Diario de dos Verdugos.
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Diario de dos Verdugos.
Caía el sol cuando los hermanos Melchial Nykolai empezaban el movimiento en las entrañas del castillo. Las mazmorras. Aschen aún estaba en su camastro, completamente doblado a causa del tamaño y peso de este. En cambio el lecho de Harpo hacía un rato que estaba vacío.
No tenían horas ni ordenes, así que la hora de dormir era la que les pedía el cuerpo y la de levantarse, así como cualquier criatura del averno, era cuando oían los pasos de algún guardia bajando la retorcida escalera hasta allí abajo, a eso, le llamaban bromeando, la llamada de la muerte.
Los dedos de cortas uñas piqueteaban en la madera de la mesa, entre las uñas y la carne de las yemas, la sangre seca le daba un aspecto horrible a sus manos. Harpo miraba la puerta como si fuera a abrirse de algún momento a otro. Pero no lo hizo. Era algo hiperactivo, y eso le impedía poder dormir bien, incluso pensar en dormir le producía aburrimiento.
Se incorporó del banco de madera retirándose sus pulcros cabellos negros hacía atrás y ahora sus fríos ojos azules recorrían aquella sala una vez más. Condujo sus pasos hacía las celdas, más concretamente hasta la última, donde una joven, apoyada en los barrotes intentaba conciliar el sueño, la habían acusado de intento de asesinato, hurto, y allanamiento de morada, pronto le llegaría su hora, pero ese día no.
Harpo acarició los barrotes haciendo que esta, asustada se despertara para mirarlo casi con horro, el mayor de los hermanos Melchial se acuclilló frente a ella, aún tenía una mano apoyada en los barrotes, en sus antebrazos, se podían ver las cicatrices de cortes, quizá de algunos arañados, igual que los llevaba también por su pecho. Flexionó el brazo para acercarse a la acusada y oler su pelo, no podríamos apreciar que es lo que olía, o hacía ver que olía Harpo, pues esa mujer llevaba tres días en aquel lugar y su pelo, igual que ella, estaban sucios.
Una voz, firme, no muy grave se pronunció en un susurro junto al oído de Clara.
-Te voy a contar un cuento…- Susurró Harpo.
Tomó asiento allí enfrente, apoyando su espalda en los barrotes mirándola de medio lado.
-Decían… hace mucho tiempo que si deseabas algo con muchas ganas… se cumplía. ¿Te puedes imaginar mi cara cuando falleció aquel hombre? … Oh.. oh.. Siento haberte estropeado el final de la historia..- Su diatriba parecía casi un monologo, ella no le hacía ni caso, a pesar de eso él acudía cada día junto a ella a contarle o explicarle sus historias.
Acabó haciéndole una narración completa de cómo moriría si le hubiera tocado la pera.
Al siguiente día le explicó como Aschen una vez agredió a un guardia y la paliza que tuvo que darle para calmar su agresividad, él siempre decía de él mismo que era una buena persona, honesta, y delicada… -…Soy como una flor así…. Mustia..- Concluía siempre haciendo con la mano el gesto de una flor cerrada hacia abajo.
Pero cuando ella le miraba de nuevo a los ojos, no podía volver a sentir otra cosa que no fuera pánico. Era cierto que poseía unos ojos casi rasgados de color azul que de haber tenido otro tipo de vida, habrían robado el corazón de cualquier dama al ver el contraste que le daban con su azabache cabello que caía por sus hombros lacio. Pero con el paso del tiempo, esos ojos se habían enmarcado de un color amoratado, ya casi marrón, de las ojeras, quizá de dormir poco o hacerlo mal. Y ese era el aspecto de desquiciado que Clara, ahora, veía en su interlocutor sin saber si saltaría sobre ella de golpe para arrancarle una oreja de un mordisco. Y no habría sido la primera vez que lo hiciera. Pero él seguía yendo a ese rincón, … mas ciertamente a molestarla, aunque él dijera que era el amor de su vida, pasaba junto a los barrotes y le acariciaba el cabello a Clara, incluso más de una vez le había dado algún tirón. Un día le regaló un pájaro, al que sin querer, o eso dijo él, había matado, y ella asustada propinó un manotazo a Harpo lanzando al pájaro, ese día Clara durmió con un diente menos y un ojo morado.
Pero él continuaba visitándola.
