancia a los temblores. Por un momento, él mismo se asustó al ver que podía tratarse de algo más grave que sus conocidos y molestos nervios.) No, claro que no me he c-caído... (Aunque, pensándolo bien, tal vez no fuera una caída lo que lo había provocado, sino un golpe. No era la primera vez que tenía un conflicto de opiniones con con su compañero ni éstos se daban exclusivamente con él. Jon tomó asiento sin dejar de observar al doctor con unos ojos tan amables como inquisitivos. Despedían preocupación.) Sí, b-bastantes. No crea que he ven-venido solo porque haya p-pasado una vez o dos... Cada vez son más frecuentes. (Dejó el brazo en alto mientras contestaba a sus preguntas. Podía controlar su cuerpo, aunque a veces lo sentía como ajeno, como si formara parte de un sueño. Y, efectivamente, como el doctor sospechaba, su atención se había vuelto algo fluctuante y en ocasiones se dispersaba, sobre todo tras un conflicto con un vecino. Jon era paciente y quería dejar que el doctor lo examinara debidamente, así que no le importunaban sus preguntas.)
El doctor seguia observandolo. Llevo sus manos hacia su cabeza para empezar a palparle y tocarsela de manera meticulosa. Mmm.. Sí, es lo que había pensado. Tienes una fractura en el cráneo, posiblemente producida por algún fuerte o mal golpe. Añadio sin más antes de separarse de él y caminar hacia el pequeño escritorio de nuevo entregándole la espalda. -Debio de haber venido antes a verme. Por suerte, parece podremos cogerlo a tiempo. Dijo antes de suspirar ligeramente. -Debéis de tener cuidado en un futuro con las caídas. Una nueva caída reabriría la herida y podría ser mortal. De momento, podemos controlar sus efectos con unas inyecciones y hierbas. No dispongo de ese material, tendría que encargarlo, y es bastante caro. Se giró para mirarlo. -Tendría que suministrarle una inyección al día durante un mes, y ver como iría evolucionando. Si va todo bien, tras ese mes dejaría de recibir los pinchazos, sustituyendolos por el uso de la hierba en tés. Si no, habría que prolongarlo un poco más hasta que los temblores desaparezcan por completo. Esperó la contestación del joven telegrafista antes de sonreir. Pero vamos, hay motivos para sonreir, se podrá corregir, aunque posiblemente vuestra tartamudez venga de lo mismo. Un particular efecto secundario de la caida. No parece que le pase nada a vuestra garganta.
(Jon cerró los ojos mientras el hombre hacía su trabajo. No le gustaba que le tocaran y, a diferencia de lo que muchos argumentarían entre risas burlonas, no experimentaba alguno con las manos del doctor presionándole el cuero cabelludo. Se preguntó si podía ser cierto aquello de la fractura. A él no le dolía la cabeza ni se había notado grietas o bultos alarmantes, aunque sus dedos no estaban acostumbrados a identificar esos inconvenientes. Le concedió, al menos, el beneficio de la duda. Podía tener razón. No conocía lo suficiente al señor McDougal como para hacerle reproches.) B-bueno, usted está hablando c-con un hombre q-que trabaja en la o-oficina de correos, señor. P-podría hacer el encargo el próximo lunes s-sin falta. (Jon se interesó por el precio de aquellas inyecciones, aunque la visión de una aguja penetrando en su pálida piel de telegrafista le hizo inquietarse. Prefería las infusiones.) ¿Mi ta-tartamudez? Oh, es social... Creo. (Pero no quería rebatir las palabras del doctor. Tal vez el golpe tuviera años y empezara a hacer efecto con retraso por el deterioro natural del organismo. Pronto cumpliría los veinticinco; ya no tenía el cuerpo resistente de un chiquillo. Carraspeó.) M-me haré cargo de las inyecciones, siempre pu-puedo pedir un ade...lanto. Soy un buen empleado. (Explicó con una nota de esperanza. Tendría que hablar con el alcalde si sus ahorros no le daban para enfrentar el imprevisto.) De momento, señor McDougal, ¿ha-hay algo que pueda hacer para controlar los n-nervios? No querría que los t-temblores fueran a peor estos días.
-Si podeis pedir las medicinas, todo irá mucho más rapido. Escribire lo que necesito para que lo envies cuanto antes. Añadio calmadamente antes de sonreir ligeramente. -Supongo que sobre el precio.. no tienes que preocuparte demasiado. No es que me guste, pero tiendo a ayudar a la gente con esas cosas. Y si las pido como si fuesen para mí me hacen descuento en londres. No puntualizó más, se giro y tomo un papel para empezar a escribir una carta. -No será tan costoso, aunque ya es tener que pedir un favor. Sonrio ligeramente, pues al final todos los favores se pagaban. Le daba la espalda mientras que escribia. Mientras tanto, lo que podeis hacer para controlar esos temblores, es simplemente tomar un te, hecho de infusion de ajenjo y romero. Son hierbas que se pueden encontrar en el colmado, y.. aunque saben extremadamente mal, te podrán ayudar. No es que sea una cura, sino más bien un paliativo temporal hasta que comencemos con las inyecciones y el tratamiento. Y.... Hizo una pausa. Será normal si los primeros días vomitas por cualquier cosa. Intenta no comer nada solido, sino sopas y cosas así. La hierba tiene un efecto muy fuerte. Pero a los pocos días empezarás a notar como los temblores se van controlando.
(Escuchaba al doctor como si hablara de otro paciente con los síntomas que él le había presentado. Le interesaba lo que decía, pero, al mismo tiempo, mantenía una puntillosa distancia debido a sus problemas de confianza con las personas adultas del pueblo.) No, si t-tiene que pedir un favor... No qui-quisiera ponerle en un aprieto. Pu-puedo asumir el c-coste si me deja p-pag-garlas a plazos. (Ofreció suponiendo que era una buena solución con la que no corría grandes riesgos.) Ajenjo y romero. (Repitió para sí, interiorizándolo. Lo recordaría con facilidad, pues de ello dependía mostrarse más calmado con los clientes. Aguardó a que el doctor terminara de escribir la carta. Como le daba la espalda, Jonathan la estudió con un ligero rubor de vergüenza y enseguida apartó la mirada. Últimamente se le dispersaba la atención en sandeces.) V-vale, pues.... eh... Muchas gracias. ¿C-cuánto le debo de la consulta? (Extendió la mano para coger el papel que tendría que enviar a Londres nada menos. Las inyecciones tardarían mucho en venir, aunque Jon no tenía tanta prisa ahora que sabía lo del ajenjo y romero.)
-No se preocupe por eso, señor Atwood. Tal y como están las cosas, y sabiendo que las medicinas vendrán todas de golpe en una caja, supondría un gasto excesivo y se quedaría sin comer.. ni vivir.. durante un par de meses. Se lo que es eso. Y también se lo dificil que puede llegar a ser encararse a una situación así. Como digo, conozco a gente que es quien me enviará las medicinas, que hará no solo el precio, sino el pago, se pueda hacer escalonado, al ser un tratamiento para mí, motivado e inducido por una mala caida de caballo. Le miró de soslayo. -Espero que sepa guardar el secreto. le guiño un ojo antes de volver a mirar hacia la carta. Todos debemos de colaborar como podemos. No somos muchos en la ciudad, y si ocurre algo necesitaremos cualquier revolver disponible y a quien sepa empuñarlo. Y espero en ese momento que podamos contar también con usted. Dijo para después meter el papel, dentro de un sobre y sellarlo, escribiendo la dirección del destinatario. Tras terminarlo se giró para tenderselo un poco y después ladeo levemente la cabeza. ¿Cuanto me debeis por la consulta? ¡Jajaja!. Se rió de manera bonachona por sus palabras. Por favor, considerad esto como una ayuda de un vecino. Pero si queréis pagarme de alguna manera invitadme a comer en el saloon algún día. Mi estómago os lo agradecerá. Y mi garganta también. Sonrio mientras que le tendía la carta. Que esto llegue lo más raudo posible. Y.. Tomad mientras esa infusión. No creo que tengáis problemas, pero si los síntomas se agravan, venid a visitarme cuanto antes.
(Jon sabía guardar secretos. Trabajaba en una oficina de correos y a menudo ofrecía el servicio de escribir cartas a quienes no habían tenido la oportunidad de aprender a hacerlo por sí mismos. También las leía en voz alta cuando se lo pedían. Nunca, en todos los años que llevaba en Correos y Telégrafos, se le ha escapado un detalle personal de alguno de sus clientes. Si encima se presentaba el hecho de que el doctor le hacía el favor de encargar las medicinas bajo un pretexto falso, con mucha más razón se encargaría de que nadie lo supiera. No insistió: aceptaba el favor porque Jon era, como el doctor, de los que creían en la solidaridad y en la generosidad.) Está bien, señor. E-entonces le invitaré c-como pago, que eso sé q-que no me lo va a rechazar. (Jon sonrió. A decir verdad, la cena que compartieron en el saloon le resultó muy placentera. Caleb era un hombre interesante a causa de sus inquietudes. Sentía que podía habler con él de temas trascendentes, que podía aportarle curiosos descubrimientos y anécdotas médicas. Jonathan cogió tanto la carta como la infusión. Se la prepararía en casa y después iría al colmado.) Muchas gr-gracias otra vez. Qu-queda pendiente la comida y quizá unos t-tragos. (Jon se fijó en sus ojos un momento antes de marcharse. No necesitaba que lo acompañara hasta la salida, sabía llegar solo.) Buenas tardes, señor McDougal.
Una vez que el señor Atwood tomó la carta reitó su mano y se rió de manera bonachona. -Por supuesto, jamás rechazo una buena comida caliente. Y como vivo solo, me da una pereza terrible ponerme a hacer la comida. Creo que en la cocina tengo que tener unas telarañas tan grandes, que un elefante se podria columpiar en ellas. Sonrió divertido de nuevo antes de negar un poco. Vamos, vamos. Dadme las gracias cuando os recuperéis. Mientras tanto, seguid mis consejos y veréis como pronto os recuperáis.- Dejó que él saliese de la habitación mientras que se acercaba y apagaba el candil, para que todo se volviese a cubrir en la semipenumbra. Miró de soslayo a Atwood y sonrio de nuevo antes de seguirlo. -Que paséis entonces una buena noche. Dejó esas luces encendidas pero salió con él por la puerta principal de la consulta, echando la llave de ésta.
(Jon no quería hablar en la calle con el doctor; aunque era evidente que los vecinos estaban más ocupados en preparar la cena o en relajarse un rato de la jornada a expensas de una partida de cartas o una buena botella que suavizara la monotonía. Jon se encogió brevemente de hombros a modo de respuesta, pero el doctor no se lo iba a poner tan fácil. Era un pájaro. Se notaba que llevaba su profesión en la sangre, que la curiosidad en él por los cuerpos ajenos era innata, pero que hubiera sacado los temblores a colación significaba que lo había estado observando de cerca. Cualquier otro se habría limitado a centrarse en su nariz, que era lo que más destacaba, pero el señor McDougal no. Jon aguardó a que encerrara al caballo, pensativo, y trató por todos los medios no ponerse más nervioso. Cuando le parecía que el hombre tardaba demasiado, la puerta por fin se entró y le franqueó el paso. Jonathan se metió en la consulta. La última vez que había estado allí fue para acompañar a su padre.) No soy pro-propenso a los constip-pados, doleres de cabeza u o...tras cosas que me hagan r-requerir la visita d-de un "buen doctor". (No podía evitar mostrarse recto y reticente con el señor McDougal en su territorio. Allí se sentía expuesto, como si ese hombre fuera capaz de hacer una autopsia a su alma. Qué tontería. Las autopsias solo eran para las cosas sin vidas. No obstante, el doctor de Twin Falls...) Seré claro c-con usted, ya que es... bueno, la única p-persona que tal vez pueda ayudarme. (Jonathan le habló de los temblores: aparecían cuando estaba al borde del colapso, muy nervioso y tenso, pero eran nuevos. Hasta ahora solo había sentido síntomas comunes como mareos, náuseas, sudores fríos y pensamientos pesimistas sobre los que apenas se extendió. Le refirió la opinión de su padre; él decía que era la debilidad de su carácter, la falta de virilidad lo que le provocaba ese estado.) Necesito a-algo que me ayude a serenarme, señor McDougal.
El buen doctor tras permitir el acceso del hombre a la consulta cerró la puerta tras de sí y caminó hacia un escritorio que tenía. No es que esa fuese la consulta propiamente dicha, sino una especie de revisor, ya que la consulta estaba atravesando una puerta a un lado de la estancia. - Mmm Es extraño. -Dijo con sencillez mientras que parecía tomar un papel y un libro. Junto con el papel un bolígrafo de tinta. Le hizo una señal para que pasase a la habitación contigua. Detrás de él se veiian las escaleras para subir y otra puerta, que daría presumiblemente a la cocina. - Por favor. Entra. Como digo me preocupan esos.. temblores. ¿No habréis sufrido de una caida aparatosa y os golpeásteis en la cabeza? ¿Desde cuando los sufrís? Añadio antes de encender otro candil en el interior de esa habitación, donde se veía mucho más gracias a un ingenioso sistema de espejos que hacían que se iluminase toda la habitación. Tras dejar ambas cosas sobre un pequeño escritorio movió la mano para indicarle que se sentase. -Normalmente esos síntomas, suelen ser debidos a una prematura fractura en el cráneo, que presiona el cerebro y hace que éste segregue una sustancia en cantidades excesivas. ¿Sufris de muchos ataques de nerviosismo? ¿Como si no pudieseis controlar vuestro cuerpo? ¿Os cuesta centraros? Añadio, iba tomando notas mentales de lo que estaba observando. De hecho quizás quería ponerlo nervioso, extresarlo, para ver bien cual era su reacción. Con cuidado tomó uno de sus brazos. Mantenedlo elevado. Añadio de nuevo para después caminar alrededor de el y observar su cabeza por detrás. Estaba seguro de que eso debía de ser el síntoma, porque no veía al joven telegrafista adicto a ninguna sustancia opiácea ni a nada por el estilo.
(Jon vaciló a la hora de cambiar de habitación, pero finalmente lo hizo y pasó detrás de él preguntándose por qué le daba tanta importancia a los temblores. Por un momento, él mismo se asustó al ver que podía tratarse de algo más grave que sus conocidos y molestos nervios.) No, claro que no me he c-caído... (Aunque, pensándolo bien, tal vez no fuera una caída lo que lo había provocado, sino un golpe. No era la primera vez que tenía un conflicto de opiniones con con su compañero ni éstos se daban exclusivamente con él. Jon tomó asiento sin dejar de observar al doctor con unos ojos tan amables como inquisitivos. Despedían preocupación.) Sí, b-bastantes. No crea que he ven-venido solo porque haya p-pasado una vez o dos... Cada vez son más frecuentes. (Dejó el brazo en alto mientras contestaba a sus preguntas. Podía controlar su cuerpo, aunque a veces lo sentía como ajeno, como si formara parte de un sueño. Y, efectivamente, como el doctor sospechaba, su atención se había vuelto algo fluctuante y en ocasiones se dispersaba, sobre todo tras un conflicto con un vecino. Jon era paciente y quería dejar que el doctor lo examinara debidamente, así que no le importunaban sus preguntas.)
El doctor seguia observandolo. Llevo sus manos hacia su cabeza para empezar a palparle y tocarsela de manera meticulosa. Mmm.. Sí, es lo que había pensado. Tienes una fractura en el cráneo, posiblemente producida por algún fuerte o mal golpe. Añadio sin más antes de separarse de él y caminar hacia el pequeño escritorio de nuevo entregándole la espalda. -Debio de haber venido antes a verme. Por suerte, parece podremos cogerlo a tiempo. Dijo antes de suspirar ligeramente. -Debéis de tener cuidado en un futuro con las caídas. Una nueva caída reabriría la herida y podría ser mortal. De momento, podemos controlar sus efectos con unas inyecciones y hierbas. No dispongo de ese material, tendría que encargarlo, y es bastante caro. Se giró para mirarlo. -Tendría que suministrarle una inyección al día durante un mes, y ver como iría evolucionando. Si va todo bien, tras ese mes dejaría de recibir los pinchazos, sustituyendolos por el uso de la hierba en tés. Si no, habría que prolongarlo un poco más hasta que los temblores desaparezcan por completo. Esperó la contestación del joven telegrafista antes de sonreir. Pero vamos, hay motivos para sonreir, se podrá corregir, aunque posiblemente vuestra tartamudez venga de lo mismo. Un particular efecto secundario de la caida. No parece que le pase nada a vuestra garganta.
(Jon cerró los ojos mientras el hombre hacía su trabajo. No le gustaba que le tocaran y, a diferencia de lo que muchos argumentarían entre risas burlonas, no experimentaba alguno con las manos del doctor presionándole el cuero cabelludo. Se preguntó si podía ser cierto aquello de la fractura. A él no le dolía la cabeza ni se había notado grietas o bultos alarmantes, aunque sus dedos no estaban acostumbrados a identificar esos inconvenientes. Le concedió, al menos, el beneficio de la duda. Podía tener razón. No conocía lo suficiente al señor McDougal como para hacerle reproches.) B-bueno, usted está hablando c-con un hombre q-que trabaja en la o-oficina de correos, señor. P-podría hacer el encargo el próximo lunes s-sin falta. (Jon se interesó por el precio de aquellas inyecciones, aunque la visión de una aguja penetrando en su pálida piel de telegrafista le hizo inquietarse. Prefería las infusiones.) ¿Mi ta-tartamudez? Oh, es social... Creo. (Pero no quería rebatir las palabras del doctor. Tal vez el golpe tuviera años y empezara a hacer efecto con retraso por el deterioro natural del organismo. Pronto cumpliría los veinticinco; ya no tenía el cuerpo resistente de un chiquillo. Carraspeó.) M-me haré cargo de las inyecciones, siempre pu-puedo pedir un ade...lanto. Soy un buen empleado. (Explicó con una nota de esperanza. Tendría que hablar con el alcalde si sus ahorros no le daban para enfrentar el imprevisto.) De momento, señor McDougal, ¿ha-hay algo que pueda hacer para controlar los n-nervios? No querría que los t-temblores fueran a peor estos días.
-Si podeis pedir las medicinas, todo irá mucho más rapido. Escribire lo que necesito para que lo envies cuanto antes. Añadio calmadamente antes de sonreir ligeramente. -Supongo que sobre el precio.. no tienes que preocuparte demasiado. No es que me guste, pero tiendo a ayudar a la gente con esas cosas. Y si las pido como si fuesen para mí me hacen descuento en londres. No puntualizó más, se giro y tomo un papel para empezar a escribir una carta. -No será tan costoso, aunque ya es tener que pedir un favor. Sonrio ligeramente, pues al final todos los favores se pagaban. Le daba la espalda mientras que escribia. Mientras tanto, lo que podeis hacer para controlar esos temblores, es simplemente tomar un te, hecho de infusion de ajenjo y romero. Son hierbas que se pueden encontrar en el colmado, y.. aunque saben extremadamente mal, te podrán ayudar. No es que sea una cura, sino más bien un paliativo temporal hasta que comencemos con las inyecciones y el tratamiento. Y.... Hizo una pausa. Será normal si los primeros días vomitas por cualquier cosa. Intenta no comer nada solido, sino sopas y cosas así. La hierba tiene un efecto muy fuerte. Pero a los pocos días empezarás a notar como los temblores se van controlando.
(Escuchaba al doctor como si hablara de otro paciente con los síntomas que él le había presentado. Le interesaba lo que decía, pero, al mismo tiempo, mantenía una puntillosa distancia debido a sus problemas de confianza con las personas adultas del pueblo.) No, si t-tiene que pedir un favor... No qui-quisiera ponerle en un aprieto. Pu-puedo asumir el c-coste si me deja p-pag-garlas a plazos. (Ofreció suponiendo que era una buena solución con la que no corría grandes riesgos.) Ajenjo y romero. (Repitió para sí, interiorizándolo. Lo recordaría con facilidad, pues de ello dependía mostrarse más calmado con los clientes. Aguardó a que el doctor terminara de escribir la carta. Como le daba la espalda, Jonathan la estudió con un ligero rubor de vergüenza y enseguida apartó la mirada. Últimamente se le dispersaba la atención en sandeces.) V-vale, pues.... eh... Muchas gracias. ¿C-cuánto le debo de la consulta? (Extendió la mano para coger el papel que tendría que enviar a Londres nada menos. Las inyecciones tardarían mucho en venir, aunque Jon no tenía tanta prisa ahora que sabía lo del ajenjo y romero.)
-No se preocupe por eso, señor Atwood. Tal y como están las cosas, y sabiendo que las medicinas vendrán todas de golpe en una caja, supondría un gasto excesivo y se quedaría sin comer.. ni vivir.. durante un par de meses. Se lo que es eso. Y también se lo dificil que puede llegar a ser encararse a una situación así. Como digo, conozco a gente que es quien me enviará las medicinas, que hará no solo el precio, sino el pago, se pueda hacer escalonado, al ser un tratamiento para mí, motivado e inducido por una mala caida de caballo. Le miró de soslayo. -Espero que sepa guardar el secreto. le guiño un ojo antes de volver a mirar hacia la carta. Todos debemos de colaborar como podemos. No somos muchos en la ciudad, y si ocurre algo necesitaremos cualquier revolver disponible y a quien sepa empuñarlo. Y espero en ese momento que podamos contar también con usted. Dijo para después meter el papel, dentro de un sobre y sellarlo, escribiendo la dirección del destinatario. Tras terminarlo se giró para tenderselo un poco y después ladeo levemente la cabeza. ¿Cuanto me debeis por la consulta? ¡Jajaja!. Se rió de manera bonachona por sus palabras. Por favor, considerad esto como una ayuda de un vecino. Pero si queréis pagarme de alguna manera invitadme a comer en el saloon algún día. Mi estómago os lo agradecerá. Y mi garganta también. Sonrio mientras que le tendía la carta. Que esto llegue lo más raudo posible. Y.. Tomad mientras esa infusión. No creo que tengáis problemas, pero si los síntomas se agravan, venid a visitarme cuanto antes.
(Jon sabía guardar secretos. Trabajaba en una oficina de correos y a menudo ofrecía el servicio de escribir cartas a quienes no habían tenido la oportunidad de aprender a hacerlo por sí mismos. También las leía en voz alta cuando se lo pedían. Nunca, en todos los años que llevaba en Correos y Telégrafos, se le ha escapado un detalle personal de alguno de sus clientes. Si encima se presentaba el hecho de que el doctor le hacía el favor de encargar las medicinas bajo un pretexto falso, con mucha más razón se encargaría de que nadie lo supiera. No insistió: aceptaba el favor porque Jon era, como el doctor, de los que creían en la solidaridad y en la generosidad.) Está bien, señor. E-entonces le invitaré c-como pago, que eso sé q-que no me lo va a rechazar. (Jon sonrió. A decir verdad, la cena que compartieron en el saloon le resultó muy placentera. Caleb era un hombre interesante a causa de sus inquietudes. Sentía que podía habler con él de temas trascendentes, que podía aportarle curiosos descubrimientos y anécdotas médicas. Jonathan cogió tanto la carta como la infusión. Se la prepararía en casa y después iría al colmado.) Muchas gr-gracias otra vez. Qu-queda pendiente la comida y quizá unos t-tragos. (Jon se fijó en sus ojos un momento antes de marcharse. No necesitaba que lo acompañara hasta la salida, sabía llegar solo.) Buenas tardes, señor McDougal.
Una vez que el señor Atwood tomó la carta reitó su mano y se rió de manera bonachona. -Por supuesto, jamás rechazo una buena comida caliente. Y como vivo solo, me da una pereza terrible ponerme a hacer la comida. Creo que en la cocina tengo que tener unas telarañas tan grandes, que un elefante se podria columpiar en ellas. Sonrió divertido de nuevo antes de negar un poco. Vamos, vamos. Dadme las gracias cuando os recuperéis. Mientras tanto, seguid mis consejos y veréis como pronto os recuperáis.- Dejó que él saliese de la habitación mientras que se acercaba y apagaba el candil, para que todo se volviese a cubrir en la semipenumbra. Miró de soslayo a Atwood y sonrio de nuevo antes de seguirlo. -Que paséis entonces una buena noche. Dejó esas luces encendidas pero salió con él por la puerta principal de la consulta, echando la llave de ésta.
Última edición por Jonathan_Atwood el Sáb Ago 10, 2013 8:21 pm, editado 1 vez
Jonathan_Atwood- Criado
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10 agosto - Madrugada/Mañana
Era sábado. Hasta ahí, todo bien. La noche anterior había sido calmada dentro de lo que cabe para los dos irlandeses. ¿Por qué? Pues… Cada viernes que otro Setanta convencía a su hermano mayor para que accediese a participar en un par de combates de boxeo que organizaban a la altura del molino, a las afueras de Twin Falls. Eran éstas unas competiciones del tipo clandestinas que conocía casi todo el mundo, y que el anterior sheriff pasaba por alto porque era un gran aficionado de este deporte. Seosamh había ganado los dos asaltos, uno por K.O. y otro por puntos, pues Set solía aconsejar que no destrozase a sus contrincantes, si no, nadie querría ser su oponente. Se habían separado relativamente temprano, Setanta con sus escasas ganancias – nadie en su sano juicio apostaba contra “The Irish Butcher” –, dispuesto a gastárselas en alguna partida de póker en el burdel, y Seo había ido directo hacia una de las chicas de Roxanne. Cada vez que combatía, necesitaba desfogar toda aquella violencia haciendo otro tipo de ejercicio más placentero. Entre las putas y el alcohol, el mayor de los hermanos O’Shaughnessy no conseguía jamás ahorrar un solo centavo, por más trabajos que realizase.
A sus oídos habían llegado noticias del ataque a la granja del viejo Henry Hudson, y aprovechó la cercanía con la meretriz para interrogarla, una vez hubieron acabado con sus menesteres, mientras ésta descansaba desnuda sobre él en uno de los camastros del prostíbulo. Seosamh tenía buena fama entre las muchachas, y éstas solían aprovechar bien el tiempo que él les pagaba. Amante de las mujeres, el irlandés no solo buscaba un buen polvo, si no que solía tratar a cada fémina – pagase o no por su atención – como si fuese una mujer de bien.
- Dicen que el doctorcito tuvo que curar al viejo Hudson, que tenía más flechas clavadas que un puercoespín. Y el ganado… Una desgracia, todo muerto. -. La joven hacía círculos sobre el musculoso pecho de Seo.
Éste suspiró, prodigando también su ración de caricias con aquella callosa mano sobre la sedosa piel de la mujer, desde el nacimiento de la espalda hasta los omóplatos, recorriendo la columna vertebral. Torció el gesto. Tendría que darle algún dinero más, que ella se quedase, para ver si así comía algo más. Que pena de delgadez…
- Hmm… -. Hasta él, con su limitado cerebro y conjunto de ideas, sabía que la muchacha estaba exagerando. Pero la languidez que lo invadía después del sexo le impedía profundizar más en el tema, o conseguir datos más concretos y precisos. De todas maneras, no lo iba a conseguir a manos de una prostituta.-… ¿Y la tribu?
- Seguro que “tu” mestiza… -. Aquella palabra salió con todo el desprecio que podía contener, con lo que la mujer se ganó una fuerte nalgada como castigo por parte de Seosamh, cuyo cuerpo se había puesto en tensión.- ¡Ay! ¡Vale, vale! -. Hizo un mohín que él no pudo ver, ya que tenía apoyada la cabeza sobre uno de sus pectorales.- Seguro que Sidney puede identificar la tribu si ve una de las flechas, pero la gente dice que fueron shoshones. El guapo capitán estará que se sube por las paredes… ¡Espera! -. El cuerpo de la mujer había rodado sin ningún miramiento hasta el borde del catre, conforme el irlandés se hubo incorporado y levantado de éste.
Lo contempló mientras se colocaba los pantalones marrones, las botas y finalmente la camisa, con cara enfurruñada. Creía que iban a tener otro asalto antes de que tuviese que bajar de nuevo al local. De todas formas, no tendría que trabajar mucho, pues el alba se anunciaba en el horizonte… Seosamh agarró la vieja chaqueta del uniforme de la Unión – Set le obligaba a colocársela para los combates, como símbolo de patriotismo – y, con un beso soplado para la meretriz que lo contemplaba bastante enfadada desde la cama, salió del cuartucho. Fue el turno de suspirar de la muchacha; por muy desilusionada que estuviese y descontenta por tener que bajar a ayudar a la sala, perdonaría al irlandés. No sería la tonta que lo rechazase para que se fuese volando a los brazos de otra de las chicas de Roxane.
El hombre en cuestión bajó apresuradamente los escalones del burdel y cruzó el bar, dónde seguía la fiesta, pero no pudo vislumbrar por ningún sitio a su hermano. Pateó una silla, ganándose una mirada de reproche de la Madame, e intentó pensar. Seguramente Set tenía toda la información acerca del asalto y del paradero de Sidney desde el miércoles, que no la había visto. No podía permitir que ninguno de los dos se metiese en líos, pero mucho menos la mestiza. No había ninguna ley que la protegiese a ella, pues su posición en la sociedad era incluso más inferior que… Un prostituta negra. Así estaban las cosas.
- Perdona, Roxie. Aquí tienes lo de la muchacha y la botella. -. Dejó sus ganancias de la pelea sobre una mesa, tras lo cual se colocó la chaqueta.- Por favor, dale algo de comer. Seguro que me salen cardenales por todo el cuerpo por culpa de sus huesudas caderas. -. Algunos parroquianos rieron, pero la mujer lo contempló con cara de pocos amigos. El irlandés le guiñó un ojo.
- Hasta la noche, mo banphrionsa. -. Pero que marrullero era cuando quería.
Seosamh bajó las escaleras que predecían la entrada al porche del burdel y dio un gran rodeo para esquivar los caballos que estaban atados en los postes y bebían tranquilamente del abrevadero – para nadie era un secreto que sentía auténtico pavor de aquellas bestias. Como mucho se le había visto subido a un burro. A la altura del ayuntamiento, comenzó a silbar una tonadilla rebelde de los fenianos.
Para cuando llegó al Saloon, su cerebro se percató que a esas tempranas horas estaría cerrado.
- Me cago en los ingleses. -. Se pasó la mano por el corto cabello rubio y miró a su alrededor. Algunas personas comenzaban su día abriendo sus negocios, el lechero comenzaba el reparto y algunos juerguistas volvían a su casa. Nadie estaba pendiente del enorme irlandés parado en la acera porticada que había delante de la taberna.
Seguramente fue por eso que nadie se percató de cómo se introducía por el callejón que había entre el Saloon y el edificio adyacente, que llevaba a la parte de atrás de la callejuela y los establecimientos de la vía principal del pueblo. El hombretón contó las ventanas – solo sabía hacerlo hasta cuatro, así que le costó más de un intento – hasta que dio con la que a él le parecía que era la correcta.
Bajó la vista para buscar algunas piedras y volvió a verse en el dilema de averiguar el destino de aquellas cuando las lanzase, pues se había olvidado de la ventana que era.
- Uno, dos… Agh. -. Encima, aquel idioma lo despistaba aún más.- Ceann, dhá, trí, ceithre… ¡Ahá! -. Le costó dos intentos darle a los batientes cerrados de los postigos con el chino. Éste tardó un momento en abrirse, asomando la cabeza rubia y despeinada de una de las bailarinas. Perfecto, había dado con la habitación de éstas.
- ¡Psst! ¡¡Psst!!
La muchacha bizqueó unos segundos, desorientada, hasta que dio con la figura de Seosamh en el patio.
- ¡¿Qué cojones quieres?! ¿No sabes la hora que es? -. El sol apenas despuntaba en el horizonte.
- ¡Llama a Sidney! -. La paciencia que caracterizaba al boxeador era lo que le impedía contestarle de malas maneras a la joven bailarina.
La cabeza rubia desapareció, y a los oídos de él pudieron llegar algunos quejidos amortiguados. Apareció a los pocos minutos.
- ¡Aquí no está! ¡Vete al Infierno, gilipollas! -. Y cerró los postigos.
Seo se rascó la barbilla, pensativo. Esa actividad, la de darle vueltas al coco, era algo que le llevaba más tiempo que a los demás, sobre todo a la hora de tomar una decisión correcta sin contar con la opinión de los demás, como la de su hermano.
- ¡Qué huevos! -. Estaba reventado y necesitaba descansar. Los barracones de la serrería era el mejor destino.
Y así, decidió caminar todo lo largo de aquella callejuela, pasando junto a los patios traseros de los establecimientos de la vía principal de Twin Falls hasta llegar a la zona más puramente residencial. Una vez cruzó esta, enfiló el camino que llevaba al río, dejando un par de granjas a su derecha, las más fructíferas de la zona por estar tan cerca de pastos húmedos y la riqueza que el agua le proporcionaba al suelo.
En cuanto vislumbró el molino, una sonrisa partió el rostro de Seosamh. Seguramente Setanta estaría en el barracón. Lo sacudiría hasta despertarle y le sonsacaría la información que quería de una puñetera vez. Anduvo los metros que le restaban hasta la puerta de aquella destartalada cabaña, y abrió la puerta. Le echó un vistazo el interior, descubriendo un pequeño regalo inesperado.
En su destartalado catre – Seo todavía no sabía como aquel cacharro no se había roto bajo su peso un centenar de veces – había una figura acurrucada. Una figura femenina por la que tanto tiempo había estado detrás sin recibir ningún tipo de aliento o palabra que le diese alas.
Sidney había decidido que el ambiente en las habitaciones que compartía con las demás bailarinas estaba demasiado caldeado. ¿El motivo? Aquella noche del viernes todo el mundo había estado hablando del asalto a la granja Hudson, y la masacre a la que habían sometido a las reses, de la cual el viejo dueño apenas había salido con vida. Además, el constante cacareo de las mujeres le impedía pensar con detenimiento, por lo que decidió que usurparía una de las camas del barracón de los irlandeses durante una noche, pues seguramente aquellos no necesitarían usarlas siendo el día de la semana que era.
Cubierta solo por la camisola, que apenas le cubría la mitad del muslo, la mestiza yacía dormida, arropada apenas por las arrugadas sábanas. Se había soltado el moreno y lacio cabello, que formaba ríos de ébano sobre la almohada y más allá, algunos mechones precipitándose al vacío y casi barriendo el suelo. Podía vislumbrar en la penumbra las cicatrices que le nacían en la barbilla, aquellas que dejaba al descubierto la prenda en su espalda – las más numerosas – y otras más pequeñas, de menor importancia, que tenía repartidas sobre aquella piel color de la leche manchada, más oscura ahora que la estancia carecía de luz.
Seosamh introdujo al completo su enorme y fornido cuerpo en la estancia y cerró la puerta, pasándole el pestillo para asegurarse de que nadie entraba sin avisar. En un par de zancadas estuvo junto a la cama, quedándose allí de pie durante unos minutos mientras observaba el plácido dormir de la mestiza y esbozando una sonrisa de cariño, la misma que podría haberle dirigido a su hermano.
El irlandés puso la chaqueta sobre la cama gemela que estaba pegada a la pared de enfrente y se sentó sobre la suya propia, a la altura de las caderas de Sid. Como ésta dormía de lado, su cuerpo formaba una especie de ángulo, con el generoso trasero siendo el vértice. La misma mano callosa que una hora antes había estado acariciando la clara y cremosa piel de una mujer de mala vida, se posó sobre el brazo de la mestiza, efectuando un vaivén suave que llevó a la mujer a quejarse, arrugar la nariz y parpadear despacio, hasta que consiguió ver la figura de Seo.
Ese mismo brazo que recibía el arrumaco se elevó para darle un puñetazo cariñoso en el hombro al irlandés, a la par que bostezaba emitiendo un sonido ahogado.
- Hola… -. Otro bostezo, seguido de un frotamiento de cara.- ¿Cuánto hace que estás aquí?
Seosamh determinó que la cintura de la mujer era un buen lugar para descansar su manaza. Sid no se quejó, pero probablemente fuese porque aún no estaba del todo despierta.
- Un ratillo… -. Sonrió.- ¿Una mala noche?
Sidney contempló por unos instantes al hombretón, fijándose en el aura de macho satisfecho que le rodeaba, fruto de haber retozado con alguna mujer aquella noche.
- Peor que la tuya, desde luego. -. Alzó el brazo para agarrarle la barbilla y se la giró, descubriendo las magulladuras de la pelea. Le arreó una hostia. Vaya, ya estaba totalmente despierta.- ¡Habéis estado en el combate! -. La mestiza se incorporó, tomando buena nota de la cara de culpabilidad que ponía el irlandés.- ¡Me prometisteis avisarme!
El buenazo de Seosamh se encogió ante los gritos, como siempre que le pasaba de primeras con una mujer a la que había enfadado. Pero, por muy bonachón que fuese, Seo tenía aquellos arrestos que le permitían ganar pelea tras pelea – aparte de tener brazos como toneles.
- ¿Ah, sí? Así que yo no puedo romper una promesa… -. Se dio cuenta de que Sidney se calmaba y miraba hacia la salida. Oh, sí. La había pillado.- ¡¡Me cago en tu raza, Sid!! ¿¡Dónde carajo estuviste el miércoles!?
La mujer terminó por incorporarse, las rodillas flexionadas delante de ella, como si las necesitase para defenderse. Seosamh solía ser un mar de calma, pero daba bastante miedo cuando explotaba, sobre todo si se ponía violento. Alzó un puño y, con frustración, lo descargó sobre el recuadro de madera que sostenía el colchón.
- … Fui a ver a la tribu de Perro Mojado… Y Sakhuel. .- Alzó los brazos, como rendición y petición de silencio. Seo quería volver a gritarle, pero se quedó respirando como un toro a punto de embestir.- Ellos no han sido, sampa. Piensa un poco. Teniendo armas de fuego… ¿No crees que las vacas y el viejo Hudson habrían presentado otro tipo de agujeros en sus pellejos?
Seosamh se quedó unos minutos en silencio, el esfuerzo que le suponía llegar a esa conclusión reflejado en su cara. Finalmente asintió, serio.
- Tienes que dejar de ponerte en contacto con los shoshones, mo bhanríon. Ese capitán me da mala espina.
Pese a todo el desparpajo y mala sabia que había gastado con el señor Fields, Sidney también se estremecía al pensar en el destino que le depararía si no colaboraba. Más que nada, porque aquel bobalicón que tenía enfrente atacaría como una manada de bisontes el fuerte si aquel tenía la genial idea de apresarla y llevarla allí.
- Lo sé. Antes de ayer discutí con él. -. Se llevó las manos a la cabeza y dividió su pelo en dos, pasándoselo por encima de los hombros. Tras esto agarró uno de los dos mechones y se dispuso a trenzarlo rápidamente.- No se te ocurra decirle nada a Set, sampa. Me advirtió que lo del miércoles me metería en problemas.
Seosamh contempló casi embobado como los dedos de la mestiza entrelazaban el pelo en aquel intrincado peinado, que para él sería imposible de realizar. “Brujería femenina”, pensó.
- Aún no sé porqué lo haces. -. Ante la indicación de Sid, le pasó una de las tiras de cuero que descansaban a los pies de la cama. Ésta se ató los extremos del cabello.
La sonrisa que esbozó la mujer era positivamente triste, sin duda alguna. Ay. Cuando una muchacha estaba de ese ánimo delante de él, a Seosamh le daban ganas de partir las cabezas de los responsables, fuesen quiénes fuesen.
- Algún día te lo contaré. -. Terminó de trenzar el otro mechón y lo ató igualmente. Con aquel peinado, parecía totalmente india. Solo le faltaba vestirse cómo tal.- ¿Qué tal estoy?
- Álainn seo.
- En cristiano, gilipollas.
Seosamh agarró uno de los tobillos de la mestiza y tiró de él, consiguiendo colocarla boca abajo sobre su regazo, obteniendo por esta proeza un grito ahogado de la muchacha. ¡Plás! Nalgada.
- Los… -. Nalgada.-… irlandeses… -. Nalgada en el cachete contrario.-… hablamos…-. Nalgada. Sidney comenzó a patalear, aunque ni siquiera le estaba dando con fuerza. Pero aquello, por muy broma que fuese, era humillante. ¡Que raro! No podía parar de reír.-… ¡cristiano! Pagana de mierda. -. La soltó.
Sid se escurrió hasta el suelo, colocándose sobre sus rodillas y contemplándolo desde ahí, con las mejillas arreboladas.
- Estoy bautizada, inútil.
- Mejor. -. Se quitó la camisa y se tumbó en el catre, ahora que estaba de nuevo libre.- “Estás preciosa.”
- Ay, sampa. Tú siempre diciéndome cosas bonitas. -. Se recostó a su lado, aún no estaba dispuesta a volver al Saloon. Además, si despertaba ahora a sus compañeras se la comerían viva. Y luego decían que los salvajes eran los indios…
Vislumbró la cara de ilusión de Seo cuando alzó el rostro para mirarlo.
- Quita esa cara de borrego, que no vamos a echar un polvo.
- Vamos, Sid, le quitas la diversión a todo. Por una vez que me des el gusto no te vas a morir.
- Quién sabe. Con las pelanduscas que te lías, lo más seguro es que pille algo. -. Chilló cuando él hizo amago de tirarla de la cama.- Va, que seguro que no has dormido. Estáte quieto.
Parecía contenta con la situación. Desde hacía un tiempo, el mayor de los irlandeses había tenido un comportamiento de lo más extraño. Se encogió de hombros. Seguro que se había encaprichado de alguna que no podía obtener. No le cabía en la cabeza que pudiese ser algo más complicado.
