DESCUBRIENDO FLOR DE LIS
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DESCUBRIENDO FLOR DE LIS
¿Nunca te ha ocurrido a ti?
¿Nunca te has sorprendido caminando por una calle extraña sin saber cómo habías llegado a ella? ¿Caminando dirección a un destino fijo que no alcanzabas a recordar cual era? ¿Sin saber desde qué punto habías partido?, ¿sin saber en qué pensamientos se había perdido tu mente? Simplemente caminando. A ella le ocurría demasiadas veces. ¿Nunca te ha ocurrido a ti?
Desorientada.
Dayanna caminaba desorientada y desconcertada. Ya había oscurecido. ¿Y cómo había llegado la noche? ¿Era realmente ya de noche?... Quizá simplemente los elevados edificios que conformaban aquellas estrechas y malolientes callejuelas impedían el paso de los últimos rayos de luz del atardecer creando una oscuridad perpetua. Una noche ficticia para aquellos que no acostumbraban a transitar por los barrios de los Bajos Fondos de Camelot. Y ella, nunca había caminado por aquellas calles.
O eso creía. Y era incapaz de mantener la mirada de aquellos con los que se cruzaba; que la contemplaban con mofa algunos, otros con desprecio. Todos percibían lo incómoda que se hallaba en aquel lugar, su ingenuidad, su inocencia… su miedo.
Hombres ebrios con trajes rotos que un día pudieron ser elegantes; fulanas ataviadas con vestidos que poseían más suciedad que tela, ofreciendo sus servicios delante de niños con harapos que hurtaban con la agilidad de un zorro los bienes de los pocos adinerados que por aquellas zonas transitaban.
Por suerte para ella, Dayanna sólo llevaba encima su cesta de mimbre con flores silvestres que esa misma mañana había recogido. La llevaba colgada por el asa del antebrazo, como era de costumbre para ella. Aunque eran simples flores, aferró fuerte el asa con la mano; por si alguno de los ladronzuelos osaba darle un tirón. Pero no, nada llevaba Dayanna de valor, pues nada tenía ella…
¿Nada?
¿Nunca te has sorprendido caminando por una calle extraña sin saber cómo habías llegado a ella? ¿Caminando dirección a un destino fijo que no alcanzabas a recordar cual era? ¿Sin saber desde qué punto habías partido?, ¿sin saber en qué pensamientos se había perdido tu mente? Simplemente caminando. A ella le ocurría demasiadas veces. ¿Nunca te ha ocurrido a ti?
Desorientada.
Dayanna caminaba desorientada y desconcertada. Ya había oscurecido. ¿Y cómo había llegado la noche? ¿Era realmente ya de noche?... Quizá simplemente los elevados edificios que conformaban aquellas estrechas y malolientes callejuelas impedían el paso de los últimos rayos de luz del atardecer creando una oscuridad perpetua. Una noche ficticia para aquellos que no acostumbraban a transitar por los barrios de los Bajos Fondos de Camelot. Y ella, nunca había caminado por aquellas calles.
O eso creía. Y era incapaz de mantener la mirada de aquellos con los que se cruzaba; que la contemplaban con mofa algunos, otros con desprecio. Todos percibían lo incómoda que se hallaba en aquel lugar, su ingenuidad, su inocencia… su miedo.
Hombres ebrios con trajes rotos que un día pudieron ser elegantes; fulanas ataviadas con vestidos que poseían más suciedad que tela, ofreciendo sus servicios delante de niños con harapos que hurtaban con la agilidad de un zorro los bienes de los pocos adinerados que por aquellas zonas transitaban.
Por suerte para ella, Dayanna sólo llevaba encima su cesta de mimbre con flores silvestres que esa misma mañana había recogido. La llevaba colgada por el asa del antebrazo, como era de costumbre para ella. Aunque eran simples flores, aferró fuerte el asa con la mano; por si alguno de los ladronzuelos osaba darle un tirón. Pero no, nada llevaba Dayanna de valor, pues nada tenía ella…
¿Nada?
Última edición por Dayanna el Miér Mar 16, 2011 12:57 pm, editado 1 vez
Dayanna- Pink Vader
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Edad : 39
Localización : Camelot
Fecha de inscripción : 07/11/2010
Re: DESCUBRIENDO FLOR DE LIS
¿Nada?