-Oh… clara es la luz del día que me visita por las… noches, y que tierno pajarillo eres, frágil, … aquí… en mis manos….- Recitaba mientras volvía hacia la sala principal de las mazmorras.
No tenían horas ni ordenes, así que la hora de dormir era la que les pedía el cuerpo y la de levantarse, así como cualquier criatura del averno, era cuando oían los pasos de algún guardia bajando la retorcida escalera hasta allí abajo, a eso, le llamaban bromeando, la llamada de la muerte.
Los dedos de cortas uñas piqueteaban en la madera de la mesa, entre las uñas y la carne de las yemas, la sangre seca le daba un aspecto horrible a sus manos. Harpo miraba la puerta como si fuera a abrirse de algún momento a otro. Pero no lo hizo. Era algo hiperactivo, y eso le impedía poder dormir bien, incluso pensar en dormir le producía aburrimiento.
Se incorporó del banco de madera retirándose sus pulcros cabellos negros hacía atrás y ahora sus fríos ojos azules recorrían aquella sala una vez más. Condujo sus pasos hacía las celdas, más concretamente hasta la última, donde una joven, apoyada en los barrotes intentaba conciliar el sueño, la habían acusado de intento de asesinato, hurto, y allanamiento de morada, pronto le llegaría su hora, pero ese día no.
Harpo acarició los barrotes haciendo que esta, asustada se despertara para mirarlo casi con horro, el mayor de los hermanos Melchial se acuclilló frente a ella, aún tenía una mano apoyada en los barrotes, en sus antebrazos, se podían ver las cicatrices de cortes, quizá de algunos arañados, igual que los llevaba también por su pecho. Flexionó el brazo para acercarse a la acusada y oler su pelo, no podríamos apreciar que es lo que olía, o hacía ver que olía Harpo, pues esa mujer llevaba tres días en aquel lugar y su pelo, igual que ella, estaban sucios.
Una voz, firme, no muy grave se pronunció en un susurro junto al oído de Clara.
-Te voy a contar un cuento…- Susurró Harpo.
Tomó asiento allí enfrente, apoyando su espalda en los barrotes mirándola de medio lado.
-Decían… hace mucho tiempo que si deseabas algo con muchas ganas… se cumplía. ¿Te puedes imaginar mi cara cuando falleció aquel hombre? … Oh.. oh.. Siento haberte estropeado el final de la historia..- Su diatriba parecía casi un monologo, ella no le hacía ni caso, a pesar de eso él acudía cada día junto a ella a contarle o explicarle sus historias.
Acabó haciéndole una narración completa de cómo moriría si le hubiera tocado la pera.
Al siguiente día le explicó como Aschen una vez agredió a un guardia y la paliza que tuvo que darle para calmar su agresividad, él siempre decía de él mismo que era una buena persona, honesta, y delicada… -…Soy como una flor así…. Mustia..- Concluía siempre haciendo con la mano el gesto de una flor cerrada hacia abajo.
Pero cuando ella le miraba de nuevo a los ojos, no podía volver a sentir otra cosa que no fuera pánico. Era cierto que poseía unos ojos casi rasgados de color azul que de haber tenido otro tipo de vida, habrían robado el corazón de cualquier dama al ver el contraste que le daban con su azabache cabello que caía por sus hombros lacio. Pero con el paso del tiempo, esos ojos se habían enmarcado de un color amoratado, ya casi marrón, de las ojeras, quizá de dormir poco o hacerlo mal. Y ese era el aspecto de desquiciado que Clara, ahora, veía en su interlocutor sin saber si saltaría sobre ella de golpe para arrancarle una oreja de un mordisco. Y no habría sido la primera vez que lo hiciera. Pero él seguía yendo a ese rincón, … mas ciertamente a molestarla, aunque él dijera que era el amor de su vida, pasaba junto a los barrotes y le acariciaba el cabello a Clara, incluso más de una vez le había dado algún tirón. Un día le regaló un pájaro, al que sin querer, o eso dijo él, había matado, y ella asustada propinó un manotazo a Harpo lanzando al pájaro, ese día Clara durmió con un diente menos y un ojo morado.
Pero él continuaba visitándola.
-Oh… clara es la luz del día que me visita por las… noches, y que tierno pajarillo eres, frágil, … aquí… en mis manos….- Recitaba mientras volvía hacia la sala principal de las mazmorras.
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