Seosamh suspiró y pasó un brazo alrededor de los hombros de la mestiza. Aquello era su tortura personal, y lo llevaba siendo desde hacía cuatro años. Cochina y estrecha mujer…
- Cántame algo.
- Tus huevos en vinagre, lálala.
A sus oídos habían llegado noticias del ataque a la granja del viejo Henry Hudson, y aprovechó la cercanía con la meretriz para interrogarla, una vez hubieron acabado con sus menesteres, mientras ésta descansaba desnuda sobre él en uno de los camastros del prostíbulo. Seosamh tenía buena fama entre las muchachas, y éstas solían aprovechar bien el tiempo que él les pagaba. Amante de las mujeres, el irlandés no solo buscaba un buen polvo, si no que solía tratar a cada fémina – pagase o no por su atención – como si fuese una mujer de bien.
- Dicen que el doctorcito tuvo que curar al viejo Hudson, que tenía más flechas clavadas que un puercoespín. Y el ganado… Una desgracia, todo muerto. -. La joven hacía círculos sobre el musculoso pecho de Seo.
Éste suspiró, prodigando también su ración de caricias con aquella callosa mano sobre la sedosa piel de la mujer, desde el nacimiento de la espalda hasta los omóplatos, recorriendo la columna vertebral. Torció el gesto. Tendría que darle algún dinero más, que ella se quedase, para ver si así comía algo más. Que pena de delgadez…
- Hmm… -. Hasta él, con su limitado cerebro y conjunto de ideas, sabía que la muchacha estaba exagerando. Pero la languidez que lo invadía después del sexo le impedía profundizar más en el tema, o conseguir datos más concretos y precisos. De todas maneras, no lo iba a conseguir a manos de una prostituta.-… ¿Y la tribu?
- Seguro que “tu” mestiza… -. Aquella palabra salió con todo el desprecio que podía contener, con lo que la mujer se ganó una fuerte nalgada como castigo por parte de Seosamh, cuyo cuerpo se había puesto en tensión.- ¡Ay! ¡Vale, vale! -. Hizo un mohín que él no pudo ver, ya que tenía apoyada la cabeza sobre uno de sus pectorales.- Seguro que Sidney puede identificar la tribu si ve una de las flechas, pero la gente dice que fueron shoshones. El guapo capitán estará que se sube por las paredes… ¡Espera! -. El cuerpo de la mujer había rodado sin ningún miramiento hasta el borde del catre, conforme el irlandés se hubo incorporado y levantado de éste.
Lo contempló mientras se colocaba los pantalones marrones, las botas y finalmente la camisa, con cara enfurruñada. Creía que iban a tener otro asalto antes de que tuviese que bajar de nuevo al local. De todas formas, no tendría que trabajar mucho, pues el alba se anunciaba en el horizonte… Seosamh agarró la vieja chaqueta del uniforme de la Unión – Set le obligaba a colocársela para los combates, como símbolo de patriotismo – y, con un beso soplado para la meretriz que lo contemplaba bastante enfadada desde la cama, salió del cuartucho. Fue el turno de suspirar de la muchacha; por muy desilusionada que estuviese y descontenta por tener que bajar a ayudar a la sala, perdonaría al irlandés. No sería la tonta que lo rechazase para que se fuese volando a los brazos de otra de las chicas de Roxane.
El hombre en cuestión bajó apresuradamente los escalones del burdel y cruzó el bar, dónde seguía la fiesta, pero no pudo vislumbrar por ningún sitio a su hermano. Pateó una silla, ganándose una mirada de reproche de la Madame, e intentó pensar. Seguramente Set tenía toda la información acerca del asalto y del paradero de Sidney desde el miércoles, que no la había visto. No podía permitir que ninguno de los dos se metiese en líos, pero mucho menos la mestiza. No había ninguna ley que la protegiese a ella, pues su posición en la sociedad era incluso más inferior que… Un prostituta negra. Así estaban las cosas.
- Perdona, Roxie. Aquí tienes lo de la muchacha y la botella. -. Dejó sus ganancias de la pelea sobre una mesa, tras lo cual se colocó la chaqueta.- Por favor, dale algo de comer. Seguro que me salen cardenales por todo el cuerpo por culpa de sus huesudas caderas. -. Algunos parroquianos rieron, pero la mujer lo contempló con cara de pocos amigos. El irlandés le guiñó un ojo.
- Hasta la noche, mo banphrionsa. -. Pero que marrullero era cuando quería.
Seosamh bajó las escaleras que predecían la entrada al porche del burdel y dio un gran rodeo para esquivar los caballos que estaban atados en los postes y bebían tranquilamente del abrevadero – para nadie era un secreto que sentía auténtico pavor de aquellas bestias. Como mucho se le había visto subido a un burro. A la altura del ayuntamiento, comenzó a silbar una tonadilla rebelde de los fenianos.
Para cuando llegó al Saloon, su cerebro se percató que a esas tempranas horas estaría cerrado.
- Me cago en los ingleses. -. Se pasó la mano por el corto cabello rubio y miró a su alrededor. Algunas personas comenzaban su día abriendo sus negocios, el lechero comenzaba el reparto y algunos juerguistas volvían a su casa. Nadie estaba pendiente del enorme irlandés parado en la acera porticada que había delante de la taberna.
Seguramente fue por eso que nadie se percató de cómo se introducía por el callejón que había entre el Saloon y el edificio adyacente, que llevaba a la parte de atrás de la callejuela y los establecimientos de la vía principal del pueblo. El hombretón contó las ventanas – solo sabía hacerlo hasta cuatro, así que le costó más de un intento – hasta que dio con la que a él le parecía que era la correcta.
Bajó la vista para buscar algunas piedras y volvió a verse en el dilema de averiguar el destino de aquellas cuando las lanzase, pues se había olvidado de la ventana que era.
- Uno, dos… Agh. -. Encima, aquel idioma lo despistaba aún más.- Ceann, dhá, trí, ceithre… ¡Ahá! -. Le costó dos intentos darle a los batientes cerrados de los postigos con el chino. Éste tardó un momento en abrirse, asomando la cabeza rubia y despeinada de una de las bailarinas. Perfecto, había dado con la habitación de éstas.
- ¡Psst! ¡¡Psst!!
La muchacha bizqueó unos segundos, desorientada, hasta que dio con la figura de Seosamh en el patio.
- ¡¿Qué cojones quieres?! ¿No sabes la hora que es? -. El sol apenas despuntaba en el horizonte.
- ¡Llama a Sidney! -. La paciencia que caracterizaba al boxeador era lo que le impedía contestarle de malas maneras a la joven bailarina.
La cabeza rubia desapareció, y a los oídos de él pudieron llegar algunos quejidos amortiguados. Apareció a los pocos minutos.
- ¡Aquí no está! ¡Vete al Infierno, gilipollas! -. Y cerró los postigos.
Seo se rascó la barbilla, pensativo. Esa actividad, la de darle vueltas al coco, era algo que le llevaba más tiempo que a los demás, sobre todo a la hora de tomar una decisión correcta sin contar con la opinión de los demás, como la de su hermano.
- ¡Qué huevos! -. Estaba reventado y necesitaba descansar. Los barracones de la serrería era el mejor destino.
Y así, decidió caminar todo lo largo de aquella callejuela, pasando junto a los patios traseros de los establecimientos de la vía principal de Twin Falls hasta llegar a la zona más puramente residencial. Una vez cruzó esta, enfiló el camino que llevaba al río, dejando un par de granjas a su derecha, las más fructíferas de la zona por estar tan cerca de pastos húmedos y la riqueza que el agua le proporcionaba al suelo.
En cuanto vislumbró el molino, una sonrisa partió el rostro de Seosamh. Seguramente Setanta estaría en el barracón. Lo sacudiría hasta despertarle y le sonsacaría la información que quería de una puñetera vez. Anduvo los metros que le restaban hasta la puerta de aquella destartalada cabaña, y abrió la puerta. Le echó un vistazo el interior, descubriendo un pequeño regalo inesperado.
En su destartalado catre – Seo todavía no sabía como aquel cacharro no se había roto bajo su peso un centenar de veces – había una figura acurrucada. Una figura femenina por la que tanto tiempo había estado detrás sin recibir ningún tipo de aliento o palabra que le diese alas.
Sidney había decidido que el ambiente en las habitaciones que compartía con las demás bailarinas estaba demasiado caldeado. ¿El motivo? Aquella noche del viernes todo el mundo había estado hablando del asalto a la granja Hudson, y la masacre a la que habían sometido a las reses, de la cual el viejo dueño apenas había salido con vida. Además, el constante cacareo de las mujeres le impedía pensar con detenimiento, por lo que decidió que usurparía una de las camas del barracón de los irlandeses durante una noche, pues seguramente aquellos no necesitarían usarlas siendo el día de la semana que era.
Cubierta solo por la camisola, que apenas le cubría la mitad del muslo, la mestiza yacía dormida, arropada apenas por las arrugadas sábanas. Se había soltado el moreno y lacio cabello, que formaba ríos de ébano sobre la almohada y más allá, algunos mechones precipitándose al vacío y casi barriendo el suelo. Podía vislumbrar en la penumbra las cicatrices que le nacían en la barbilla, aquellas que dejaba al descubierto la prenda en su espalda – las más numerosas – y otras más pequeñas, de menor importancia, que tenía repartidas sobre aquella piel color de la leche manchada, más oscura ahora que la estancia carecía de luz.
Seosamh introdujo al completo su enorme y fornido cuerpo en la estancia y cerró la puerta, pasándole el pestillo para asegurarse de que nadie entraba sin avisar. En un par de zancadas estuvo junto a la cama, quedándose allí de pie durante unos minutos mientras observaba el plácido dormir de la mestiza y esbozando una sonrisa de cariño, la misma que podría haberle dirigido a su hermano.
El irlandés puso la chaqueta sobre la cama gemela que estaba pegada a la pared de enfrente y se sentó sobre la suya propia, a la altura de las caderas de Sid. Como ésta dormía de lado, su cuerpo formaba una especie de ángulo, con el generoso trasero siendo el vértice. La misma mano callosa que una hora antes había estado acariciando la clara y cremosa piel de una mujer de mala vida, se posó sobre el brazo de la mestiza, efectuando un vaivén suave que llevó a la mujer a quejarse, arrugar la nariz y parpadear despacio, hasta que consiguió ver la figura de Seo.
Ese mismo brazo que recibía el arrumaco se elevó para darle un puñetazo cariñoso en el hombro al irlandés, a la par que bostezaba emitiendo un sonido ahogado.
- Hola… -. Otro bostezo, seguido de un frotamiento de cara.- ¿Cuánto hace que estás aquí?
Seosamh determinó que la cintura de la mujer era un buen lugar para descansar su manaza. Sid no se quejó, pero probablemente fuese porque aún no estaba del todo despierta.
- Un ratillo… -. Sonrió.- ¿Una mala noche?
Sidney contempló por unos instantes al hombretón, fijándose en el aura de macho satisfecho que le rodeaba, fruto de haber retozado con alguna mujer aquella noche.
- Peor que la tuya, desde luego. -. Alzó el brazo para agarrarle la barbilla y se la giró, descubriendo las magulladuras de la pelea. Le arreó una hostia. Vaya, ya estaba totalmente despierta.- ¡Habéis estado en el combate! -. La mestiza se incorporó, tomando buena nota de la cara de culpabilidad que ponía el irlandés.- ¡Me prometisteis avisarme!
El buenazo de Seosamh se encogió ante los gritos, como siempre que le pasaba de primeras con una mujer a la que había enfadado. Pero, por muy bonachón que fuese, Seo tenía aquellos arrestos que le permitían ganar pelea tras pelea – aparte de tener brazos como toneles.
- ¿Ah, sí? Así que yo no puedo romper una promesa… -. Se dio cuenta de que Sidney se calmaba y miraba hacia la salida. Oh, sí. La había pillado.- ¡¡Me cago en tu raza, Sid!! ¿¡Dónde carajo estuviste el miércoles!?
La mujer terminó por incorporarse, las rodillas flexionadas delante de ella, como si las necesitase para defenderse. Seosamh solía ser un mar de calma, pero daba bastante miedo cuando explotaba, sobre todo si se ponía violento. Alzó un puño y, con frustración, lo descargó sobre el recuadro de madera que sostenía el colchón.
- … Fui a ver a la tribu de Perro Mojado… Y Sakhuel. .- Alzó los brazos, como rendición y petición de silencio. Seo quería volver a gritarle, pero se quedó respirando como un toro a punto de embestir.- Ellos no han sido, sampa. Piensa un poco. Teniendo armas de fuego… ¿No crees que las vacas y el viejo Hudson habrían presentado otro tipo de agujeros en sus pellejos?
Seosamh se quedó unos minutos en silencio, el esfuerzo que le suponía llegar a esa conclusión reflejado en su cara. Finalmente asintió, serio.
- Tienes que dejar de ponerte en contacto con los shoshones, mo bhanríon. Ese capitán me da mala espina.
Pese a todo el desparpajo y mala sabia que había gastado con el señor Fields, Sidney también se estremecía al pensar en el destino que le depararía si no colaboraba. Más que nada, porque aquel bobalicón que tenía enfrente atacaría como una manada de bisontes el fuerte si aquel tenía la genial idea de apresarla y llevarla allí.
- Lo sé. Antes de ayer discutí con él. -. Se llevó las manos a la cabeza y dividió su pelo en dos, pasándoselo por encima de los hombros. Tras esto agarró uno de los dos mechones y se dispuso a trenzarlo rápidamente.- No se te ocurra decirle nada a Set, sampa. Me advirtió que lo del miércoles me metería en problemas.
Seosamh contempló casi embobado como los dedos de la mestiza entrelazaban el pelo en aquel intrincado peinado, que para él sería imposible de realizar. “Brujería femenina”, pensó.
- Aún no sé porqué lo haces. -. Ante la indicación de Sid, le pasó una de las tiras de cuero que descansaban a los pies de la cama. Ésta se ató los extremos del cabello.
La sonrisa que esbozó la mujer era positivamente triste, sin duda alguna. Ay. Cuando una muchacha estaba de ese ánimo delante de él, a Seosamh le daban ganas de partir las cabezas de los responsables, fuesen quiénes fuesen.
- Algún día te lo contaré. -. Terminó de trenzar el otro mechón y lo ató igualmente. Con aquel peinado, parecía totalmente india. Solo le faltaba vestirse cómo tal.- ¿Qué tal estoy?
- Álainn seo.
- En cristiano, gilipollas.
Seosamh agarró uno de los tobillos de la mestiza y tiró de él, consiguiendo colocarla boca abajo sobre su regazo, obteniendo por esta proeza un grito ahogado de la muchacha. ¡Plás! Nalgada.
- Los… -. Nalgada.-… irlandeses… -. Nalgada en el cachete contrario.-… hablamos…-. Nalgada. Sidney comenzó a patalear, aunque ni siquiera le estaba dando con fuerza. Pero aquello, por muy broma que fuese, era humillante. ¡Que raro! No podía parar de reír.-… ¡cristiano! Pagana de mierda. -. La soltó.
Sid se escurrió hasta el suelo, colocándose sobre sus rodillas y contemplándolo desde ahí, con las mejillas arreboladas.
- Estoy bautizada, inútil.
- Mejor. -. Se quitó la camisa y se tumbó en el catre, ahora que estaba de nuevo libre.- “Estás preciosa.”
- Ay, sampa. Tú siempre diciéndome cosas bonitas. -. Se recostó a su lado, aún no estaba dispuesta a volver al Saloon. Además, si despertaba ahora a sus compañeras se la comerían viva. Y luego decían que los salvajes eran los indios…
Vislumbró la cara de ilusión de Seo cuando alzó el rostro para mirarlo.
- Quita esa cara de borrego, que no vamos a echar un polvo.
- Vamos, Sid, le quitas la diversión a todo. Por una vez que me des el gusto no te vas a morir.
- Quién sabe. Con las pelanduscas que te lías, lo más seguro es que pille algo. -. Chilló cuando él hizo amago de tirarla de la cama.- Va, que seguro que no has dormido. Estáte quieto.
Parecía contenta con la situación. Desde hacía un tiempo, el mayor de los irlandeses había tenido un comportamiento de lo más extraño. Se encogió de hombros. Seguro que se había encaprichado de alguna que no podía obtener. No le cabía en la cabeza que pudiese ser algo más complicado.
Seosamh suspiró y pasó un brazo alrededor de los hombros de la mestiza. Aquello era su tortura personal, y lo llevaba siendo desde hacía cuatro años. Cochina y estrecha mujer…
- Cántame algo.
- Tus huevos en vinagre, lálala.
Absenta90- Caballero
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10 agosto - Mañana. Armería
El gallo había comenzado a cantar hacía dos horas, prediciendo el alba, por lo que, cuando Setanta había salido del prostíbulo contando el dinero ganado, apenas había comenzado a notarse aquel en el horizonte. Cruzó la calle principal del pueblo a la altura del ultramarinos, en dirección al porche de la armería y allí se sentó sobre la banqueta que utilizaba la señora Meier para limpiar el rótulo de la tienda. Se caló el sombrero y se sacó un masticado palillo de la boca, propulsándolo hacia la arenosa vía con ayuda del índice y el pulgar. Tras aquello, se dispuso a encender el único cigarro que había podido conseguir, fruto de la partida de póker que había jugado aquella noche, y cerró los ojos. No había dormido, y aquella siesta le sentaría de mil amores. Además, no eran horas de importunar a las decentes mujeres que dormían en el piso de arriba. Seguramente la dueña le agujerearía el pecho antes de preguntar quién iba, con eso del asalto al banco y la muerte del sheriff. Así que... A esperar se había dicho. Gracias al Señor, el que roncaba de los dos irlandeses era su hermano Seosamh, todo un experto en la materia.
Los primeros rayos de sol, encontraron a ambas Meier desayunando ante la mesa. Sophía se bebía la leche dejándose la marca de un bigote lácteo que a su madre le tuvo que parecer sumamente gracioso, pues rió divertida. Acabó por ordenarle las trenzas y ambas descendieron al peso de abajo. Sophía se sentó entorno a aquella mesa redonda, en una de las cuatro sillas y meció sus piernas con un libro en el regazo, pues la profesora, la señorita Williams, lo había recomendado. Evelyn echó la vista atrás mientras descorría la cortina, observando como la pequeña agachaba la cabeza para poder leer. La luz entró en el interior de la tienda al mismo tiempo que la dueña se percató de la presencia de Setanta. Se sintió sorprendida de la espera del hombre y más pronto que tarde asumió que aquella era empujada por la necesidad de aquel vicio, no era tan desagradable como el alcohol, claro está, pero rozaba sus límites y mas si era masticado. Abrió la puerta. La campanilla sonó por encima de su cabeza y apartó toda opción a la sorpresa.
- Buenos días, señor O’Shaughnessy.
El irlandés había abierto los ojos cuando escuchó movimiento dentro de la sala, así como la risa de la chiquilla. Antes de que la señora Meier abriese la puerta, le había dado un toque al sombrero con un dedo, para poder ver, y había escupido la chusta del cigarro. Para cuando lo interpeló, el hombre se había colocado ya su sempiterno palillo en la comisura de la boca, y masticaba algo.
- Buenos sean, bean uí. -. Se levantó con la suficiente agilidad como para que no pareciera que llevaba al menos un par de horas allí sentado y se estiró como los gatos, terminando por crujirse el cuello con un sonido de gusto.- Después de usted. -. Le indicó con una mano el interior de la tienda, dando a entender que no iba a tener aquella conversación en mitad de la calle.
Evelyn se hizo a un lado y le invitó a pasar. En ese momento, Sophía elevó el rostro de las letras, las cuales leía en voz alta, y miró a su madre, con esas mudas señales de espera que le indicarían a la niña si podía quedarse o tenía que subir al primer piso, a su habitación. Esta vez Sophía sonrió; no tenía que marcharse y se acomodó laxamente sobre la silla, meciendo los zapatitos el ritmo de una canción infantil
- À la claire fontaine, m'en allant promener… J'ai trouvé l'eau si belle, que je m'y suis baigné...
A Evelyn le encantaba escucharla cantar y más si era en francés, Sophía en el fondo tenia su lado canalla.
- ¿Ha desayunado? -. Preguntó mientras rodeaba el talle con un largo delantal, ocultando con este el austero e impoluto negro de su luto. Sophía continuaba cantando.
- Il ya longtemps que je t'aime, jamais je ne t'oublierai.
Setanta contempló a la niña con una mirada de horror. ¡Mocosos! Aghj... ¡Criaturas pegajosas, lloronas, malolientes y malvadas! El soniquete de la canción se le metió por la oreja. Era para él muy molesto, sobre todo cuando lo escuchaba sin nada en el estómago y tras una noche de insomnio. Pero giró la cabeza y sonrió a la señora Meier con su cara de duende, colocándose en el otro extremo de la tienda, lo más alejado de la chiquilla cantora. Lo valiente que era para algunas cosas y lo cobarde que era para... Se podían contar las cosas de las que huía con los dedos de la mano, pero todo se englobaba detrás de "responsabilidades familiares" y/o "promesas". Sobre todo si no recibía nada a cambio.
- No, no he desayunado. -. Carraspeó, mientras contemplaba las armas del mostrador... Lo que hizo que pensase en la carabina Winchester del fallecido Sean, que se encasquillaba en el primer disparo, cosa que jodía muchísimo para ser un fusil de repetición. Seguramente aquella asociación, si se daba, le reportaría más beneficios que un saquito de tabaco. "Ojalá y fuesen cigarrillos de hoja...”
Toda retirada del entorno de la pequeña era bien recibida por Evelyn. Era como si hubiera puesto sobre ella un cuidado celoso, por lo cual quedaba expuesto a cualquier ojo atento, sabía que tarde o temprano aquella actitud tendría que cambiar, tenía clara la idea, pero no sabía como ponerla en práctica.
- Cierre la puerta , por favor. - Evelyn marchó a la trastienda, dejando por un momento a ambos solos. Pero desde el interior comenzó a hablar. Por el sonido de la voz de Setanta, podría intuir que hacía y donde.
- La propuesta de ayer fue sumamente intrépida... Espero que no le moleste que se lo diga. - Sobre una bandeja depositó un poco de pan, leche, café y azúcar, todo servido en una porcelana extremadamente delicada- Poseo aún el tabaco de mi esposo, creo que ha de ser el bien más deseado en todo Twin Falls. -. No tardó demasiado en volver y dejar la bandeja sobre el mostrador.- El tejado. -. Directa y contundente fue al tema, que cuando se dieran cuenta la mañana habría pasado entre cháchara y cháchara.
Setanta miraba de vez en cuando hacia la niña, como si ésta fuese algún tipo de ente que se abalanzaría sobre él para acabar con su vida en cuanto le diera la espalda. Por otro lado, el irlandés solía estar siempre paseando la mirada alrededor de la sala dónde se encontrase, comprobando las salidas y la gente que le rodeaba. Le dio un pequeño empujón con el tacón de la bota a la puerta, y ésta se cerró con un suave golpe, haciendo sonar la campanilla. Eso serviría como confirmación para la señora Meier. En cuanto ésta regresó con los alimentos, Set no dudó en agarrar primero el café, al cual le dio un par de sorbos así, caliente y negro, sin una pizca de endulzante.
- De acuerdo. -. Acabó con el café y agarró un bollo.- Pero tendré que comprobar el estado de éste antes de saber si hablamos de un trato justo. -. Le dio un mordisco al alimento y masticó. No volvió a abrir la boca hasta que hubo tragado. Sí, tenía un mínimo de educación.- Los materiales correrán por mi cuenta, a no ser que cuente ya con ellos... -. Le echó una mirada interrogante a la sobria mujer. Le había propuesto aquello porque le hacían un buen descuento en la serrería, y así, a lo mejor, podría incluir la reparación de la Winchester.
Evelyn entornó los fríos ojos con fiereza, aquellas palabras eran una sutil pretensión a negarse al trato y detestaba verse contrariada por cambios inesperados. Mientras, a su espalda, Sophía continuaba cantando.
- ... Chante , rossignol , chante, toi qui as le coeur gai... Tu as le coeur à rire, moi je l'ai à pleurer... - Alzó la mirada hacia su madre y esta le tornó una sonrisa cargada de orgullo.- ¿Puedo irme a buscar a Tom Dalton...?
Fue como si le arrastraran hacia otro punto de atención, y, algo confusa, asintió dando el permiso. Cuando la puerta se cerró apretó los labios, tendría que haberlo pensado mejor. Ahora si, descargaba toda su atención sobre Setanta.
- ¿Uhmm? Si, desde luego, comprendo a usted le serían más fáciles de conseguir.
Se giró hacia un estante, sobre el cual estaba la gorra y el sable de oficial del ejército de la unión. Abrió un cajón y de este sacó una bolsa de piel, sobre esta estaban grabadas las letras A.D.M. Con cuidado puso sobre el mostrador el fardito, lo deslizó sobre el cristal y se lo acercó.
- Si le es de agrado se lo entregaré, pero en otro recipiente. Esa bolsa quiero conservarla. - Apoyó ambas palmas sobre el borde del mostrador, con los codos tensos hacia fuera .
Setanta frunció el ceño. Estaba acostumbrado a tratar con mujeres que sabían lo que querían - véase Sidney - pero eso no significaba que no le tocase los cojones la hostilidad sin motivo. Y aquella mujer no estaba siendo simpática, precisamente. Práctica, eso sí, y la practicidad era algo que el irlandés admiraba. Posiblemente fuera por eso que no se había largado de allí aún. Dio un paso hacia el frente, sus botas amortiguadas por la alfombra, y cogió el saquito de cuero del mostrador. Deshizo el nudo de los cordones que lo cerraban un se llevó la abertura a la nariz, inhalando. Tras esto, dejó la bolsita de nuevo como se la había presentado y la lanzó hacia la superficie de cristal.
- Recibiré el pago cuando haya terminado.
Era lo justo. Además, el único vicio irrefrenable de Set era el juego, por lo que el tabaco podía esperar. Hoy había conseguido un cigarrillo, lo que le daría motivos suficientes para acometer aquel trabajo con entusiasmo... Si es que esa emoción podía ser atribuida a aquel hombre. Tamborileó con aquellos delgados dedos sobre la madera que enmarcaba el vidrio del mostrador y esperó que la señora Meier se decidiera.
- ¿Y bien?
La mujer se agachó, tomó una pequeña bolsita de raso - raso bastante femenino. Posiblemente no fuera premeditado, o tal vez si, y deseara ver que pasaba en ese pueblo si a Setanta se le veía con una tela tan... tan... agradable al tacto, llamémosle así. Traspasó parte de la bolsa de cuero a la de delicado raso y la dejó sobre el cristal, ante Setanta.
- Veo justo que mientras se encuentre bajo mi precario techado o tenga que pasar penurias, creo en su palabra... -. Meció ambas cejas para enfatizar el hecho.- Bien... empecemos por el tejado, quiero que le eche un vistazo, tengo vigas que por el paso del tiempo se han deteriorado tanto que no sostienen el techo, y hay pequeños claros en los que se puede ver el cielo a través. No se como arreglarlo, ni idea.
Setanta se echó a reír y rechazó el femenino saquito.
- Por santa Brígida... -. Recuperó el resuello.- Uno: el tabaco no impedirá que pase penurias si gestiono mal mi dinero y, dos... No puedo aceptarlo. ¿Quién sabe? A lo mejor me parto la crisma cayéndome de su techo, y me iría a la tumba sabiendo que me aproveché de una mujer viuda...
Negó con la cabeza, a todas luces divertido porque su negativa de aceptar un adelanto mosquearía seguramente a aquella correctísima señora.
- Veo muy bonito que crea en mi palabra, pero yo no lo hago. -. Es decir, podría romperla en cualquier momento. La estaba advirtiendo. Dios, como odiaba los compromisos... se quitó el sombrero y lo dejó sobre el mostrador.- Así que...Veamos ese tejado.
Aprovecharse interesante que pensara en tal palabra. Evelyn asumió su rechazo y tomó el saquito de raso, abrió la boca de este con dos dedos y vertió en su interior todo el tabaco, sacudió el cuero con las iniciales de su esposo y meticulosamente lo vació. El tiempo que el tabaco viajaba de un lado a otro lo ocupó también en escucharle, tenia la cabeza agachada por lo que si algún gesto correspondió a sus palabras, no pudo ser visto. Cuando alzó la cabeza mostró una afable sonrisa.
- Si. - Dejó el saquito al otro lado del cristal del mostrador y secó las manos de virutas de tabaco, deslizándolas sobre el delantal.- Por aquí.
Meier, comenzó a ser la guía de Setanta cuando comenzó a ascender por las escaleras hacia el piso superior, y de este al desván. El sonido de las botas mostró el deterioro, no sólo en el tejado, si no también en el suelo.
Setanta esquivó una teja suelta que se precipitó a su cabeza en cuanto entraron en el desván.
- Jesús bendito...
A lo mejor no había sido tan buena idea dejar su sombrero en la tienda. La cabeza oscura y despeinada del irlandés oteó el cielo desde los agujeros en el techo. El suelo... Ya se había fijado en él. Y las vigas que sostenían el tejado estaban hechas un desastre.
- No sé como no se cae a pedazos, la verdad. -. Allí había trabajo para una cuadrilla. Seguramente tendría que pedir ayuda a su robusto hermano para cambiar las vigas.- Señora, espero que tenga otro sitio en el que quedarse. No podrán habitar el primer piso mientras trabaje. -. Sonaba categórico. Una cosa es que no le gustasen los niños, y otra era que quisiese que la pobre chiquilla muriese golpeada por un trozo de madera desprendido.- Tengo libres los fines de semana, la hora del almuerzo y algunas horas a partir de las cinco de la tarde.
Golpeó una de las paredes, cuya tabla suelta dejó un nuevo agujero.
- Más le vale pensar en algo más que el tabaco. -. Carraspeó.- Tengo un par de sugerencias.
Aquella frase podía ofender a la mujer. Más le valía no tomársela como un insulto, porque a Setanta le faltaba solo una pequeña excusa para salir de allí por patas.
Junto con Setanta, Evelyn Meier, alzaba el rostro hacia el techo. Podía ver parte del cielo, cierto, pero no era consciente de que pudiera estar tan precario, de aquellas cosas nunca se encargó, y siempre lo hizo Arthur. Arrugó los labios pensativa y por suerte - o no - sus palabras la encontró meditando, podía calcular el importe a la cual ascendería el material y la mano de obra. Era evidente que por un poco de tabaco aquello no se solventaría.
- ¿Uhmmm? ¿Perdón? -. Los ojos de Evelyn descendieron de aquellas alturas y se posaron sobre la Tierra, sobre Setanta, ladeando el rostro ligeramente como si uno de los pendientes pesara más que el otro y además hubiera comenzado a padecer una sordera inquietante. Posó las manos sobre el nacimiento de aquella amplia falda, con los pulgares hacia atrás y los dedos casi sobre el vientre.- Espero sean adecuadas, señor O’Saughnessy.
El doctor McDougal, tras cerrar la puerta de su consulta, cruzó la calle caminando con paso tranquilo y tras mirar a su alrededor. Había sido otro día realmente largo, pero al menos, había conseguido dormir. Y plácidamente de hecho. El problema lo tenía en que había dormido sobre la mesa mientras estaba revisando algunos documentos y pedidos y terminó por tener que despegarse de la cara algunos de esos papeles. Y la espalda... ¡Qué dolor! Llevaba en su mano algo que estaba envuelto en un papel marrón y atado con un cordel, como si fuese una especie de paquete, aunque no era tan grande. De un tamaño superior a un palmo. Vestía de manera sencilla, con unos pantalones marrones y una camisa de color blanco ya habiendo roto su continuo look de siempre. Un baño y un afeitado no hacían daño nadie y más con ese horrible calor que hacía. Tras cruzar la calle caminó por la acera de madera hasta la armería, abriendo la puerta para meterse en el interior, dejando que tras de sí se escuchase el tintinear de la campanilla que anunciaba que alguien había entrado. El sonido de voces, le hizo saber que efectivamente había alguien allí dentro, aunque no parecía que hubiese nadie abajo. Jugueteó un poco con el paquete mientras que miraba a su alrededor, caminando un poco para dejar oír el sonido de sus botas.
Setanta frunció el ceño. No estaba en la cabeza de la señora Meier, pero tenía un cerebro privilegiado como para poder imaginarse un millar de situaciones "de pago" que seguramente estarían llevando a la mujer a efectuar aquella declaración.
- Depende de lo que considere que vale su trabajo, señora.
Aquella parquedad y poca precisión eran adrede, como para poner a prueba a la dueña de la armería. Él tenía claro de que no hablaba de ella como mujer, si no como persona que tenía todo el conocimiento que precisa un individuo para poseer una tienda en la que se venden armas de fuego.
Que la estuviera poniendo a prueba era algo que hasta un ciego podría ver, por lo que automáticamente la mujer adoptó una postura negociadora. Mostró lo que podría ofrecerle, y posiblemente lo que, casi a su alcance, podría perder, bueno, era un juego de intereses.
- Ciertamente ... -. Empezó a caminar sobre la madera, en el piso de abajo comenzó a caer una arenilla incómoda, sobre los buenos muebles y recargados tapetes. Posó una mano sobre el vientre y la otra sobre la cadera, continuó aquel paseo.- Llevo varios días esperando de un pedido, no se porqué se retrasa tanto, pero posiblemente entre las novedades encontraría algo de su agrado.
Alzó la mirada hacia Setanta y sonrió, luego esta se deslizó hacia su pistola e inevitamente la tasó.
- Eso... es, de por sí, un generoso pago.
Curiosamente a lo que parecía suceder no habían escuchado que él había entrado. Gracias a la "estupenda" construcción de la casa, podía escuchar la conversación de ambos y eso que estaba en el piso inferior. Al caminar y al moverse iba cayendo sobre los muebles algo de polvo y también pequeños trocitos de madera, algo que indicaba que la techumbre y posiblemente el piso en sí no se encontraba en demasiado buen estado. Alzó una de sus cejas y caminó de manera lenta hacia uno de los lados de la pared. A su mente vino una discusión con Arthur sobre la madera a elegir para construir la casa. Cimientos fuertes, cimientos sólidos. Eso era lo que él pensaba, pero para algunas cosas era demasiado testarudo. Suspiró pesadamente y se pasó la mano por el pelo antes de desviar la mirada hacia el mostrador y observar las armas. No le hacían demasiada gracia, de hecho eran lo opuesto a lo que él era y él creía.
Setanta siguió la mirada de la señora Meier, que descansaba sobre el lateral de su cinturón, dónde asomaba una vulgar y corriente Colt, demasiado vieja. Pero aquello no le interesaba. Tenía una puntería mejorable con las armas de fuego, pero lo suyo eran los cuchillos, así como la espada que aún conservaba de su servicio en el ejército. Negó con la cabeza.
- Buen intento... -. Finalmente aquella sonrisa ladeada característica en él volvió a aparecer, aligerando el tono de aquella conversación, aquel tira y afloja.- Me interesaría muchísimo más si sabría arreglar una carabina Winchester.
Era un modelo que había salido recientemente, durante la guerra civil, que tanto éxito les había proporcionado a los soldados integrantes de la Unión. No era un secreto el servicio prestado al país de los dos irlandeses, aunque llevasen más de tres años en Twin Falls. Pero nadie conocía el regimiento y bajo las órdenes de quién habían estado.
Evelyn seguía posando la mano sobre el vientre, sobre aquel vestido negro cuyo corsé tan rígido le hacia parecer llevar una armadura bajo la tela. Apenas podía respirar cuando la situación requería de cierta apremiante calma. Desvió la mirada hacia la pequeña ventana y abrió esta, el lugar parecía necesitar de aire. A su espalda quedó Setanta y cuando escuchó la propuesta arqueó una oscura ceja. Se giró con tanta rapidez que las faldas tardaron un poco en amoldarse a su giro, el delantal seguía sobre el regazo y por un momento, mientras aspiraba el aire para contestar, le pareció escuchar la campanilla de la tienda.
- Conozco el modelo. - Pasó ambas manos por el talle y caminó hacia la puerta. - Tráigala... para que pueda comprobar su estado, sin verla no puedo confirmarle que pueda o no arreglarla.
Se inclinó hacia la escalera y apoyada sobre la barandilla de esta gritó:
- ¡Un momento, ahora bajo! - Se giró hacia Setanta.- Creo que tengo un cliente en la tienda, si me disculpa... - E inclinando la cabeza se dispuso a dejarle allí tasando el trabajo, con todo el detalle que él quisiera
Seguía observando las armas sin demasiada ilusión, pero tenía que reconocer que eran unas grandes obras de arte. Obras de arte destinadas a matar y a proteger, aunque más bien a lo primero. Suspiró ligeramente y levantó la mirada un poco escuchando las palabras que llegaban desde las escaleras.
- No hay prisa. -. Dijo en voz algo alta para que ésta le fuese audible y pudiese escucharla también. Suponía que debía de tener visita a juzgar por las mismas voces que le llegaban de vez en cuando. Se acomodó contra la pared y metió la mano en su bolsillo para sacar su saquito de tabaco. De él sacó un puñadito y se empezó a preparar un cigarrillo, lejos de las armas y de las balas -por supuesto-. Tras preparárselo se lo llevó a los labios y lo encendió con el encendedor antes de empezar a juguetear con él de nuevo entre sus dedos. El encendedor era una vieja pieza que tenía algunos símbolos hechos con algo punzante sobre el metal. Eran figuras de osos y de animales salvajes y al igual que sus armas, lo tenía en bastante alta estima.
- Hecho. -. Contestó, de forma escueta. En cuanto ella le dijo que necesitaba bajar, asintió, aunque ya le daba la espalda. Sabía que su sombrero seguía abajo, sobre el mostrador, por lo que cualquiera podría darse cuenta de que la señora Meier tenía a un hombre en su casa. Maldijo en su idioma natal...
- Cómo la mosquita muerta me meta en problemas... -. Setanta nunca había sido objeto de chismorreos en el pueblo, y no quería empezar ahora, ciertamente. Así que, silencioso como un gato - aunque con algún esporádico crujir, fruto del mal estado del suelo - se dispuso a anotar mentalmente una larga lista de material y herramientas que necesitaría.
Descendió las escaleras hacia el primer piso, dónde tenía la vivienda, y en este se detuvo, miró hacia atrás y entornó los ojos. Apretó los labios y posó la mano sobre su mejilla, pudo sentir el contraste de sus dedos fríos contra su rostro. No siguió pensando y si descendiendo, y cuando llegó, emergiendo por la trastienda, se encontró directamente con el reconocible Colt del 44, y aquellos tallados tan peculiares. Era, sin duda, el señor McDougal.
- Buenos días. -. Se posicionó tras la barricada que ofrecía el mostrador y tomó el sombrero de Setanta. Lo limpió con el delantal, sin poder evitarlo y buscó un lugar más apropiado donde colgarlo, como el perchero que a un lado de la puerta quedaba a la izquierda del mostrador. - Lamento haberle dicho que iría a su consulta y... por unas cosas y otras no he podido hacerlo, le agradezco que viniera.
Dejó el sombrero, sin polvo, a su espalda, meciéndose lentamente hasta que por fin se detuvo. Aún sobre el mostrador se encontraba la bandeja del desayuno.
- ¿Desea que le prepare un café? ¿Un té? - al fin y al cabo pretendía pedirle un favor.
- Señorita Meier...
Inclinó levemente la cabeza en señal de respeto hacia ella, como solía hacer siempre con todas las damas. Se había fijado en el sombrero, pero no hizo ningún comentario, tampoco ningún gesto que pareciese delatar lo que estaba pensando. De hecho, al haber escuchado retazos de la conversación, sabía que estaría ayudándola de alguna manera.
- No os preocupéis, igualmente he estado bastante liado. Ha habido algunos ataques en las granjas de las afueras de la ciudad y... - Negó un poco. - Ya sabéis, muchas idas y venidas, y poco descanso.
Sonrió después de manera afable a la joven antes de asentir.
- Un café estaría bien, os lo agradezco.
Tras eso movió de nuevo el cigarrillo en los labios y se lo quitó para apagarlo. Sabía lo molesto que podría llegar a ser el aroma del tabaco para quien no estaba acostumbrado y no quería crear un clima de incomodidad. Tras apagarlo, se guardó el resto del cigarro en el bolsillo. El tabaco escaseaba, y pronto tendría que conseguir otro saquito. Se humedeció los labios y quitó el sombrero entonces para esperar a ver qué es lo que ella deseaba.
- Bien, señorita Meier, ¿qué puedo hacer por vos?
Los primeros rayos de sol, encontraron a ambas Meier desayunando ante la mesa. Sophía se bebía la leche dejándose la marca de un bigote lácteo que a su madre le tuvo que parecer sumamente gracioso, pues rió divertida. Acabó por ordenarle las trenzas y ambas descendieron al peso de abajo. Sophía se sentó entorno a aquella mesa redonda, en una de las cuatro sillas y meció sus piernas con un libro en el regazo, pues la profesora, la señorita Williams, lo había recomendado. Evelyn echó la vista atrás mientras descorría la cortina, observando como la pequeña agachaba la cabeza para poder leer. La luz entró en el interior de la tienda al mismo tiempo que la dueña se percató de la presencia de Setanta. Se sintió sorprendida de la espera del hombre y más pronto que tarde asumió que aquella era empujada por la necesidad de aquel vicio, no era tan desagradable como el alcohol, claro está, pero rozaba sus límites y mas si era masticado. Abrió la puerta. La campanilla sonó por encima de su cabeza y apartó toda opción a la sorpresa.