Se echó la mano a la cabeza. La llevaba puesta. Aquella hermosa diadema de brillantes digna de una dama de la nobleza que le había dado como presente la dama Kathleen. Una valiosa diadema muy inoportuna para aquellos lares. Lentamente se la quitó, nerviosa, esperando que no hubiera llamado la atención más de lo debido.
La metió entre las flores de su cesta de mimbre, tragando saliva, casi sin atreverse a alzar la cabeza en comprobación de si alguien estaba pendiente de sus movimientos. Ni si quiera sabía qué dirección había de tomar para regresar a casa.
Intentaba no respirar con agitación, pero el miedo la inundaba. No le gustaba el lugar, no le gustaba el olor, no le gustaba la gente. Los levantes de las casas se alzaban imponiéndose ante los cantones que formaban las laberínticas calles. Los postes de madera ya corroída sobre los que descansaban los farolillos de aceite emanaban olor a podrido. Sobre la poca luz de las lamparillas se apelotonaban insectos; algunos vivos, otros muertos. De las puertas que daban acceso a las angostas tabernas salía un constante y ensordecedor bullicio. Gritos que clamaban por faenas por las cuales Dayanna jamás hubiera pensado que un alma humana tomaría parte.
Ansiedad.
Cerró los ojos, intentando evitar que las lágrimas se derramasen por su rostro. Casi sentía que no le llegaba el aire a sus pulmones. Por favor, quiero estar lejos de aquí, quiero estar en mi casa, quiero estar en mis jardines, en el bosque, junto a mis flores.Los abrió lentamente, esperando que su deseo se hubiera hecho realidad.
Ella está ahí
La niña sin rostro. La solía ver en sueños, a veces en visiones. Una niña sin rostro, sólo con una tétrica sonrisa. Vestida de negro con una larga melena rubia, sujetando un lirio blanco. Estaba allí, bajo una arcada de mampuesto entre dos edificios ruinosos de aquella estrecha callejuela.
Señalaba un callejón y sonreía. Sonreía como siempre, sin rostro, sin forma, pero era capaz de reflejar toda la maldad y sadismo que es inexistente en un niño. Y, aún así, esa visión sosegaba a la dulce Dayanna.
Dayanna miró el callejón por un momento, oscuro y lúgubre. Al volver la mirada bajo el arco de piedra donde había visto a la niña sin rostro, ésta había desaparecido.
Comenzó a caminar despacio hacia el callejón, despacio pero segura. Su ansiedad se había transformado en curiosidad; ya ni se percataba de las personas que se cruzaban en su camino.
Se introdujo en él tapando el rostro y la cabeza con el chal blanco que llevaba sobre sus hombros, pues el frío de aquel avanzado invierno parecía agudizarse en aquel pasadizo.
Las voces se perdían en su interior, pues ni un alma aparte de la suya lo recorría. Sólo se escuchaba la gotera de algún caño obstruido y el correteo de las ratas sobre suelo sin pavimentar… El olor a suciedad aumentaba, resultaba nauseabundo. Tuvo que taparse la boca y la nariz con el chal ante las arcadas que le producía.
Sin duda alguna era el rincón menos afortunado de todo el Reino de Camelot que ella hubiera conocido (o que creyera conocer)….
Pero en contraste, mientras el final del callejón se ampliaba ante sus ojos; en frente de éste, comenzó a vislumbrar una de las mayores maravillas arquitectónicas que jamás hubiera contemplado:
Entre aquellas casas viejas y pobres de piedra y madera desnuda; se erguía solemne su fachada, revestida de fino estuco marmóreo.
Su entrada lo formaba un pórtico de seis esbeltas columnas talladas que se alzaban inquebrantables hasta sus capiteles dorados. Sobre ellos, un gran friso de madera trabajada minuciosamente, con ornamentos en pan de oro y colores que destacaban infinitamente sobre la miseria de aquel lugar. Y, justo bajo el paramento de la fachada, se leían labradas finamente en letras áureas sobre el friso de madera:
FLOR DE LIS
Se echó la mano a la cabeza. La llevaba puesta. Aquella hermosa diadema de brillantes digna de una dama de la nobleza que le había dado como presente la dama Kathleen. Una valiosa diadema muy inoportuna para aquellos lares. Lentamente se la quitó, nerviosa, esperando que no hubiera llamado la atención más de lo debido.