- Buenos días, señor O’Shaughnessy.
El irlandés había abierto los ojos cuando escuchó movimiento dentro de la sala, así como la risa de la chiquilla. Antes de que la señora Meier abriese la puerta, le había dado un toque al sombrero con un dedo, para poder ver, y había escupido la chusta del cigarro. Para cuando lo interpeló, el hombre se había colocado ya su sempiterno palillo en la comisura de la boca, y masticaba algo.
- Buenos sean, bean uí. -. Se levantó con la suficiente agilidad como para que no pareciera que llevaba al menos un par de horas allí sentado y se estiró como los gatos, terminando por crujirse el cuello con un sonido de gusto.- Después de usted. -. Le indicó con una mano el interior de la tienda, dando a entender que no iba a tener aquella conversación en mitad de la calle.
Evelyn se hizo a un lado y le invitó a pasar. En ese momento, Sophía elevó el rostro de las letras, las cuales leía en voz alta, y miró a su madre, con esas mudas señales de espera que le indicarían a la niña si podía quedarse o tenía que subir al primer piso, a su habitación. Esta vez Sophía sonrió; no tenía que marcharse y se acomodó laxamente sobre la silla, meciendo los zapatitos el ritmo de una canción infantil
- À la claire fontaine, m'en allant promener… J'ai trouvé l'eau si belle, que je m'y suis baigné...
A Evelyn le encantaba escucharla cantar y más si era en francés, Sophía en el fondo tenia su lado canalla.
- ¿Ha desayunado? -. Preguntó mientras rodeaba el talle con un largo delantal, ocultando con este el austero e impoluto negro de su luto. Sophía continuaba cantando.
- Il ya longtemps que je t'aime, jamais je ne t'oublierai.
Setanta contempló a la niña con una mirada de horror. ¡Mocosos! Aghj... ¡Criaturas pegajosas, lloronas, malolientes y malvadas! El soniquete de la canción se le metió por la oreja. Era para él muy molesto, sobre todo cuando lo escuchaba sin nada en el estómago y tras una noche de insomnio. Pero giró la cabeza y sonrió a la señora Meier con su cara de duende, colocándose en el otro extremo de la tienda, lo más alejado de la chiquilla cantora. Lo valiente que era para algunas cosas y lo cobarde que era para... Se podían contar las cosas de las que huía con los dedos de la mano, pero todo se englobaba detrás de "responsabilidades familiares" y/o "promesas". Sobre todo si no recibía nada a cambio.
- No, no he desayunado. -. Carraspeó, mientras contemplaba las armas del mostrador... Lo que hizo que pensase en la carabina Winchester del fallecido Sean, que se encasquillaba en el primer disparo, cosa que jodía muchísimo para ser un fusil de repetición. Seguramente aquella asociación, si se daba, le reportaría más beneficios que un saquito de tabaco. "Ojalá y fuesen cigarrillos de hoja...”
Toda retirada del entorno de la pequeña era bien recibida por Evelyn. Era como si hubiera puesto sobre ella un cuidado celoso, por lo cual quedaba expuesto a cualquier ojo atento, sabía que tarde o temprano aquella actitud tendría que cambiar, tenía clara la idea, pero no sabía como ponerla en práctica.
- Cierre la puerta , por favor. - Evelyn marchó a la trastienda, dejando por un momento a ambos solos. Pero desde el interior comenzó a hablar. Por el sonido de la voz de Setanta, podría intuir que hacía y donde.
- La propuesta de ayer fue sumamente intrépida... Espero que no le moleste que se lo diga. - Sobre una bandeja depositó un poco de pan, leche, café y azúcar, todo servido en una porcelana extremadamente delicada- Poseo aún el tabaco de mi esposo, creo que ha de ser el bien más deseado en todo Twin Falls. -. No tardó demasiado en volver y dejar la bandeja sobre el mostrador.- El tejado. -. Directa y contundente fue al tema, que cuando se dieran cuenta la mañana habría pasado entre cháchara y cháchara.
Setanta miraba de vez en cuando hacia la niña, como si ésta fuese algún tipo de ente que se abalanzaría sobre él para acabar con su vida en cuanto le diera la espalda. Por otro lado, el irlandés solía estar siempre paseando la mirada alrededor de la sala dónde se encontrase, comprobando las salidas y la gente que le rodeaba. Le dio un pequeño empujón con el tacón de la bota a la puerta, y ésta se cerró con un suave golpe, haciendo sonar la campanilla. Eso serviría como confirmación para la señora Meier. En cuanto ésta regresó con los alimentos, Set no dudó en agarrar primero el café, al cual le dio un par de sorbos así, caliente y negro, sin una pizca de endulzante.
- De acuerdo. -. Acabó con el café y agarró un bollo.- Pero tendré que comprobar el estado de éste antes de saber si hablamos de un trato justo. -. Le dio un mordisco al alimento y masticó. No volvió a abrir la boca hasta que hubo tragado. Sí, tenía un mínimo de educación.- Los materiales correrán por mi cuenta, a no ser que cuente ya con ellos... -. Le echó una mirada interrogante a la sobria mujer. Le había propuesto aquello porque le hacían un buen descuento en la serrería, y así, a lo mejor, podría incluir la reparación de la Winchester.
Evelyn entornó los fríos ojos con fiereza, aquellas palabras eran una sutil pretensión a negarse al trato y detestaba verse contrariada por cambios inesperados. Mientras, a su espalda, Sophía continuaba cantando.
- ... Chante , rossignol , chante, toi qui as le coeur gai... Tu as le coeur à rire, moi je l'ai à pleurer... - Alzó la mirada hacia su madre y esta le tornó una sonrisa cargada de orgullo.- ¿Puedo irme a buscar a Tom Dalton...?
Fue como si le arrastraran hacia otro punto de atención, y, algo confusa, asintió dando el permiso. Cuando la puerta se cerró apretó los labios, tendría que haberlo pensado mejor. Ahora si, descargaba toda su atención sobre Setanta.
- ¿Uhmm? Si, desde luego, comprendo a usted le serían más fáciles de conseguir.
Se giró hacia un estante, sobre el cual estaba la gorra y el sable de oficial del ejército de la unión. Abrió un cajón y de este sacó una bolsa de piel, sobre esta estaban grabadas las letras A.D.M. Con cuidado puso sobre el mostrador el fardito, lo deslizó sobre el cristal y se lo acercó.
- Si le es de agrado se lo entregaré, pero en otro recipiente. Esa bolsa quiero conservarla. - Apoyó ambas palmas sobre el borde del mostrador, con los codos tensos hacia fuera .
Setanta frunció el ceño. Estaba acostumbrado a tratar con mujeres que sabían lo que querían - véase Sidney - pero eso no significaba que no le tocase los cojones la hostilidad sin motivo. Y aquella mujer no estaba siendo simpática, precisamente. Práctica, eso sí, y la practicidad era algo que el irlandés admiraba. Posiblemente fuera por eso que no se había largado de allí aún. Dio un paso hacia el frente, sus botas amortiguadas por la alfombra, y cogió el saquito de cuero del mostrador. Deshizo el nudo de los cordones que lo cerraban un se llevó la abertura a la nariz, inhalando. Tras esto, dejó la bolsita de nuevo como se la había presentado y la lanzó hacia la superficie de cristal.
- Recibiré el pago cuando haya terminado.
Era lo justo. Además, el único vicio irrefrenable de Set era el juego, por lo que el tabaco podía esperar. Hoy había conseguido un cigarrillo, lo que le daría motivos suficientes para acometer aquel trabajo con entusiasmo... Si es que esa emoción podía ser atribuida a aquel hombre. Tamborileó con aquellos delgados dedos sobre la madera que enmarcaba el vidrio del mostrador y esperó que la señora Meier se decidiera.
- ¿Y bien?
La mujer se agachó, tomó una pequeña bolsita de raso - raso bastante femenino. Posiblemente no fuera premeditado, o tal vez si, y deseara ver que pasaba en ese pueblo si a Setanta se le veía con una tela tan... tan... agradable al tacto, llamémosle así. Traspasó parte de la bolsa de cuero a la de delicado raso y la dejó sobre el cristal, ante Setanta.
- Veo justo que mientras se encuentre bajo mi precario techado o tenga que pasar penurias, creo en su palabra... -. Meció ambas cejas para enfatizar el hecho.- Bien... empecemos por el tejado, quiero que le eche un vistazo, tengo vigas que por el paso del tiempo se han deteriorado tanto que no sostienen el techo, y hay pequeños claros en los que se puede ver el cielo a través. No se como arreglarlo, ni idea.
Setanta se echó a reír y rechazó el femenino saquito.
- Por santa Brígida... -. Recuperó el resuello.- Uno: el tabaco no impedirá que pase penurias si gestiono mal mi dinero y, dos... No puedo aceptarlo. ¿Quién sabe? A lo mejor me parto la crisma cayéndome de su techo, y me iría a la tumba sabiendo que me aproveché de una mujer viuda...
Negó con la cabeza, a todas luces divertido porque su negativa de aceptar un adelanto mosquearía seguramente a aquella correctísima señora.
- Veo muy bonito que crea en mi palabra, pero yo no lo hago. -. Es decir, podría romperla en cualquier momento. La estaba advirtiendo. Dios, como odiaba los compromisos... se quitó el sombrero y lo dejó sobre el mostrador.- Así que...Veamos ese tejado.
Aprovecharse interesante que pensara en tal palabra. Evelyn asumió su rechazo y tomó el saquito de raso, abrió la boca de este con dos dedos y vertió en su interior todo el tabaco, sacudió el cuero con las iniciales de su esposo y meticulosamente lo vació. El tiempo que el tabaco viajaba de un lado a otro lo ocupó también en escucharle, tenia la cabeza agachada por lo que si algún gesto correspondió a sus palabras, no pudo ser visto. Cuando alzó la cabeza mostró una afable sonrisa.
- Si. - Dejó el saquito al otro lado del cristal del mostrador y secó las manos de virutas de tabaco, deslizándolas sobre el delantal.- Por aquí.
Meier, comenzó a ser la guía de Setanta cuando comenzó a ascender por las escaleras hacia el piso superior, y de este al desván. El sonido de las botas mostró el deterioro, no sólo en el tejado, si no también en el suelo.
Setanta esquivó una teja suelta que se precipitó a su cabeza en cuanto entraron en el desván.
- Jesús bendito...
A lo mejor no había sido tan buena idea dejar su sombrero en la tienda. La cabeza oscura y despeinada del irlandés oteó el cielo desde los agujeros en el techo. El suelo... Ya se había fijado en él. Y las vigas que sostenían el tejado estaban hechas un desastre.
- No sé como no se cae a pedazos, la verdad. -. Allí había trabajo para una cuadrilla. Seguramente tendría que pedir ayuda a su robusto hermano para cambiar las vigas.- Señora, espero que tenga otro sitio en el que quedarse. No podrán habitar el primer piso mientras trabaje. -. Sonaba categórico. Una cosa es que no le gustasen los niños, y otra era que quisiese que la pobre chiquilla muriese golpeada por un trozo de madera desprendido.- Tengo libres los fines de semana, la hora del almuerzo y algunas horas a partir de las cinco de la tarde.
Golpeó una de las paredes, cuya tabla suelta dejó un nuevo agujero.
- Más le vale pensar en algo más que el tabaco. -. Carraspeó.- Tengo un par de sugerencias.
Aquella frase podía ofender a la mujer. Más le valía no tomársela como un insulto, porque a Setanta le faltaba solo una pequeña excusa para salir de allí por patas.
Junto con Setanta, Evelyn Meier, alzaba el rostro hacia el techo. Podía ver parte del cielo, cierto, pero no era consciente de que pudiera estar tan precario, de aquellas cosas nunca se encargó, y siempre lo hizo Arthur. Arrugó los labios pensativa y por suerte - o no - sus palabras la encontró meditando, podía calcular el importe a la cual ascendería el material y la mano de obra. Era evidente que por un poco de tabaco aquello no se solventaría.
- ¿Uhmmm? ¿Perdón? -. Los ojos de Evelyn descendieron de aquellas alturas y se posaron sobre la Tierra, sobre Setanta, ladeando el rostro ligeramente como si uno de los pendientes pesara más que el otro y además hubiera comenzado a padecer una sordera inquietante. Posó las manos sobre el nacimiento de aquella amplia falda, con los pulgares hacia atrás y los dedos casi sobre el vientre.- Espero sean adecuadas, señor O’Saughnessy.
El doctor McDougal, tras cerrar la puerta de su consulta, cruzó la calle caminando con paso tranquilo y tras mirar a su alrededor. Había sido otro día realmente largo, pero al menos, había conseguido dormir. Y plácidamente de hecho. El problema lo tenía en que había dormido sobre la mesa mientras estaba revisando algunos documentos y pedidos y terminó por tener que despegarse de la cara algunos de esos papeles. Y la espalda... ¡Qué dolor! Llevaba en su mano algo que estaba envuelto en un papel marrón y atado con un cordel, como si fuese una especie de paquete, aunque no era tan grande. De un tamaño superior a un palmo. Vestía de manera sencilla, con unos pantalones marrones y una camisa de color blanco ya habiendo roto su continuo look de siempre. Un baño y un afeitado no hacían daño nadie y más con ese horrible calor que hacía. Tras cruzar la calle caminó por la acera de madera hasta la armería, abriendo la puerta para meterse en el interior, dejando que tras de sí se escuchase el tintinear de la campanilla que anunciaba que alguien había entrado. El sonido de voces, le hizo saber que efectivamente había alguien allí dentro, aunque no parecía que hubiese nadie abajo. Jugueteó un poco con el paquete mientras que miraba a su alrededor, caminando un poco para dejar oír el sonido de sus botas.
Setanta frunció el ceño. No estaba en la cabeza de la señora Meier, pero tenía un cerebro privilegiado como para poder imaginarse un millar de situaciones "de pago" que seguramente estarían llevando a la mujer a efectuar aquella declaración.
- Depende de lo que considere que vale su trabajo, señora.
Aquella parquedad y poca precisión eran adrede, como para poner a prueba a la dueña de la armería. Él tenía claro de que no hablaba de ella como mujer, si no como persona que tenía todo el conocimiento que precisa un individuo para poseer una tienda en la que se venden armas de fuego.
Que la estuviera poniendo a prueba era algo que hasta un ciego podría ver, por lo que automáticamente la mujer adoptó una postura negociadora. Mostró lo que podría ofrecerle, y posiblemente lo que, casi a su alcance, podría perder, bueno, era un juego de intereses.
- Ciertamente ... -. Empezó a caminar sobre la madera, en el piso de abajo comenzó a caer una arenilla incómoda, sobre los buenos muebles y recargados tapetes. Posó una mano sobre el vientre y la otra sobre la cadera, continuó aquel paseo.- Llevo varios días esperando de un pedido, no se porqué se retrasa tanto, pero posiblemente entre las novedades encontraría algo de su agrado.
Alzó la mirada hacia Setanta y sonrió, luego esta se deslizó hacia su pistola e inevitamente la tasó.
- Eso... es, de por sí, un generoso pago.
Curiosamente a lo que parecía suceder no habían escuchado que él había entrado. Gracias a la "estupenda" construcción de la casa, podía escuchar la conversación de ambos y eso que estaba en el piso inferior. Al caminar y al moverse iba cayendo sobre los muebles algo de polvo y también pequeños trocitos de madera, algo que indicaba que la techumbre y posiblemente el piso en sí no se encontraba en demasiado buen estado. Alzó una de sus cejas y caminó de manera lenta hacia uno de los lados de la pared. A su mente vino una discusión con Arthur sobre la madera a elegir para construir la casa. Cimientos fuertes, cimientos sólidos. Eso era lo que él pensaba, pero para algunas cosas era demasiado testarudo. Suspiró pesadamente y se pasó la mano por el pelo antes de desviar la mirada hacia el mostrador y observar las armas. No le hacían demasiada gracia, de hecho eran lo opuesto a lo que él era y él creía.
Setanta siguió la mirada de la señora Meier, que descansaba sobre el lateral de su cinturón, dónde asomaba una vulgar y corriente Colt, demasiado vieja. Pero aquello no le interesaba. Tenía una puntería mejorable con las armas de fuego, pero lo suyo eran los cuchillos, así como la espada que aún conservaba de su servicio en el ejército. Negó con la cabeza.
- Buen intento... -. Finalmente aquella sonrisa ladeada característica en él volvió a aparecer, aligerando el tono de aquella conversación, aquel tira y afloja.- Me interesaría muchísimo más si sabría arreglar una carabina Winchester.
Era un modelo que había salido recientemente, durante la guerra civil, que tanto éxito les había proporcionado a los soldados integrantes de la Unión. No era un secreto el servicio prestado al país de los dos irlandeses, aunque llevasen más de tres años en Twin Falls. Pero nadie conocía el regimiento y bajo las órdenes de quién habían estado.
Evelyn seguía posando la mano sobre el vientre, sobre aquel vestido negro cuyo corsé tan rígido le hacia parecer llevar una armadura bajo la tela. Apenas podía respirar cuando la situación requería de cierta apremiante calma. Desvió la mirada hacia la pequeña ventana y abrió esta, el lugar parecía necesitar de aire. A su espalda quedó Setanta y cuando escuchó la propuesta arqueó una oscura ceja. Se giró con tanta rapidez que las faldas tardaron un poco en amoldarse a su giro, el delantal seguía sobre el regazo y por un momento, mientras aspiraba el aire para contestar, le pareció escuchar la campanilla de la tienda.
- Conozco el modelo. - Pasó ambas manos por el talle y caminó hacia la puerta. - Tráigala... para que pueda comprobar su estado, sin verla no puedo confirmarle que pueda o no arreglarla.
Se inclinó hacia la escalera y apoyada sobre la barandilla de esta gritó:
- ¡Un momento, ahora bajo! - Se giró hacia Setanta.- Creo que tengo un cliente en la tienda, si me disculpa... - E inclinando la cabeza se dispuso a dejarle allí tasando el trabajo, con todo el detalle que él quisiera
Seguía observando las armas sin demasiada ilusión, pero tenía que reconocer que eran unas grandes obras de arte. Obras de arte destinadas a matar y a proteger, aunque más bien a lo primero. Suspiró ligeramente y levantó la mirada un poco escuchando las palabras que llegaban desde las escaleras.
- No hay prisa. -. Dijo en voz algo alta para que ésta le fuese audible y pudiese escucharla también. Suponía que debía de tener visita a juzgar por las mismas voces que le llegaban de vez en cuando. Se acomodó contra la pared y metió la mano en su bolsillo para sacar su saquito de tabaco. De él sacó un puñadito y se empezó a preparar un cigarrillo, lejos de las armas y de las balas -por supuesto-. Tras preparárselo se lo llevó a los labios y lo encendió con el encendedor antes de empezar a juguetear con él de nuevo entre sus dedos. El encendedor era una vieja pieza que tenía algunos símbolos hechos con algo punzante sobre el metal. Eran figuras de osos y de animales salvajes y al igual que sus armas, lo tenía en bastante alta estima.
- Hecho. -. Contestó, de forma escueta. En cuanto ella le dijo que necesitaba bajar, asintió, aunque ya le daba la espalda. Sabía que su sombrero seguía abajo, sobre el mostrador, por lo que cualquiera podría darse cuenta de que la señora Meier tenía a un hombre en su casa. Maldijo en su idioma natal...
- Cómo la mosquita muerta me meta en problemas... -. Setanta nunca había sido objeto de chismorreos en el pueblo, y no quería empezar ahora, ciertamente. Así que, silencioso como un gato - aunque con algún esporádico crujir, fruto del mal estado del suelo - se dispuso a anotar mentalmente una larga lista de material y herramientas que necesitaría.
Descendió las escaleras hacia el primer piso, dónde tenía la vivienda, y en este se detuvo, miró hacia atrás y entornó los ojos. Apretó los labios y posó la mano sobre su mejilla, pudo sentir el contraste de sus dedos fríos contra su rostro. No siguió pensando y si descendiendo, y cuando llegó, emergiendo por la trastienda, se encontró directamente con el reconocible Colt del 44, y aquellos tallados tan peculiares. Era, sin duda, el señor McDougal.
- Buenos días. -. Se posicionó tras la barricada que ofrecía el mostrador y tomó el sombrero de Setanta. Lo limpió con el delantal, sin poder evitarlo y buscó un lugar más apropiado donde colgarlo, como el perchero que a un lado de la puerta quedaba a la izquierda del mostrador. - Lamento haberle dicho que iría a su consulta y... por unas cosas y otras no he podido hacerlo, le agradezco que viniera.
Dejó el sombrero, sin polvo, a su espalda, meciéndose lentamente hasta que por fin se detuvo. Aún sobre el mostrador se encontraba la bandeja del desayuno.
- ¿Desea que le prepare un café? ¿Un té? - al fin y al cabo pretendía pedirle un favor.
- Señorita Meier...
Inclinó levemente la cabeza en señal de respeto hacia ella, como solía hacer siempre con todas las damas. Se había fijado en el sombrero, pero no hizo ningún comentario, tampoco ningún gesto que pareciese delatar lo que estaba pensando. De hecho, al haber escuchado retazos de la conversación, sabía que estaría ayudándola de alguna manera.
- No os preocupéis, igualmente he estado bastante liado. Ha habido algunos ataques en las granjas de las afueras de la ciudad y... - Negó un poco. - Ya sabéis, muchas idas y venidas, y poco descanso.
Sonrió después de manera afable a la joven antes de asentir.
- Un café estaría bien, os lo agradezco.
Tras eso movió de nuevo el cigarrillo en los labios y se lo quitó para apagarlo. Sabía lo molesto que podría llegar a ser el aroma del tabaco para quien no estaba acostumbrado y no quería crear un clima de incomodidad. Tras apagarlo, se guardó el resto del cigarro en el bolsillo. El tabaco escaseaba, y pronto tendría que conseguir otro saquito. Se humedeció los labios y quitó el sombrero entonces para esperar a ver qué es lo que ella deseaba.
- Bien, señorita Meier, ¿qué puedo hacer por vos?
Última edición por Absenta90 el Dom Ago 11, 2013 12:54 am, editado 2 veces
Absenta90- Caballero
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Re: Twin Falls. Agosto de 1868. Segunda semana.
Evelyn_G_Meier:> - No por mi... exactamente . - alzó la mano y le pidió un poco de paciencia, aquella mano que mostraba la palma se inclinó y sus dedos acabaron por apuntar hacia la mesa, donde la pequeña Sophía se había acomodado para leer. - Le traeré el café . - asintió y marchó hacia la trastienda . No se hizo esperar el aroma a café recien preparado, no al menos demasiado. El café y Meier entraron de nuevo, ella sostenia la cafetera con un paño primorosamente bordado. - Señor McDougal... - llenó una taza de delicada porcelana. - ¿Azucar? - se sentó tras dejar la cafetera a un lado por si deseaba rellenar la taza en algún momento. - Le seré sincera, estoy bastante nerviosa desde el asunto del robo y del asesinato, y he observado que al igual que yo, lo estan otras mujeres de la ciudad. - sonrió con cierto pesar . - El otro dia la señora Dalton se interesó por un arma, muestra de su preocupación, desde luego, y yo ... me preguntaba ... si, tendría alguna idea para apaciguar esa tensión... no médica , desde luego, si no, desde el punto de vista mas franco, desde el punto de vista de un hombre . - sonrió y buscó su propia taza , antes de servirse el café, lo hizo el azucar .
El doctor observaba a la joven señorita Meier, sus movimientos, su ida y venida. Como siempre demostraba ser un gran analítico que buscaba respuestas a preguntas que ni siquiera había llegado a formular. En ese caso, el estado y estadio de nerviosismo que presentaba la joven señorita. La conocía, y desde hacía algo de tiempo, como para saber que algo le pasaba por la mente, eso era innegable. Esperó a que llegase y asintió. Ya se había quitado el sombrero y dejado a un lado, sobre un expositor junto al paquete pequeño que parecía llevar. -Si, por favor. Me gusta el café dulce. Sonrió levemente para acercarse hacia ella y esperar que le sirviese el café. Una vez que lo preparó tomó la taza y empezó a removerla un poco. Escuchó sus palabras y la preocupación que la joven demostraba. -Señorita Meier... Dijo aunque después la nombró por su nombre. Evelyn... Tenían pese a todo varios años de amistad y confianza, que un suceso había enturbiado, suceso que le acompañaba cada día de su vida. Las cosas no están nada bien, como estas viendo. El ferrocarril, aunque nos acerca a los distintos sitios, está atrayendo la ira y odio de los pieles-rojas, que ven al caballo de acero como una maldición que destruirá su tierra. Hace dos noches, atacaron en una granja a las afueras... A apenas un tiro de piedra de la ciudad. Se están acercando. El robo en el banco ha traido la inseguridad a la ciudad, y nos ha puesto en una situación débil. He visto la preocupación también en la señorita Dalton por lo que sucede. Las armas no son una solución, sino que lo es el diálogo. Pero nadie quiere escuchar. En el fuerte se preparan para la guerra, y más allá, en las montañas rojas, se preparan para atacar. Confirmaba quizás los pensamientos de ella para y con lo que sucedía. Suspiró después pesadamente. -esta es nuestra ciudad. Nuestro hogar, pero llegará un punto en el cual no se pueda llegar a vivir sin miedo. Forajidos... Pieles-rojas... Soldados... Todos luchan con sus propios intereses y sus propios motivos.
Meier depositó lentamente la cuchara a un lado, sobre el platito y elevó los ojos hacia el doctor. Tras su error interrumpió , casi pasando por encima de las propias palabras de Caleb - Señora Meier. - tensó los hombros, su temperamento y hasta su ceño, el café le habia quemado los labios y el dolor habia sido completamente omitido , ahora estos parecian separarse en lo que era un claro signo de sorpresa, era como ir a por agua para apagar un incendio y acabar prendida en brea, como poco, incómodo. Lentamente, depositó la taza sobre el platito y estiró el delgado cuello, meciendo los hombros hacia atras . - Es incómodo que pretenda pedirle - ella no le tuteó - ayuda para calmar la situación y ... por el contrario, trate de mermar, con su falta de sutileza, la poca entereza que me queda. ¿Se puede imaginar que pasaría si el pueblo se llenara de gente con armas que no saben utilizar? Sin duda alguien podría salir herido... - tomó la taza de nuevo, elevándola de sobre el platito. - Le pido que vaya a ver a la señora Dalton, que muestre cierta inquietud por su temor e imparta un poco de tranquilidad, pero no ... - meció la mano sobre la mesa , como si de entre los dedos se quitara algo pegajoso y molesto - como lo ha hecho conmigo, déjese de tanto detalle inquietante.
El hombre la miraba y mecía la cucharilla dentro de la taza mientras que la escuchaba. Señori... Señora Meier. Dijo con calma y una tranquilidad casi pasmosa. - Debéis de saber que si he sido sincero con vos, es porque sé que puedo serlo. No es necesario ir escondiendo las cosas, cuando vos misma sabéis que la situación está mal, y tampoco creo que necesitéis un paño caliente para que las noticias puedan pasar mejor. Sobre todo, porque.. y disculpadme la apreciación.. os conozco y se que sois fuerte. Ahora bien. Añadio después de nuevo tras tomar un poco de aire. -Si os he dicho todo eso,es porque efectivamente SI que se puede hacer algo. Añadió. Vos tenéis un gran talento y vuestra ayuda puede ser clave. Al conocer las armas, poder arreglarlas, y mantenerlas, en los sucesos venideros seréis importante. Suspiró de nuevo. Hablaré con el Capitan Daniels, del Fuerte, sobre lo sucedido y e intentaré hacer que entre en razon. De momento, eso es lo que puedo hacer. Al menos por una parte. También, utilizaré mis contactos para ver si consigo hablar con el jefe de una de las tribus cercanas, intentando llevarle una ofrenda de paz. Sonrió calmadamente a la mujer, de manera tranquilizadora. A fin de cuentas su sinceridad, talante, y costumbrismo le había llevado a conseguir muchas cosas. Sobre la señorita Dalton, no tenéis por qué preocuparos. Hablaré con ella de nuevo cuando tenga un momento aunque anoche la tranquilicé ya un poco respecto al tema. Asintió de nuevo antes de dejar la tacita de café sobre la superficie y acercarse para tomar ese paquete que estaba envuelto. Se lo acercó a ella y se lo tendió. -Esto... Es para usted. Es un paquete que hace algunos años me pidió que le guardase su esposo.
La palma de la mano de Meier quedó frente al rostro del doctor, todo aquello estaba tomando unas dimensiones que por desconcertantes se estaba convirtiendo en sumamente incómodas, ella llevaba un negocio, no queria ser valiosa, no queria nada que tuviera que implicar cierto contacto inesperado con el exterior de aquella tienda. Se meció en el asiento , delante de aquel paquete , apretando los labios hasta que estos , exangües, mostraron un aspecto enfermizo. - ¿Qué significa esto? - El doctor se habia convertido en cirujado, sobre su tapete bordado, que sin ningún tipo de anestesia y a corazón abierto, hurgaba entre los recuerdos . Aspiró el aire por la boca y cerró los ojos, los dedos finos se posaron sobre el pecho y a través de todas aquellas calurosas telas, pudo sentir el ritmo que imponía el ultrajado corazón. Ella se puso en pie separando la silla de contra la mesa, y por fin, se encontró con entereza suficiente para mirarle a los ojos . - Ahora mismo soy una mujer sin palabras y ... sinceramente , señor McDougal, me es dificil calibrar si eso es bueno o no .
El hombre le tendía el paquete a la señorita Meier mientras que la miraba directamente a los ojos. Quizás viendo su reacción. Se ha cumplido un año desde el fallecimiento de su esposo. Y creo que ya debería de tener ésto. Me lo entregó hace algunos años ya para que se lo guardase. Es... Bueno.. Uno de sus antiguos revólveres. Cuando regresó de la guerra, me lo entregó. Como un recordatorio a luchar solo por lo que se creía. Nada más. Pero pensé que debíais de tenerlo. Le dedicó una leve sonrisa antes de tomar la taza de café y llevársela a los labios. Después dio un paso y tras terminarsela la dejó sobre el mostrador. -Señora Meier... No se preocupe. Porque por muy mal que vayan las cosas, siempre hay salida. Puede estar tranquila. Todo volverá a su cauce, se lo aseguro. Dijo en un tono conciliador antes de tomar de nuevo el sombrero y llevárselo a la testa.
Los labios de Meier se mecieron sin que palabra alguna se escuchara, más en su mente , aquel movimiento creaba sonoridad, y esta le susurraba "apenas, un año y poco, muy poco, apenas..." Los ojos de la mujer se deslizaron sobre el paquete que , sobre la mesa, dispuso el doctor. Tomó de nuevo asiento y posó las manos entorno a este, como si con las yemas de los dedos le entregara un cálido saludo, el suave roce de una caricia aquello fuera lo que fuese, tenia que ver con Arthur , algo que había quedado oculto y que ahora, tras tanto tiempo, buscaba encontrar la luz. Temía lo que encontrara en su interior, y al mismo tiempo era capaz de anhelarlo, como si con ello recuperara una pieza más del recuerdo de aquel hombre. Sus manos temblaron , las falanges se flexionaron y apretó las manos convirtiendolas en dos puños, se le estaban durmiendo, las extendió repitiendo el movimiento varias veces, hasta que sus dedos encontraron la fuerza para abrir el paquete , lentamente lo fue abriendo, en un silencio lento y extenso. La falta de aire la estaba estranqulando los sentidos .
... - El hombre inclinó ligeramente la cabeza tras acomodarse el sombrero en la cabeza, sabiendo que, quizás.. esos momentos serían algos para ella misma. Uno momento que debía de atesorar. -Gracias por el café señora Meier. Me retiraré y la dejaré... Si necesita cualquier cosa por favor...... Parecío hacer el silencio y metió la mano en el bolsillo para sacar una bolsita de dinero. -Se me olvidaba que ya conseguí el dinero para poder pagaros por la reparación de mi Colt. De nuevo, muchísimas gracias por su diligencia.. y cariño al hacer las cosas. Le sonrió con cierta ternura antes de caminar hacia atrás y girarse, con la intención de marcharse. No tenía tampoco derecho para robarle ese momento, ni tampoco sus recuerdos. Eran suyos, le pertenecían a fin de cuentas, y él.... He visto que el techo esta muy mal. Si necesitáis de cobijo mientras que lo reparan, o ayuda para hacerlo, sabed que podéis contar con mi casa como alojamiento el tiempo que necesitéis. Era a fin de cuentas lo mínimo que podría ofrecerle.
Las palabras quedaron confundidas por el sonido que en sus oidos escuchaba, los golpes del ritmo de los fuertes latidos, imponiendo su presencia por encima de las voces, cerró los ojos y lentamente aquel paquete quedó expuesto, tenia los ojos cerrados, aún con el vértigo en el vientre de aquel que se inclina hacia una abismo demasiado profundo y oscuro. Aspiró el aire por la nariz, y por fin, comenzó a abrir los ojos. Apenas penetró un poco de luz se dió cuenta que la humedad de las lágrimas luchaban con precipitarse por sus mejillas, y al final lo consiguieron, aquello dificultaba en exceso su visión, mas con cada pestañeo consiguió cierta nitidez , el interior de aquella caja quedó desvelado , ella se encontraba frente a este .
En el interior del paquete había una caja, que en otro tiempo debería de haber contenido puros, o tabaco. En su interior se encontraba su revolver, el que llevó cuando se fué a la guerra, el que utilizó su esposo. También había una foto, algo arrugada y vieja de su mujer y algunos cuantos dólares de plata. En realidad el contenido era bastante sencillo. Pero eran fuertes recuerdos que estaban asociados a su mujer. Debajo de la pistola, escondido, había un pequeño lingote de oro, que estaba aplastado. No debería de tener demasiado valor. Quizás algunos cientos de dólares, pero era suficiente como para poder arreglar de nuevo la tienda. En la foto, que se veía con claridad al mover el revolver, se veía a su esposo sonreir. El doctor, la observó durante algunos instantes y después camino hacia la puerta de salida de la armería.
Evelyn_G_Meier se levantó de su asiento, hacia tiempo que Caleb_McDougal había abandonado el lugar, giró la llave de la puerta y luego el cartel que, sobre el cristal, rezaba si estaba o no abierta la tienda. Setanta tendría que salir por la puerta trasera. Al volver a la mesa tomó la caja y ascendió al primer piso, la puerta de la habitación no entregó ruido alguno cuando se cerró. Y un llanto apagado se escuchó al otro lado de la puerta.
El doctor observaba a la joven señorita Meier, sus movimientos, su ida y venida. Como siempre demostraba ser un gran analítico que buscaba respuestas a preguntas que ni siquiera había llegado a formular. En ese caso, el estado y estadio de nerviosismo que presentaba la joven señorita. La conocía, y desde hacía algo de tiempo, como para saber que algo le pasaba por la mente, eso era innegable. Esperó a que llegase y asintió. Ya se había quitado el sombrero y dejado a un lado, sobre un expositor junto al paquete pequeño que parecía llevar. -Si, por favor. Me gusta el café dulce. Sonrió levemente para acercarse hacia ella y esperar que le sirviese el café. Una vez que lo preparó tomó la taza y empezó a removerla un poco. Escuchó sus palabras y la preocupación que la joven demostraba. -Señorita Meier... Dijo aunque después la nombró por su nombre. Evelyn... Tenían pese a todo varios años de amistad y confianza, que un suceso había enturbiado, suceso que le acompañaba cada día de su vida. Las cosas no están nada bien, como estas viendo. El ferrocarril, aunque nos acerca a los distintos sitios, está atrayendo la ira y odio de los pieles-rojas, que ven al caballo de acero como una maldición que destruirá su tierra. Hace dos noches, atacaron en una granja a las afueras... A apenas un tiro de piedra de la ciudad. Se están acercando. El robo en el banco ha traido la inseguridad a la ciudad, y nos ha puesto en una situación débil. He visto la preocupación también en la señorita Dalton por lo que sucede. Las armas no son una solución, sino que lo es el diálogo. Pero nadie quiere escuchar. En el fuerte se preparan para la guerra, y más allá, en las montañas rojas, se preparan para atacar. Confirmaba quizás los pensamientos de ella para y con lo que sucedía. Suspiró después pesadamente. -esta es nuestra ciudad. Nuestro hogar, pero llegará un punto en el cual no se pueda llegar a vivir sin miedo. Forajidos... Pieles-rojas... Soldados... Todos luchan con sus propios intereses y sus propios motivos.
Meier depositó lentamente la cuchara a un lado, sobre el platito y elevó los ojos hacia el doctor. Tras su error interrumpió , casi pasando por encima de las propias palabras de Caleb - Señora Meier. - tensó los hombros, su temperamento y hasta su ceño, el café le habia quemado los labios y el dolor habia sido completamente omitido , ahora estos parecian separarse en lo que era un claro signo de sorpresa, era como ir a por agua para apagar un incendio y acabar prendida en brea, como poco, incómodo. Lentamente, depositó la taza sobre el platito y estiró el delgado cuello, meciendo los hombros hacia atras . - Es incómodo que pretenda pedirle - ella no le tuteó - ayuda para calmar la situación y ... por el contrario, trate de mermar, con su falta de sutileza, la poca entereza que me queda. ¿Se puede imaginar que pasaría si el pueblo se llenara de gente con armas que no saben utilizar? Sin duda alguien podría salir herido... - tomó la taza de nuevo, elevándola de sobre el platito. - Le pido que vaya a ver a la señora Dalton, que muestre cierta inquietud por su temor e imparta un poco de tranquilidad, pero no ... - meció la mano sobre la mesa , como si de entre los dedos se quitara algo pegajoso y molesto - como lo ha hecho conmigo, déjese de tanto detalle inquietante.
El hombre la miraba y mecía la cucharilla dentro de la taza mientras que la escuchaba. Señori... Señora Meier. Dijo con calma y una tranquilidad casi pasmosa. - Debéis de saber que si he sido sincero con vos, es porque sé que puedo serlo. No es necesario ir escondiendo las cosas, cuando vos misma sabéis que la situación está mal, y tampoco creo que necesitéis un paño caliente para que las noticias puedan pasar mejor. Sobre todo, porque.. y disculpadme la apreciación.. os conozco y se que sois fuerte. Ahora bien. Añadio después de nuevo tras tomar un poco de aire. -Si os he dicho todo eso,es porque efectivamente SI que se puede hacer algo. Añadió. Vos tenéis un gran talento y vuestra ayuda puede ser clave. Al conocer las armas, poder arreglarlas, y mantenerlas, en los sucesos venideros seréis importante. Suspiró de nuevo. Hablaré con el Capitan Daniels, del Fuerte, sobre lo sucedido y e intentaré hacer que entre en razon. De momento, eso es lo que puedo hacer. Al menos por una parte. También, utilizaré mis contactos para ver si consigo hablar con el jefe de una de las tribus cercanas, intentando llevarle una ofrenda de paz. Sonrió calmadamente a la mujer, de manera tranquilizadora. A fin de cuentas su sinceridad, talante, y costumbrismo le había llevado a conseguir muchas cosas. Sobre la señorita Dalton, no tenéis por qué preocuparos. Hablaré con ella de nuevo cuando tenga un momento aunque anoche la tranquilicé ya un poco respecto al tema. Asintió de nuevo antes de dejar la tacita de café sobre la superficie y acercarse para tomar ese paquete que estaba envuelto. Se lo acercó a ella y se lo tendió. -Esto... Es para usted. Es un paquete que hace algunos años me pidió que le guardase su esposo.
La palma de la mano de Meier quedó frente al rostro del doctor, todo aquello estaba tomando unas dimensiones que por desconcertantes se estaba convirtiendo en sumamente incómodas, ella llevaba un negocio, no queria ser valiosa, no queria nada que tuviera que implicar cierto contacto inesperado con el exterior de aquella tienda. Se meció en el asiento , delante de aquel paquete , apretando los labios hasta que estos , exangües, mostraron un aspecto enfermizo. - ¿Qué significa esto? - El doctor se habia convertido en cirujado, sobre su tapete bordado, que sin ningún tipo de anestesia y a corazón abierto, hurgaba entre los recuerdos . Aspiró el aire por la boca y cerró los ojos, los dedos finos se posaron sobre el pecho y a través de todas aquellas calurosas telas, pudo sentir el ritmo que imponía el ultrajado corazón. Ella se puso en pie separando la silla de contra la mesa, y por fin, se encontró con entereza suficiente para mirarle a los ojos . - Ahora mismo soy una mujer sin palabras y ... sinceramente , señor McDougal, me es dificil calibrar si eso es bueno o no .
El hombre le tendía el paquete a la señorita Meier mientras que la miraba directamente a los ojos. Quizás viendo su reacción. Se ha cumplido un año desde el fallecimiento de su esposo. Y creo que ya debería de tener ésto. Me lo entregó hace algunos años ya para que se lo guardase. Es... Bueno.. Uno de sus antiguos revólveres. Cuando regresó de la guerra, me lo entregó. Como un recordatorio a luchar solo por lo que se creía. Nada más. Pero pensé que debíais de tenerlo. Le dedicó una leve sonrisa antes de tomar la taza de café y llevársela a los labios. Después dio un paso y tras terminarsela la dejó sobre el mostrador. -Señora Meier... No se preocupe. Porque por muy mal que vayan las cosas, siempre hay salida. Puede estar tranquila. Todo volverá a su cauce, se lo aseguro. Dijo en un tono conciliador antes de tomar de nuevo el sombrero y llevárselo a la testa.