La metió entre las flores de su cesta de mimbre, tragando saliva, casi sin atreverse a alzar la cabeza en comprobación de si alguien estaba pendiente de sus movimientos. Ni si quiera sabía qué dirección había de tomar para regresar a casa.
Intentaba no respirar con agitación, pero el miedo la inundaba. No le gustaba el lugar, no le gustaba el olor, no le gustaba la gente. Los levantes de las casas se alzaban imponiéndose ante los cantones que formaban las laberínticas calles. Los postes de madera ya corroída sobre los que descansaban los farolillos de aceite emanaban olor a podrido. Sobre la poca luz de las lamparillas se apelotonaban insectos; algunos vivos, otros muertos. De las puertas que daban acceso a las angostas tabernas salía un constante y ensordecedor bullicio. Gritos que clamaban por faenas por las cuales Dayanna jamás hubiera pensado que un alma humana tomaría parte.
Ansiedad.
Cerró los ojos, intentando evitar que las lágrimas se derramasen por su rostro. Casi sentía que no le llegaba el aire a sus pulmones. Por favor, quiero estar lejos de aquí, quiero estar en mi casa, quiero estar en mis jardines, en el bosque, junto a mis flores.Los abrió lentamente, esperando que su deseo se hubiera hecho realidad.
Ella está ahí
La niña sin rostro. La solía ver en sueños, a veces en visiones. Una niña sin rostro, sólo con una tétrica sonrisa. Vestida de negro con una larga melena rubia, sujetando un lirio blanco. Estaba allí, bajo una arcada de mampuesto entre dos edificios ruinosos de aquella estrecha callejuela.
Señalaba un callejón y sonreía. Sonreía como siempre, sin rostro, sin forma, pero era capaz de reflejar toda la maldad y sadismo que es inexistente en un niño. Y, aún así, esa visión sosegaba a la dulce Dayanna.
Dayanna miró el callejón por un momento, oscuro y lúgubre. Al volver la mirada bajo el arco de piedra donde había visto a la niña sin rostro, ésta había desaparecido.
Comenzó a caminar despacio hacia el callejón, despacio pero segura. Su ansiedad se había transformado en curiosidad; ya ni se percataba de las personas que se cruzaban en su camino.
Se introdujo en él tapando el rostro y la cabeza con el chal blanco que llevaba sobre sus hombros, pues el frío de aquel avanzado invierno parecía agudizarse en aquel pasadizo.
Las voces se perdían en su interior, pues ni un alma aparte de la suya lo recorría. Sólo se escuchaba la gotera de algún caño obstruido y el correteo de las ratas sobre suelo sin pavimentar… El olor a suciedad aumentaba, resultaba nauseabundo. Tuvo que taparse la boca y la nariz con el chal ante las arcadas que le producía.
Sin duda alguna era el rincón menos afortunado de todo el Reino de Camelot que ella hubiera conocido (o que creyera conocer)….
Pero en contraste, mientras el final del callejón se ampliaba ante sus ojos; en frente de éste, comenzó a vislumbrar una de las mayores maravillas arquitectónicas que jamás hubiera contemplado:
Entre aquellas casas viejas y pobres de piedra y madera desnuda; se erguía solemne su fachada, revestida de fino estuco marmóreo.
Su entrada lo formaba un pórtico de seis esbeltas columnas talladas que se alzaban inquebrantables hasta sus capiteles dorados. Sobre ellos, un gran friso de madera trabajada minuciosamente, con ornamentos en pan de oro y colores que destacaban infinitamente sobre la miseria de aquel lugar. Y, justo bajo el paramento de la fachada, se leían labradas finamente en letras áureas sobre el friso de madera:
FLOR DE LIS
Última edición por Dayanna el Miér Mar 16, 2011 12:57 pm, editado 1 vez
Dayanna- Pink Vader
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Fantinne
Fantinne tenía un encargo. Se le daba muy bien hacer encargos, disfrutaba mucho haciéndolos porque mientras cumplía con su labor, se sentía como un gato que juega con un pobre ratón iluso, pequeño y atemorizado, pero en el fondo convencido de que tienen alguna salida a la situación. Una salida, porque nunca es el momento de morir ¿verdad? ¿alguien piensa, voy a salir a dar un paseo, pero no me demoraré más de las 6 porque a las 6.15 tengo que morirme? Pues no, siempre nos coge de sorpresa. De hecho una vez un hombre se metió en una pelea y le clavaron una navaja en el cuello. Fantinne pensó, “vaya, si que dura este hombre”, porque no se murió rápidamente. La sangre salía por la hoja despacio y tardó un poco en cerrar los ojos. Bueno, le ayudó el otro hombre que le quitó la navaja del cuello y entonces sí que salió la sangre como si no hubiera mañana. Pero el caso es que una fulana de los callejones, de esas que no presentan un aspecto impoluto, como Fantinne, de esas que no pueden hablarte de cerca porque el olor a podrido de los dientes te marea, pues una de esas le decía, “no te preocupes, no te vas a morir” y el sonreía. ¿Se lo creyó? A Fantinne le pareció que sí, pero vamos, que se murió de todas todas, como Mimí la gata negra del Red Apple. “Si, disculpen todos, ya saben cómo es la muerte y sus cosas” debería haberle dicho, pero no.
Pues si, Fantinne veía esa mirada de credulidad cuando desataba sus encantos para conseguir sus “encargos” . “¿Cree que podría sentarme en sus piernas para ver la función lord Pearlmont?” nunca le decían, “No, pequeña, tienes una silla ahí mismo”. Hacían un gesto con la palma de la mano golpeando el muslo y Fantinne se sentaba y comenzaba a susurrarles en el oído muchas cosas. Porque Fantinne siempre sabía muchas cosas de mucha gente, cosas que sabía querrían escuchar. Deseos, pasiones oscuras que nunca se atreverían a pronunciar en voz ni siquiera baja, pero Fantinne las conocía y no le importaba enumerarlas. Esa era su labor y la de las chicas del Red Apple. Saber cosas, averiguar cosas y vender la información.
Pero esa noche tenía un contratiempo. Su presa no podría acudir al Flor de Lis y eso no entraba en los planes de la dulce Fantinne. NO podría buscar esa presa en su madriguera, en su casona donde estaría su mujer y el resto de sus gordos y estúpidos hijos sebosos. Su coto de caza se extendía entre el Red Apple, la casa de citas de los pudientes señores o el Flor de Lis, el Edificio de Comedias como decía Susan, su compañera de dormitorio. “Edificio de Comedias” si, ella se reía mucho cuando sus encargos se cumplían, pero cuando no, se enojaba. Se le ponían las mejillas encendidas y la boca se le quedaba en un botón rojo.
Y así salía del Flor de Lis, contrariada, a punto de una rabieta que tendría que dejar salir en el Red Apple cuando nadie la viera. Tenía ganas de patalear, pero esas cosas no las hacían las personas en la calle, así que tendría que aguantarse. Claro que algo sí que le cambió la cara cuando salió del “Edificio de Comedias”, una desconocida de la que no sabía absolutamente nada y eso, señoras y señores, era algo que podía cambiar la cara de cualquiera que se dedicara a saber muchas cosas y a vender la información.
Se acercó moviendo la nariz con rapidez para que la contrariedad no hubiera dejado ningún rastro. Y es que cuando se enfadaba, se le apretaba la cara en un punto central de pura rabia y luego era difícil que no se le notara el entrecejo aun arrugado.
-¿Quieres entrar ahí?
Pues si, Fantinne veía esa mirada de credulidad cuando desataba sus encantos para conseguir sus “encargos” . “¿Cree que podría sentarme en sus piernas para ver la función lord Pearlmont?” nunca le decían, “No, pequeña, tienes una silla ahí mismo”. Hacían un gesto con la palma de la mano golpeando el muslo y Fantinne se sentaba y comenzaba a susurrarles en el oído muchas cosas. Porque Fantinne siempre sabía muchas cosas de mucha gente, cosas que sabía querrían escuchar. Deseos, pasiones oscuras que nunca se atreverían a pronunciar en voz ni siquiera baja, pero Fantinne las conocía y no le importaba enumerarlas. Esa era su labor y la de las chicas del Red Apple. Saber cosas, averiguar cosas y vender la información.