Los labios de Meier se mecieron sin que palabra alguna se escuchara, más en su mente , aquel movimiento creaba sonoridad, y esta le susurraba "apenas, un año y poco, muy poco, apenas..." Los ojos de la mujer se deslizaron sobre el paquete que , sobre la mesa, dispuso el doctor. Tomó de nuevo asiento y posó las manos entorno a este, como si con las yemas de los dedos le entregara un cálido saludo, el suave roce de una caricia aquello fuera lo que fuese, tenia que ver con Arthur , algo que había quedado oculto y que ahora, tras tanto tiempo, buscaba encontrar la luz. Temía lo que encontrara en su interior, y al mismo tiempo era capaz de anhelarlo, como si con ello recuperara una pieza más del recuerdo de aquel hombre. Sus manos temblaron , las falanges se flexionaron y apretó las manos convirtiendolas en dos puños, se le estaban durmiendo, las extendió repitiendo el movimiento varias veces, hasta que sus dedos encontraron la fuerza para abrir el paquete , lentamente lo fue abriendo, en un silencio lento y extenso. La falta de aire la estaba estranqulando los sentidos .
... - El hombre inclinó ligeramente la cabeza tras acomodarse el sombrero en la cabeza, sabiendo que, quizás.. esos momentos serían algos para ella misma. Uno momento que debía de atesorar. -Gracias por el café señora Meier. Me retiraré y la dejaré... Si necesita cualquier cosa por favor...... Parecío hacer el silencio y metió la mano en el bolsillo para sacar una bolsita de dinero. -Se me olvidaba que ya conseguí el dinero para poder pagaros por la reparación de mi Colt. De nuevo, muchísimas gracias por su diligencia.. y cariño al hacer las cosas. Le sonrió con cierta ternura antes de caminar hacia atrás y girarse, con la intención de marcharse. No tenía tampoco derecho para robarle ese momento, ni tampoco sus recuerdos. Eran suyos, le pertenecían a fin de cuentas, y él.... He visto que el techo esta muy mal. Si necesitáis de cobijo mientras que lo reparan, o ayuda para hacerlo, sabed que podéis contar con mi casa como alojamiento el tiempo que necesitéis. Era a fin de cuentas lo mínimo que podría ofrecerle.
Las palabras quedaron confundidas por el sonido que en sus oidos escuchaba, los golpes del ritmo de los fuertes latidos, imponiendo su presencia por encima de las voces, cerró los ojos y lentamente aquel paquete quedó expuesto, tenia los ojos cerrados, aún con el vértigo en el vientre de aquel que se inclina hacia una abismo demasiado profundo y oscuro. Aspiró el aire por la nariz, y por fin, comenzó a abrir los ojos. Apenas penetró un poco de luz se dió cuenta que la humedad de las lágrimas luchaban con precipitarse por sus mejillas, y al final lo consiguieron, aquello dificultaba en exceso su visión, mas con cada pestañeo consiguió cierta nitidez , el interior de aquella caja quedó desvelado , ella se encontraba frente a este .
En el interior del paquete había una caja, que en otro tiempo debería de haber contenido puros, o tabaco. En su interior se encontraba su revolver, el que llevó cuando se fué a la guerra, el que utilizó su esposo. También había una foto, algo arrugada y vieja de su mujer y algunos cuantos dólares de plata. En realidad el contenido era bastante sencillo. Pero eran fuertes recuerdos que estaban asociados a su mujer. Debajo de la pistola, escondido, había un pequeño lingote de oro, que estaba aplastado. No debería de tener demasiado valor. Quizás algunos cientos de dólares, pero era suficiente como para poder arreglar de nuevo la tienda. En la foto, que se veía con claridad al mover el revolver, se veía a su esposo sonreir. El doctor, la observó durante algunos instantes y después camino hacia la puerta de salida de la armería.
Evelyn_G_Meier se levantó de su asiento, hacia tiempo que Caleb_McDougal había abandonado el lugar, giró la llave de la puerta y luego el cartel que, sobre el cristal, rezaba si estaba o no abierta la tienda. Setanta tendría que salir por la puerta trasera. Al volver a la mesa tomó la caja y ascendió al primer piso, la puerta de la habitación no entregó ruido alguno cuando se cerró. Y un llanto apagado se escuchó al otro lado de la puerta.
Caleb- Sirviente
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Fecha de inscripción : 20/08/2012
10 AGOSTO. SALOON (Hasta las 00:52h )
Minerva_Dalton: Sábado por la noche. 10 de agosto ya. Y seguían sin saber nada de los forajidos. Sin embargo, parecía que Twin Falls olvidaba la tensión y la preocupación cuando el Saloon Dalton abría sus puertas. Y sobre todo los fines de semana, cuando las chicas bailaban más provocativamente, llevaban escotes más amplios y el alcohol corría en mayor cantidad. Minerva se había puesto aquella noche aquel vestido azul que tanto le gustaba a
Setanta. Y a ella. Y, como era costumbre, se paseaba entre las mesas, de una timba a otra, regalando sonrisas y frases con doble sentido. Aunque ella siempre las decía en el sentido inocente, por supuesto. O no. Se acercó a la barra y llamó la atención de su prima. -Marion, haz el favor y dame esa botella de ahí. Esa, la larga del tapón de corcho. La segunda a tu izquierda.
Marion_Sutter: Se había engalanado con un vestido color negro y violeta, de tirantes que terminaban en puntillas negras y ribeteado en flores de lis negras en los bajos de la falda. Llevaba un recogido que elevaba el cabello rojizo dejando el rostro completamente despejado. Dos pendientes refulgen en sus orejas en forma de lágrima de plata vieja y perla. Mira a su prima al ver que la llama, asiente con la cabeza a (...)
su demanda y coge la botella que le pide de inmediato ofreciéndosela. - Toma Minerva, parece que hay mucha clientela esta noche. - Comenta escrutando el local y la muchedumbre que lo llena.
Caleb_McDougal: El sonido que provenía del interior del saloon era una melodía celestial capaz de captar los sentidos. Sonrió y tras cerrar la puerta de la consulta caminó para ir hacia el mismo. Se había pasado la tarde volando y tenía mucho apetito, y sobre todo muchas ganas de refrescarse el gaznate. Vestía como siempre de manera sencilla pero impoluta. Con un estilo muy cuidado. Sus botas resonaban bajo sus pies mientras que *
atravesaba el pasillo de madera que formaba la acera junto a las tiendas. Miró de soslayo durante un instante la armería, con cierto aire pensativo. Después, tras supirar, se adentró en el interior del saloon mirando a su alrededor. La música, buen humor y buen ambiente que habían allí creaban un agradable clima. Aunque claro, así es como eran todos los fines de semana. Quizas.. algo de diversion y risas, viniesen *
bien. Tras entrar, caminó hacia la barra, donde se apoyó, saludando con una inclinación de cabeza a los presentes.
Capitan_Daniel_Fields (Bajó por las escaleras uniformado, como siempre. Desde que había llegado al pueblo, se esforzó para que todo el mundo supiera que el ejército estaba allí. Sobre todo los indios, y sus simpatizantes. Obviamente, el uniforme estaba
siempre bien lavado y cepillado. Se esforzaba para que además, las estrellas que tenía sobre sendos hombros brillasen. Tres estrellas de cinco puntas. Capitán. Parecía contento por su semblante relajado. Descendiendo
la escalera de madera despacio, releyendo aquella carta que le había llegado ayer, remitida hacía días desde Fort Douglas. Parecían buenas nuevas. Llegó hasta la barra, y miró a ambas mujeres, dedicándoles un asentimiento de cabeza cortés a modo de saludo) Buenas noches, señoras.
Minerva_Dalton: -Gracias. Sí, eso parece. Esperemos que no se emborrachen hasta el punto de empezar una pelea. Gracias a Dios, parece que consigo mantenerlas medianamente alejadas de aquí. Después de la última gorda que montaron, todavía vivía el abuelo, así que fíjate el tiempo que hace, tuvimos que cerrar tres días para poder poner todo en orden. -Con la botella en la mano, se encaró al militar-. Buenas noches,
Capitán. Marion, ponle al capitán lo que él quiera. ¿Me disculpa un momento? En seguida estoy con usted. -Aunque ese "en seguida" podía tardar un poco, porque se sentó cómodamente en las piernas de un parroquiano a estropearle la mano de cartas.
Marion_Sutter: Contempla por el rabillo del ojo a Capitan_Daniel_Fields, mientras sonríe a su prima. - De nada. Esperemos... no me gustaría ver una contienda, jamás he visto una. - Resopla por su comentario sobre el familiar. - Pues sí que hace tiempo, tres días madre mía... menudo destrozo. - Desvía la mirada mar al capitán ofreciéndole una cordial sonrisa de saludo, no lo conocía así que se puso ligeramente nerviosa. (...)
- Sí, claro. ¿Qué le apetece tomar capitán? - Pregunta cortesmente al oficial tratando de mantener el control en su cuerpo, ya que jamás había ejercido como camarera, llevaba pocos días y era difícil estar en público al principio.
Caleb_McDougal: El doctor, que estaba apoyado sobre la barra, miró de soslayo como bajaba el capitán Daniel con cierta curiosidad. Repiqueteó con sus dedos sobre su barra y vió como las mujeres parecieron acercarse a él, como si de alguna manera su ropa actuase del mismo modo que actuaba una lámpara, atrayendo a las polillas que revoloteaban a su alrededor. Alzó una de sus cejas por ese mismo gesto y pareció suspirar. A fin *
de cuentas las mujeres tendían siempre a caer rendidas por un uniforme, aunque quien lo llevase no se mereciese ni una sola de las hebras de las que estaba compuesto su mismo traje. Se giró entonces para posar la mirada sobre la señorita Sutter y movió algo la mano. -Señorita Sutter, cuadno tenga a bien podría servirme una jarra de cerveza. Y algo para cenar. Se loa gradecería. Sonrió otra vez antes de mirar de
nuevo al Capitán Daniel. Mis disculpas Capitán. ¿Sería posible que hablase con vos un momento?
Capitan_Daniel_Fields (Miró a la llamada Marion, y medio sonrió) Limonada, gracias... Bueno, no...Hoy mejor un whisky, celebro un reencuentro (sacudió la carta enroscada en su mano derecha...... la voz del hombre le distrajo, y se volvió para
observarle)... Sí, podemos hablar, señor....
Sidney se escabulló del escenario en cuanto Ben dejó de tocar. Todavía tenía su número particular, pero éste sería más entrada la madrugada. Lo primero que quería hacer, como siempre, era quitarse los botines que le aprisionaban los pies, pero caminar descalza por el Saloon a aquellas horas no era inteligente. Así pues, se dirigió a la barra, al extremo de ésta más cercano al escenario, y
pasó por debajo de la madera.- ¿Necesitáis ayuda? -. Sonreía, algo bastante común en la mestiza, por mucho que hubiese personas que opinasen lo contrario. Llevaba puesto el mismo vestido que las demás bailarinas, escotado, que dejaba las piernas al aire, salvo que el suyo era bermellón y negro. Cada una ostentaba un color diferente-
(Minerva invitó a una copa al jugador al que había arruinado la mano. Tampoco es que le hubiese hecho perder dinero, pero era una pequeña compensación por dejarla tontear. Le encantaba fingir que no sabía de qué iba el juego, a pesar de que había aprendido a lo largo de aquellos años. Aunque nunca jugaba. Regresó a la barra y se puso a colocar las botellas. Iba y venía, aunque cuando estaba cerca del doctor y el capitán,
Intentaba pillar algo de su conversación. Marion y Sidney podían atender las mesas un rato. Aquellas botellas no estaban equidistantes. Y eso era muy importante.)
Marion_Sutter: Asiente con la cabeza a lo que pide el capitán, atenta, le sirve el whisky que había pedido en un vaso de cristal bien limpio, pues sabe que es alguien omportante, la autoridad del lugar siempre lo es. Vuelve a proferirle otra sonrisa cordial y se gira a saludar al doctor al verle. La joven mantiene ya una sonrisa perpetua, ya se lo dijo su prima; sonreír, ese es el truco, pero sinceramente. Así que es lo que hacía. (...)
- Enseguida doctor, también os informo de que hay esta noche cochinillo asado y carnes a la brasa, tortilla de verduras y queda algo de sopa de puchero. - Comenta al doctor a ver que quiere. Desvía la mirada hacia SidneyS y le sonríe. (...)
- Vienes de perlas, la barra está repleta allí al final de la misma hay tres nuevos clientes.
Caleb_McDougal:- Cochinillo asado y carnes a la brasa. Suena realmente bien, señorita Sutter. Eso mismo me parece bien. Gracias. -Sonrió de manera afable a la mujer antes de inclinar la cabeza un poco. -De nuevo, me alegra ver como os vais desenvolviendo cada vez mas y mejor.- Tras eso se acercó un poco al capitán ya que éste le dio permiso para hacerlo. 2Capitán Daniel, espero que me permita la sinceridad para hablar *
con usted. -Hizo una pausa -Recientemente he tenido que atender a un hombre en su granja de las
afueras, la que está cerca del viejo río seco. La noche anterior sufrió un ataque y asesinaron a todos sus animales de granja. Caballos, cerdos.. dejándolo a él malherido pero sin llegar a matarlo. Como sello y firma, dejaron algunas flechas clavadas sobre los postes. Su elaboración, tellaje y cuidado, dejan claro que *
son flechas muy ornamentadas, creadas por los índios. -Dijo esa ultima parte de manera confidencial al capitán, para que nadie más lo pudiese escuchar. Después se separó algo. -Es por tanto, que me gustaría sugerirle la posibilidad de establecer en la ciudad una pequeña base temporal para un destacamento militar. Si es posible, que enviase a algunos de sus hombres, para que ayudasen al Sheriff y a los demás a *
mantener un poco el órden y.. de esa manera.. contribuir a la seguridad del lugar. Aunque no hagan nada, pero su presencia disuirá y tranquilizará a las gentes.
Capitan_Daniel_Fields (Abrió los ojos cuando se percató de que el buen doctor venía a hablarle de indios. De indios que se dedicaban a asaltar granjas y a intentar asesinar a honrados ciudadanos americanos. Era algo usual, que los salvajes se comportaran como lo que eran: salvajes. Pero que eso se lo dijera un ciudadano de Twin Falls tras el asesinato del sheriff hacía que se abrieran ante él una serie de expectativas de su agrado. Era la excusa perfecta para
solicitar un escuadrón de soldados. Obviamente, bajo su mando. Obviamente, para ayudarle a reprimir a todo indio viviente que hubiese en las cercanías de este pueblo. Además, con eso aprovecharía para encontrar al indio que seguramente participó en el asesinato del sheriff)...Mañana mismo telegrafiaré a Fort Douglas pidiendo que nos envien un destacamento. Estoy seguro de que el Gobierno de este país no desatenderá el grito de auxilio*
de sus ciudadanos en tiempos como estos. Estamos aquí para combatir con mano de hierro la violencia ejercida por los indios que se creen con derecho sobre estas tierras que llaman suyas. Haré lo que pueda, Doctor...y ahora dígame.... cree usted que alguno de estos indios pudo participar en el asesinato del sheriff? Usted es de aquí, seguro que oye muchas cosas. No tema. Estados Unidos le protegerá.
SidneyS: Entre idas y venidas, como pasaba por delante del doctorcito y el capitán, enterándose de la conversación. No era de extrañar que poco a poco se fuese borrando su sonrisa. Conocía a los shoshones que había alrededor, así como los de la reserva. Eran personas en cierto modo pacíficas - menos aquellas dos tribus armadas que se negaban a cooperar - por lo que le extrañaba aquel comentario. Podían
ser, no obstante, comanches, tribu que había sido perseguida por el glorioso Ejército de los Estados Unidos, obligándolos a internarse en territorios extraños. ¿Pero Idaho? No. Demasiado lejos.- No tienen ni pvta idea. -. Murmuró, mientras
esperaba que Marion le llenase la bandeja con lo que le habían pedido en las mesas. Se obligó, sin embargo, a recuperar el semblante risueño de antes. No
quería que Minerva le llamase la atención por tener la cara más larga que un pergamino.
Minerva_Dalton (Contuvo el aliento y dejó de colocar botellas. No había logrado escuchar demasiado, pero sí lo suficiente para hilar telegrama, destacamento y proteger. Más militares. Eso indicaba más clientes para comer y beber, pero, por desgracia ya sólo quedaba una habitación libre. A menos que estableciesen un campamento fuera del pueblo y pasara a tener dos. De momento, mientras el telegrama llegaba y el destacamento se ponían en marcha y recorría la distancia.
Ella tenía asegurados otros diez o doce días más de ocupación. Sus ojos se desviaron hacia Sidney un momento, pero no le dijo nada. Sonrió y continuó haciendo cosas innecesarias tras la barra.)
Marion_Sutter: - Veo que hay apetito doctor, eso es bueno. - Aprecia memorizando la comanda. - Así es, gracias. Bueno, nunca había desempeñado el trabajo de camarera y cuesta al principio acostumbrarse a estar frente al público, pero mi prima me ayuda mucho y las gentes de Twin Falls son gentes condescendientes por lo que me es más sencillo sentirme una más. - Comunica la joven al doctor antes de que se vaya a hablar con el oficial. (...)
Rauda va depositando en la bandeja que espera SidneyS las comandas que le han pedido y se dirige dentro de la cocina a por la cena del doctor, sale de inmediato y camina hacia donde está el galeno, le sirve lo que ha pedido profiriendo una sonrisa amplia a ambos ya que el doctor estaba con el ofcial y sigue gallarda ejerciendo su trabajo con presteza, pero bien que escucha lo que dicen y se ha percatado de la incomodidad de la bailarina.
Caleb_McDougal: - La verdad es que si. Hay que comer bastante para mantener las fuerzas. Sobre todo cuando lo necesitamos. Sonrió ligeramente mientras que miraba a la joven Sutter antes de asentir un poco. -Me parece realmente bien. Y es cierto que las gentes de la ciudad son buenas gentes. Aunque hay casos y casos. Sobre todo cuando llegan ciertas horas y el licor trasforma a la gente. jajaja. -Sonrio ligeramente a la mujer antes
de hablar de nuevo con el Capitán. Alzó una de sus cejas. - ¿Un destacamento completo? Lo veo un poco excesivo teniendo en cuenta que sería para tranquilizar a sus gentes y asegurarse que no se acercan a la ciudad. Aunque... Si pensáis que es lo correcto, me parece bien. 6Dijo aunque después terminó por negar. - No, capitán. No ha sido la gente de la ciudad. De eso puedo dar fe. Cuando llegué pude ver que había huellas de *
caballos sin herrar. Y todos los de la ciudad están herrados.
Capitan_Daniel_Fields: Nada es excesivo cuando se trata de enfrentarse a indios, Doctor... Los conozco bien... Son como caimanes, capaces de permanecer mucho tiempo ocultos, pacíficos, y cuando te has olvidado de ellos, te atacan a traición....(Por unos instantes, pareció que su mirada se perdía en algunos episodios pasados, y el amargo odio asomó fugazmente)... Descuide, nos haremos cargo... (miró de soslayo a la mestiza, cuyo comentario no había pasado*
desapercibido).... Creo que esas partidas de salvajes tienen aliados aquí, en el pueblo...espías......(mientras con su mirada seguía los pasos de aquella camarera india)
SidneyS: -Así que caimanes... Que bonito, como le gustaba la prosa romántica que le dedicaba una y otra vez a aquellos con los que compartía la mitad de sus genes. Sabía que en algún momento la mirada helada del Capitán caería sobre ella, y el caso es que casi la sintió. Pero aquel comentario último le hacía sentirse culpable. Por lo menos tan desencaminado no iba. Cuando pasó por su lado, regresando con
la bandeja vacía, tuvo los arrestos de detenerse.- Ya le he dicho que si quiere saber algo... Me pregunte. Buenas noches, doc. -. Cuando el rostro de la mestiza se giró hacia el señor MacDougal, todo el semblante cambió con una sonrisa, que obligó a permanecer ahí como si le hubiesen clavado chinchetas.
Marion_Sutter: Mientras le sirve la cena al galeno va dialogando. - Sí, el alimento es importante para estar sano. - Valora mirándole, ríe entre dientes por su comentario hilarante y se fija que su jarra de cerveza aún está bastante llena. Al ver llegar a SidneyS le sonríe ya que le caía bien esa joven el poco tiempo que la conocía. (...)
Se encamina hacia la barra pues hay clientes por atender. Desliza la palma de la mano por la frente perlada de sudor por el ajetreo que lleva trabajando sin parar, excepto por los nimios momentos que se para a conversar con algún cliente que lo requiere.
Caleb_McDougal: - Si que lo es, señorita Sutter. -Inclinó ligeramente la cabeza a la joven en señal de respeto. Estaba hablando con el Capitan, y de vez en cuando prestaba atención a la joven Marion. ¿Cómo no hacerlo con esa encantadora sonrisa? Cuando vió pasar a su lado a la señorita Sidneys ladeó la cabeza e inclinó la cabeza. -Señorita Sidneys... -El era así, caballeroso y respetuoso con todo el mundo, después miró hacia el capitán *
- Me asustáis, Capitan Daniel. ¿Decis que puede haber simpatizantes de los indios en la ciudad? ¿Y con propósitos oscuros? Eso es horrible. Los indios son personas, como nosotros... Pero necesitan aprender que la tecnología y la ciencia no son nuevos monstruos. El ponerse de un lado u otro, no es bueno, porque al final concluirá en una terrible guerra, de la cual... Solo habrá victimas por doquier. Personas como *
la señorita Sydneys... que se intentan integrar.. Me cuesta pensar que tengan esos propósitos oscuros... para y con sus convecinos.
Capitan_Daniel_Fields: No sea ingenuo, Doctor.... Ya estamos en guerra. Esos indios no se integrarán jamás....(le dedicó una larga mirada de soslayo. Negó con la cabeza. Claro que eran personas. Sangraban como tales, eso lo sabía bien. Pero no eran como ellos. No como él. Esos indios eran perros asesinos)...Usted siga con sus enfermos, doctor....(esperó a que SidneyS pasara por delante de él, y tras el comentario de la mujer, alargó el brazo y golpeó su*
hombro con la carta, ahora doblada en forma de tubo en el puño)...Eh....Ya te pregunté en su momento, y me respondiste con bravatas acerca de que preferías morir que delatar a los tuyos, y que que te llevara a ti a Fort Douglas, así que no me vengas ahora con aires de colaboradora. Si para cuando acabe ésto lo único que tengo eres tú, te aseguro que tus pies acabarán balanceándose a dos palmos del suelo y bajo un árbol. Estás avisada, india.
SidneyS: -No le dio tiempo a esquivar el golpecito.- No me preguntó nada, capitán. Profirió muchísimas amenazas sin venir a cuento, simplemente porque tengo la desgracia de que mi padre sea blanco y mi madre india. -. Suspiró. No le convenía nada seguir con el cuentecito de graciosa del otro día. Además, cada día se levantaba una de forma diferente, y el despertar suyo de ese día había venido con
muchas advertencias. Que más le valía seguir.- ¿Quiere saber acerca de las tribus locales? No me importa colaborar, lo hago de mil amores. Pero ahórrese las amenazas para coaccionarme. No son necesarias y me tocan las narices lo indecible. -. Al ver que no le servía de nada salir de allí, se colocó entre los dos hombres y alargó el brazo para dejar la bandeja en la barra.- Marion, reina,
¿me buscas una botella de zarzaparrilla y cinco vasos? Los viejos se han quedado sin suministro.
Marion_Sutter: Apreció el trato del galeno que no le quedó indiferente pensándolo mientras iba atendiendo las mesas, ya sin el tembleque de los primeros días en su cuerpo, cuestión de acostumbrarse a lo que se le impone a una. Todo la muchedumbre se gira a contemplar al capitán por alzar el tono de la voz y por lo que hace con la bailarina. Se acerca para apoyar a su compañera de trabajo, frunce el ceño mirando al oficial de manera despectiva. (...)
- Disculpad oficial, pero SidneyS es una trabajora perteneciente al local, demuestre usted pues que es abnegado no como de los que se querella. - Espeta al capitán desviando la mirada mar hacia la bailarina, a la cual le ofrece una sonrisa. - Claro linda voy en seguida. - Mira a los presentes. - Y ahora si me disculpan voy a seguir con mi trabajo. (...)
Se da la vuelta sin ni siquiera dejar al oficial que le conteste pues ya está detrás de la barra preparando la comanda para los viejos que le ofrece en una bandeja sobre la barra a la bailarina.
Caleb_McDougal: Sonrió de manera cálida a la joven Sutter cuando se acercó. Por sus palabras, destinadas al capitán denotó que tenía un par bien puestos. Se rió ligeramente y después posó de manera afable la mano sobre el hombro del capitán. - Capitán Daniel. Disculpadme. Pero como bien sabéis conozco a la gente de la ciudad. Y podría poner mi mano en el fuego por ellos. Sea quien sea que ha hecho ésto, no es de la ciudad. *
preparados para la guerra. Estoy seguro que un hombre de vuestro talle y fuerza, no temería ante un encuentro con ellos. Y sería un gran ejemplo ante los demás. 6sonrió ligeramente. -Eso es lo que necesitamos ahora Capitán Daniel. ¿Qué le parece la idea? Se podría conocer mejor a nuestro enemigo... ¿No opina igual?
Capitan_Daniel_Fields (Siente como su paciencia empieza a agotarse ante los sermones pacíficos del Doctor. No puede evitar presionar con la mano el vaso de Whisky que aún sostiene mientras las palabras de amor y paz aguijonean su cerebro. Puede llegar a entender al médico. No se ha enfrentado nunca a los indios. Pero él sí. No gastará saliva explicándole lo que le hiceron a dos soldados de la Unión que mandaron como mensajeros a parlamentar. El buen*
doctor seguramente vomitaría. Desde luego, tampoco le va a contar como se vengó él en el episodio que le valió el nombre de El carnicero de Silver Lake. Apuró su bebida, y golpeó la barra con el culo del vaso)...Ya conozco a mi enemigo, Señor McDougal...desde el día en que quemaron a mi padre atado a la rueda de un carro y le arrancaron la cabellera a mi madre. Y ahora, cállese un rato.
SidneyS : -Que poca paciencia tenía aquel hombre. Y muchos humos. No era la primera vez que Sidney tenía la "suerte" de pulular alrededor de oficiales del ejército, por lo que aquello no fue ninguna sorpresa. Antes de que Marion le colocase la botella y los vasos en la bandeja, la mujer giró la cabeza hacia el doctor y lo contempló con gesto afable. No era ningún secreto para ella quiénes la miraban por
encima del hombro y la trataban como poco menos que un animal, y aquellos que pensaban que era otro miembro más de la variopinta población de Twin Falls. Y sí que se integraba, o lo intentaba: iba a misa, ayudaba a la parroquia, y trabajaba haciendo todo lo que Minerva le requería.- Gracias, guapísima. -. Le guiñó un ojo y agarró la bandeja.- Señor McDougal, estoy de acuerdo con eso de que
no haya sido ningún habitante del pueblo, pero... ¿Indios? Dime... ¿Para qué querría un indio robar un banco? El oro no tiene valor para ellos. -. ¡Meeec! Equivocación. El oro comprafa fusiles para poder hacer frente al ejército. Pero eso no lo iba a decir.
Minerva_Dalton (Minerva aprovechó que el capitán había salido para buscar la mirada de la mestiza. Con un leve cabeceo le indicó que tenían una conversación pendiente. Luego salió de detrás de la barra para volver a pasearse entre las mesas y bromear con algunos habituales. Lo de todos los días.)
Marion_Sutter: Escucha las palabras que expresa el capitán, comprende perfectamente su aflicción, pero no por eso deben pagar justos por pecadores. Niega con la cabeza ligeramente y sigue realizando su cometido; va atendiendo las mesas, llevando sobre la palma de la mano la bandeja y esquivando los pellizcos de algún hombre ebrio, aunque alguno caía y chasqueaba la lengua (...)
contrariada, pero al menos no tenía las posaderas amoratadas como terminó la primera noche. Previamente profiere a SidneyS una amplia sonrisa ante ese guiño cuando le preparó la bandeja con lo que le había pedido.
Setanta. Y a ella. Y, como era costumbre, se paseaba entre las mesas, de una timba a otra, regalando sonrisas y frases con doble sentido. Aunque ella siempre las decía en el sentido inocente, por supuesto. O no. Se acercó a la barra y llamó la atención de su prima. -Marion, haz el favor y dame esa botella de ahí. Esa, la larga del tapón de corcho. La segunda a tu izquierda.
Marion_Sutter: Se había engalanado con un vestido color negro y violeta, de tirantes que terminaban en puntillas negras y ribeteado en flores de lis negras en los bajos de la falda. Llevaba un recogido que elevaba el cabello rojizo dejando el rostro completamente despejado. Dos pendientes refulgen en sus orejas en forma de lágrima de plata vieja y perla. Mira a su prima al ver que la llama, asiente con la cabeza a (...)
su demanda y coge la botella que le pide de inmediato ofreciéndosela. - Toma Minerva, parece que hay mucha clientela esta noche. - Comenta escrutando el local y la muchedumbre que lo llena.
Caleb_McDougal: El sonido que provenía del interior del saloon era una melodía celestial capaz de captar los sentidos. Sonrió y tras cerrar la puerta de la consulta caminó para ir hacia el mismo. Se había pasado la tarde volando y tenía mucho apetito, y sobre todo muchas ganas de refrescarse el gaznate. Vestía como siempre de manera sencilla pero impoluta. Con un estilo muy cuidado. Sus botas resonaban bajo sus pies mientras que *
atravesaba el pasillo de madera que formaba la acera junto a las tiendas. Miró de soslayo durante un instante la armería, con cierto aire pensativo. Después, tras supirar, se adentró en el interior del saloon mirando a su alrededor. La música, buen humor y buen ambiente que habían allí creaban un agradable clima. Aunque claro, así es como eran todos los fines de semana. Quizas.. algo de diversion y risas, viniesen *
bien. Tras entrar, caminó hacia la barra, donde se apoyó, saludando con una inclinación de cabeza a los presentes.
Capitan_Daniel_Fields (Bajó por las escaleras uniformado, como siempre. Desde que había llegado al pueblo, se esforzó para que todo el mundo supiera que el ejército estaba allí. Sobre todo los indios, y sus simpatizantes. Obviamente, el uniforme estaba
siempre bien lavado y cepillado. Se esforzaba para que además, las estrellas que tenía sobre sendos hombros brillasen. Tres estrellas de cinco puntas. Capitán. Parecía contento por su semblante relajado. Descendiendo
la escalera de madera despacio, releyendo aquella carta que le había llegado ayer, remitida hacía días desde Fort Douglas. Parecían buenas nuevas. Llegó hasta la barra, y miró a ambas mujeres, dedicándoles un asentimiento de cabeza cortés a modo de saludo) Buenas noches, señoras.
Minerva_Dalton: -Gracias. Sí, eso parece. Esperemos que no se emborrachen hasta el punto de empezar una pelea. Gracias a Dios, parece que consigo mantenerlas medianamente alejadas de aquí. Después de la última gorda que montaron, todavía vivía el abuelo, así que fíjate el tiempo que hace, tuvimos que cerrar tres días para poder poner todo en orden. -Con la botella en la mano, se encaró al militar-. Buenas noches,
Capitán. Marion, ponle al capitán lo que él quiera. ¿Me disculpa un momento? En seguida estoy con usted. -Aunque ese "en seguida" podía tardar un poco, porque se sentó cómodamente en las piernas de un parroquiano a estropearle la mano de cartas.
Marion_Sutter: Contempla por el rabillo del ojo a Capitan_Daniel_Fields, mientras sonríe a su prima. - De nada. Esperemos... no me gustaría ver una contienda, jamás he visto una. - Resopla por su comentario sobre el familiar. - Pues sí que hace tiempo, tres días madre mía... menudo destrozo. - Desvía la mirada mar al capitán ofreciéndole una cordial sonrisa de saludo, no lo conocía así que se puso ligeramente nerviosa. (...)
- Sí, claro. ¿Qué le apetece tomar capitán? - Pregunta cortesmente al oficial tratando de mantener el control en su cuerpo, ya que jamás había ejercido como camarera, llevaba pocos días y era difícil estar en público al principio.
Caleb_McDougal: El doctor, que estaba apoyado sobre la barra, miró de soslayo como bajaba el capitán Daniel con cierta curiosidad. Repiqueteó con sus dedos sobre su barra y vió como las mujeres parecieron acercarse a él, como si de alguna manera su ropa actuase del mismo modo que actuaba una lámpara, atrayendo a las polillas que revoloteaban a su alrededor. Alzó una de sus cejas por ese mismo gesto y pareció suspirar. A fin *
de cuentas las mujeres tendían siempre a caer rendidas por un uniforme, aunque quien lo llevase no se mereciese ni una sola de las hebras de las que estaba compuesto su mismo traje. Se giró entonces para posar la mirada sobre la señorita Sutter y movió algo la mano. -Señorita Sutter, cuadno tenga a bien podría servirme una jarra de cerveza. Y algo para cenar. Se loa gradecería. Sonrió otra vez antes de mirar de
nuevo al Capitán Daniel. Mis disculpas Capitán. ¿Sería posible que hablase con vos un momento?
Capitan_Daniel_Fields (Miró a la llamada Marion, y medio sonrió) Limonada, gracias... Bueno, no...Hoy mejor un whisky, celebro un reencuentro (sacudió la carta enroscada en su mano derecha...... la voz del hombre le distrajo, y se volvió para
observarle)... Sí, podemos hablar, señor....
Sidney se escabulló del escenario en cuanto Ben dejó de tocar. Todavía tenía su número particular, pero éste sería más entrada la madrugada. Lo primero que quería hacer, como siempre, era quitarse los botines que le aprisionaban los pies, pero caminar descalza por el Saloon a aquellas horas no era inteligente. Así pues, se dirigió a la barra, al extremo de ésta más cercano al escenario, y
pasó por debajo de la madera.- ¿Necesitáis ayuda? -. Sonreía, algo bastante común en la mestiza, por mucho que hubiese personas que opinasen lo contrario. Llevaba puesto el mismo vestido que las demás bailarinas, escotado, que dejaba las piernas al aire, salvo que el suyo era bermellón y negro. Cada una ostentaba un color diferente-
(Minerva invitó a una copa al jugador al que había arruinado la mano. Tampoco es que le hubiese hecho perder dinero, pero era una pequeña compensación por dejarla tontear. Le encantaba fingir que no sabía de qué iba el juego, a pesar de que había aprendido a lo largo de aquellos años. Aunque nunca jugaba. Regresó a la barra y se puso a colocar las botellas. Iba y venía, aunque cuando estaba cerca del doctor y el capitán,
Intentaba pillar algo de su conversación. Marion y Sidney podían atender las mesas un rato. Aquellas botellas no estaban equidistantes. Y eso era muy importante.)
Marion_Sutter: Asiente con la cabeza a lo que pide el capitán, atenta, le sirve el whisky que había pedido en un vaso de cristal bien limpio, pues sabe que es alguien omportante, la autoridad del lugar siempre lo es. Vuelve a proferirle otra sonrisa cordial y se gira a saludar al doctor al verle. La joven mantiene ya una sonrisa perpetua, ya se lo dijo su prima; sonreír, ese es el truco, pero sinceramente. Así que es lo que hacía. (...)
- Enseguida doctor, también os informo de que hay esta noche cochinillo asado y carnes a la brasa, tortilla de verduras y queda algo de sopa de puchero. - Comenta al doctor a ver que quiere. Desvía la mirada hacia SidneyS y le sonríe. (...)
- Vienes de perlas, la barra está repleta allí al final de la misma hay tres nuevos clientes.
Caleb_McDougal:- Cochinillo asado y carnes a la brasa. Suena realmente bien, señorita Sutter. Eso mismo me parece bien. Gracias. -Sonrió de manera afable a la mujer antes de inclinar la cabeza un poco. -De nuevo, me alegra ver como os vais desenvolviendo cada vez mas y mejor.- Tras eso se acercó un poco al capitán ya que éste le dio permiso para hacerlo. 2Capitán Daniel, espero que me permita la sinceridad para hablar *
con usted. -Hizo una pausa -Recientemente he tenido que atender a un hombre en su granja de las
afueras, la que está cerca del viejo río seco. La noche anterior sufrió un ataque y asesinaron a todos sus animales de granja. Caballos, cerdos.. dejándolo a él malherido pero sin llegar a matarlo. Como sello y firma, dejaron algunas flechas clavadas sobre los postes. Su elaboración, tellaje y cuidado, dejan claro que *
son flechas muy ornamentadas, creadas por los índios. -Dijo esa ultima parte de manera confidencial al capitán, para que nadie más lo pudiese escuchar. Después se separó algo. -Es por tanto, que me gustaría sugerirle la posibilidad de establecer en la ciudad una pequeña base temporal para un destacamento militar. Si es posible, que enviase a algunos de sus hombres, para que ayudasen al Sheriff y a los demás a *
mantener un poco el órden y.. de esa manera.. contribuir a la seguridad del lugar. Aunque no hagan nada, pero su presencia disuirá y tranquilizará a las gentes.
Capitan_Daniel_Fields (Abrió los ojos cuando se percató de que el buen doctor venía a hablarle de indios. De indios que se dedicaban a asaltar granjas y a intentar asesinar a honrados ciudadanos americanos. Era algo usual, que los salvajes se comportaran como lo que eran: salvajes. Pero que eso se lo dijera un ciudadano de Twin Falls tras el asesinato del sheriff hacía que se abrieran ante él una serie de expectativas de su agrado. Era la excusa perfecta para
solicitar un escuadrón de soldados. Obviamente, bajo su mando. Obviamente, para ayudarle a reprimir a todo indio viviente que hubiese en las cercanías de este pueblo. Además, con eso aprovecharía para encontrar al indio que seguramente participó en el asesinato del sheriff)...Mañana mismo telegrafiaré a Fort Douglas pidiendo que nos envien un destacamento. Estoy seguro de que el Gobierno de este país no desatenderá el grito de auxilio*
de sus ciudadanos en tiempos como estos. Estamos aquí para combatir con mano de hierro la violencia ejercida por los indios que se creen con derecho sobre estas tierras que llaman suyas. Haré lo que pueda, Doctor...y ahora dígame.... cree usted que alguno de estos indios pudo participar en el asesinato del sheriff? Usted es de aquí, seguro que oye muchas cosas. No tema. Estados Unidos le protegerá.
SidneyS: Entre idas y venidas, como pasaba por delante del doctorcito y el capitán, enterándose de la conversación. No era de extrañar que poco a poco se fuese borrando su sonrisa. Conocía a los shoshones que había alrededor, así como los de la reserva. Eran personas en cierto modo pacíficas - menos aquellas dos tribus armadas que se negaban a cooperar - por lo que le extrañaba aquel comentario. Podían
ser, no obstante, comanches, tribu que había sido perseguida por el glorioso Ejército de los Estados Unidos, obligándolos a internarse en territorios extraños. ¿Pero Idaho? No. Demasiado lejos.- No tienen ni pvta idea. -. Murmuró, mientras
esperaba que Marion le llenase la bandeja con lo que le habían pedido en las mesas. Se obligó, sin embargo, a recuperar el semblante risueño de antes. No
quería que Minerva le llamase la atención por tener la cara más larga que un pergamino.
Minerva_Dalton (Contuvo el aliento y dejó de colocar botellas. No había logrado escuchar demasiado, pero sí lo suficiente para hilar telegrama, destacamento y proteger. Más militares. Eso indicaba más clientes para comer y beber, pero, por desgracia ya sólo quedaba una habitación libre. A menos que estableciesen un campamento fuera del pueblo y pasara a tener dos. De momento, mientras el telegrama llegaba y el destacamento se ponían en marcha y recorría la distancia.
Ella tenía asegurados otros diez o doce días más de ocupación. Sus ojos se desviaron hacia Sidney un momento, pero no le dijo nada. Sonrió y continuó haciendo cosas innecesarias tras la barra.)
Marion_Sutter: - Veo que hay apetito doctor, eso es bueno. - Aprecia memorizando la comanda. - Así es, gracias. Bueno, nunca había desempeñado el trabajo de camarera y cuesta al principio acostumbrarse a estar frente al público, pero mi prima me ayuda mucho y las gentes de Twin Falls son gentes condescendientes por lo que me es más sencillo sentirme una más. - Comunica la joven al doctor antes de que se vaya a hablar con el oficial. (...)
Rauda va depositando en la bandeja que espera SidneyS las comandas que le han pedido y se dirige dentro de la cocina a por la cena del doctor, sale de inmediato y camina hacia donde está el galeno, le sirve lo que ha pedido profiriendo una sonrisa amplia a ambos ya que el doctor estaba con el ofcial y sigue gallarda ejerciendo su trabajo con presteza, pero bien que escucha lo que dicen y se ha percatado de la incomodidad de la bailarina.
Caleb_McDougal: - La verdad es que si. Hay que comer bastante para mantener las fuerzas. Sobre todo cuando lo necesitamos. Sonrió ligeramente mientras que miraba a la joven Sutter antes de asentir un poco. -Me parece realmente bien. Y es cierto que las gentes de la ciudad son buenas gentes. Aunque hay casos y casos. Sobre todo cuando llegan ciertas horas y el licor trasforma a la gente. jajaja. -Sonrio ligeramente a la mujer antes
de hablar de nuevo con el Capitán. Alzó una de sus cejas. - ¿Un destacamento completo? Lo veo un poco excesivo teniendo en cuenta que sería para tranquilizar a sus gentes y asegurarse que no se acercan a la ciudad. Aunque... Si pensáis que es lo correcto, me parece bien. 6Dijo aunque después terminó por negar. - No, capitán. No ha sido la gente de la ciudad. De eso puedo dar fe. Cuando llegué pude ver que había huellas de *
caballos sin herrar. Y todos los de la ciudad están herrados.
Capitan_Daniel_Fields: Nada es excesivo cuando se trata de enfrentarse a indios, Doctor... Los conozco bien... Son como caimanes, capaces de permanecer mucho tiempo ocultos, pacíficos, y cuando te has olvidado de ellos, te atacan a traición....(Por unos instantes, pareció que su mirada se perdía en algunos episodios pasados, y el amargo odio asomó fugazmente)... Descuide, nos haremos cargo... (miró de soslayo a la mestiza, cuyo comentario no había pasado*
desapercibido).... Creo que esas partidas de salvajes tienen aliados aquí, en el pueblo...espías......(mientras con su mirada seguía los pasos de aquella camarera india)
SidneyS: -Así que caimanes... Que bonito, como le gustaba la prosa romántica que le dedicaba una y otra vez a aquellos con los que compartía la mitad de sus genes. Sabía que en algún momento la mirada helada del Capitán caería sobre ella, y el caso es que casi la sintió. Pero aquel comentario último le hacía sentirse culpable. Por lo menos tan desencaminado no iba. Cuando pasó por su lado, regresando con
la bandeja vacía, tuvo los arrestos de detenerse.- Ya le he dicho que si quiere saber algo... Me pregunte. Buenas noches, doc. -. Cuando el rostro de la mestiza se giró hacia el señor MacDougal, todo el semblante cambió con una sonrisa, que obligó a permanecer ahí como si le hubiesen clavado chinchetas.
Marion_Sutter: Mientras le sirve la cena al galeno va dialogando. - Sí, el alimento es importante para estar sano. - Valora mirándole, ríe entre dientes por su comentario hilarante y se fija que su jarra de cerveza aún está bastante llena. Al ver llegar a SidneyS le sonríe ya que le caía bien esa joven el poco tiempo que la conocía. (...)
Se encamina hacia la barra pues hay clientes por atender. Desliza la palma de la mano por la frente perlada de sudor por el ajetreo que lleva trabajando sin parar, excepto por los nimios momentos que se para a conversar con algún cliente que lo requiere.
Caleb_McDougal: - Si que lo es, señorita Sutter. -Inclinó ligeramente la cabeza a la joven en señal de respeto. Estaba hablando con el Capitan, y de vez en cuando prestaba atención a la joven Marion. ¿Cómo no hacerlo con esa encantadora sonrisa? Cuando vió pasar a su lado a la señorita Sidneys ladeó la cabeza e inclinó la cabeza. -Señorita Sidneys... -El era así, caballeroso y respetuoso con todo el mundo, después miró hacia el capitán *
- Me asustáis, Capitan Daniel. ¿Decis que puede haber simpatizantes de los indios en la ciudad? ¿Y con propósitos oscuros? Eso es horrible. Los indios son personas, como nosotros... Pero necesitan aprender que la tecnología y la ciencia no son nuevos monstruos. El ponerse de un lado u otro, no es bueno, porque al final concluirá en una terrible guerra, de la cual... Solo habrá victimas por doquier. Personas como *
la señorita Sydneys... que se intentan integrar.. Me cuesta pensar que tengan esos propósitos oscuros... para y con sus convecinos.
Capitan_Daniel_Fields: No sea ingenuo, Doctor.... Ya estamos en guerra. Esos indios no se integrarán jamás....(le dedicó una larga mirada de soslayo. Negó con la cabeza. Claro que eran personas. Sangraban como tales, eso lo sabía bien. Pero no eran como ellos. No como él. Esos indios eran perros asesinos)...Usted siga con sus enfermos, doctor....(esperó a que SidneyS pasara por delante de él, y tras el comentario de la mujer, alargó el brazo y golpeó su*
hombro con la carta, ahora doblada en forma de tubo en el puño)...Eh....Ya te pregunté en su momento, y me respondiste con bravatas acerca de que preferías morir que delatar a los tuyos, y que que te llevara a ti a Fort Douglas, así que no me vengas ahora con aires de colaboradora. Si para cuando acabe ésto lo único que tengo eres tú, te aseguro que tus pies acabarán balanceándose a dos palmos del suelo y bajo un árbol. Estás avisada, india.
SidneyS: -No le dio tiempo a esquivar el golpecito.- No me preguntó nada, capitán. Profirió muchísimas amenazas sin venir a cuento, simplemente porque tengo la desgracia de que mi padre sea blanco y mi madre india. -. Suspiró. No le convenía nada seguir con el cuentecito de graciosa del otro día. Además, cada día se levantaba una de forma diferente, y el despertar suyo de ese día había venido con
muchas advertencias. Que más le valía seguir.- ¿Quiere saber acerca de las tribus locales? No me importa colaborar, lo hago de mil amores. Pero ahórrese las amenazas para coaccionarme. No son necesarias y me tocan las narices lo indecible. -. Al ver que no le servía de nada salir de allí, se colocó entre los dos hombres y alargó el brazo para dejar la bandeja en la barra.- Marion, reina,
¿me buscas una botella de zarzaparrilla y cinco vasos? Los viejos se han quedado sin suministro.
Marion_Sutter: Apreció el trato del galeno que no le quedó indiferente pensándolo mientras iba atendiendo las mesas, ya sin el tembleque de los primeros días en su cuerpo, cuestión de acostumbrarse a lo que se le impone a una. Todo la muchedumbre se gira a contemplar al capitán por alzar el tono de la voz y por lo que hace con la bailarina. Se acerca para apoyar a su compañera de trabajo, frunce el ceño mirando al oficial de manera despectiva. (...)
- Disculpad oficial, pero SidneyS es una trabajora perteneciente al local, demuestre usted pues que es abnegado no como de los que se querella. - Espeta al capitán desviando la mirada mar hacia la bailarina, a la cual le ofrece una sonrisa. - Claro linda voy en seguida. - Mira a los presentes. - Y ahora si me disculpan voy a seguir con mi trabajo. (...)
Se da la vuelta sin ni siquiera dejar al oficial que le conteste pues ya está detrás de la barra preparando la comanda para los viejos que le ofrece en una bandeja sobre la barra a la bailarina.
Caleb_McDougal: Sonrió de manera cálida a la joven Sutter cuando se acercó. Por sus palabras, destinadas al capitán denotó que tenía un par bien puestos. Se rió ligeramente y después posó de manera afable la mano sobre el hombro del capitán. - Capitán Daniel. Disculpadme. Pero como bien sabéis conozco a la gente de la ciudad. Y podría poner mi mano en el fuego por ellos. Sea quien sea que ha hecho ésto, no es de la ciudad. *
preparados para la guerra. Estoy seguro que un hombre de vuestro talle y fuerza, no temería ante un encuentro con ellos. Y sería un gran ejemplo ante los demás. 6sonrió ligeramente. -Eso es lo que necesitamos ahora Capitán Daniel. ¿Qué le parece la idea? Se podría conocer mejor a nuestro enemigo... ¿No opina igual?
Capitan_Daniel_Fields (Siente como su paciencia empieza a agotarse ante los sermones pacíficos del Doctor. No puede evitar presionar con la mano el vaso de Whisky que aún sostiene mientras las palabras de amor y paz aguijonean su cerebro. Puede llegar a entender al médico. No se ha enfrentado nunca a los indios. Pero él sí. No gastará saliva explicándole lo que le hiceron a dos soldados de la Unión que mandaron como mensajeros a parlamentar. El buen*
doctor seguramente vomitaría. Desde luego, tampoco le va a contar como se vengó él en el episodio que le valió el nombre de El carnicero de Silver Lake. Apuró su bebida, y golpeó la barra con el culo del vaso)...Ya conozco a mi enemigo, Señor McDougal...desde el día en que quemaron a mi padre atado a la rueda de un carro y le arrancaron la cabellera a mi madre. Y ahora, cállese un rato.
SidneyS : -Que poca paciencia tenía aquel hombre. Y muchos humos. No era la primera vez que Sidney tenía la "suerte" de pulular alrededor de oficiales del ejército, por lo que aquello no fue ninguna sorpresa. Antes de que Marion le colocase la botella y los vasos en la bandeja, la mujer giró la cabeza hacia el doctor y lo contempló con gesto afable. No era ningún secreto para ella quiénes la miraban por
encima del hombro y la trataban como poco menos que un animal, y aquellos que pensaban que era otro miembro más de la variopinta población de Twin Falls. Y sí que se integraba, o lo intentaba: iba a misa, ayudaba a la parroquia, y trabajaba haciendo todo lo que Minerva le requería.- Gracias, guapísima. -. Le guiñó un ojo y agarró la bandeja.- Señor McDougal, estoy de acuerdo con eso de que
no haya sido ningún habitante del pueblo, pero... ¿Indios? Dime... ¿Para qué querría un indio robar un banco? El oro no tiene valor para ellos. -. ¡Meeec! Equivocación. El oro comprafa fusiles para poder hacer frente al ejército. Pero eso no lo iba a decir.
Minerva_Dalton (Minerva aprovechó que el capitán había salido para buscar la mirada de la mestiza. Con un leve cabeceo le indicó que tenían una conversación pendiente. Luego salió de detrás de la barra para volver a pasearse entre las mesas y bromear con algunos habituales. Lo de todos los días.)
Marion_Sutter: Escucha las palabras que expresa el capitán, comprende perfectamente su aflicción, pero no por eso deben pagar justos por pecadores. Niega con la cabeza ligeramente y sigue realizando su cometido; va atendiendo las mesas, llevando sobre la palma de la mano la bandeja y esquivando los pellizcos de algún hombre ebrio, aunque alguno caía y chasqueaba la lengua (...)
contrariada, pero al menos no tenía las posaderas amoratadas como terminó la primera noche. Previamente profiere a SidneyS una amplia sonrisa ante ese guiño cuando le preparó la bandeja con lo que le había pedido.
Mizar- Esclavo
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11 de agosto. Saloon. Madrugada (a partir de las 00.52h XD)
-Señorita Sidney -sonrió el doctor mientras que la miraba-. El oro sirve para comerciar. Y el comercio y trueque consiguen armas... información... y curiosos compañeros de cama. Con eso quiero decir, que no se puede saber exactamente el qué... Pero atrás quedó el tiempo en el que se comerciaba con ellos con "agua de fuego", están aprendiendo -Alzó ligeramente los hombros-. Ese dinero, iba a servir para mejorar el fuerte y arreglar la ciudad... Ahora... Bueno, tenemos que tomar otro camino y pensar otras soluciones. Ojalá pudiésemos encontrar el dinero, o por lo menos, tener la tranquilidad y seguridad de que todo irá mejor -Negó-. Ya habéis escuchado al capitán y lo que piensa. Las cosas no están demasiado bien. No se que habrá visto él... pero esto... -Se llevo la copa de whisky a los labios y se la bebío.
Sidney frunció el ceño. Vaya... Así que el doctor estaba bien informado... Sospechoso. ¿Qué era lo que le llevaba a saber tanto de los pieles rojas?
-Cómo usted diga, doc. Yo solo soy una bailarina, una mestiza que ni siquiera sabe leer -Se encogió de hombros y se dio la vuelta con la bandeja.
No le pasó desapercibida la mirada de Minerva, por lo que se apresuró a dejar la zarzaparrilla sobre la mesa de los viejos, que estaba bien cerca del escenario dónde bailaba una de sus compañeras, y regresó a la barra, a uno de los extremos, para depositar el utensilio vacío. Y se dirigió a las escaleras. No iba a esperar toda la noche si la jefa quería echarle la bronca por deslenguada.
Minerva siguió con una disimulada mirada a Sidney. Esperó unos minutos y fue tras ella. Entró en la habitación donde esperaba la mestiza y cerró la puerta tras ella. Suspiró antes de empezar a hablar.
-Deberías tener más cuidado con lo que dices, Sid. Sabes muy bien que al capitán no le gustas y yo no quiero problemas. No voy a reprenderte por tus respuestas, aunque frente a él parezca que sí. Pero ten cuidado, sobre todo si de verdad va a venir un destacamento. Puede que los que vengan no sean tan "civilizados".
-No digáis eso -dijo McDougal-. Sois una mujer que habéis visto mucho, escuchado mucho, y que tiene sus propias vivencias e historias. No os escudéis en no saber leer ni escribir. A fin de cuentas los libros no nos hacen cultos. Sino lo que vivimos y descubrimos -Seguia con la mirada a la joven señorita Sidney mientras que sonreía divertido. Le gustó esa respuesta que le dió, pero lo que él dijo era de dominio público. Desde hacia años los pieles rojas comerciaban por el agua de fuego y después cambiaron por oro y dólares. Confiaba en que el dinero, no se utilizase para comprar armas. Y si así fuese... confiaba en que la guerra no llegase hasta el tranquilo pueblecito en el que vivían. Suspiró con pesadez y bebió de nuevo de su copa terminándosela de un trago.
Sidney se sentó sobre la cama y apoyó la cabeza sobre las manos, los codos sobre los muslos.
-Min, sabes de sobra que no me puedo callar. Hable o no hable, si no consigue lo que quiere, caigo yo -Metió los dedos entre el oscuro pelo, desbarajustándose el peinado-. Estoy hasta el cuello de mierda, y más si el doctorcito sigue inculpando a los indios. Todo el pueblo sabe que a veces desaparezco, solo es cuestión de tiempo que alguien se vaya de la lengua. -Alzó la cara, que estaba contraída por la preocupación-. ¿Quieres que me calle? Me callo. Pero va a dar igual.
Minerva resopló, derrotada.
-No es porque te calles o hables. Aunque sí es cierto que el que te mordieras la lengua a veces ayudaría. Aquí todo el mundo sabe cómo eres y cómo contestas, pero el Capitán Fields no. Y los soldados que vendrán, tampoco. Y no quiero problemas con ellos. Sabes que si salta algo salpica al saloon, sea lo que sea, habrá jaleo. Y si a mí me pasa algo, ¿quién cuidará de Tom? sé que tú no quieres que eso ocurra y no intento presionarte. Sólo te pido que tengas cuidado, ¿de acuerdo? Y asegúrate de que Setanta y Seo sepan que va a haber más uniformes por aquí. -Se cruzó de brazos-. Entre lo que bebe uno y lo que apuesta el otro... miedo me da lo que pueda deesatarse con soldados que seguro que beben y apuestan tanto como ellos.
-Min, sé realista. A ti no te va a pasar nada. El hecho de que me emplees a mi no implica que me defiendas con uñas y dientes. Es más... Te lo prohíbo, ¿me oyes? -Suspiró. Ojalá la banda de mierda hubiera ido a robar diligencias-. Y Set y Seo saben de sobra en el lío que estoy. Me han dicho que ni un lío más con el capitán. -Se levantó-. Y ningún lío más. Cantaré como un petirrojo si eso es lo que quiere. -Se dirigió hacia el espejo que había en el dormitorio, para reajustarse el peinado-. Sabes que me importa tres rábanos lo que le suceda a la tribu de Perro Mojado. Ojalá los exterminen a todos -Minerva conocía un poco su historia. Se la había tenido que contar. Y del mismo modos sabía que no quería que el Ejército acabase con ellos. Quería hacerlo ella misma.
Minerva se acercó hasta Sidney y le puso la mano en el hombro.
-Vamos, no te derrumbes ahora. En cuanto sepan quién ha matado al sheriff se irán. Ayudémosles a descubrirlo y que se marchen cuanto antes. Yo solo quiero volver a la normalidad. Anda, bajemos, tenemos muchas copas que servir esta noche. Y sonríe. Ahí abajo no pasa absolutamente nada. Todo es felicidad y algarabía, ¿de acuerdo?
Sidney asintió. Terminó de arreglarse el peinado y pasó por delante de Minerva, dejándole una caricia en los desnudos hombros y susurrándole un: -Gracias -Y bajó las escaleras de nuevo para mezclarse con los parroquianos. No se le pasó por alto que el Capitan Daniel Fields había regresado, pero decidió que lo mejor era dirigirse a la parte opuesta del local.
Minerva suspiró y bajó tras ella. La versión oficial, que le había llamado la atención por ser tan deslenguada. Volvió a meterse tras la barra y se sirvió un vaso de licor, exhibiendo de nuevo su faceta más coqueta.
Lo siguiente debería ir en el día 9, por la tarde, en el saloon, después de la conversación entre el doctor y el telegrafista, pero por motivos de limpieza de logs, va a tener que ir aquí.
Minerva tardó unos minutos en regresar. Lo que tardó Tom en cambiarse de ropa y meterse en la cama y ella en darle un beso de buenas noches. Cuando bajó las escaleras, tanto el telegrafista como el médico ya no estaban en la sala. No le importó demasiado, había demasiada gente allí como para estar ociosa. Se alisó el vestido y se recolocó los guantes de encaje, acercándose a una de las mesas en las que se jugaba una timba.
Tras dejar al señor Atwood marchar hacia su casa, McDougal cruzó la calle de nuevo hacia el saloon. La verdad es que se había acostumbrado a comer y a cenar ahí, ya que el vivir solo le daba bastante autonomía y también pereza para hacer ciertas cosas. Entre ellas cocinar. No había nada que le aburriese más. Tras cruzar y empujar las puertas que daban al saloon miró levemente a su alrededor saludando a los parroquianos con una leve inclinación de cabeza. Siguió con los ojos los movimientos de la señorita Dalton, quien se movía de un lado a otro -y es que a esas horas había bastante trabajo-. Se acercó hacia una mesa libre y se quitó el sombrero, dejándolo apoyado en el lateral de la silla. Se desabrochó la el primer botón de su camisa, para refrescarse un poco e hizo una señal para llamar la atención de la señorita Dalton, o de una de las camareras.
En cuanto vio entrar de nuevo al doctor, Minerva buscó la ocasión para regresar tras la barra. No iba a cortar la conversación de forma abrupta, pero sí se las ingenió para no alargarla demasiado. Se disculpó con los jugadores y se encaminó -con aquel suave contoneo de caderas- hacia el sr McDougal.
-Buenas noches, doctor. Ya le estaba echando de menos.
-Sois una aduladora, señorita Dalton -Se rió ligeramente cuando la escuchó para despues acomodarse mejor en el asiento-. Disculpad mi marcha, tenía que entregarle algo al señor Atwood para que lo echase al correo con la mayor de las urgencias -Sonrió después de manera afable-. Pero ahora, soy todo vuestro, y mi estómago. Tambíen.
Minerva rió suavemente:
-Sabe que se lo digo de verdad. ¿Quiere que le traiga un plato de estofado de ternera? Todavía queda algo y puede que no esté demasiado frío. Se lo pondré al fuego un ratito, ¿le parece? -preguntó dispuesta a meterse en la cocina y servirle un poco de comida.
-Si hace eso se ganará mi eterno corazón -Se rió de nuevo un poco-. Y si no es molestia, tráigame una cerveza también para acompañar la comida. Ha sido otro día muy largo -Suspiro un poco y metio la mano en el bolsillo para sacar su reloj y mirar la hora. Con un leve gesto lo volvió a guardar y levanto la mirada para entregar una sonrisa a la mujer-. Espero que después, podamos seguir compartiendo otra agradable charla.
Sin dilación, la mujer se metió por la portezuela que había junto a la barra y que daba acceso a la pequeña cocina para calentarle la cena al doctor. Pasados unos minutos, dejó delante de él un plato humeante y una jarra de cerveza.
-Que aproveche, doctor. -Se sentó en una banqueta, dentro de la barra, para seguir charlando con él.
-Muchas gracias -Sonrió de nuevo de manera afable para después meter la cuchara y empezar a comer con tranquilidad pese a que estaba famélico. El comia ahi casi todos los días, pero era mejor gastar que entretenerse en hacer la comida, un tiempo que no tenía-. Dígame, señorita Dalton. ¿Se siente más tranquila ahora?
-No mucho, la verdad. Pero tengo que mostrarme entera, sobre todo delante de Tom. Tengo que fingir que no pasa nada. No quiero que él esté intranquilo y quiera hacerse el valiente. Ya sabe que, como su padre murió, él intenta ser el hombre de la casa, pero es sólo un niño.
-Si, tiene una gran responsabilidad por encima. A veces me sorprenden.... las mujeres, en realidad. Son muy fuertes y tienden a no caer nunca. -Sonrió calmadamente mientras que miraba a la mujer. Asintió levemente a sus palabras -Si.. tiene que madurar muy deprisa.. y el quiere hacerlo. Hacerse responsable y ayudar a su madre. Es un buen chico.
-Lo sé, pero no deja de ser un chiquillo. Apenas tiene 10 años. Y le hace tanta falta la figura de un padre. Alguien recto, que le enseñe buenos valores. Y no... -se calló el "no lo que se ve aquí a diario, que son una panda de borrachos gandules"-. Usted me entiende. Ay. Es una pena. Al menos nos dejó un negocio que nos permite vivir.
-Pero su hijo Tom la tiene a usted. Quien le esta enseñando el camino correcto que tiene que tomar. Cierto es que por desgracia, viene mucha gente amante del licor, la buena vida, y los líos fáciles, pero también viene otra gente buena. Es a esa gente a quien se tiene que acercar, para el día de mañana convertirse en un gran hombre. Usted le entrega el cariño. Ahora necesita las experiencias -Sonrió.
-Si. Parece haber encontrado un aliciente en el sr Atwood. Está como loco con la idea del telégrafo. Por él, estaría a todas horas viéndole mandar mensajes. Pero no puedo permitirle que se convierta en una molestia. Si un día de estos, mientras Tom está de vacaciones, atiende usted a algun animal, que no sea nada demasiado grave o urgente, ¿le importaría si le acompañamos y así Tom aprende un poco?
-No. Para nada. No sería ninguna molestia. De hecho me vendría bien tener el día de mañana un ayudante. Yo tengo que salir muchas veces, y no me gusta dejar la consulta desatendida, porque podría ocurrir algo importante. Y ya sabe, que no se puede estar en sitios distintos a la vez -Alzó ligeramente los hombros mientras que miraba a la mujer para después sonreir algo-. Ahora, quizás el tiene que centrarse en la escuela y su aprendizaje. Pero cuando tenga tiempo, podría acompañarme sin problema.
-Por supuesto, el colegio es lo primero. Pero como el pobrecito no tiene contacto con demasiadas personas en sus trabajos, temo que no sepa por qué decidirse. Está claro que el Saloon pasará a sus manos cuando yo falte, pero no me gustaría frustrarle una vocación si le fuera posible compaginarla. Las madres siempre tenemos grandes aspiraciones para nuestros hijos. Los vemos siempre en lo más alto, como hombres de éxito.
-Le entiedno perfectamente, señorita Dalton. Conmigo puede contar. Si el buen Tom descubre que le gusta esa carrera, quizás el día de mañana podría ser un buen ayudante. Siempre estudiando, formandose y aprendiendo -Sonrio calmadamente mientras que miraba a la mujer antes de volver a meter la cuchara en el plato y comer.
Minerva sonrió.
-Es un buen chico. Trabaja mucho. En eso sale a su padre. Era un gran hombre, trabajador, honrado y bueno. Es una pena que muriera tan joven. Sé que habría sido un padre estupendo. Pero Dios lo ha querido así.
-Si, la verdad es que los designios del señor son así de caprichosos. Nunca podemos saber exactamente en qué gran parte del plan celestial nos encontramos -Alzó ligeramente los hombros-. Pero es una gran mujer. Joven... hermosa... Quizás otro hombre se ponga en su camino y consiga robar su corazón.
Minerva sonrió con indulgencia y meneó la cabeza.
-Doctor, ambos sabemos que eso no pasará. Ya no soy una jovencita casadera y el local que regento no me da precisamente fama de dama recatada, aunque no sea una libertina y no me vaya a la cama con cuanto hombre se me acerque, es un pensamiento extendido. Falso, pero extendido.
-Me parece a mi, que la gente no se toma demasiado tiempo en conocer realmente a la gente. Siempre hay que ser capaz de mirar mas allá de la fachada para ver lo que se esconde en el interior. Créame si le digo que ese momento llegará. Porque es muy viva, y una persona tan viva como usted, señorita Dalton, no merece estar sola -sonrió de nuevo con calidez antes de levantar la copa de whisky y llevarsela a los labios.
Ella le cogió la mano libre y se la apretó suavemente.
-Usted tiene una forma muy amable de mirarme, doctor. A mí y a cualquiera de este lugar. Es usted un gran hombre.
Él sonrió y le apreto levemente la mano en un gesto que inspiraba tranquilidad y seguridad.
-Por favor, señorita Dalton, no digo nada que no sea. Cierto es que en el pueblo también hay malas lenguas. Pero aquellos que le conocen de verdad saben como es. Una gran mujer, con un gran carácter, y una gran historia a sus espaldas. No piense en lo malo. Sino en lo que queda por llegar.
-Dios le oiga -le soltó para servirse ella misma una copa y acompañarle. La levantó en señal de brindis-. Por lo bueno que tiene que llegar -Y se llevó el vaso a los rojos labios, que en ningún momento habían dejado de sonreír.
-Por lo bueno que tiene que llegar -Alzó tambien la copa para después llevarsela a los labios y beber de nuevo. Tras eso, suspiró placenteramente. -Una comida deliciosa, señorita Dalton, como siempre. Y mucho más agradable y amena la compañia.
-Ésta es su casa, doctor. Sabe que aquí siempre hay un plato para usted. O los que quiera. -Pagando, claro, como todos los demás, pero se lo servía con mucho gusto.
-Es muy amable. -Sonrió ligeramente-. Eso me recuerda que le debo la cuenta de hoy. -Sacó de su bolsita algunas monedas para pagarla-. Comida y cena. Como siempre. -Dejo el dinero sobre la barra antes de sonreir-. Y.. Respecto a lo que le dije... Le aseguro que muchos se pondrían delante para proteger una sonrisa tan encantadora como la suya.
-Pues lo de todos los días -respondió, manteniendo su sonrisa, para él-. Aunque ya sabe que si un día, por lo que sea, no trae consigo, yo le fío de mil amores. -Había que saber tratar bien a los clientes habituales y el crédito era una buena forma de demostrarlo-. Ojalá tenga usted razón, doctor. Pero creo que aquí vienen más por la bebida y por las faldas de las chicas que por mi sonrisa.
-Jajaja. Pues no saben lo que se pierden. Yo lo hago por su sornrisa. -Dijo para después guiñarle uno de sus ojos-. Y esas expertas manos que tiene -Sonrio de nuevo antes de acomodarse un poco mejor sobre su asiento-. Pero.. No me suelo equivocar con las cosas. Deje algo de tiempo y verá como tengo razón.
-Usted me adula, doctor. Va a conseguir que me suban los colores. Y créame, hace mucho que los hombres dejaron de conseguir eso.
-Entonces me haríais un buen regalo esta noche, ya que hace tiempo que no disfruto de esa hermosa visión-. Sonrio de nuevo adulador antes de tenderle el vasito para que se lo vuelva a rellenar. Ya dejó el dinero sobre la barra de la comida de ese día.
Minerva bajó la mirada, avergonzada, con una tímida sonrisa. Si era real o fingida sólo lo sabía ella. Ya no era un jovencita, pero tampoco era tan mayor y todavía estaba de buen ver. Sin embargo, sabía que no era el tipo de mujer que obtiene un segundo marido.
-¿Veis? Gracias por el regalo. Una bonita visión, ya merecida -Sonrio y alzo su mano para rozar su mejilla y dejar un suave roce. Tras el, retiro la mano-. Se que puede estar preocupada por lo que le depara el mañana. Pero todos estamos igual. Viva el presente. Sonría, sea usted misma y esté orgullosa. Pues está criando a un gran chico.
Minerva levantó los ojos para mirarle.
-Tom es mi vida, mi orgullo. Es lo que hace que me levante cada mañana para trabajar y pelear con la panda de borrachos que viene tan a menudo -rió suavemente.
-¿Ve? Eso es lo que habla por usted y dice que es una gran mujer. No desfallezca. Cuando menos lo espere ese momento llegara -Sonrio antes de empezar a ponerse en pie para después tomar su sombrero-. Le invitaría a dar un paseo, porque hace aqui un calor horrible, pero temo que no pueda salir, hay demasiada gente.
-Por desgracia así es. Sólo podré acompañarle hasta la puerta -y unos metros más. Se levantó y salió de detrás de la barra para caminar a su lado hacia la salida-. Pero en otra ocasión estaré más que encantada de acompañarle.
-En otra ocasion entonces. Entiendo que tenga mucho trabajo -Dijo mientras que se colocaba el sombrero. Empezó a caminar después con ella hacia la puerta sin prisa. Se cruzó de brazos en una postura tranquila que él mismo solia adoptar siempre-. ¿Está más tranquila ya? Confio en que nuestra charla le haya tranquilizado.
Minerva aprovechó que cruzaba los brazos y se agarró de él.
-Sí, muchas gracias, doctor, me ha ayudado mucho charlar con usted. Tenemos pendiente ese paseo, no piense que me acojo al trabajo como excusa.
-Por supuesto, es un ofrecimiento en firme. -Sonrio de nuevo mientras que la miraba para después salir al exterior del saloon tras empujar levemente la puerta para permitir que ambos pudiesen pasar-. Y con respecto al tema del arma... Siempre es bueno tenerla. aunque sea como elemento disuasorio, y mas usted, con su trabajo.
-Por eso me he decidido a comprar una, dejaré que la sra Meier me asesore. Aunque no sé usarla, necesitaría que alguien me enseñase. Y no quiero ser una molestia para ella si se lo pido.
-Comprendo. Temo ser bastante patoso en el tema de las armas. Las llevo como elemento disuasorio más que como un herramienta a utilizar. -Susprio ligeramente-. Quizás el más indicado para eso podría ser el sheriff. ¿No cree? Tiene una buena punteria y templanza. Seria interesante que diese clases a los ciudadanos por si llega el momento de ser necesarias. Quiera Dios que no..
-No sé si es buena idea. Ese hombre no parece fiarse mucho de mí. Bueno, ni de mí, ni de nadie. Como si sospechase de todo el mundo. En parte lo comprendo, porque venir a investigar la muerte de su predecesor... Tiene que ser un mal trago.
-Supongo que si. -Suspiró ligeramente-. Supongo que le podría dar algunas clases. Aunque ya le aviso que no se manejar bien el arma. Supongo que para saber moverse un poco, recargarla, apuntar y demás no hace falta demasiado. El resto es entereza y práctica.
-Con eso estoy segura de que será más que suficiente. -Se detuvo, a unos metros del salón, lo poco que le había acompañado, como iba agarrada a él, le obligó a detenerse-. Debería regresar. Los sábados son noches complicadas. ¿Le veré mañana?
-Por supuesto. Que paseis una buena noche señorita Dalton, y espero que ésta esté libre de problemas. -Inclinó ligeramente la cabeza para darse un toque con sus dedos en el ala del sombrero. Despues se separó de ella un poco y dejó que se retirase. El la observó marchar, antes de meter las manos en sus bolsillos y sacar un cigarrillo, el cual se llevo a los labios y se encendio.
-Buenas noches, doctor. -Le soltó y se alejó. Cuando había recorrido unos metros, más o menos la mitad de la distancia que la separaba del salón, miró por encima del hombro y le regaló una última sonrisa antes de continuar su camino hasta el interior de su local.
Pallas_Atenea- Homo-repartidora de nubes rosas
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Domingo. Mañana.
Los domingos la armería se encontraba cerrada, las campanas habian repicado a misa y aquellos seguidores se habían agrupado en el templo, tras padecer las horas de intenso sopor bajo el monótono discurso aderezado por un color casi insoportable, las puertas se abrieron, el improvisado club social se transladó a las afueras del edificio, cobijado por unos grandes árboles que entregaban una cómoda sombra. Evelyn se agachó y rehizo el nudo que sostenía el sombrero de Sophia entorno a su cuello, la cinta de raso de su mejor sombrero quedó adornada con un bonito lazo. - La verdad es que ese lugar debería ser cerrado - Vamos señora Farrell, deberia ser mucho mas considerada , con los tiempos que corren ... - Meier vió a la pequeña correr y la siguió con la mirada mientras se incorporaba, sacudió las faldas con una mano y con la otra, sostenía el pequeño libro de oraciones .
(Llevaba unos seis meses enteros en el estado de Idaho, aunque siempre de un pueblo a otro para absorber aquellas historias que, si bien a los habitantes de allí no le parecían extraordinarias, a él le proporcionaban un cómodo salario a fin de mes. Allende los mares el público se tragaba cualquier cosa que tuviera que ver con el Oeste americano, aunque fueran los mismos problemas cotidianos sólo había que transmitirlos bajo el velo de la arena, el peligro constante de los indios y los intrépidos grupos de bandas al margen de la ley que hacía suspirar a más de una enamoradiza lectora. Anker no sólo enviaba artículos, sino que había publicado tres novelas en danés -dos de ellas traducidas al inglés- y buscaba el tema para una cuarta. Estaba seguro de que en Twin Falls podía encontrar un buen principio. Mientras anotaba mentalmente algunas frases descriptivas, una cría le pasó por delante.) ¡Eh, pequeña, ten más cuidado! (Dominaba la lengua de allí, pues no le quedaba otro remedio si pretendía exprimir al máximo su viaje por esas tierras tan lejanas. Anker sonrió a Sophía y buscó enseguida a la mamá gallina que debería estar relativamente cerca porque eso no era más que un polluelo suelto.)
Evelyn conversaba afablemente sobre el despiece de algún miembro de aquella buena comunidad, compartía opiniones diversas y objeciones con las esposas de algunos de los mejores especímenes de Twin Falls, aquello era divertido, le llegaban por igual noticias interesantes y mentiras espantosas, todo mezclado sin ningún orden ni concierto. De forma instintiva se giró hacia donde la pequeña habia marchado, para darse de bruces con el gesto del desconocido. Evelyn alzó la mano y detuvo la conversación, cuando la posó sobre el antebrazo de una de las señoras - Disculpen... pero ese hombre no le veo yo en la iglesia los domingos y por su acento ... me parece que no es de aquí ¿Saben algo al respecto? - Claro que sabian y mucho y mal , por lo que tamizando la información con delicadeza concluyó que realmente no sabía nada. Podria tratarse de un peligroso hombre, e inmediatamente se separó del grupo, de repente tenía prisa por alcanzar a Sophia. - ¡Sophia! - alzó parte de la larga falda negra para que esta no le molestara en el descenso por el montículo, sobre el cual se habia asentado la iglesia tratando de gobernar todo el reino.
Conque Sophia, ¿eh? Un nombre muy bonito. (Le dijo Anker a la niña suponiendo que respondía a él por la desesperación de la madre. Le colocó bien el sombrero, le acarició la mejilla y le hizo un gesto a Evelyn_G_Meier con el brazo para indicarle que la pequeña se encontraba bien. Prefirió aguardar a que la madre se acercara a ellos, mientras tanto, aprovechó para preguntarle a la criatura si le gustaba vivir en Twin Falls. Era muy joven para poder contarle cosas del pueblo, así que no le servía para sus propósitos. No obstante, el candor de un niño siempre era apreciado en cualquier buena historia.)
Sentía las miradas justo dos dedos por debajo del recogido, alzó la mano para que el aire no arrastrara la posición del sombrero . Evelyn se acercaba . Mientras tanto Sophia entregaba una generosa sonrisa por la caricia y sus ojos claros se desviaron hacia su madre, y de esta, de nuevo, hacia Anker, entrelazó las manos sobre el vestido color crema que tan sólo utilizaba para la misa. - Si, tengo amigos , y voy a la escuela ... pero ahora en verano ya no voy ... y tengo que leer un montón de libr - la llamada de su madre interrumpió a la pequeña - Sophia ...! - gritó y al quedar ante la pequeña su tono se aplacó - Sophia ... que te tengo dicho? No salgas corriendo de ese modo, por favor ... - Sophía se asió a las faldas de su madre y elevó la mirada tratando de compensarla con la mejor de sus sonrisas , Evelyn se mostró implacable. -Buenos dias ... lamento el incidente. - Evelyn ya habia tasado el estado de la niña, de hecho dos veces antes de preguntar por el de Anker_Hallstrom - Espero se encuentre bien . - alzó la mano para proyectar un poco más de sombra sobre sus ojos, el ala del sombrero apenas le entregaba una cómoda para poder observar la desconocido.
(¿Leer un montón de libros? ¿Qué clase de maestra atormenta de esa manera a unos pobres muchachitos en vacaciones? Sophía era diminuta a su lado, aunque por su manera de hablar suponía que estaba en la edad perfecta para aprender a leer y escribir sin grandes inconvenientes como les pasaba a algunos adultos que se aventuraban a dejar de ser analfabetos para descubrir el mundo de las letras. Le gustaba fantasear con que alguna de sus noveluchas había obrado un milagro semejante.) ¿El incidente? No hay nada que lamentar, señora. (Buscaba detrás de ella una figura masculina que la hubiera acompañado al sagrado templo de las mentiras, pero o se estaba entreteniendo con los vecinos o no había tal figura. No era extraño encontrarse mujeres viudas tras una cruenta guerra.) Oh, perdone. (Pareció caer en la cuenta de algo.) Me llamo Anker, Anker Hallstrom. Estoy unos días de paso en Twin Falls. (Extendió la mano hacia la mujer mientras le devolvía la mirada inquisitiva. El sol jugaba de su parte.)
Sophia seguia abrazada a los faldones de Evelyn, pero poco a poco aquella presión se iba perdiendo, observó el paso, por un costado , de algunos de sus compañeros, sonrió y miró hacia arriba en busca de la aprobación de su madre, pero esta centraba la atención sobre aquel hombre, cuyos rasgos aún no era capaz de ver. Descendió la mano de ante sus ojos y así cambió la posición del pequeño libro de oraciones, para dejarse la diestra libre y estrechar aquella mano que le era tendida. El negro de su impoluto luto no tenía descanso, por lo que aquel día no iba a dejar de llevarlo. Sintió como la presión de Sophia iba aminorando su intensidad por lo que, al mismo tiempo que el saludo, la acercó a su costado, pegando la mano con el libro a la espalda de la pequeña . Sophia se quedó al lado de su madre. - Encantada señor Hallstrom - su pronunciación resultaba ligeramente gutural , con un deje extrajero- Evelyn Meier. - el contacto no duró demasiado, tras este, descansó la palma de la mano sobre el vientre, y sonrió, el sol le incomodaba , mucho, cuando le daba de lleno en aquellos ojos claros. - Y... si no es intromisión ...¿Qué le ha traido a Twins Falls, señor Hallstrom?
(Anker enseguida captó la hostilidad que la señora Meier despedía, pero no la condenaba: era lógico teniendo en cuenta que un absoluto desconocido se había aproximado a lo que ella más amaba. Anker no tenía hijos ni pensamiento de ser padre algún día, pero había tenido que imaginarse varias veces ese vínculo tan estrecho que se comparte con la prole para dotar de realismo sus historias. Y aún con el mayor esfuerzo, sabía que se quedaba corto. Por eso no se sintió amenazado o intimidado. Tenía que hacer ver a aquella mujer que no era un depredador para su hija y la tendría suave como un corderito.) No es intromisión, es... curiosidad, ¿verdad? (Se atrevió a matizar sus palabras, aunque sabía que las mujeres eran propensas a despreciar las correcciones. ¡Ellas eran perfectas!) Estoy haciendo un recorrido por diferentes localidades de Idaho. Recojo historias. (Anker se mostró amigable y bastante sincero con aquella señora.) Y creo que aquí puede haber una buena. (Le sonrió y esperó a que se pusiera en marcha para acompañarla, al menos, unos pasos.)
La misa habia sido larga y sumamente tediosa, el calor del interior tan sólo era compensado con el fresco del exterior, pero del exterior a la sombra y bajo una de aquella suaves corrientes de aire, ninguna de las cuales estaba ahora mismo cobijando aquella conversación. El luto de las ropas de Evelyn comenzaba a pasarle una desagradable factura cuando por su nuca sintió el peso de una lenta gota de sudor, el libro de oraciones se convirtió en improvisado abanico y lo meció ante su rostro, sobre el camafeo que cerraba en exceso el escote , pegado al cuello . Apenas aquello entregó un poco de tregua por lo que necesitó de la búsqueda de una nueva ubicación , caminó creando un círculo entorno a Anker_Hallstrom, para dejarle a él con el sol, esta vez , ante el rostro, de ese modo tendría una tregua y podria tomar nota de todos sus rasgos. La mano seguia sobre el rígido vientre y Sophia aprovechó para separarse un poco. - De acuerdo ... pero no te alejes demasiado, ¿De acuerdo? - ese " de acuerdo" resultaba tajante y casi amenazador, por lo que Sophia asintió meciendo el sombrero con sus cintas de raso y salió corriendo. - Así que historias, es pues ... escritor . Que interesante, creo que en el pueblo no hemos recibido la visita de ninguno... y ... ¿Sobre qué escribe? - La sombra por fin le cubrió y pudo sentir cierto agrado que escapó en forma de suspiro. Pero el calor imponía una molestia lacerante.