Pero esa noche tenía un contratiempo. Su presa no podría acudir al Flor de Lis y eso no entraba en los planes de la dulce Fantinne. NO podría buscar esa presa en su madriguera, en su casona donde estaría su mujer y el resto de sus gordos y estúpidos hijos sebosos. Su coto de caza se extendía entre el Red Apple, la casa de citas de los pudientes señores o el Flor de Lis, el Edificio de Comedias como decía Susan, su compañera de dormitorio. “Edificio de Comedias” si, ella se reía mucho cuando sus encargos se cumplían, pero cuando no, se enojaba. Se le ponían las mejillas encendidas y la boca se le quedaba en un botón rojo.
Y así salía del Flor de Lis, contrariada, a punto de una rabieta que tendría que dejar salir en el Red Apple cuando nadie la viera. Tenía ganas de patalear, pero esas cosas no las hacían las personas en la calle, así que tendría que aguantarse. Claro que algo sí que le cambió la cara cuando salió del “Edificio de Comedias”, una desconocida de la que no sabía absolutamente nada y eso, señoras y señores, era algo que podía cambiar la cara de cualquiera que se dedicara a saber muchas cosas y a vender la información.
Se acercó moviendo la nariz con rapidez para que la contrariedad no hubiera dejado ningún rastro. Y es que cuando se enfadaba, se le apretaba la cara en un punto central de pura rabia y luego era difícil que no se le notara el entrecejo aun arrugado.
-¿Quieres entrar ahí?
NO
No. No quiero. Realmente quiero ir a mi casa. Necesito que alguien me indique el camino de regreso a la Calle Mayor
Ese fue el primer pensamiento que se cruzó por la cabeza de Dayanna al escuchar la encantadora y susurrante voz de Fantinne dirigiéndose a ella.
Dicen que existe un fenómeno en nosotros llamado la inteligencia intuitiva. Una voz interior que toma una decisión en cuestión de segundos, una decisión rápida y segura que oímos en nuestra mente. "La voz de la propia experiencia" lo llaman algunos. Dicen que a menudo suele ser la respuesta acertada.
Ni si quiera se había percatado de que Fantinne se acercaba a ella. Tan sumida estaba en la contemplación de aquella fachada que se alzaba ante ella estoica enmudeciendo cualquier otro pensamiento, que se sobresalto al escuchar a la dulce Fantinne:
- ¿Quieres entrar ahí?
No. No quiero. Realmente quiero ir a mi casa. Necesito que alguien me indique el camino de regreso a la Calle Mayor – esa fue la respuesta que se cruzó de manera inmediata por la mente de Dayanna mientras desviaba su mirada hacia Fantinne, saliendo del encantamiento que sobre ella había producido el hermoso teatro Flor de Lis.
Pero el pensamiento no se transformó en palabra. Fantinne la miraba, con unos rasgos extremadamente dulces y encantadores. Tanto que a Dayanna en un principio le intimidaron. Las mujeres que ella solía ver por la Plaza Mayor y las zonas de los barrios que rodeaban el castillo no sonreían de esa manera.
Pero realmente la mirada de Fantinne resultaba complaciente y encantadora. Además de ello, era muy amable por parte ella tomarse la molestia de acercarse a preguntar e interesarse por ella… o así lo pensó Dayanna; por lo cual, correspondió a la mujer con otra dulce sonrisa.
Miró de nuevo la extraordinaria fachada estucada del Flor de Lis, renaciendo su admiración, quedando absorta de nuevo ante ella. Sin dejar de contemplarla dio unos pasos hacia delante acercándose, como hipnotizada.
-Sí. Es precioso – dio un par de pasos más, pasos en falso, pues mirando absorta al teatro ni sabía por dónde pisaba - ¿Y qué es lo que hay dentro?
Ese fue el primer pensamiento que se cruzó por la cabeza de Dayanna al escuchar la encantadora y susurrante voz de Fantinne dirigiéndose a ella.
Dicen que existe un fenómeno en nosotros llamado la inteligencia intuitiva. Una voz interior que toma una decisión en cuestión de segundos, una decisión rápida y segura que oímos en nuestra mente. "La voz de la propia experiencia" lo llaman algunos. Dicen que a menudo suele ser la respuesta acertada.