(Le resultaba agradable que aquella mujer lo calificara tan pronto de escritor, aunque no adoptó una pose altiva al escucharlo. Anker sabía qué tipo de literatura ofrecía: una que no iba a pasar a la posteridad y que se quedaría enterrada en las estanterías personales cuando la fiebre del Oeste se apagara, porque esas cosas pasaban. Nada le aseguraba que al público que le daba de comer fuera a interesarse mañana por la exótica India. Sin embargo, al menos podría conservar su trabajo en el periódico u ofrecer sus servicios a otras gacetas de Norteamérica, ya que se defendía también bien con el inglés escrito.) Sobre los entresijos de la vida cotidiana, señora Meier. Entresijos... ¿se dice así? No estoy seguro. (Anker era rubio y tenía la piel clara, ahora tostada por el clima veraniego. Sus ojos eran azules, pero muy oscuros, tan oscuros que parecían de otro color. Solo un examen minucioso podía revelar ese detalle. Eran regalo de su abuelo, que también los había tenido de ese color particular.) Pero debo admitir que también trabajo como periodista... Casi es lo mismo, pero a la gente no le resulta tan simpático como lo de escritor. En Twin Falls también tienen un periódico, ¿verdad? (O una hoja informativa teniendo en cuenta lo pequeño que era el pueblo.)
Sophia seguia jugando entorno a ambos, se le habian unido los hijos de varios vecinos y entre aquel alboroto se dificultaba el poder escuchar bien al señor Hallstrom , arrugó , al menos un par de veces la nariz mientras se centraba en hacerlo, negándose a ubicar la zona de aquellos juegos más lejos de donde se encontraban, era un pequeño precio asumible, incómodo, pero asumible. - Si, se dice así. - Acompañó sus palabras con el movimiento, escasamente enfático , de su cabeza . El sombrero se meció , abriendo las cintas que entorno a su barbilla creaban un lazo . El calor hace milagros y sus delgados dedos abrieron las cintas para que el aire pudiera pasar entre ellas - Periodista ... - los labios se separaron, sus mejillas tomaban un color aciago y no encontraba modo de evitar aquel incómodo calor. - Pues ... tiene ... mucho - " sobre lo que puede escribir " pero no pudo continuar la frase cuando apoyó la mano sobre el tronco del árbol, inclinó la cabeza hacia abajo, pegando el mentón sobre el camafeo y aquella mano, con el librito de oraciones, pegado al vientre. Su respiración se entrecortó y apretó los labios . - Me estoy mareando - confesó , al poco, de empezar a notar los sintómas de lo que parecia ser un golpe severo de calor . Su negro pasaba factura.
Sí, periodista. (Confirmó, aunque sin la intención de hacer que la señora Evelyn_G_Meier perdiera el sentido. Se sobresaltó al ver que se pegaba contra el árbol y su rostro parecía verdaderamente turbado. Esas telas que llevaban estaban absorbiendo todo el calor de Twin Falls. Él empalideció por el disgusto y llamó a la niña para que no se convirtiera en una preocupación más.) ¡Sophia, bonita, ven aquí! (Aunque a la mujer no le gustara, el periodista se acercó a ella y la invitó a sentarse bajo la sombra de ese árbol.) ¿Puedes quitarle los zapatos a mamá un momento? (Le pregunto a la niña cuando se acercó. Anker pensó que más le valía ir a por agua para que la mujer se refrescara y no cediera al soponcio, sería una muy mala entrada en aquel pueblo.)
A Sophia no le dió tiempo a quitarle los zapatos, ni al señor Hallstrom a traer agua , Evelyn fue rodeaba por las vecinas que seguian atentas a la conversación, medio pueblo ya sabía que el desconocido era escritor y a veces periodista, o al revés, no importaba, lo que hacía que aquellos ojos azules, cual mar embravecido , empezara a ocupar un lugar entre las conversaciones de las lugareñas. La sobreprotección no le sentó demasiado bien, y más cuando aquellas cotorras no hacian mas que consumir su aire, decidió que tenía que ir a buscarlo por si misma y se puso en pie, apoyándose contra la corteza del tronco. Una de ellas ofreció su carreta para llevar a ambas hasta casa . Meier sonrió ante el ofrecimiento y aceptó. - Lamento de esta charla tan corta ... espero sepa disculparme. - Sophia ascendió al vehículo y luego , apoyando el pie sobre el eje de la rueda o hizo ella, desde arriba ató las cintas de raso oscuro que asían su sombrero e inclinó la cabeza a modo de despedida - Buenos dias tenga - dijo entre el barrullo de vecinos, dudó que hubiera podido escuchar algo de todo lo que habia dicho, y entre aquellos pensamientos tomó nota de no volver a vertir de tan riguroso luto, no al menos durante ese bochornoso mes .
Última edición por Jonathan_Atwood el Dom Ago 11, 2013 6:49 pm, editado 1 vez
Jonathan_Atwood- Criado
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11 agosto - Mediodía/Tarde. Saloon.
El Saloon estaba casi vacío a esas horas. De hecho, la mayoría de los presentes eran empleados. Minerva estaba tras la barra, colocando las botellas y los vasos. Llevaba un vestido rosa con detalles negros. Claro y sencillo. Entallado y con un amplio escote. Lo bastante amplio para llamar la atención pero no lo bastante para que se la confundiese con una de las mujeres que trabajaban para Roxie. Ella era una mujer decente. Rodeada de borrachos, pero decente. Después de llevar un rato fingiendo ignorarle, se giró para encarar a Seosamh, apoyando los brazos en la barra en inclinándose ligeramente hacia delante.
- Seo... Si no fuera porque respiras y vacías botellas, pensaría que eres un mueble nuevo. En mal estado.
Marion estaba limpiando, aprovechaba que no había mucho ajetreo a esas horas y es que no podía estarse quieta, cuando no estaba atendiendo o limpiando aprovechaba para alejarse fuera del local y sentarse en un tonel vacío de cerveza en la parte trasera del Saloon a leer algún libro que narraba aventuras. Miró con el rabillo del ojo a Seosamh, cómo no hacerlo, ese hombre era muy alto. Además hablaba con aquel cerrado acento, y con su prima. Siguió con la limpieza mientras emite un bostezo que hace que se humedezcan sus ojos color cielo. Llevaba un vestido color azul marino y negro, entallado con el corpiño en una tonalidad azulada más clara, terminado en el busto con puntillas blancas, no muy escotado. Se notaba que era una camarera dispar a las demás, denotando demasiadas gestualidades refinadas aunadas a su rico léxico.
Bueno, eso de vaciar botellas era relativo, lo cual posiblemente había llamado la atención de Minerva. Llevaba allí un rato, y solo se había servido un vaso y ni siquiera lo había terminado. ¿Por qué? La nueva camarera de la Sra. Dalton lo distraía pululando por el local, haciendo esto y aquello. Pero la dueña del negocio captó toda su atención con aquella frase. Seosamh se llevó una mano a la cara, que seguía presentando las magulladuras de la pelea de boxeo del viernes, y se la pasó por el mentón.
- Me ofendes, Min. -. Y precisamente esbozó aquel gesto de decepción.- ¿Cómo que en mal estado? Ponme delante de cinco hombres y te dejo sacos de carne tendidos en el suelo. -. Pasó un enorme dedo alrededor del borde del vaso. Ese gesto quedaba un poco incongruente en él.- Estoy preocupado. -. Alzó la vista y clavó aquellos ojos color pizarra en Minerva.- No me mires así, soy capaz de sentir preocupación, mo chroí.
- No dudo de tu capacidad para repartir mamporros, querido, pero... ¿medio vaso? ¿En todo el rato que llevas aquí? ¿Y ese aire de melancolía que te envuelve? ¿Qué pasa, Seo? ¿Es por lo del robo? ¿Por los indios? ¿Por el destacamento que se avecina?
La muchacha siguió en sus quehaceres diarios. Llevaba el cabello cobrizo como siempre recogido sin mechón alguno por el rostro delicado, ya que le gustaba mantenerlo despejado. Se sirvió un zumo de arándanos que ella misma suele dejar en la parte más fresca de la alacena cuando lo prepara, su madre le enseñó la receta y tiene éxito entre las féminas del Saloon por su sabor suave y refrescante. También sabía preparar té con limón y unas ramitas de canela y azúcar. Se acercó a la dueña del local.
- Disculpa, Minerva, ¿quieres un vaso de zumo de arándanos?
- ¡¿Que se qué?! Minerva, mierdas, ¿qué es eso del destacamento?
La cara de susto del irlandés es para mondarse de risa, si no fuese porque... Seosamh no ponía caras de susto. No tenía un amplio espectro de emociones faciales, que se limitaban a... Alegría, incomprensión, esfuerzo mental, y cabreo monumental. ¿Susto? ¿Cuándo había estado Seo asustado? Solo en dos ocasiones: Una hacía ya cuatro largos años, cuando Setanta le metió una bala entre ceja y ceja a Sean, y la otra... ¿Diez? ¿Ya hacía tanto de eso? El hombretón aprovechó la cercanía de la Sra. Dalton para agarrarla por los brazos que tenía extendidos sobre la barra, frente a él.
- Desembucha. Ya.
- ¿No has hablado con Sid? Pensaba que ella os lo habría dicho a Setanta y a ti esta mañana. No la vi en el sermón, pero claro, estaba más pendiente de otras cosas -. Se interrumpió cuando Marion le ofreció una bebida.- Ay, sí, querida, gracias. ¿Quieres probar, Seo? -. Le ofreció de su propio vaso, después de probarlo ella-. Pues eso, que el capitán Fields va a telegrafiar al fuerte para que envíen un destacamento. En diez días tendremos esto lleno de uniformes.
No quería interrumpir más la conversación, así que después de ofrecerle la bebida y enterarse un poco de lo que iba aquello, Marion se retiró un poco más lejos. Le preguntará después a su prima, pues se ha quedado preocupada. Algo ocurría en Twin Falls y quería enterarse. Es lo malo de no ser lugareña, que no te enteras mucho de lo que acontece. Aprovechó para arreglar unas botellas que han traído con otra trabajadora del local.
Seosamh negó con la cabeza. No, no había hablado con la mestiza. Y tampoco había ido a misa esa mañana, pues aquella era una obligación que solo accedía a realizar una vez al mes. Como el baño, más o menos.
- No me ofrezcas un zumito como si fuese una niña de cinco años, Minerva. -. La soltó para así tener las manos libres y pasárselas por el rubio cabello, despeinándoselo.- Joder.
Golpeó la barra, haciendo que saltara el vaso de whisky y la botella iniciase un alegre bailoteo hasta recuperar la estabilidad. El resto de maldiciones que profirió no las entendió nadie, pues usó su idioma natal, terminándolo todo con un gruñido. Animal...
- ¿Por qué? ¿Sabe él algo de la banda o es por el ataque a la granja del viejo Hudson? -. Ya le había dicho que era mala idea, pero como Seo era tooonto...
- Shhh. Yo qué sé. Te digo lo único que se ha oído aquí. El Capitán estaba hablando con el médico sobre el ataque, los indios y todo ese rollo. Y salió eso del destacamento. Pero, por supuesto, tampoco he ido a preguntarle los detalles al capitán. No sé hasta qué punto estáis relacionados con esa banda, Seo, pero ya se lo dije ayer a Sidney, yo no quiero problemas. De momento, como no sé nada sobre el asalto, más que lo que todo el mundo conoce, no me he visto comprometida. Sabes que os aprecio mucho. Muchísimo. Pero mi prioridad es Tom.
En la mente de la camarera pululan los pensamientos evocando aquella noche en la que habló con el sheriff y luego con el viejo hombre de campo que era un conocedor de cada ser que pisaba el suelo de Twin Falls, así que la pelirroja se estaba enterando poco a poco de lo que ocurría. Siguiendo el consejo del sheriff, preguntaba aquí y allá, no fuera a ser que se tornara demasiado peligroso quedarse en esas tierras, aunque lo sería en cualquier lugar, pensándolo bien, ya que los forajidos andan en cualquier sitio que valga la pena. Por mucha autoridad que quieran meter, son tierras que pertenecen al más poderoso.
¡Hijo de puta! ¿Pero cómo que el doctorcito...? Alguien se iba a quedar con la bonita cara de niño de porcelana muy, muy dolorida aquella tarde. Seosamh hizo el amago de levantarse para ir en ese mismo instante a la consulta, pero las palabras de Minerva fueron como un jarro de agua helada sobre su cabeza cuadrada. Se volvió a sentar.
- Por Dios bendito, Min, baja la voz. -. Se parapetó sobre la barra y volvió a agarrar a Minerva, esta vez por los antebrazos.- Ven conmigo.
Tiró de ella, pero para su gusto la cooperación no era lo suficientemente rápida, por lo que, en cuanto consiguió sacarla de detrás de aquella barricada de madera, la cogió como un saco de patatas. Menos mal que el bochorno de aquel gesto no era completo para la mujer, pues apenas había cinco personas en el local, que pensarían que la agraciada viuda conseguiría un poco de "acción" aquella tarde.
- Sólo estamos nos...
No pudo acabar la frase, pues se vio arrastrada por la inmensa fuerza de Seosamh y llevada cual saco de patatas hacia quién sabía dónde. Pataleó un poco y le dio un par de golpes en la espalda, que seguramente le dolieron más a ella que a él.
-¡¡O'Shaughnessy!! Bájame ahora mismo. ¡¡Descarado!!
Seosamh hizo lo único que se le daba bien en esta vida, utilizar la fuerza bruta para obtener lo que quería. Y como Minerva no se estaba quieta, le dio un suave cachete en el trasero.
- ¡Shhish! -. Anduvo hasta las escaleras que llevaban al piso superior y las subió, parándose en el pasillo.- ¿Está Tom en el apartamento?
Sabía dónde se encontraba aquel, pero lo que buscaba con todo eso era privacidad. No esperó la respuesta y se metió en la primera habitación que encontró, que resultó ser... El armario de las escobas, las toallas, y todo aquello que pudiese necesitar un huésped.
- Tú y yo vamos a hablar, lengüilarga.
Minerva frunció el ceño, sosteniendo la mirada de Seosamh.
- ¿Cómo que lengüilarga? ¿Se puede saber qué demonios pretendes metiéndome aquí? Ahí abajo no había nadie y estaba hablando lo suficientemente bajo para que nadie me escuchase. Pero ahora cualquiera pensará que tengo algo que esconder. O peor, que tengo algo contigo.
Pero claro, Seosamh no era un genio. Actuaba la mayor parte de las veces sin pensar y tampoco se iba a disculpar por ello. A lo hecho, pecho.
- No empieces a hablar para liarme, Min. Y si se creen que vamos a follar en todas las habitaciones que tienes, que lo piensen. A mi no me molesta tanto como a ti. -. Vale, orgullo de macho herido.- Qué cojones está pasando que no me cuentas.
La mujer puso los ojos en blanco. Hombres.
– No está pasando nada que no te cuente, Seo. ¿Acaso está pasando algo que no me cuentas tú a mí? Y no, no quiero saberlo. Vivo más feliz en la ignorancia.
Le empujó un poco, como si le molestase su cercanía, aunque poco espacio iba a ganar en aquel sitio tan pequeño. Simplemente era una forma de mostrarle que estaba enfadada con él por cogerla así.
- No sé a qué viene tanto escándalo cuando precisamente te estaba contando lo que había escuchado.
Casi no le echó cuenta a aquel empujón. Bloqueaba la pequeña puerta de aquella habitacioncita que hacía las veces de armario, así que Minerva no iba a ir a ninguna parte mientras a él no le saliese de las pelotas.
- Porque no solo quiero saber qué le dijo el doctorcito al capitán, Min. Quiero saber qué opinas. Y ya sabes lo que pasa con las opiniones en este pueblo... Que antes de la noche se las sabe hasta el cura. -. Resopló. Mujeres... Tanto como las adoraba, lo desquiciaban por completo.
Minerva se pasó la mano por el pelo, acomodando el moño, aunque apenas se había movido de su sitio -tantas horquillas llevaba-. Resopló.
- Maldita sea, Seosamh. Para eso no tenías que montar este numerito. Y no me mires así.
Se cruzó de brazos, haciéndose la dura un instante, pero finalmente los dejó caer y habló:
- No escuché mucho, ¿vale? Sólo eso que te dije abajo. El capitán quiere pedir refuerzos y el doctor le anima porque cree que son los indios los que atacaron la granja.
Seosamh soltó una ristra de maldiciones en gaélico que para cualquiera que estuviese por el pasillo sonarían ahogadas, pero que Minerva pudo escuchar en todo su potente esplendor. Al final, reprimió la expresión de furia y la misma cara de preocupado volvió a asomar, los rasgos contraídos.
- ¿Y Sid? Sabes que el otro día estuvo... -. Alzó las cejas. Si sabía como terminar aquella frase, él no
lo tendría que hacer por ella. Pero si no sabía... Se ahorraba dar más información.
Minerva asintió.
- A mí también me preocupa, Seo. Sabes que le tengo cariño después del tiempo que lleva trabajando para mí. Y que Tom la adora. Pero ni siquiera yo sé lo que hace cuando desaparece. Y no me meteré en sus cosas. Es su tiempo libre, puede hacer con él lo que le venga en gana. Pero con tanto uniforme por aquí...
Coge aire y lo retiene un momento antes de continuar:
- Atarán cabos y a saber cómo los atan. No les costaría demasiado acusarla del crímen del sheriff y colgarla. Y bien sabe Dios que yo no quiero eso. Pero tampoco quiero a una banda de cuatreros cerca de mi hijo. Al menos no a unos de los que no sé si puedo fiarme.
La expresiva cara del irlandés pasó de aquella expresión de boba escucha que solía poner cuando alguien le hablaba a una de horror por las palabras de Minerva, que fue sustituida finalmente por un gesto de culpabilidad.
- Minerva... -. La gran manota de Seosamh se alzó para colocarla sobre la mejilla de la dueña del Saloon, sus callosos dedos dejándole una caricia.- Sabes de sobra que ni a ti, ni a Tom os va a pasar nada. Así me tenga que ir yo silbando a la tumba. -. No podía evitarlo. El género femenino era su perdición, y Sean, el mayor, ya había predicho que Seo moriría por culpa de una mujer.
La mujer inclinó la cabeza hacia la mano de Seosamh, recibiendo su caricia.
- Lo sé, lo sé. Y por eso me preocupa que os veais implicados en esto. Todos tenemos nuestros secretos, Seo. La cuestión es si esos secretos pueden mantenerse a salvo al mismo tiempo que nuestras cabezas. No me gustaría que ninguno acabase a un par de palmos del suelo por callarse para ocultar otra cosa, ¿me entiendes?
Seosamh torció el gesto casi de inmediato al escuchar aquellas palabras, y rompió el contacto.
- Ah, no, Minerva. Ir por ahí cantando para el sheriff y para el capitán solo puede hacer que acabemos más de uno balanceándonos de una cuerda, mo chroí. Y no precisamente por haber robado el banco... -. Le puso un dedo en la boca en cuanto ella fue a replicar.- Eh, eh, eh. No. Si hay algo por lo que puedo dar gracias es que mi hermano tiene a veces razón. Y él siempre dice, "más vale callar y escuchar, que hablar hasta dejarse las entrañas fuera. La información es poder." -. Tenía puesta cara de no entender del todo aquella frase, pero parecía haber dedicado bastante tiempo a aprendérsela.
Frunció el ceño. ¡¡Ella no había dicho nada de cantar!! Vale, sí, lo había insinuado, pero como último recurso. Y desde luego, cada uno lo suyo. Ella no era quién para descubrir secretos ajenos.
- No me refería a eso. Puede que sea una mujer dada a los chismes sin importancia. Pero sé ser discreta cuando me conviene. Seo... -. Le miró casi con ojos suplicantes.- No os metais en problemas, ¿vale? No más de lo normal.
- Tarde. -. Seosamh puso cara de disculpa y dio un paso atrás, chocando con la puerta. Tanteó con los gruesos dedos sobre la madera hasta dar con el picaporte y lo agarró.- Bueno, ¿y ese polvo que íbamos a echar, qué?
Por fin volvía a ser el mismo Seo de siempre: guasón, divertido... Y que iba a lo que iba, no importase las veces que debía insistir.
- No sé por qué, pero me lo temía. -. Meneó la cabeza como hacía cuando descubría una travesura de Tom y realmente ya no procedía la regañina-. Uhmmm. Me lo pensaré un poco más antes de decirte una fecha. Anda, abre esa puerta, truhán. -. Aunque se acercó a él para darle un beso en la mejilla.- Por ahora tendrás que conformarte con esto.
Seosamh aprovechó la cercanía de Minerva y que le quedaba una mano libre, para agarrar el trasero de ésta y apretar, abarcando bien el cachete.
- Nunca me conformo con lo que me dan, Min. No puedo.
Giró el picaporte y abrió la puerta, dando dos rápidos pasos atrás después de soltarla como precaución contra cualquier posible represalia. Antes de enfilar las escaleras en dirección descendiente, volteó la cara.
- Aprovecha que no hay nadie y descansa, mo chroí. Te veo mala cara. -. Ahora que ya no le veía, el semblante del irlandés cambió completamente. No le había gustado el resultado de aquella conversación.
- Seosamh "Manos Largas" O'Shaughnessy te tendrían que haber llamado. -. Pero no tomó represalias contra él, tampoco había sido tan grave y no les había visto nadie. Y sabía que tomarlas equivaldría a invitarle a repetirlo más a menudo. Mejor no darle importancia.- Ja. No te servirá de excusa para quedarte a solas con mis botellas.
- Seo... Si no fuera porque respiras y vacías botellas, pensaría que eres un mueble nuevo. En mal estado.
Marion estaba limpiando, aprovechaba que no había mucho ajetreo a esas horas y es que no podía estarse quieta, cuando no estaba atendiendo o limpiando aprovechaba para alejarse fuera del local y sentarse en un tonel vacío de cerveza en la parte trasera del Saloon a leer algún libro que narraba aventuras. Miró con el rabillo del ojo a Seosamh, cómo no hacerlo, ese hombre era muy alto. Además hablaba con aquel cerrado acento, y con su prima. Siguió con la limpieza mientras emite un bostezo que hace que se humedezcan sus ojos color cielo. Llevaba un vestido color azul marino y negro, entallado con el corpiño en una tonalidad azulada más clara, terminado en el busto con puntillas blancas, no muy escotado. Se notaba que era una camarera dispar a las demás, denotando demasiadas gestualidades refinadas aunadas a su rico léxico.
Bueno, eso de vaciar botellas era relativo, lo cual posiblemente había llamado la atención de Minerva. Llevaba allí un rato, y solo se había servido un vaso y ni siquiera lo había terminado. ¿Por qué? La nueva camarera de la Sra. Dalton lo distraía pululando por el local, haciendo esto y aquello. Pero la dueña del negocio captó toda su atención con aquella frase. Seosamh se llevó una mano a la cara, que seguía presentando las magulladuras de la pelea de boxeo del viernes, y se la pasó por el mentón.
- Me ofendes, Min. -. Y precisamente esbozó aquel gesto de decepción.- ¿Cómo que en mal estado? Ponme delante de cinco hombres y te dejo sacos de carne tendidos en el suelo. -. Pasó un enorme dedo alrededor del borde del vaso. Ese gesto quedaba un poco incongruente en él.- Estoy preocupado. -. Alzó la vista y clavó aquellos ojos color pizarra en Minerva.- No me mires así, soy capaz de sentir preocupación, mo chroí.
- No dudo de tu capacidad para repartir mamporros, querido, pero... ¿medio vaso? ¿En todo el rato que llevas aquí? ¿Y ese aire de melancolía que te envuelve? ¿Qué pasa, Seo? ¿Es por lo del robo? ¿Por los indios? ¿Por el destacamento que se avecina?
La muchacha siguió en sus quehaceres diarios. Llevaba el cabello cobrizo como siempre recogido sin mechón alguno por el rostro delicado, ya que le gustaba mantenerlo despejado. Se sirvió un zumo de arándanos que ella misma suele dejar en la parte más fresca de la alacena cuando lo prepara, su madre le enseñó la receta y tiene éxito entre las féminas del Saloon por su sabor suave y refrescante. También sabía preparar té con limón y unas ramitas de canela y azúcar. Se acercó a la dueña del local.
- Disculpa, Minerva, ¿quieres un vaso de zumo de arándanos?
- ¡¿Que se qué?! Minerva, mierdas, ¿qué es eso del destacamento?
La cara de susto del irlandés es para mondarse de risa, si no fuese porque... Seosamh no ponía caras de susto. No tenía un amplio espectro de emociones faciales, que se limitaban a... Alegría, incomprensión, esfuerzo mental, y cabreo monumental. ¿Susto? ¿Cuándo había estado Seo asustado? Solo en dos ocasiones: Una hacía ya cuatro largos años, cuando Setanta le metió una bala entre ceja y ceja a Sean, y la otra... ¿Diez? ¿Ya hacía tanto de eso? El hombretón aprovechó la cercanía de la Sra. Dalton para agarrarla por los brazos que tenía extendidos sobre la barra, frente a él.
- Desembucha. Ya.
- ¿No has hablado con Sid? Pensaba que ella os lo habría dicho a Setanta y a ti esta mañana. No la vi en el sermón, pero claro, estaba más pendiente de otras cosas -. Se interrumpió cuando Marion le ofreció una bebida.- Ay, sí, querida, gracias. ¿Quieres probar, Seo? -. Le ofreció de su propio vaso, después de probarlo ella-. Pues eso, que el capitán Fields va a telegrafiar al fuerte para que envíen un destacamento. En diez días tendremos esto lleno de uniformes.
No quería interrumpir más la conversación, así que después de ofrecerle la bebida y enterarse un poco de lo que iba aquello, Marion se retiró un poco más lejos. Le preguntará después a su prima, pues se ha quedado preocupada. Algo ocurría en Twin Falls y quería enterarse. Es lo malo de no ser lugareña, que no te enteras mucho de lo que acontece. Aprovechó para arreglar unas botellas que han traído con otra trabajadora del local.
Seosamh negó con la cabeza. No, no había hablado con la mestiza. Y tampoco había ido a misa esa mañana, pues aquella era una obligación que solo accedía a realizar una vez al mes. Como el baño, más o menos.
- No me ofrezcas un zumito como si fuese una niña de cinco años, Minerva. -. La soltó para así tener las manos libres y pasárselas por el rubio cabello, despeinándoselo.- Joder.
Golpeó la barra, haciendo que saltara el vaso de whisky y la botella iniciase un alegre bailoteo hasta recuperar la estabilidad. El resto de maldiciones que profirió no las entendió nadie, pues usó su idioma natal, terminándolo todo con un gruñido. Animal...
- ¿Por qué? ¿Sabe él algo de la banda o es por el ataque a la granja del viejo Hudson? -. Ya le había dicho que era mala idea, pero como Seo era tooonto...
- Shhh. Yo qué sé. Te digo lo único que se ha oído aquí. El Capitán estaba hablando con el médico sobre el ataque, los indios y todo ese rollo. Y salió eso del destacamento. Pero, por supuesto, tampoco he ido a preguntarle los detalles al capitán. No sé hasta qué punto estáis relacionados con esa banda, Seo, pero ya se lo dije ayer a Sidney, yo no quiero problemas. De momento, como no sé nada sobre el asalto, más que lo que todo el mundo conoce, no me he visto comprometida. Sabes que os aprecio mucho. Muchísimo. Pero mi prioridad es Tom.
En la mente de la camarera pululan los pensamientos evocando aquella noche en la que habló con el sheriff y luego con el viejo hombre de campo que era un conocedor de cada ser que pisaba el suelo de Twin Falls, así que la pelirroja se estaba enterando poco a poco de lo que ocurría. Siguiendo el consejo del sheriff, preguntaba aquí y allá, no fuera a ser que se tornara demasiado peligroso quedarse en esas tierras, aunque lo sería en cualquier lugar, pensándolo bien, ya que los forajidos andan en cualquier sitio que valga la pena. Por mucha autoridad que quieran meter, son tierras que pertenecen al más poderoso.
¡Hijo de puta! ¿Pero cómo que el doctorcito...? Alguien se iba a quedar con la bonita cara de niño de porcelana muy, muy dolorida aquella tarde. Seosamh hizo el amago de levantarse para ir en ese mismo instante a la consulta, pero las palabras de Minerva fueron como un jarro de agua helada sobre su cabeza cuadrada. Se volvió a sentar.
- Por Dios bendito, Min, baja la voz. -. Se parapetó sobre la barra y volvió a agarrar a Minerva, esta vez por los antebrazos.- Ven conmigo.
Tiró de ella, pero para su gusto la cooperación no era lo suficientemente rápida, por lo que, en cuanto consiguió sacarla de detrás de aquella barricada de madera, la cogió como un saco de patatas. Menos mal que el bochorno de aquel gesto no era completo para la mujer, pues apenas había cinco personas en el local, que pensarían que la agraciada viuda conseguiría un poco de "acción" aquella tarde.
- Sólo estamos nos...
No pudo acabar la frase, pues se vio arrastrada por la inmensa fuerza de Seosamh y llevada cual saco de patatas hacia quién sabía dónde. Pataleó un poco y le dio un par de golpes en la espalda, que seguramente le dolieron más a ella que a él.
-¡¡O'Shaughnessy!! Bájame ahora mismo. ¡¡Descarado!!
Seosamh hizo lo único que se le daba bien en esta vida, utilizar la fuerza bruta para obtener lo que quería. Y como Minerva no se estaba quieta, le dio un suave cachete en el trasero.
- ¡Shhish! -. Anduvo hasta las escaleras que llevaban al piso superior y las subió, parándose en el pasillo.- ¿Está Tom en el apartamento?
Sabía dónde se encontraba aquel, pero lo que buscaba con todo eso era privacidad. No esperó la respuesta y se metió en la primera habitación que encontró, que resultó ser... El armario de las escobas, las toallas, y todo aquello que pudiese necesitar un huésped.
- Tú y yo vamos a hablar, lengüilarga.
Minerva frunció el ceño, sosteniendo la mirada de Seosamh.
- ¿Cómo que lengüilarga? ¿Se puede saber qué demonios pretendes metiéndome aquí? Ahí abajo no había nadie y estaba hablando lo suficientemente bajo para que nadie me escuchase. Pero ahora cualquiera pensará que tengo algo que esconder. O peor, que tengo algo contigo.
Pero claro, Seosamh no era un genio. Actuaba la mayor parte de las veces sin pensar y tampoco se iba a disculpar por ello. A lo hecho, pecho.
- No empieces a hablar para liarme, Min. Y si se creen que vamos a follar en todas las habitaciones que tienes, que lo piensen. A mi no me molesta tanto como a ti. -. Vale, orgullo de macho herido.- Qué cojones está pasando que no me cuentas.
La mujer puso los ojos en blanco. Hombres.
– No está pasando nada que no te cuente, Seo. ¿Acaso está pasando algo que no me cuentas tú a mí? Y no, no quiero saberlo. Vivo más feliz en la ignorancia.
Le empujó un poco, como si le molestase su cercanía, aunque poco espacio iba a ganar en aquel sitio tan pequeño. Simplemente era una forma de mostrarle que estaba enfadada con él por cogerla así.
- No sé a qué viene tanto escándalo cuando precisamente te estaba contando lo que había escuchado.
Casi no le echó cuenta a aquel empujón. Bloqueaba la pequeña puerta de aquella habitacioncita que hacía las veces de armario, así que Minerva no iba a ir a ninguna parte mientras a él no le saliese de las pelotas.
- Porque no solo quiero saber qué le dijo el doctorcito al capitán, Min. Quiero saber qué opinas. Y ya sabes lo que pasa con las opiniones en este pueblo... Que antes de la noche se las sabe hasta el cura. -. Resopló. Mujeres... Tanto como las adoraba, lo desquiciaban por completo.
Minerva se pasó la mano por el pelo, acomodando el moño, aunque apenas se había movido de su sitio -tantas horquillas llevaba-. Resopló.
- Maldita sea, Seosamh. Para eso no tenías que montar este numerito. Y no me mires así.
Se cruzó de brazos, haciéndose la dura un instante, pero finalmente los dejó caer y habló:
- No escuché mucho, ¿vale? Sólo eso que te dije abajo. El capitán quiere pedir refuerzos y el doctor le anima porque cree que son los indios los que atacaron la granja.
Seosamh soltó una ristra de maldiciones en gaélico que para cualquiera que estuviese por el pasillo sonarían ahogadas, pero que Minerva pudo escuchar en todo su potente esplendor. Al final, reprimió la expresión de furia y la misma cara de preocupado volvió a asomar, los rasgos contraídos.
- ¿Y Sid? Sabes que el otro día estuvo... -. Alzó las cejas. Si sabía como terminar aquella frase, él no
lo tendría que hacer por ella. Pero si no sabía... Se ahorraba dar más información.
Minerva asintió.
- A mí también me preocupa, Seo. Sabes que le tengo cariño después del tiempo que lleva trabajando para mí. Y que Tom la adora. Pero ni siquiera yo sé lo que hace cuando desaparece. Y no me meteré en sus cosas. Es su tiempo libre, puede hacer con él lo que le venga en gana. Pero con tanto uniforme por aquí...
Coge aire y lo retiene un momento antes de continuar:
- Atarán cabos y a saber cómo los atan. No les costaría demasiado acusarla del crímen del sheriff y colgarla. Y bien sabe Dios que yo no quiero eso. Pero tampoco quiero a una banda de cuatreros cerca de mi hijo. Al menos no a unos de los que no sé si puedo fiarme.
La expresiva cara del irlandés pasó de aquella expresión de boba escucha que solía poner cuando alguien le hablaba a una de horror por las palabras de Minerva, que fue sustituida finalmente por un gesto de culpabilidad.
- Minerva... -. La gran manota de Seosamh se alzó para colocarla sobre la mejilla de la dueña del Saloon, sus callosos dedos dejándole una caricia.- Sabes de sobra que ni a ti, ni a Tom os va a pasar nada. Así me tenga que ir yo silbando a la tumba. -. No podía evitarlo. El género femenino era su perdición, y Sean, el mayor, ya había predicho que Seo moriría por culpa de una mujer.
La mujer inclinó la cabeza hacia la mano de Seosamh, recibiendo su caricia.
- Lo sé, lo sé. Y por eso me preocupa que os veais implicados en esto. Todos tenemos nuestros secretos, Seo. La cuestión es si esos secretos pueden mantenerse a salvo al mismo tiempo que nuestras cabezas. No me gustaría que ninguno acabase a un par de palmos del suelo por callarse para ocultar otra cosa, ¿me entiendes?
Seosamh torció el gesto casi de inmediato al escuchar aquellas palabras, y rompió el contacto.
- Ah, no, Minerva. Ir por ahí cantando para el sheriff y para el capitán solo puede hacer que acabemos más de uno balanceándonos de una cuerda, mo chroí. Y no precisamente por haber robado el banco... -. Le puso un dedo en la boca en cuanto ella fue a replicar.- Eh, eh, eh. No. Si hay algo por lo que puedo dar gracias es que mi hermano tiene a veces razón. Y él siempre dice, "más vale callar y escuchar, que hablar hasta dejarse las entrañas fuera. La información es poder." -. Tenía puesta cara de no entender del todo aquella frase, pero parecía haber dedicado bastante tiempo a aprendérsela.
Frunció el ceño. ¡¡Ella no había dicho nada de cantar!! Vale, sí, lo había insinuado, pero como último recurso. Y desde luego, cada uno lo suyo. Ella no era quién para descubrir secretos ajenos.
- No me refería a eso. Puede que sea una mujer dada a los chismes sin importancia. Pero sé ser discreta cuando me conviene. Seo... -. Le miró casi con ojos suplicantes.- No os metais en problemas, ¿vale? No más de lo normal.
- Tarde. -. Seosamh puso cara de disculpa y dio un paso atrás, chocando con la puerta. Tanteó con los gruesos dedos sobre la madera hasta dar con el picaporte y lo agarró.- Bueno, ¿y ese polvo que íbamos a echar, qué?
Por fin volvía a ser el mismo Seo de siempre: guasón, divertido... Y que iba a lo que iba, no importase las veces que debía insistir.
- No sé por qué, pero me lo temía. -. Meneó la cabeza como hacía cuando descubría una travesura de Tom y realmente ya no procedía la regañina-. Uhmmm. Me lo pensaré un poco más antes de decirte una fecha. Anda, abre esa puerta, truhán. -. Aunque se acercó a él para darle un beso en la mejilla.- Por ahora tendrás que conformarte con esto.
Seosamh aprovechó la cercanía de Minerva y que le quedaba una mano libre, para agarrar el trasero de ésta y apretar, abarcando bien el cachete.
- Nunca me conformo con lo que me dan, Min. No puedo.
Giró el picaporte y abrió la puerta, dando dos rápidos pasos atrás después de soltarla como precaución contra cualquier posible represalia. Antes de enfilar las escaleras en dirección descendiente, volteó la cara.
- Aprovecha que no hay nadie y descansa, mo chroí. Te veo mala cara. -. Ahora que ya no le veía, el semblante del irlandés cambió completamente. No le había gustado el resultado de aquella conversación.
- Seosamh "Manos Largas" O'Shaughnessy te tendrían que haber llamado. -. Pero no tomó represalias contra él, tampoco había sido tan grave y no les había visto nadie. Y sabía que tomarlas equivaldría a invitarle a repetirlo más a menudo. Mejor no darle importancia.- Ja. No te servirá de excusa para quedarte a solas con mis botellas.
Última edición por Absenta90 el Sáb Ago 17, 2013 3:43 pm, editado 4 veces
Absenta90- Caballero
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Localización : Islas Coco (Keelings)
Fecha de inscripción : 29/03/2010
11 agosto - Tarde. Saloon.
Un par de horas después, el irlandés bajó resueltamente las escaleras desde el piso superior, aunque no fue seguido en ningún momento por la dueña del Saloon. Escudriñó el local como si buscase a alguien, pero finalmente se dirigió a la barra, dónde la señorita Sutter había sustituido a Minerva, y se sentó sobre la misma banqueta de antes, frente a su botella y el vaso semivacío.
Marion atendía a la poca clientela que había a esas horas. Ya había terminado sus quehaceres de limpieza en el local y estaba descansando tomando el zumo fresquito de arándanos, al haberlo dejado en la parte más fresca de la alacena. Emitió otro bostezo y resopló pensando todavía en la que le esperaría a la noche. Con todo el ajetreo de lo que estaba aconteciendo en Twin Falls la gente se reunía en el Saloon a enterarse de lo que sucedía junto a una bebida y compañía de las bailarinas o de las trabajadoras del local, menos ella misma y su prima Minerva a las que comenzaban a mirar con otros ojos los que las conocían.
Le dio un sorbo al whisky, pero se le atragantaba en mitad del gaznate, como la larga conversación que había tenido con Minerva unos minutos antes. Le hizo un gesto a la señorita Sutter para que se acercase y le espetó:
- Llévate esto, áilleacht. Y apúntame solo el vaso. -. Algo bastante raro en Seosamh, sí. Pero tenía bastante en lo que pensar. De todos modos, Marion era distracción suficiente para que no cayese en lo lúgubre.
Desvió la mirada color mar hacia Seosamh al ver que éste se atragantaba y se acercó a él por su llamada. No sabía qué narices significaba eso de áilleacht. Asintió a sus palabras con la cabeza mirándole con curiosidad.
- ¿Le ocurre algo señor....? - Dejó una larga pausa para que se presente, tal vez le pueda sacar más información acerca de Twin Falls, todo este tema del asesinato del antiguo sheriff la tenía en ascuas.
- O'Shaughnessy. Pero ni se te ocurra usar el apellido. Llámame Seosamh.
Contempló con aquellos ojos gris pizarra a la muchacha, admirando aquellos rasgos delicados y claros que no pegaban para nada con el conjunto tosco de aquel lugar. Había visto una buena cantidad de mujercitas inglesas de bien pasar por delante de sus narices en su juventud como para no darse cuenta de que Marion tenía algo de lo que el resto de féminas del local carecían: clase. Y educación. Vaya, todo eso con un solo vistazo. Tan bruto no era, ¿eh?
- ¿Qué me ocurre? ¿Y se atreve a preguntarlo cuando la tengo delante mía, como una visión? -. Sonrió, enseñando la hilera inferior de sus dientes, torcidos la mayoría. No era guapo, lo sabía, y menos con aquellas magulladuras fruto del combate de hacía dos noches. Pero todo lo que no tenía de apuesto lo restaba con zalamería.
La muchacha esbozó una amable sonrisa, mirándole.
- Bien, Seosamh. - Ante su halago esbozó una sonrisa agradecida. Se va acostumbrando a las lisonjas y ya no se sonroja como al principio. Qué mal lo pasó esas dos primeras noches, no paraba de temblarle el cuerpo, pero el tiempo pasa y una se acostumbra aunque sea a la fuerza. - Déjeme entonces invitarle a un trago y charlemos, supongo que se ha enterado de lo acontecido y yo al no haber nacido en estas tierras no me entero de nada. ¿Es verdad que se sospecha de alguien del condado? - Preguntó con total inocencia, no conocedora de lo acontecido. En eso era sincera.
Seosamh colocó una mano sobre el vaso de whisky, que había conseguido reducir hasta dejar solo un último trago.
- No, áilleacht, otro día lo aceptaría de mil amores. Pero si me lío, no salgo de aquí hasta la madrugada. Y aún no ha empezado la semana como para que me gaste el jornal. -. Pero le indicó que arrastrase el banquito que solía usar Minerva para sentarse y vigilar el local desde detrás de la barra y lo usase.- Pues corre el rumor de que fueron los indios. Y tiene sentido.
No hizo caso a aquel sexto sentido que le estaba diciendo que no siguiese por ahí. Tenía razón. Aquellas conclusiones implicaban a Sidney.
Marion contempló a Seosamh siguiendo con esa perpetua sonrisa en el rostro.
- Entonces esa copa para otro día. -. Estaba plantada tras la barra, no hacía como sus compañeras, que apoyaban los codos en la superficie y se acomodaban. Ella estaba algo tiesa incluso, aunque su postura era la de una señorita. - Así que los indios… Pues no creo que sea así, no es que pueda opinar mucho pero no lo creo, me da la sensación de que hay un oscuro secreto que alguien de Twin Falls guarda con cierto recelo. Y no es indio precisamente, al menos por lo que he podido indagar, poco pero no sé, con un fuerte cercano no es lógico que ataquen y se metan en problemas los indios. - Alega aunque solo sean suposiciones.
Otra vez aquella sospecha de que Marion no pinta nada en aquel bar. Pero, claro, el cerebro de Seosamh no sirve para estar ocupado en cavilaciones imaginativas más de cinco minutos. Ya lo comentaría, ya...
- Tienes muchos pajaritos en la cabeza, áilleacht. -. La frase más típica que venía a decir... "Las mujeres a los menesteres de hembras, y los hombres a los de machos." - Y una boca muy bonita como para ir soplando palabras que implican a los honrados ciudadanos de esta ciudad. -. Agarró el vaso y lo apuró.- Ten cuidado.
Escuchó atenta las palabras de Seosamh.
- ¿Qué significa áilleacht? - Lo pronunció mal, claro. “Espero que no sea una grosería.” Pensó. Mantiene el tono de voz sereno ya que no quiere meterse en problemas pero añade suspicaz.- Imagino que no todos los ciudadanos de esta región son honrados, habrá de todo y, hay quien sorprende de repente metiéndose en problemas sin querer verse envuelto en ellos, de repente. ¿No le parece Seosamh? -. “Hum... me parece que no va a soltar prenda o no sabe nada de nada.”
- Preciosa, bella. -. Carraspeó, mirando hacia otro sitio. Muchas veces se escudaba en el gaélico para decir las cosas, y no solo cuando insultaba o profería insultos. De repente parecía nervioso.- Mucho le das la vuelta al coco tú. Yo no pienso en esas cosas. -. Claro que no. Entre mujeres, trabajo y lucha, tenía su limitado cerebro al completo.- Podría ser, podría ser...
- ¿En qué idioma? - Sonrió de nuevo, preguntándose en que lenguaje será.- Suena bonito ese lenguaje. Y sí le doy vueltas al coco, suelo pensar mucho. - Se encogió de hombros mirándole y lo intentó una vez más.- Entonces sospecha solo de los indios. - Trata de indagar ladeando el rostro y utilizando la sutileza femenina, sin pasarse, pues el grandullón da algo de respeto por su estatura.
El doctor caminaba por la calle con aire resuelto y tranquilo. Bostezaba de vez en cuando y parecía utilizar el sombrero para cubrirse más la cara. Había sido una noche larga y horrible. Primero el intento de descanso. Después el aviso del parto de una yegua. Y para colmo, el ronde de los coyotes que querían utilizar a su caballo como improvisada cena. Todo ello sumado hacían que no hubiese sido una mala noche. Mas aún si la mañana también resulta movida implicaba estar de nuevo tremendamente agotado. Necesitaba un ayudante, pero lo necesitaba a la orden de ya. Con imperiosa urgencia. Si él debía de encargarse de atender las urgencias, al menos quería que siempre alguien estuviese en el pueblo. Meditabundo, con los brazos cruzados, caminaba por la acera de madera del exterior de los comercios, dirigiéndose hacia el Saloon. Entre los labios como casi siempre solía llevar un cigarrillo -apagado ahora- con el que simplemente jugueteaba de vez en cuando moviéndolo de lado a lado entre sus labios. Agradecía que la luz no fuese tan intensa a éstas horas del día, porque se sentía como si tuviese una gran resaca, con la contra de no haber disfrutado previamente de un par de buenas botellas de whisky y algo de compañía para hacerlas llegar hasta el fondo.
- Gaelach. -. Irlandés. Pero tampoco tenía que ser muy lista ni muy estudiada para darse cuenta que Seosamh no hablaba chino.- No lo sé, áilleach. El listo de los O'Shaughnessy es mi hermano Setanta. Le dejo a él pensar en esas cosas. -. Quería desviar el tema, pero no sabía cómo.- Y qué, ¿te molestan mucho los tiparracos de aquí? Una sola palabra y me pongo a partir cráneos.
Hans se encontró a la misma altura de la calle con el Sr. McDougal, el médico de la zona. Lo saludó con el gesto de llevarse los dedos al sombrero.
- Hola, Doctor... ¿Se dirige al Saloon? - El sepulturero llevaba la pala nueva en la mano y la vieja piqueta al hombro.
- Hum… Irlandés. Precioso idioma sin duda. -. Comentó, mirándole, atenta como siempre.
Era curiosa y le gustaba analizar el comportamiento de las personas con las que hablaba. Percibió ese cambio de conversación y suspiró bajito, quedándose de nuevo sin saber nada.
- No, no se preocupe, que sé defenderme. Aprendí a esquivar a los borrachos, solo lo pasé mal las dos primeras noches. – Explicó, alejándose unos momentos para coger un trapo que enjuaga en un cubo y escurre apretando los puños con fuerza para comenzar a limpiar la barra dejando un aroma a limón y algún tipo de desinfectante fuerte. Y volvió a conversar con el grandullón. - ¿Y a qué se dedica usted, Seosamh?
El hombre se detuvo al escuchar una voz y levantó la mirada. La había reconocido, ese timbre no era difícil de olvidar. Inclinó levemente la cabeza en un ligero saludo.
- Señor Van Der Morten. Así es, iba a refrescar un poco el gaznate. El polvo de la tarde y el calor del día hacen que desee quitarme ese penoso sabor de la boca. - Sonrió ligeramente antes de mover el cigarrillo entre sus labios. - ¿Desea acompañarme?
No es que precisamente fuese una agradable compañía, pero muchas veces no elegimos nosotros el trabajo sino que es él quien nos elije a nosotros. Igualmente, la última vez que coincidió con el enterrador fue cuando el sheriff..... Pensamiento que arrancó una triste sonrisa en su rostro. No era un mal tipo, pero, como siempre, el deber y los actos nos llevan por caminos particulares. Quizás estar en el momento en el sitio equivocado. Se levantó un poco el ala del sombrero para mirarlo mejor antes de tomar el cigarrillo entre dos de sus dedos y apartarlo de sus labios.
Hasta un bruto como Seosamh podía darse cuenta de que la beldad estaba evitando en todo momento que él invirtiera las tornas y comenzase a hacerle preguntas. La contempló limpiar la barra con los ojos entrecerrados.
- Trabajo en la serrería. -. Se tocó una de las contusiones que tenía en el pómulo y gruñó. Volvió a dejar la mano en la superficie de madera.- ¿Y de dónde has salido tú, eh, áilleacht? Eres la prima de Minerva, sí, pero... ¿Por qué aquí? - Otra forma para decir... "¿Con tu finura y la cara que tienes... Cómo es que no estás casada con alguien de posición, muy, muy lejos de este lugar?"
- Desde luego. Este calor me mata...
Y todo serian risas hasta que el calor matase al enterrador, y entonces a ver quien le entierra. Humor negro. El clima en Holanda era radicalmente distinto. El doc le parecía un hombre curioso, pero no había entablado mucha conversación con él. En realidad con nadie.
- Sí, iba de camino al Saloon, invito a la primera. - Esbozo una media sonrisa en su pálido rostro tostado a la fuerza, donde aun se marcaban las ojeras azuladas bajo sus también pálidos ojos.
La camarera enarcó una ceja cobriza mirándole. “Así que no eres tan bruto como para darte cuenta de eso...” Pensó.
- De una ciudad al noroeste, mis padres fueron atacados en unos de sus viajes en la diligencia que viajaban y fallecieron así que necesitaba un cambio de aires y tengo la suerte de contar con mi prima. – Informó. Su semblante ha cambiado tornándose más gélido aunque el tono de voz sigue sonando dulce. No le gustaba hablar del tema así que se fue por los cerros de Úbeda. - ¿Y esas heridas en el pómulo y las demás del rostro de qué son? Si puede saberse, claro.
La verdad es que sería una gran ironía de la vida. Tener que buscar a un enterrador para que entierre al enterrador. Suena tan.... El doctor se rió ligeramente antes de inclinar la cabeza y guardarse el cigarrillo en el bolsillo.
- Vamos entonces -. Movió levemente la mano antes de empezar a caminar otra vez por la calle salvando así la distancia que les faltaba hasta llegar al Saloon.
No era demasiado conversador, menos estando como estaba cansado, pero tras un par de copas esas cosas siempre solían cambiar y otros horizontes se mostraban. Intentaba hacer bien su trabajo, pero a veces era inevitable perder a alguien. Se acomodó mejor el sombrero en la cabeza cuando empujó la puertecita del Saloon adentrándose en el interior.
- Así que una copa… Vendrá bien para levantar el ánimo, sí. Espero que me acompañe con otra de whisky en lugar de esa insulsa zarzaparrilla.
- Eh... -. Lo de los combates de boxeo era un secreto a voces, pero no tanto entre las personas decentes de Twin Falls. Y aquello incluía a algunas mujeres.- Se me cayó un cargamento de madera encima.
So bruto. Si una cosa así hubiese pasado, estaría postrado en la cama. Pero el sonido del vaivén de la puerta del Saloon hizo que pudiese desviar su atención a otro lado.
- ¡Tú!
La cavernosa voz del irlandés hizo que los pocos parroquianos que habían allí a aquellas horas dejasen de beber y jugar para darse la vuelta. En el umbral solo estaban el doctorcito y el enterrador. Incluso Ben dejó de tocar el piano. La voz de Minerva sonó en su cabezota hueca. "Nada de peleas en el bar... Las hostias a la calle.". Pues que bien le venía a él que el doc estuviese tan cerca de la misma. No le iba a dar muy fuerte, pero sí para que se diese cuenta de que tenía que estarse a veces calladito. Así que ciento veinticinco kilos de mole gaélica se abalanzaron sobre el señor McDougal, derribando el taburete dónde hasta ahora había estado sentado.
Hans Van Der Morten giró la cabeza y sonrió de medio lado. El medico también tenia un humor peculiar.
- Desde luego, no hay quien se beba esa cosa. Oiga Doc, he oído que cose bien y que recupera a muchos. - Escupió en el suelo antes de seguir.- No se ofenda - Dijo con una sonrisa, esta vez intentando ser sociable.-, pero si sigue así, me quedaré sin trabajo. No se sorprenda si lo intento emborrachar.
Empujó las puertas del Saloon y dejó pasar al medico primero. Su sorpresa fue enorme cuando un tiparraco se le abalanzo al doctor encima.
- Jajaja. No me ofendo. Pero ya sabéis que el trabajo viene como viene. Y hasta que no consiga un ayudante... Toca hacer un esfuerzo.
Se rió al escuchar las palabras del enterrador antes de negar un poco. Abrió mucho los ojos cuando escuchó ese "Tú" y después vio como se le abalanzaba alguien encima. ¿A él? ¿Era a él? ¡Y por Dios que sí que era! Se movió con agilidad hacia un lado, pegándose contra la pared del Saloon nada más entrar y puso por medio una mesa.
- Pe.. pero qué le ocurre. ¿Está beodo? ¿O es que le ha sentado mal el sol de la tarde?
Clamaba al raciocinio de ese hombre que tenía unos brazos como si fuesen un yunque. Para nada querría estar en su trayectoria pero no se iba a quedar quieto a que le golpease, eso estaba tan claro como agua de manantial.
- Por Dios Santo, Seosamh, ¿qué le ocurre? -. Conocía al hombre de haberlo visto en la serrería, recordó que hace no mucho tuvo que pasarse por allí para ayudar a alguien con un problema de "una astilla" bastante grande que se había clavado en la pierna.
Marion iba a replicarle a Seosamh, pues no se había creído nada de aquella excusa, cuando este se precipitó sobre el doctor. Salió de la barra de inmediato recordando lo que le dijo su prima, que intentara evitar cualquier altercado, pero poco iba a poder hacer ella frente a la altura del irlandés. Se colocó cerca del doctor esperando que no le atice, pues podía descalabrar al pobre hombre.
- Por favor Seosamh, por favor... Conténgase, no se admiten peleas en el recinto. Y estoy segura de que será un malentendido sin alguna duda.
Seosamh derrapó en la entrada, no derribando al pobre enterrador por centímetros. Parecía un búfalo con muy mala leche, dispuesto a destrozar todo a su paso.
- Inglés de mierda. -. Soltó aquel insulto con todo el desprecio que podía, marcando su acento al máximo.- Así que haciendo migas con el buen capitán, ¿eh?
Se acercó a la mesa y la agarró con ambas manos, volcándola. Bueno. Las palabras de Marion llegaban un poco tarde. De todos modos el mueble estaba bien, solo volcado.
- Hijo de puta. Como vea un soldado más en el pueblo le parto la cara, ¿me oye?
Se acercó, cubriendo en una zancada el espacio que lo separaba del doctor, y lo agarró por la pechera de la camisa, elevándolo hasta que éste quedó de puntillas. Para su suerte, la voz de la camarera había conseguido despejar un poco el rojo que invadía sus pensamientos. Ya no quería sangre. Bajó la voz a un susurro.
- Y como le pase algo a Sid, está muerto.-. Lo soltó, resoplando como un toro. Necesitaba un polvo o acabaría matando a alguien. ¿Estaría el prostíbulo abierto?
La muchacha resopló aliviada al ver que el irlandés terminó por soltar al galeno, ya se pensaba que el pobre buen doctor saldría volando por los aires o algo peor. Intranquila, comenzó a decir a los presentes que volvieran a sus sitios, pues se habían levantado para ver bien la pelea formando un corro de gente. También empezó a ordenar el local poniendo en su sitio algunas sillas mal colocadas, pero mira con el rabillo del ojo al señor McDougal pensando en la injusticia que comete el bruto de Seosamh por no entender que solo buscaba protección para el pueblo, para todo aquello que se iba a avecinar. La joven no era tonta.
Cuando el irlandés, con esos grandes brazos le agarró de la pechera juraría que le levantó algunos centímetros con una facilidad que casi parecía pasmosa. Clavó su mirada castaña sobre la suya.
- Seosamh, por Dios, ¿quieres entrar en razón? El pueblo está desprotegido, hay muchas mujeres y niños y necesitamos la ayuda del ejército. Esto no tiene nada que ver con amiguismos ni con el capitán. Tenemos que proteger a las mujeres y tenemos que proteger la ciudad. ¿Acaso no te has enterado de lo que ha sucedido en las afueras? ¡Sé sensato y piensa con la cabeza!
En lugar de con la de abajo, parecía ser, ya que no entendía para nada la actitud del irlandés. El capitán Fields podría ser demasiado estirado, recto y tener una cruzada particular contra el "demonio rojo", pero estaba claro que tenía los medios para poder entregar la correspondiente seguridad a la ciudad.
- ¿Acaso has visto moverse al nuevo Sheriff? ¿Has pensado en como se siente la gente? Suéltame, maldita sea.
Entrecerró los ojos con una clara mirada de advertencia. Quizás el doctor no fuese tan fuerte como él, pero sí que era mas rápido y sabía donde golpear para causar el máximo daño posible. Un fuerte golpe en el pecho, por encima de la tercera costilla haría que el corazón sufriese un paro temporal, lo que le llevaría a perder el aire y se desmayase.
Seosamh dio un paso hacia atrás, aún resollando. Tenía la cabeza gacha, y aquella expresión de mulo que escucha pero no oye.
- Que le den, doc. -. Y se dio la vuelta, dispuesto a salir del local. Antes de desaparecer por la puerta, les ofreció a los parroquianos el perfil.- Siento el estropicio, áilleacht. Seguro que el inglés lo paga todo. -. Y finalmente desapareció, los batientes balanceándose unos segundos por la fuerza con los que los había empujado.
Cuando Seosamh le dejó en el suelo emitió un suspiro pesado y pareció farfullar un poco por lo que había dicho. Claramente no. No iba a pagar nada ya que él no mismo hizo nada. Si Seosamh tenía las miras tan cortas como para ver que en la ciudad hacía falta ayuda, no era asunto suyo. Se apoyó un poco en la pared tratando de controlar su pulso y un ligero temblor que apareció en su mano derecha, la cual cerró en un puño. Movió la misma para dar un leve golpe en la pared y separarse de la misma. Sí. Definitivamente no había sido un buen día. Con paso tranquilo -o al menos intentándolo- caminó hacia la barra donde pidió una copa doble de whisky. Se la bebió de un trago sin pensar mientras que cerraba los ojos. No comprendía el por qué de Seosamh, pero tampoco había tenido demasiadas ocasiones de compartir con él alguna charla. Y viendo su actitud.... Una lástima, ya que los irlandeses solían beber realmente bien y eran buenos compañeros de taberna. Suspiró y se giró para acomodarse en la barra, quedándose ahí un rato para ver a la gente ir y venir. Obviamente que las miradas estuviesen puestas sobre él no le agradaba para nada.
Marion atendía a la poca clientela que había a esas horas. Ya había terminado sus quehaceres de limpieza en el local y estaba descansando tomando el zumo fresquito de arándanos, al haberlo dejado en la parte más fresca de la alacena. Emitió otro bostezo y resopló pensando todavía en la que le esperaría a la noche. Con todo el ajetreo de lo que estaba aconteciendo en Twin Falls la gente se reunía en el Saloon a enterarse de lo que sucedía junto a una bebida y compañía de las bailarinas o de las trabajadoras del local, menos ella misma y su prima Minerva a las que comenzaban a mirar con otros ojos los que las conocían.
Le dio un sorbo al whisky, pero se le atragantaba en mitad del gaznate, como la larga conversación que había tenido con Minerva unos minutos antes. Le hizo un gesto a la señorita Sutter para que se acercase y le espetó:
- Llévate esto, áilleacht. Y apúntame solo el vaso. -. Algo bastante raro en Seosamh, sí. Pero tenía bastante en lo que pensar. De todos modos, Marion era distracción suficiente para que no cayese en lo lúgubre.
Desvió la mirada color mar hacia Seosamh al ver que éste se atragantaba y se acercó a él por su llamada. No sabía qué narices significaba eso de áilleacht. Asintió a sus palabras con la cabeza mirándole con curiosidad.
- ¿Le ocurre algo señor....? - Dejó una larga pausa para que se presente, tal vez le pueda sacar más información acerca de Twin Falls, todo este tema del asesinato del antiguo sheriff la tenía en ascuas.
- O'Shaughnessy. Pero ni se te ocurra usar el apellido. Llámame Seosamh.
Contempló con aquellos ojos gris pizarra a la muchacha, admirando aquellos rasgos delicados y claros que no pegaban para nada con el conjunto tosco de aquel lugar. Había visto una buena cantidad de mujercitas inglesas de bien pasar por delante de sus narices en su juventud como para no darse cuenta de que Marion tenía algo de lo que el resto de féminas del local carecían: clase. Y educación. Vaya, todo eso con un solo vistazo. Tan bruto no era, ¿eh?
- ¿Qué me ocurre? ¿Y se atreve a preguntarlo cuando la tengo delante mía, como una visión? -. Sonrió, enseñando la hilera inferior de sus dientes, torcidos la mayoría. No era guapo, lo sabía, y menos con aquellas magulladuras fruto del combate de hacía dos noches. Pero todo lo que no tenía de apuesto lo restaba con zalamería.
La muchacha esbozó una amable sonrisa, mirándole.
- Bien, Seosamh. - Ante su halago esbozó una sonrisa agradecida. Se va acostumbrando a las lisonjas y ya no se sonroja como al principio. Qué mal lo pasó esas dos primeras noches, no paraba de temblarle el cuerpo, pero el tiempo pasa y una se acostumbra aunque sea a la fuerza. - Déjeme entonces invitarle a un trago y charlemos, supongo que se ha enterado de lo acontecido y yo al no haber nacido en estas tierras no me entero de nada. ¿Es verdad que se sospecha de alguien del condado? - Preguntó con total inocencia, no conocedora de lo acontecido. En eso era sincera.
Seosamh colocó una mano sobre el vaso de whisky, que había conseguido reducir hasta dejar solo un último trago.
- No, áilleacht, otro día lo aceptaría de mil amores. Pero si me lío, no salgo de aquí hasta la madrugada. Y aún no ha empezado la semana como para que me gaste el jornal. -. Pero le indicó que arrastrase el banquito que solía usar Minerva para sentarse y vigilar el local desde detrás de la barra y lo usase.- Pues corre el rumor de que fueron los indios. Y tiene sentido.
No hizo caso a aquel sexto sentido que le estaba diciendo que no siguiese por ahí. Tenía razón. Aquellas conclusiones implicaban a Sidney.
Marion contempló a Seosamh siguiendo con esa perpetua sonrisa en el rostro.
- Entonces esa copa para otro día. -. Estaba plantada tras la barra, no hacía como sus compañeras, que apoyaban los codos en la superficie y se acomodaban. Ella estaba algo tiesa incluso, aunque su postura era la de una señorita. - Así que los indios… Pues no creo que sea así, no es que pueda opinar mucho pero no lo creo, me da la sensación de que hay un oscuro secreto que alguien de Twin Falls guarda con cierto recelo. Y no es indio precisamente, al menos por lo que he podido indagar, poco pero no sé, con un fuerte cercano no es lógico que ataquen y se metan en problemas los indios. - Alega aunque solo sean suposiciones.
Otra vez aquella sospecha de que Marion no pinta nada en aquel bar. Pero, claro, el cerebro de Seosamh no sirve para estar ocupado en cavilaciones imaginativas más de cinco minutos. Ya lo comentaría, ya...
- Tienes muchos pajaritos en la cabeza, áilleacht. -. La frase más típica que venía a decir... "Las mujeres a los menesteres de hembras, y los hombres a los de machos." - Y una boca muy bonita como para ir soplando palabras que implican a los honrados ciudadanos de esta ciudad. -. Agarró el vaso y lo apuró.- Ten cuidado.
Escuchó atenta las palabras de Seosamh.
- ¿Qué significa áilleacht? - Lo pronunció mal, claro. “Espero que no sea una grosería.” Pensó. Mantiene el tono de voz sereno ya que no quiere meterse en problemas pero añade suspicaz.- Imagino que no todos los ciudadanos de esta región son honrados, habrá de todo y, hay quien sorprende de repente metiéndose en problemas sin querer verse envuelto en ellos, de repente. ¿No le parece Seosamh? -. “Hum... me parece que no va a soltar prenda o no sabe nada de nada.”
- Preciosa, bella. -. Carraspeó, mirando hacia otro sitio. Muchas veces se escudaba en el gaélico para decir las cosas, y no solo cuando insultaba o profería insultos. De repente parecía nervioso.- Mucho le das la vuelta al coco tú. Yo no pienso en esas cosas. -. Claro que no. Entre mujeres, trabajo y lucha, tenía su limitado cerebro al completo.- Podría ser, podría ser...
- ¿En qué idioma? - Sonrió de nuevo, preguntándose en que lenguaje será.- Suena bonito ese lenguaje. Y sí le doy vueltas al coco, suelo pensar mucho. - Se encogió de hombros mirándole y lo intentó una vez más.- Entonces sospecha solo de los indios. - Trata de indagar ladeando el rostro y utilizando la sutileza femenina, sin pasarse, pues el grandullón da algo de respeto por su estatura.
El doctor caminaba por la calle con aire resuelto y tranquilo. Bostezaba de vez en cuando y parecía utilizar el sombrero para cubrirse más la cara. Había sido una noche larga y horrible. Primero el intento de descanso. Después el aviso del parto de una yegua. Y para colmo, el ronde de los coyotes que querían utilizar a su caballo como improvisada cena. Todo ello sumado hacían que no hubiese sido una mala noche. Mas aún si la mañana también resulta movida implicaba estar de nuevo tremendamente agotado. Necesitaba un ayudante, pero lo necesitaba a la orden de ya. Con imperiosa urgencia. Si él debía de encargarse de atender las urgencias, al menos quería que siempre alguien estuviese en el pueblo. Meditabundo, con los brazos cruzados, caminaba por la acera de madera del exterior de los comercios, dirigiéndose hacia el Saloon. Entre los labios como casi siempre solía llevar un cigarrillo -apagado ahora- con el que simplemente jugueteaba de vez en cuando moviéndolo de lado a lado entre sus labios. Agradecía que la luz no fuese tan intensa a éstas horas del día, porque se sentía como si tuviese una gran resaca, con la contra de no haber disfrutado previamente de un par de buenas botellas de whisky y algo de compañía para hacerlas llegar hasta el fondo.
- Gaelach. -. Irlandés. Pero tampoco tenía que ser muy lista ni muy estudiada para darse cuenta que Seosamh no hablaba chino.- No lo sé, áilleach. El listo de los O'Shaughnessy es mi hermano Setanta. Le dejo a él pensar en esas cosas. -. Quería desviar el tema, pero no sabía cómo.- Y qué, ¿te molestan mucho los tiparracos de aquí? Una sola palabra y me pongo a partir cráneos.
Hans se encontró a la misma altura de la calle con el Sr. McDougal, el médico de la zona. Lo saludó con el gesto de llevarse los dedos al sombrero.
- Hola, Doctor... ¿Se dirige al Saloon? - El sepulturero llevaba la pala nueva en la mano y la vieja piqueta al hombro.
- Hum… Irlandés. Precioso idioma sin duda. -. Comentó, mirándole, atenta como siempre.
Era curiosa y le gustaba analizar el comportamiento de las personas con las que hablaba. Percibió ese cambio de conversación y suspiró bajito, quedándose de nuevo sin saber nada.
- No, no se preocupe, que sé defenderme. Aprendí a esquivar a los borrachos, solo lo pasé mal las dos primeras noches. – Explicó, alejándose unos momentos para coger un trapo que enjuaga en un cubo y escurre apretando los puños con fuerza para comenzar a limpiar la barra dejando un aroma a limón y algún tipo de desinfectante fuerte. Y volvió a conversar con el grandullón. - ¿Y a qué se dedica usted, Seosamh?
El hombre se detuvo al escuchar una voz y levantó la mirada. La había reconocido, ese timbre no era difícil de olvidar. Inclinó levemente la cabeza en un ligero saludo.
- Señor Van Der Morten. Así es, iba a refrescar un poco el gaznate. El polvo de la tarde y el calor del día hacen que desee quitarme ese penoso sabor de la boca. - Sonrió ligeramente antes de mover el cigarrillo entre sus labios. - ¿Desea acompañarme?
No es que precisamente fuese una agradable compañía, pero muchas veces no elegimos nosotros el trabajo sino que es él quien nos elije a nosotros. Igualmente, la última vez que coincidió con el enterrador fue cuando el sheriff..... Pensamiento que arrancó una triste sonrisa en su rostro. No era un mal tipo, pero, como siempre, el deber y los actos nos llevan por caminos particulares. Quizás estar en el momento en el sitio equivocado. Se levantó un poco el ala del sombrero para mirarlo mejor antes de tomar el cigarrillo entre dos de sus dedos y apartarlo de sus labios.
Hasta un bruto como Seosamh podía darse cuenta de que la beldad estaba evitando en todo momento que él invirtiera las tornas y comenzase a hacerle preguntas. La contempló limpiar la barra con los ojos entrecerrados.
- Trabajo en la serrería. -. Se tocó una de las contusiones que tenía en el pómulo y gruñó. Volvió a dejar la mano en la superficie de madera.- ¿Y de dónde has salido tú, eh, áilleacht? Eres la prima de Minerva, sí, pero... ¿Por qué aquí? - Otra forma para decir... "¿Con tu finura y la cara que tienes... Cómo es que no estás casada con alguien de posición, muy, muy lejos de este lugar?"
- Desde luego. Este calor me mata...
Y todo serian risas hasta que el calor matase al enterrador, y entonces a ver quien le entierra. Humor negro. El clima en Holanda era radicalmente distinto. El doc le parecía un hombre curioso, pero no había entablado mucha conversación con él. En realidad con nadie.
- Sí, iba de camino al Saloon, invito a la primera. - Esbozo una media sonrisa en su pálido rostro tostado a la fuerza, donde aun se marcaban las ojeras azuladas bajo sus también pálidos ojos.
La camarera enarcó una ceja cobriza mirándole. “Así que no eres tan bruto como para darte cuenta de eso...” Pensó.
- De una ciudad al noroeste, mis padres fueron atacados en unos de sus viajes en la diligencia que viajaban y fallecieron así que necesitaba un cambio de aires y tengo la suerte de contar con mi prima. – Informó. Su semblante ha cambiado tornándose más gélido aunque el tono de voz sigue sonando dulce. No le gustaba hablar del tema así que se fue por los cerros de Úbeda. - ¿Y esas heridas en el pómulo y las demás del rostro de qué son? Si puede saberse, claro.
La verdad es que sería una gran ironía de la vida. Tener que buscar a un enterrador para que entierre al enterrador. Suena tan.... El doctor se rió ligeramente antes de inclinar la cabeza y guardarse el cigarrillo en el bolsillo.
- Vamos entonces -. Movió levemente la mano antes de empezar a caminar otra vez por la calle salvando así la distancia que les faltaba hasta llegar al Saloon.
No era demasiado conversador, menos estando como estaba cansado, pero tras un par de copas esas cosas siempre solían cambiar y otros horizontes se mostraban. Intentaba hacer bien su trabajo, pero a veces era inevitable perder a alguien. Se acomodó mejor el sombrero en la cabeza cuando empujó la puertecita del Saloon adentrándose en el interior.
- Así que una copa… Vendrá bien para levantar el ánimo, sí. Espero que me acompañe con otra de whisky en lugar de esa insulsa zarzaparrilla.
- Eh... -. Lo de los combates de boxeo era un secreto a voces, pero no tanto entre las personas decentes de Twin Falls. Y aquello incluía a algunas mujeres.- Se me cayó un cargamento de madera encima.
So bruto. Si una cosa así hubiese pasado, estaría postrado en la cama. Pero el sonido del vaivén de la puerta del Saloon hizo que pudiese desviar su atención a otro lado.
- ¡Tú!
La cavernosa voz del irlandés hizo que los pocos parroquianos que habían allí a aquellas horas dejasen de beber y jugar para darse la vuelta. En el umbral solo estaban el doctorcito y el enterrador. Incluso Ben dejó de tocar el piano. La voz de Minerva sonó en su cabezota hueca. "Nada de peleas en el bar... Las hostias a la calle.". Pues que bien le venía a él que el doc estuviese tan cerca de la misma. No le iba a dar muy fuerte, pero sí para que se diese cuenta de que tenía que estarse a veces calladito. Así que ciento veinticinco kilos de mole gaélica se abalanzaron sobre el señor McDougal, derribando el taburete dónde hasta ahora había estado sentado.
Hans Van Der Morten giró la cabeza y sonrió de medio lado. El medico también tenia un humor peculiar.
- Desde luego, no hay quien se beba esa cosa. Oiga Doc, he oído que cose bien y que recupera a muchos. - Escupió en el suelo antes de seguir.- No se ofenda - Dijo con una sonrisa, esta vez intentando ser sociable.-, pero si sigue así, me quedaré sin trabajo. No se sorprenda si lo intento emborrachar.
Empujó las puertas del Saloon y dejó pasar al medico primero. Su sorpresa fue enorme cuando un tiparraco se le abalanzo al doctor encima.
- Jajaja. No me ofendo. Pero ya sabéis que el trabajo viene como viene. Y hasta que no consiga un ayudante... Toca hacer un esfuerzo.
Se rió al escuchar las palabras del enterrador antes de negar un poco. Abrió mucho los ojos cuando escuchó ese "Tú" y después vio como se le abalanzaba alguien encima. ¿A él? ¿Era a él? ¡Y por Dios que sí que era! Se movió con agilidad hacia un lado, pegándose contra la pared del Saloon nada más entrar y puso por medio una mesa.
- Pe.. pero qué le ocurre. ¿Está beodo? ¿O es que le ha sentado mal el sol de la tarde?
Clamaba al raciocinio de ese hombre que tenía unos brazos como si fuesen un yunque. Para nada querría estar en su trayectoria pero no se iba a quedar quieto a que le golpease, eso estaba tan claro como agua de manantial.
- Por Dios Santo, Seosamh, ¿qué le ocurre? -. Conocía al hombre de haberlo visto en la serrería, recordó que hace no mucho tuvo que pasarse por allí para ayudar a alguien con un problema de "una astilla" bastante grande que se había clavado en la pierna.
Marion iba a replicarle a Seosamh, pues no se había creído nada de aquella excusa, cuando este se precipitó sobre el doctor. Salió de la barra de inmediato recordando lo que le dijo su prima, que intentara evitar cualquier altercado, pero poco iba a poder hacer ella frente a la altura del irlandés. Se colocó cerca del doctor esperando que no le atice, pues podía descalabrar al pobre hombre.
- Por favor Seosamh, por favor... Conténgase, no se admiten peleas en el recinto. Y estoy segura de que será un malentendido sin alguna duda.
Seosamh derrapó en la entrada, no derribando al pobre enterrador por centímetros. Parecía un búfalo con muy mala leche, dispuesto a destrozar todo a su paso.
- Inglés de mierda. -. Soltó aquel insulto con todo el desprecio que podía, marcando su acento al máximo.- Así que haciendo migas con el buen capitán, ¿eh?
Se acercó a la mesa y la agarró con ambas manos, volcándola. Bueno. Las palabras de Marion llegaban un poco tarde. De todos modos el mueble estaba bien, solo volcado.
- Hijo de puta. Como vea un soldado más en el pueblo le parto la cara, ¿me oye?
Se acercó, cubriendo en una zancada el espacio que lo separaba del doctor, y lo agarró por la pechera de la camisa, elevándolo hasta que éste quedó de puntillas. Para su suerte, la voz de la camarera había conseguido despejar un poco el rojo que invadía sus pensamientos. Ya no quería sangre. Bajó la voz a un susurro.
- Y como le pase algo a Sid, está muerto.-. Lo soltó, resoplando como un toro. Necesitaba un polvo o acabaría matando a alguien. ¿Estaría el prostíbulo abierto?
La muchacha resopló aliviada al ver que el irlandés terminó por soltar al galeno, ya se pensaba que el pobre buen doctor saldría volando por los aires o algo peor. Intranquila, comenzó a decir a los presentes que volvieran a sus sitios, pues se habían levantado para ver bien la pelea formando un corro de gente. También empezó a ordenar el local poniendo en su sitio algunas sillas mal colocadas, pero mira con el rabillo del ojo al señor McDougal pensando en la injusticia que comete el bruto de Seosamh por no entender que solo buscaba protección para el pueblo, para todo aquello que se iba a avecinar. La joven no era tonta.
Cuando el irlandés, con esos grandes brazos le agarró de la pechera juraría que le levantó algunos centímetros con una facilidad que casi parecía pasmosa. Clavó su mirada castaña sobre la suya.
- Seosamh, por Dios, ¿quieres entrar en razón? El pueblo está desprotegido, hay muchas mujeres y niños y necesitamos la ayuda del ejército. Esto no tiene nada que ver con amiguismos ni con el capitán. Tenemos que proteger a las mujeres y tenemos que proteger la ciudad. ¿Acaso no te has enterado de lo que ha sucedido en las afueras? ¡Sé sensato y piensa con la cabeza!
En lugar de con la de abajo, parecía ser, ya que no entendía para nada la actitud del irlandés. El capitán Fields podría ser demasiado estirado, recto y tener una cruzada particular contra el "demonio rojo", pero estaba claro que tenía los medios para poder entregar la correspondiente seguridad a la ciudad.
- ¿Acaso has visto moverse al nuevo Sheriff? ¿Has pensado en como se siente la gente? Suéltame, maldita sea.
Entrecerró los ojos con una clara mirada de advertencia. Quizás el doctor no fuese tan fuerte como él, pero sí que era mas rápido y sabía donde golpear para causar el máximo daño posible. Un fuerte golpe en el pecho, por encima de la tercera costilla haría que el corazón sufriese un paro temporal, lo que le llevaría a perder el aire y se desmayase.
Seosamh dio un paso hacia atrás, aún resollando. Tenía la cabeza gacha, y aquella expresión de mulo que escucha pero no oye.
- Que le den, doc. -. Y se dio la vuelta, dispuesto a salir del local. Antes de desaparecer por la puerta, les ofreció a los parroquianos el perfil.- Siento el estropicio, áilleacht. Seguro que el inglés lo paga todo. -. Y finalmente desapareció, los batientes balanceándose unos segundos por la fuerza con los que los había empujado.
Cuando Seosamh le dejó en el suelo emitió un suspiro pesado y pareció farfullar un poco por lo que había dicho. Claramente no. No iba a pagar nada ya que él no mismo hizo nada. Si Seosamh tenía las miras tan cortas como para ver que en la ciudad hacía falta ayuda, no era asunto suyo. Se apoyó un poco en la pared tratando de controlar su pulso y un ligero temblor que apareció en su mano derecha, la cual cerró en un puño. Movió la misma para dar un leve golpe en la pared y separarse de la misma. Sí. Definitivamente no había sido un buen día. Con paso tranquilo -o al menos intentándolo- caminó hacia la barra donde pidió una copa doble de whisky. Se la bebió de un trago sin pensar mientras que cerraba los ojos. No comprendía el por qué de Seosamh, pero tampoco había tenido demasiadas ocasiones de compartir con él alguna charla. Y viendo su actitud.... Una lástima, ya que los irlandeses solían beber realmente bien y eran buenos compañeros de taberna. Suspiró y se giró para acomodarse en la barra, quedándose ahí un rato para ver a la gente ir y venir. Obviamente que las miradas estuviesen puestas sobre él no le agradaba para nada.
Absenta90- Caballero
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Fecha de inscripción : 29/03/2010
Domingo - tarde. La llegada de Ruby Atwood.
(El viaje había sido muy largo y en las peores condiciones, pues el servicio de diligencias esquivaba, por alguna razón, Twin Falls y otros pueblos cercanos que le habrían valido de enlace para llegar hasta allí. Ruby había tenido que servirse de diferentes medios de transporte para moverse y ser creativas con sus peticiones: desde el ferrocarril, el caballo, sus propias piernas o las carretas ajenas, lo había probado todo y para cuando atisbó el cartel que anunciaba el final del destino casi se tiró al suelo a lloriquear y a besar la tierra, pero continuaba con aquella banda de músicos que se había ofrecido a llevarla desde varios kilómetros atrás. No podía simplemente irse. O sí. Estaba muerta. Lo entenderían. Le dio un beso al que parecía el jefe e hizo amago de saltar.) No hace falta que paréis por mí, chicos... Mi hermano me estará esperando. (Era mentira, pero los hombres muy protectores con ella.) En serio, ha sido un placer. Si alguna vez venís a Twin Falls, me encantaría escucharos. El mejor viaje de mi vida. (Los agasajó antes de saltar por una de las entradas del pueblo. Bajó con ella una bolsa de tela en la que llevaba algunos vestidos y objetos personales. Los hombres se despidieron alegremente y la carreta se alejó para fortuna de Ruby. Volvía al pueblo después de estar...¿cuánto, cinco, seis años fuera? Una burrada. Esperaba que las cosas no hubieran cambiado demasiado y que Jonathan no se hubiera marchado. Tendría que haber avisado de su regreso para asegurarse, pero no tenía centavos de sobra para desperdiciar en un telegrama. Mientras caminaba estaba oscurenciendo, pero la luz aún le permitía "leer" algunos carteles. Más bien los interpretaba. Se detuvo ante uno que reconocía bien.) Creo que no estoy muy cansada para que me inviten a un té. (Porque si Evelyn_G_Meier seguía allí, era lo primero que haría al verla después de darle un pegajoso abrazo. Jonathan podía esperar. Llamó a su casa.)
Las horas poco a poco iban haciendo que el sol desapareciera, a Meier se le antojó que aquel naranja tan intenso era un color precioso, pero sobre todo , el preludio de las horas más frescas, lo había pasado realmente mal bajo aquel pesado vestido negro, bajo aquel inclemente sol, tras una larga y tediosa perorata que a pesar de su firme sentir creyente no podía dejar de tacharla de terrible. La ciudad necesitaba de lluvias. Y las necesitaba con urgencia. Pasó la mano sobre la obertura de su camisa , suave y necesariamente blanca, pero si falda seguía siendo igual de negra. Apoyada bajo el quicio de la "Armeria Meier" , cuyas letras grabadas sobre el escaparate tenían el tamaño de un palmo de alto y otro de ancho., estaba estratégicame situada, en medio de la corriente que, desde la puerta trasera a la principal, se creaba. Se palmeaba el escote al ritmo de una canción excesivamente pegadiza, no había podido librarse de ella en varios días y le rondaba en cada momento de descanso, se apoderaba de sus labios - Sous les feuilles de chêne , Je me suis fait sécher, Sur la plus haute branche , Le rossignol chantait, - seguia meciendo la mano cuando apareció la figura de Ruby_Atwood , al principio deslizó la mirada sobre ella, ese tipo de miradas que no ven, pero al poco algunos detalles le tuvo que llamar la atención . Una sonrisa en su rostro delató el momento exacto en el cual la reconoció , se separó de aquella cómoda posición y avanzó hacia ella - ¡Ruby ! Jajajajaja ¿Pero cuando ..? Oh! no importa, pasa ... siéntate, has de contarme muchas cosas! pasa, tómate una tacita de té - hubiera dicho que el retraso de sus cartas era por el trabajo tan pésimo de correos, pero lo creía inoportuno y más para se el primer comentario. La abrazó, desde luego que lo hizo , con fuerza y con ganas .-Bienvenida.
(El cuándo lo hacía muy evidente su improvisada bolsa de viaje en la que llevaba lo indispensable, pues no era probable que hubiera salido a dar una simple vuelta por el pueblo con ella a rastras. Ruby acababa de regresar a Twin Falls y la primera cara conocida que vio, más bien a propósito que por casualidad, fue la de su buena amiga Evelyn_G_Meier. En cuanto el cálido abrazo le recordó lo que era sentirse querida de verdad, lamentó profundamente no haberse preocupado más en mantener el contacto con una de las pocas personas que valían la pena, no solo en Twin Falls, sino de todo el mundo. Casi se echa a llorar de la emoción la muy tonta. No podía creer, justo ahora, que hubiera echado de menos algo así.) Oh, cielos... Pasarán mil años sin que nos veamos, pero sabía que ibas a decir eso. ¡Claro que me apunto a un té contigo! ¡Lo estaba deseando! (Expresó con absoluta sinceridad. La cogió del brazo y pasó al interior con ella. Aquel lugar podía considerarse como un segundo hogar.) Estoy partida en dos. Disculpa mi aspecto. (Ruby estaba algo sucia, muy despeinada y con la fatiga típica de los viajes largos. No había dormido en una cama desde... desde que cruzó la frontera del estado por lo menos.) ¿Dónde dejo esto que no te moleste? (Se refería a sus pertenencias. Quería preguntarle por la pequeña Sophia, la armería y tantas cosas que no tenía ni idea de por cual empezar, así que, definitivamente, se le ocurrió que lo mejor era darle otro gran abrazo.)
El brazo de Ruby se entrelazó sobre el de ella . Era un anochecer limpio, sobre tonos rosa y cárdeno del pueblo de Twin Falls , quedaban en el cielo unos restos de sol que el cielo nocturno pronto reabsorbería . Es este morir del sol en pleno día una escena de superior romanticismo. Ambas mujeres encontraron cobijo en el interior de la tienda y mientras la campanilla sonaba, Evelyn señaló la mesa, más pronto que tarde buscó separar una silla e invitaba a Ruby a sentarse en ella - No importa donde la dejes, no molestará, no espero a ningún cliente a estas horas pues la tienda ya está cerrada - La inesperada visita había apremiado el cierre y es que la señora Meier poseía muy pocas porciones de alegría y cuando no hay alegría , el alma se retira a un rincón de nuestro cuerpo y hace de él su cubil, eso lo conocía muy bien, se acaba , de cuando en cuando, entregando un aullido lastimero o se enseña los dientes a las cosas que pasan. A veces hasta se mordía . Pero el reencuentro había avivado la sonrisa de Meier y había entregado un atisbo de libertad ante aquel panorama de universal esclavitud, pues nunca manifestaba mayor vitalidad que la estrictamente necesaria para alimentar su dolor y sostener en pie su desesperación . - Vamos ... me alegro tanto de tu llegada que no se por donde empezar a preguntarte .
(Ruby rió de felicidad. No había otro motivo tras aquella carcajada espontánea. Estaba de nuevo en Twin Falls, estaba estrechando a Evelyn en sus brazos y estaba a punto de tomar el té. Esos hechos mitigaron parte de su cansancio, aunque no se sentía despejada del todo. Necesitaba dormir al menos un día entero para reponerse, pero eso vendría luego. Ruby tomó una cierta distancia para poder observar mejor a su amiga; reconocía el**paso del tiempo en ella, aunque no era eso lo que había obrado cambios. La pérdida de Arthur, la armería, el cuidado de Sophia... Todo aquello le había dotado de un punto de madurez que antes, le parecía, no tenía. A pesar de las circunstancias, Ruby se atrevía a pensar que le sentaba bien. Redondeaba su espíritu sensato y práctico.) Estamos en las mismas... Pero se me ocurre un buen punto de partida: ¡esa tacita de té! ¿Está Sophia...? (Bajó la voz cayendo en la cuenta de que los niños se acostaban relativamente pronto.)
Aún tenía sobre la camisa el calor que el abrazo entregó sobre su agrado, le había cambiado la sonrisa y esta se mostraba sumamente generosa , las risas , el movimiento en el piso de abajo, invitó a una curiosa Sophia a descender del lecho . Evelyn se introdujo en la trastienda , desde aquella posición comenzó a hablar - La verdad es que la ciudad no está pasando su mejor momento querida - puso una tetera a calentar, sobre unas brasas que aún retenían el calor de la cena, avivó estas y paciente salió secándose las manos contra un paño. - Me imagino lo difícil que habrá sido el llegar hasta aquí... - se sentó ante ella, ladeada pues tendría que ir y venir desde la cocina. Estiró una mano y la posó sobre la de Ruby. - Tu regreso alimenta mi temor , pensando que es debido a algo ...- se mordió el labio inferior y deslizó la mirada sobre el elaborado tapete de hilo blanco - algo... - palmeó con la mano el antebrazo de Ruby y no dijo ninguna palabra más - la pequeña la verás mañana, supongo que estará dormida desde hace ya rato - se puso de nuevo en pie y caminó a la cocina para ver como andaba el agua. Sophía descendía por la escaleras, descalza, asiendo un muñeco con una mano , el cual arrastraba sin demasiado miramiento. Su pequeña manita se frotaba uno de los claros ojos y su larga trenza rubia se mecía con cada uno de sus movimientos.
(Además de las amplias y nutridas cualidades de Evelyn, estaba la de la clarividencia, como a Ruby le gustaba llamar esa intuición extremadamente fina que poseía su amiga. Le sonrió con un punto de reparo en un gesto que compartía al cien por cien con su hermano, aunque debía ser el único porque eran radicalmente distintos.) Bueno... Las diligencias estaban fuera de servicio y fue una faena, lo admito. Pero no hay nada imposible, Ev, nada. (Eludió el tema y dejó que pasara a la trastienda sin seguirla, pues estaba segura de que su rostro la delataría. Ruby era una mujer alta y robusta, aunque no llegaba a estar gorda. Parecía una especie de campesina bonachona de mofletes sonrosados. Le faltaban las trenzas, pero ésas ya las ponía la bonita niña que apareció en la escalera.) Oh... Hola, amor. ¿Te he despertado? (Preguntó con expresión culpable.)
6El silbato de la presión de la tetera impartió su aviso, pero ante ella se encontraba Evelyn que rápidamente la retiró del fuego. Sophia se negaba a mostrarse demasiado despierta, se frotaba los ojos con resignación y al poco escuchó la voz de Ruby, sonrió , delatando que la había reconocido, de un salto descendió los siguientes escalones y se abrazó a las faldas. Pegó su cabeza contra los muslos y parte del vientre y elevó esta 6manteniendo la sonrisa. Con cierta confidencialidad se llevó el dedo ante los labios y sopló contra este pidiéndole que no le delatara. A pesar de su sensato intento este resultó vano, cuando Evelyn sorprendió a ambas , con una bandeja entre las manos , donde dispensaba un par de taza , una tetera y dulces . Inevitablemente, aquello acabó por despertar a Sophia . - Mamá! Yo quiero ! - Evelyn descendió los hombros y asintió.
(A Ruby se le escapó una risita maléfica. Así eran los niños y ella misma estaba viendo parte de sus poderes mágicos: Evelyn le habría dicho que no a cualquier otra persona, habría sacado la escoba si fuera preciso, pero aquella princesita de lustrosas trenzas tenía la partida ganada de antemano.) Se nos ha acoplado una peque. (A Ruby no le molestaba su compañía ni se impacientaba porque regresara a la cama. No era esa clase de persona que detestaba a los niños. Después de todo, había sido ella quien, con la visita, la había despertado. No podía sencillamente echarla.) Está muy guapa y muy grande. Se parece a ti, Evelyn. (Acarició la mejilla de la niña. No necesitaba que la anfitriona le dijera dónde sentarse, aunque había pasado mucho tiempo desde la última vez que se vieron y consideró oportuno esperar la invitación.)
Sophia ascendió a la silla que tenía más cercana, no precisó de invitación, ni de insinuación, trepó usando las rodillas, se giró en el asiento y extendió los pies descalzos hacia delante, sus rodillas quedaron rígidas cuando su espalda quedó pegada al respaldo. Evelyn la contempló por un largo instante tras dejar la bandeja sobre la mesa, sobre el tapete de ganchillo muy elaborado. Realmente la miró con ternura, con una generosa muestra de orgullo, deslizó la mano sobre su vientre y se inclinó sobre la pequeña, la palma de la mano cobijó el mentón de Sophia y observó sus ojos y su rostro . 1- Es como su padre... 6- aquel pensamiento escapó entre sus labios, no pretendió que así fuera, pero ahí quedo expuesto al mundo sin apenas haber sido consciente de ello. Se acercó y besó la mejilla de la pequeña para liberarla. Mas no por mucho tiempo cuando se giró hacia Ruby Atwood y la invitó a sentarse, ya tomaba a la niña en brazos, ocupando su asiento y sentándola a ella en el regazo. - Hacía mucho tiempo que no nos veíamos, pero no me has respondido ... - se inclinó sobre la mesa y tomó un dulce, un pedacito de pastel de manzana que entregó a la pequeña , despejándole de aquellos rubios cabellos la frente, con gesto tierno. Besó su frente y elevó el rostro hacia su amiga. - Sea como sea me alegro que estés aquí, creo que todos nos alegraremos . Tu hermano el primero. Necesita de ti, se le nota ... no es que esté mal, desde luego que no , pero se presiente la necesidad de alguien que le cuide - era un modo poco sutil de decir lo inútil que podría ser su hermano relacionándose.
Sí, es verdad, los ojos son más suyos... Pero el conjunto... Es una mini-Evelyn. (Bromeó sonriendo a la pequeña y le hizo una carantoña con los dedos estirados y la lengua. Ruby se sirvió ella misma una porción del pastel. La taza aún estaba muy caliente como para cogerla, aunque tenía mucha sed.) Yo también me alegro de estar aquí. (Y por aquí, en ese momento, era más la casa-negocio de Evelyn que Twin Falls.) Pero no he venido para cuidar a nadie, Evelyn, y menos a Jon. Es suficientemente mayorcito para hacerlo solo... Debería cuidarme él a mí. ¡Soy una mujer! (Exclamó con una sonrisa muy pícara y divertida. Siendo una mujer, sus cualidades eran, con mucho, más viriles que las de Jonathan. Incluso su propio padre se percató de aquello para martirio de su pobre hermano.) Mmh...Cielos, esto está buenísimo. Ah. (Se cubrió la boca con el dorso de la mano izquierda, pero masticaba con ansia. Su cumplido no era artificial, no quería regalar los oídos de Evelyn, sino bendecir sus manos, si es que lo había preparado ella, por producir semejante manjar. Hacía mucho que no comía algo en condiciones a causa del viaje.) Es estupendo, de verdad... No te importa que me coja más, ¿no?
Desde luego, coja lo que guste... - Sophia mecía las piernas sobre las de su madre cargada de satisfacción, aquella porción de pastel había sido, desde luego, algo completamente imprevisto. Bajo aquel rosa camisón sintió frio, su madre la rodeó con los brazos, era una noche de agosto, un poco de tregua en aquellos bochornosos días donde el sol se mostraba inclemente. Evelyn estaba a un paso más de conocer el auténtico porqué de su 6regreso, o al menos eso pensó . - Jajajajajaja vamos vamos, las mujeres ... nunca hemos sido débiles ... o a ver quien mantenía el pueblo cuando los hombres marcharon a la guerra ... jajajaja, bien ... aceptemos eso, no ha venido a cuidar a su hermano ... - meció las cejas en su rostro invitándole a proseguir, se sintió ruda desparramando su curiosidad sin contemplaciones , y negó con la cabeza. - Si se termina el pastel le prometo hacer , al menos dos mas.La he echado mucho de menos . - dijo con cierta ternura. Pensó que con ella las cosas hubieran sido diferentes, tanto Sophia como ella hubieran tenido un apoyo que al marchar, nadie pudo sustituir.
(Ruby ya sabía que las mujeres no eran débiles y no necesitaban de los hombres, aunque nunca venía mal tener unos cuantos presentes para ciertos menesteres.) No me digas eso, que con el hambre que tengo hoy soy capaz de comérmelo entero... ¡y no bromeo! (Ruby se tocó su bien nutrida barriga con la mano, pero comprobar que seguía allí no la hizo arrepentirse de coger otro trozo más mientras el té se enfriaba.) Yo también. Me siento...,... bueno, las palabras no sirven de mucho ahora, pero de verdad siento no haber hecho más por mantener el contacto quitando las escasas cartas que hemos podido cruzarnos. Pero... (Desvió la mirada hacia la punta de la porción que había cogido y guardó silencio durante unos segundos. La mordió.) ¿Sophia ya va a la escuela? ¿Tan grande es?
Como si aquellas palabras hubieran sido la insinuación, se puso en pie, tomó a Sophia en brazo con una mano y con la otra un pedazo de pastel, hizo que diera un saltito, cuando la sostuvo mejor sobre el nacimiento de su falda, contra su cadera .- Perdona Ruby, pero he de llevar a la pequeña a la cama, si no mañana no se levantará a su hora ... - Sophia abrió los ojos con la boca muy llena - mamash... nop lop querop quebarme...- protestó sin causar ningún tipo de remordimiento en la madre que comenzó a ascender por la escaleras. - La acuesto y ahora hablamos con ... más tranquilidad . - se acercó a Ruby_Atwood y Sophí se inclinó hacia ella, entregándole un beso en la mejilla con sabor a pastel.
Oh, no, no, por favor, Evelyn, si no molesta... (Y lo decía de verdad porque, además de que aquella niña era discreta y sabía comportarse -ella también lo haría si estaba en juego comer más pastel-, le valía como excusa para eludir ciertos temas. Sin embargo, si Ev se la llevaba, ya no habría nada que se interpusiera entre ellas para hablar con claridad, lo cual la aterraba hasta un punto inhumano, como si aquélla en vez de su *su amiga el padre confesor. Ruby cogió el té mientras Evelyn llevaba la niña a su habitación y meditó en las posibles preguntas que le haría. Angustiada, se metió en la boca otro trozo de tarta y la saboreó imaginando que aquello calmaría un poco sus nervios, pero no funcionaba. Volvió a tocarse la barriga. Sería muy feo salir huyendo con lo generosa y afable que había sido la señora Meier con ella. ¡La señora Meier! Tenía gracia. Para ella era Evelyn, sin más. Evelyn la madre, Evelyn la viuda, Evelyn... Se pasó una mano, -la limpia- por el cabello alborotado. Necesitaba un buen baño y cepillarlo apropiadamente. Aquel problema trivial tampoco la ayudó a sosegarla. No había escapatoria. Ahora tendrían LA charla.)
Tardó un poco más de lo que había previsto, pero cuando descendió por aquellas escaleras Sophia dormía. Descendía con una lámpara en la mano, cuya pantalla de cristal apenas impedía que la llama rilara lo suficiente como para amenazar apagarse, la noche se les estaba echando encima de un modo apresurado. Al llegar ante Ruby , prendió un par más de lámparas , despejando gran parte de las sombras que, sobre los objetos de la tienda, 6 incluso parecían amenazadores. Bajo al gorra de Arthur y su sable , posó una de aquellas lámparas y quedó , como siempre hacia que caía su mirada sobre aquellos dos objetos, ensimismada. Salió de sus pensamientos tras una amplia tregua a Ruby , girándose de talones y acercándose a la mesita del tapete de ganchillo . Entrelazando las manos se sentó, dispuesta a escuchar. Y así lo enfatizó cuando meció la cabeza, esperando el relato que tanto esperaba. - ¿Un poco de leche en el té , querida?
Las horas poco a poco iban haciendo que el sol desapareciera, a Meier se le antojó que aquel naranja tan intenso era un color precioso, pero sobre todo , el preludio de las horas más frescas, lo había pasado realmente mal bajo aquel pesado vestido negro, bajo aquel inclemente sol, tras una larga y tediosa perorata que a pesar de su firme sentir creyente no podía dejar de tacharla de terrible. La ciudad necesitaba de lluvias. Y las necesitaba con urgencia. Pasó la mano sobre la obertura de su camisa , suave y necesariamente blanca, pero si falda seguía siendo igual de negra. Apoyada bajo el quicio de la "Armeria Meier" , cuyas letras grabadas sobre el escaparate tenían el tamaño de un palmo de alto y otro de ancho., estaba estratégicame situada, en medio de la corriente que, desde la puerta trasera a la principal, se creaba. Se palmeaba el escote al ritmo de una canción excesivamente pegadiza, no había podido librarse de ella en varios días y le rondaba en cada momento de descanso, se apoderaba de sus labios - Sous les feuilles de chêne , Je me suis fait sécher, Sur la plus haute branche , Le rossignol chantait, - seguia meciendo la mano cuando apareció la figura de Ruby_Atwood , al principio deslizó la mirada sobre ella, ese tipo de miradas que no ven, pero al poco algunos detalles le tuvo que llamar la atención . Una sonrisa en su rostro delató el momento exacto en el cual la reconoció , se separó de aquella cómoda posición y avanzó hacia ella - ¡Ruby ! Jajajajaja ¿Pero cuando ..? Oh! no importa, pasa ... siéntate, has de contarme muchas cosas! pasa, tómate una tacita de té - hubiera dicho que el retraso de sus cartas era por el trabajo tan pésimo de correos, pero lo creía inoportuno y más para se el primer comentario. La abrazó, desde luego que lo hizo , con fuerza y con ganas .-Bienvenida.
(El cuándo lo hacía muy evidente su improvisada bolsa de viaje en la que llevaba lo indispensable, pues no era probable que hubiera salido a dar una simple vuelta por el pueblo con ella a rastras. Ruby acababa de regresar a Twin Falls y la primera cara conocida que vio, más bien a propósito que por casualidad, fue la de su buena amiga Evelyn_G_Meier. En cuanto el cálido abrazo le recordó lo que era sentirse querida de verdad, lamentó profundamente no haberse preocupado más en mantener el contacto con una de las pocas personas que valían la pena, no solo en Twin Falls, sino de todo el mundo. Casi se echa a llorar de la emoción la muy tonta. No podía creer, justo ahora, que hubiera echado de menos algo así.) Oh, cielos... Pasarán mil años sin que nos veamos, pero sabía que ibas a decir eso. ¡Claro que me apunto a un té contigo! ¡Lo estaba deseando! (Expresó con absoluta sinceridad. La cogió del brazo y pasó al interior con ella. Aquel lugar podía considerarse como un segundo hogar.) Estoy partida en dos. Disculpa mi aspecto. (Ruby estaba algo sucia, muy despeinada y con la fatiga típica de los viajes largos. No había dormido en una cama desde... desde que cruzó la frontera del estado por lo menos.) ¿Dónde dejo esto que no te moleste? (Se refería a sus pertenencias. Quería preguntarle por la pequeña Sophia, la armería y tantas cosas que no tenía ni idea de por cual empezar, así que, definitivamente, se le ocurrió que lo mejor era darle otro gran abrazo.)
El brazo de Ruby se entrelazó sobre el de ella . Era un anochecer limpio, sobre tonos rosa y cárdeno del pueblo de Twin Falls , quedaban en el cielo unos restos de sol que el cielo nocturno pronto reabsorbería . Es este morir del sol en pleno día una escena de superior romanticismo. Ambas mujeres encontraron cobijo en el interior de la tienda y mientras la campanilla sonaba, Evelyn señaló la mesa, más pronto que tarde buscó separar una silla e invitaba a Ruby a sentarse en ella - No importa donde la dejes, no molestará, no espero a ningún cliente a estas horas pues la tienda ya está cerrada - La inesperada visita había apremiado el cierre y es que la señora Meier poseía muy pocas porciones de alegría y cuando no hay alegría , el alma se retira a un rincón de nuestro cuerpo y hace de él su cubil, eso lo conocía muy bien, se acaba , de cuando en cuando, entregando un aullido lastimero o se enseña los dientes a las cosas que pasan. A veces hasta se mordía . Pero el reencuentro había avivado la sonrisa de Meier y había entregado un atisbo de libertad ante aquel panorama de universal esclavitud, pues nunca manifestaba mayor vitalidad que la estrictamente necesaria para alimentar su dolor y sostener en pie su desesperación . - Vamos ... me alegro tanto de tu llegada que no se por donde empezar a preguntarte .
(Ruby rió de felicidad. No había otro motivo tras aquella carcajada espontánea. Estaba de nuevo en Twin Falls, estaba estrechando a Evelyn en sus brazos y estaba a punto de tomar el té. Esos hechos mitigaron parte de su cansancio, aunque no se sentía despejada del todo. Necesitaba dormir al menos un día entero para reponerse, pero eso vendría luego. Ruby tomó una cierta distancia para poder observar mejor a su amiga; reconocía el**paso del tiempo en ella, aunque no era eso lo que había obrado cambios. La pérdida de Arthur, la armería, el cuidado de Sophia... Todo aquello le había dotado de un punto de madurez que antes, le parecía, no tenía. A pesar de las circunstancias, Ruby se atrevía a pensar que le sentaba bien. Redondeaba su espíritu sensato y práctico.) Estamos en las mismas... Pero se me ocurre un buen punto de partida: ¡esa tacita de té! ¿Está Sophia...? (Bajó la voz cayendo en la cuenta de que los niños se acostaban relativamente pronto.)
Aún tenía sobre la camisa el calor que el abrazo entregó sobre su agrado, le había cambiado la sonrisa y esta se mostraba sumamente generosa , las risas , el movimiento en el piso de abajo, invitó a una curiosa Sophia a descender del lecho . Evelyn se introdujo en la trastienda , desde aquella posición comenzó a hablar - La verdad es que la ciudad no está pasando su mejor momento querida - puso una tetera a calentar, sobre unas brasas que aún retenían el calor de la cena, avivó estas y paciente salió secándose las manos contra un paño. - Me imagino lo difícil que habrá sido el llegar hasta aquí... - se sentó ante ella, ladeada pues tendría que ir y venir desde la cocina. Estiró una mano y la posó sobre la de Ruby. - Tu regreso alimenta mi temor , pensando que es debido a algo ...- se mordió el labio inferior y deslizó la mirada sobre el elaborado tapete de hilo blanco - algo... - palmeó con la mano el antebrazo de Ruby y no dijo ninguna palabra más - la pequeña la verás mañana, supongo que estará dormida desde hace ya rato - se puso de nuevo en pie y caminó a la cocina para ver como andaba el agua. Sophía descendía por la escaleras, descalza, asiendo un muñeco con una mano , el cual arrastraba sin demasiado miramiento. Su pequeña manita se frotaba uno de los claros ojos y su larga trenza rubia se mecía con cada uno de sus movimientos.
(Además de las amplias y nutridas cualidades de Evelyn, estaba la de la clarividencia, como a Ruby le gustaba llamar esa intuición extremadamente fina que poseía su amiga. Le sonrió con un punto de reparo en un gesto que compartía al cien por cien con su hermano, aunque debía ser el único porque eran radicalmente distintos.) Bueno... Las diligencias estaban fuera de servicio y fue una faena, lo admito. Pero no hay nada imposible, Ev, nada. (Eludió el tema y dejó que pasara a la trastienda sin seguirla, pues estaba segura de que su rostro la delataría. Ruby era una mujer alta y robusta, aunque no llegaba a estar gorda. Parecía una especie de campesina bonachona de mofletes sonrosados. Le faltaban las trenzas, pero ésas ya las ponía la bonita niña que apareció en la escalera.) Oh... Hola, amor. ¿Te he despertado? (Preguntó con expresión culpable.)
6El silbato de la presión de la tetera impartió su aviso, pero ante ella se encontraba Evelyn que rápidamente la retiró del fuego. Sophia se negaba a mostrarse demasiado despierta, se frotaba los ojos con resignación y al poco escuchó la voz de Ruby, sonrió , delatando que la había reconocido, de un salto descendió los siguientes escalones y se abrazó a las faldas. Pegó su cabeza contra los muslos y parte del vientre y elevó esta 6manteniendo la sonrisa. Con cierta confidencialidad se llevó el dedo ante los labios y sopló contra este pidiéndole que no le delatara. A pesar de su sensato intento este resultó vano, cuando Evelyn sorprendió a ambas , con una bandeja entre las manos , donde dispensaba un par de taza , una tetera y dulces . Inevitablemente, aquello acabó por despertar a Sophia . - Mamá! Yo quiero ! - Evelyn descendió los hombros y asintió.
(A Ruby se le escapó una risita maléfica. Así eran los niños y ella misma estaba viendo parte de sus poderes mágicos: Evelyn le habría dicho que no a cualquier otra persona, habría sacado la escoba si fuera preciso, pero aquella princesita de lustrosas trenzas tenía la partida ganada de antemano.) Se nos ha acoplado una peque. (A Ruby no le molestaba su compañía ni se impacientaba porque regresara a la cama. No era esa clase de persona que detestaba a los niños. Después de todo, había sido ella quien, con la visita, la había despertado. No podía sencillamente echarla.) Está muy guapa y muy grande. Se parece a ti, Evelyn. (Acarició la mejilla de la niña. No necesitaba que la anfitriona le dijera dónde sentarse, aunque había pasado mucho tiempo desde la última vez que se vieron y consideró oportuno esperar la invitación.)
Sophia ascendió a la silla que tenía más cercana, no precisó de invitación, ni de insinuación, trepó usando las rodillas, se giró en el asiento y extendió los pies descalzos hacia delante, sus rodillas quedaron rígidas cuando su espalda quedó pegada al respaldo. Evelyn la contempló por un largo instante tras dejar la bandeja sobre la mesa, sobre el tapete de ganchillo muy elaborado. Realmente la miró con ternura, con una generosa muestra de orgullo, deslizó la mano sobre su vientre y se inclinó sobre la pequeña, la palma de la mano cobijó el mentón de Sophia y observó sus ojos y su rostro . 1- Es como su padre... 6- aquel pensamiento escapó entre sus labios, no pretendió que así fuera, pero ahí quedo expuesto al mundo sin apenas haber sido consciente de ello. Se acercó y besó la mejilla de la pequeña para liberarla. Mas no por mucho tiempo cuando se giró hacia Ruby Atwood y la invitó a sentarse, ya tomaba a la niña en brazos, ocupando su asiento y sentándola a ella en el regazo. - Hacía mucho tiempo que no nos veíamos, pero no me has respondido ... - se inclinó sobre la mesa y tomó un dulce, un pedacito de pastel de manzana que entregó a la pequeña , despejándole de aquellos rubios cabellos la frente, con gesto tierno. Besó su frente y elevó el rostro hacia su amiga. - Sea como sea me alegro que estés aquí, creo que todos nos alegraremos . Tu hermano el primero. Necesita de ti, se le nota ... no es que esté mal, desde luego que no , pero se presiente la necesidad de alguien que le cuide - era un modo poco sutil de decir lo inútil que podría ser su hermano relacionándose.
Sí, es verdad, los ojos son más suyos... Pero el conjunto... Es una mini-Evelyn. (Bromeó sonriendo a la pequeña y le hizo una carantoña con los dedos estirados y la lengua. Ruby se sirvió ella misma una porción del pastel. La taza aún estaba muy caliente como para cogerla, aunque tenía mucha sed.) Yo también me alegro de estar aquí. (Y por aquí, en ese momento, era más la casa-negocio de Evelyn que Twin Falls.) Pero no he venido para cuidar a nadie, Evelyn, y menos a Jon. Es suficientemente mayorcito para hacerlo solo... Debería cuidarme él a mí. ¡Soy una mujer! (Exclamó con una sonrisa muy pícara y divertida. Siendo una mujer, sus cualidades eran, con mucho, más viriles que las de Jonathan. Incluso su propio padre se percató de aquello para martirio de su pobre hermano.) Mmh...Cielos, esto está buenísimo. Ah. (Se cubrió la boca con el dorso de la mano izquierda, pero masticaba con ansia. Su cumplido no era artificial, no quería regalar los oídos de Evelyn, sino bendecir sus manos, si es que lo había preparado ella, por producir semejante manjar. Hacía mucho que no comía algo en condiciones a causa del viaje.) Es estupendo, de verdad... No te importa que me coja más, ¿no?
Desde luego, coja lo que guste... - Sophia mecía las piernas sobre las de su madre cargada de satisfacción, aquella porción de pastel había sido, desde luego, algo completamente imprevisto. Bajo aquel rosa camisón sintió frio, su madre la rodeó con los brazos, era una noche de agosto, un poco de tregua en aquellos bochornosos días donde el sol se mostraba inclemente. Evelyn estaba a un paso más de conocer el auténtico porqué de su 6regreso, o al menos eso pensó . - Jajajajajaja vamos vamos, las mujeres ... nunca hemos sido débiles ... o a ver quien mantenía el pueblo cuando los hombres marcharon a la guerra ... jajajaja, bien ... aceptemos eso, no ha venido a cuidar a su hermano ... - meció las cejas en su rostro invitándole a proseguir, se sintió ruda desparramando su curiosidad sin contemplaciones , y negó con la cabeza. - Si se termina el pastel le prometo hacer , al menos dos mas.La he echado mucho de menos . - dijo con cierta ternura. Pensó que con ella las cosas hubieran sido diferentes, tanto Sophia como ella hubieran tenido un apoyo que al marchar, nadie pudo sustituir.
(Ruby ya sabía que las mujeres no eran débiles y no necesitaban de los hombres, aunque nunca venía mal tener unos cuantos presentes para ciertos menesteres.) No me digas eso, que con el hambre que tengo hoy soy capaz de comérmelo entero... ¡y no bromeo! (Ruby se tocó su bien nutrida barriga con la mano, pero comprobar que seguía allí no la hizo arrepentirse de coger otro trozo más mientras el té se enfriaba.) Yo también. Me siento...,... bueno, las palabras no sirven de mucho ahora, pero de verdad siento no haber hecho más por mantener el contacto quitando las escasas cartas que hemos podido cruzarnos. Pero... (Desvió la mirada hacia la punta de la porción que había cogido y guardó silencio durante unos segundos. La mordió.) ¿Sophia ya va a la escuela? ¿Tan grande es?
Como si aquellas palabras hubieran sido la insinuación, se puso en pie, tomó a Sophia en brazo con una mano y con la otra un pedazo de pastel, hizo que diera un saltito, cuando la sostuvo mejor sobre el nacimiento de su falda, contra su cadera .- Perdona Ruby, pero he de llevar a la pequeña a la cama, si no mañana no se levantará a su hora ... - Sophia abrió los ojos con la boca muy llena - mamash... nop lop querop quebarme...- protestó sin causar ningún tipo de remordimiento en la madre que comenzó a ascender por la escaleras. - La acuesto y ahora hablamos con ... más tranquilidad . - se acercó a Ruby_Atwood y Sophí se inclinó hacia ella, entregándole un beso en la mejilla con sabor a pastel.
Oh, no, no, por favor, Evelyn, si no molesta... (Y lo decía de verdad porque, además de que aquella niña era discreta y sabía comportarse -ella también lo haría si estaba en juego comer más pastel-, le valía como excusa para eludir ciertos temas. Sin embargo, si Ev se la llevaba, ya no habría nada que se interpusiera entre ellas para hablar con claridad, lo cual la aterraba hasta un punto inhumano, como si aquélla en vez de su *su amiga el padre confesor. Ruby cogió el té mientras Evelyn llevaba la niña a su habitación y meditó en las posibles preguntas que le haría. Angustiada, se metió en la boca otro trozo de tarta y la saboreó imaginando que aquello calmaría un poco sus nervios, pero no funcionaba. Volvió a tocarse la barriga. Sería muy feo salir huyendo con lo generosa y afable que había sido la señora Meier con ella. ¡La señora Meier! Tenía gracia. Para ella era Evelyn, sin más. Evelyn la madre, Evelyn la viuda, Evelyn... Se pasó una mano, -la limpia- por el cabello alborotado. Necesitaba un buen baño y cepillarlo apropiadamente. Aquel problema trivial tampoco la ayudó a sosegarla. No había escapatoria. Ahora tendrían LA charla.)
Tardó un poco más de lo que había previsto, pero cuando descendió por aquellas escaleras Sophia dormía. Descendía con una lámpara en la mano, cuya pantalla de cristal apenas impedía que la llama rilara lo suficiente como para amenazar apagarse, la noche se les estaba echando encima de un modo apresurado. Al llegar ante Ruby , prendió un par más de lámparas , despejando gran parte de las sombras que, sobre los objetos de la tienda, 6 incluso parecían amenazadores. Bajo al gorra de Arthur y su sable , posó una de aquellas lámparas y quedó , como siempre hacia que caía su mirada sobre aquellos dos objetos, ensimismada. Salió de sus pensamientos tras una amplia tregua a Ruby , girándose de talones y acercándose a la mesita del tapete de ganchillo . Entrelazando las manos se sentó, dispuesta a escuchar. Y así lo enfatizó cuando meció la cabeza, esperando el relato que tanto esperaba. - ¿Un poco de leche en el té , querida?
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Re: Twin Falls. Agosto de 1868. Segunda semana.
(Ruby encontró aquel espacio mucho más acogedor con la luz de las lámparas, aunque el altar que tenía de su esposo, con el sable y la gorra, le resultaba tétrico. Ruby no había querido a nadie de esa manera y le costaba entender la devoción de Evelyn por un muerto, pero nunca se atrevió a hacerle preguntas al respecto. Aunque era bruta, existía cosas con las que no se atrevía a jugar.) Sí, por favor. (Y aunque con esas palabras invitaba a que su anfitriona le sirviera, Ruby negó rápidamente con la cabeza y se echó la leche ella misma.) Necesito... ¿sentar, asentar? la cabeza... ni siquiera sé cómo se dice bien, pero necesito estarme quieta de una vez y procurarme una vida... bueno, una vida. (Sentenció con algo de aplomo sin atreverse a mirarla.)
El movimiento tan sólo fue un amago, una intención frustrada , por lo que sus manos tornaron al regazo y la mirada pasó por encima del pastel, Ruby se sirvió la leche sola. 1- Sentar cabeza ... uhmmm... - no la estaba corrigiendo tan sólo aquella idea estaba tomando cierto volumen en su mente , como si tuviera que sopesarla lentamente, jamás hubiera adivinado aquellas palabras en los labios de su amiga. Por fin elevó la mirada buscando enfrentarse a la de Ruby. - Supongo que para eso has de encontrar un empleo, no te aconsejaría buscar la facilidad lucrativa del salón, por favor ... si has pensando en eso, descártalo, creo que podría darte mejores opciones . - se inclinó preocupada, se dedicó a su té, meciéndolo para ver el deleznable bloque de azúcar perderse en el líquido.
(A Ruby le gustaba la amargura natural del té, aunque un chorro de leche la suavizara un poco.) Oh, jajaja... (Sus mejillas se encendieron y miró con una expresión traviesa en el rostro.) Me lo he planteado, ¿vale? Pero no se me da bien bailar ni ser camarera, además, no soy ni la mitad de guapa que las chicas que se ven por allí. (Aunque eso, desde luego, jamás ha sido una barrera para ella. Tal vez Ruby careciera de la belleza delicada y dulce que atraía a los hombres, pero tenía un par de razones para llamar su atención y un desparpajo que a veces la ponía en situaciones incómodas que disfrutaba mucho.) No, claro que no... el saloon no es para mí. Pero hay otros sitios, ¿no? Este pueblo es un basurero, con perdón, pero he visto basureros más pequeños incluso, así que no me asusta. Yo puedo hacer cualquier cosa. (Aseguró, pero del modo en que lo dijo parecía que buscaba tranquilizarse a sí misma.)
Pero a Evelyn no la tranquilizaba, su mirada se alzó de sobre la superficie semitransparente del té y ladeó el rostro, arqueó una ceja y entregó un espacio de silencio que , entre ambas, quedaba en forma de espesa meditación. Con lentitud se arregló los cabellos, oprimidos sobre su nuca, en un firme recogido. - No me mal interpretes, se que eres muy capaz de valerte por ti misma aquí y donde sea, pero sabes que los amigos están ahí, que no se ha de pedir... querida, desde que marchastes , este lugar ha cambiado para peor, las cosas se han tensado mucho y los recursos han ... bueno, viniste en la diligencia, puedes hacerte una idea .-Meció la mano ante su pecho como si deshilachara los hilos de un humo poco espeso, pero inexistente. - No podría darte un sueldo demasiado generoso porque ... - se mordió los labios , de repente recordó quien se está 6lucrando con aquella precariedad .- el colmado... el colmado, la tienda ... está subiendo los precios, supongo que podrá permitirse una nueva empleada , pregunta por la mañana allí, sabiendo que cuentas con lo que te ofrezco. - elevó la tacita a los labios y tomó un poco de aquel té.
(Ruby chasqueó la lengua y sacudió la cabeza de inmediato. No quería llegar a aquella situación en la que mendigaba a una amiga algún puesto en su armería, la conversación no tenía que poner a Ev en aquel aprieto.) No, por favor... Si tengo que molestar a alguien, primero molestaré a Jonathan, para eso somos de la misma sangre, ¿no? (Sonrió sosteniendo la taza con el plato debajo.) Pero tal vez tome tu consejo más en serio y me pase por el colmado. (Aseguró y si lo decía, era porque sospesaba la idea de veras. Quizás era un buen principio. Pero no era aquello lo que más atormentaba o preocupaba a Ruby.) Ay... Tengo tantas cosas que contarte y que no quiero hacerlo, Evelyn... ¡Me avergüenzo hasta yo misma!
Que vaticinara una molestia al señor Atwood era ,ante todo, agradable de escuchar, en sus labios se creó una socarrona sonrisa , cargada de cierta insostenible maldad que , lentamente, se fue disipando con la conversación, depositó la mano sobre la camisa que por fin, había decido llevar de un color claro, meció los dedos asustada, como si tratara de apaciguar su temperamento . - Me mantienes en un estado de preocupación.- Confesó, abiertamente, con la mirada puesta sobre ella, depositando la taza sobre la mesa, estiró una mano y esta rodeó la de ella, ejerció cierta presión, confirmándole que se encontraba allí. - No hay nada por lo que avergonzarse, además ya estas en casa ... cuéntame, y más , si puedo serte de ayuda . - Evelyn se disponía a escuchar lo peor que podía escuchar en toda su vida, o al menos eso se dijo .
(Ruby tomó aire y lo soltó despacio. Una de sus robustas piernas empezó a subir y bajar en minúsculos movimientos continuos que delataban su nerviosismo.) Claro que... bueno, opinando al respecto ya me ayudarías mucho, Evelyn, te lo aseguro. (Dejó la taza en un soporte más firme, por si los nervios empeoraban y el té del interior peligraba. De hecho, era incapaz de permanecer sentada durante más tiempo. Se incorporó.) Mmh... Seré clara,¿vale? Porque darle más vueltas solo... (Resopló de nuevo y se echó el enmarañado pelo hacia atrás. Al final se paró y clavo su ojos en los de la viuda Meier. Se parecían a los de su hermano, pero los de Ruby tenían un punto más oscuros y opacos.) Creo que... bueno, me han preñado.
Evelyn se incorporó, retirando la mano para que Ruby pudiera tener movilidad, no quería encerrarla con sus cuidados y seguía tomando , a tragos pequeños y escasos, aquel té sumamente caliente. Cerró los ojos ante la noticia , no había tenido mucho tacto y aquello le impactó de un modo abrupto . Todo en Meier era ordenado, su tienda, su casa, su vestido, sus recuerdos , su vida y hasta sus pensamientos, los gestos que exteriorizaba no iban a dejar de padecer aquel meticuloso orden. Lentamente elevó la mirada y arqueó una ceja. - ¿Y? Eres una mujer en edad , supongo que era algo asumible cuando yaciste... no es un reproche - alzó la mano mostrando, pacífica, la palma hacia Ruby. - Ahora no es momento para ellos. -Se puso en pie y abrazó a su amiga, depositando su mejilla sobre su hombro, a su oído le susurró , mientras mecía las manos sobre sus brazos tratando de infundirle algo de ánimo - Todo va a salir bien.
(Ruby agradeció el abrazo más que cualquier palabra de ánimo o consuelo porque enseguida se apretó contra el cálido cuerpo de su amiga que, aunque tendría su opinión respecto a sus abominables actos, no la juzgaba ni la repudiaba por sus errores. Cuando se separaron un poco, Ruby le dio la razón.) Ya sé que no soy ninguna cría, lo sé. (Sus ojos estaban empañados y a punto de desbordarse, pero antes de que eso ocurriera se pasó la mano por ellos.) Pero yo no quería... No pretendía... No era lo que buscaba, Evelyn. Tomaba precauciones. (Y siguió todos los consejos conocidos para evitar que ocurriera, como lo de lavarse con vinagre después o un remedio con miel. No debió de aplicarlos bien porque eso seguía para delante.) Ahora no sé qué hacer. Me alegro de que en un momento así mi padre haya fallecido porque lo habría matado yo de un disgusto... (Parecía más calmada ahora que lo había expulsado, pero la tesitura bastaba por sí sola para ponerla de los nervios.) Pensé, bueno, Ruby, ya eres una mujer, es la ley de la naturaleza... hay que abastecer al mundo de niños y niñas... vuelve a Twin Falls, tal vez... pero... (Suspiró sin atreverse todavía a mirarla.)
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