Ni si quiera se había percatado de que Fantinne se acercaba a ella. Tan sumida estaba en la contemplación de aquella fachada que se alzaba ante ella estoica enmudeciendo cualquier otro pensamiento, que se sobresalto al escuchar a la dulce Fantinne:
- ¿Quieres entrar ahí?
No. No quiero. Realmente quiero ir a mi casa. Necesito que alguien me indique el camino de regreso a la Calle Mayor – esa fue la respuesta que se cruzó de manera inmediata por la mente de Dayanna mientras desviaba su mirada hacia Fantinne, saliendo del encantamiento que sobre ella había producido el hermoso teatro Flor de Lis.
Pero el pensamiento no se transformó en palabra. Fantinne la miraba, con unos rasgos extremadamente dulces y encantadores. Tanto que a Dayanna en un principio le intimidaron. Las mujeres que ella solía ver por la Plaza Mayor y las zonas de los barrios que rodeaban el castillo no sonreían de esa manera.
Pero realmente la mirada de Fantinne resultaba complaciente y encantadora. Además de ello, era muy amable por parte ella tomarse la molestia de acercarse a preguntar e interesarse por ella… o así lo pensó Dayanna; por lo cual, correspondió a la mujer con otra dulce sonrisa.
Miró de nuevo la extraordinaria fachada estucada del Flor de Lis, renaciendo su admiración, quedando absorta de nuevo ante ella. Sin dejar de contemplarla dio unos pasos hacia delante acercándose, como hipnotizada.
-Sí. Es precioso – dio un par de pasos más, pasos en falso, pues mirando absorta al teatro ni sabía por dónde pisaba - ¿Y qué es lo que hay dentro?
Dayanna- Pink Vader
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Re: DESCUBRIENDO FLOR DE LIS
-La pregunta no es qué hay ahí, la pregunta es : ¿Qué quieres encontrar?.
Porque en definitiva, nos da igual que cosas hay en un lugar. La mitad de ellas no nos valdrán para nada, pero una parte, si que nos será útil y será en esa parte donde concentremos nuestro interés. El Flor de Lis, era uno de esos lugares aptos para encontrar cualquier cosa que se buscara, pero a decir verdad, intentar relatar lo que escondían sus rincones, distaba mucho de poderse taxonomizar. Fantinne por ejemplo, buscaba su sustento en forma de mentes abotargadas por el deseo, que a malas penas intentaban esconder secretos que valían su peso en oro. Los actores, se procuraban el pago por su interpretación de la más elaborada fantasía o de la más mundana cotidianidad. El director de escena, la perfecta puesta en acción de la obra de mediocres o brillantes autores, impregnados por el alcohol que permite mantenerse en la línea entre la locura y la razón. O el simple mozo de mesa de los palcos, que se debate entre la espera de la propina y el perfecto hurto que le permita pagarse una fulana del lado norte de los bajos fondos. Si, no era tan importante lo que había como lo que buscábamos y ahora faltaba saber qué era lo que aquella extraña, que había penetrado sutilmente en su territorio, quería del Flor de Lis.
-Sí, cada uno busca algo preciso dentro de ese edificio y sin duda, no se tarda en encontrar de inmediato. Eso sí, si temes lo desconocido, no hay caso, aunque te advierto, que todo lo que buscas ahí ya forma parte de tu lista de los deseos. Entra conmigo, seguro que no te defraudará.
Fantinne tendió la mano que lucía un pequeño anillo que nadie se atrevería a llevar en lugares como aquel. Pero Fantinne, como Caroline o como cualquier otra chica del Red Apple, contaban con la inestimable protección de Lazarus y nadie se atrevería a poner un dedo encima a ninguna de ellas sin pagar un alto precio después.
Porque en definitiva, nos da igual que cosas hay en un lugar. La mitad de ellas no nos valdrán para nada, pero una parte, si que nos será útil y será en esa parte donde concentremos nuestro interés. El Flor de Lis, era uno de esos lugares aptos para encontrar cualquier cosa que se buscara, pero a decir verdad, intentar relatar lo que escondían sus rincones, distaba mucho de poderse taxonomizar. Fantinne por ejemplo, buscaba su sustento en forma de mentes abotargadas por el deseo, que a malas penas intentaban esconder secretos que valían su peso en oro. Los actores, se procuraban el pago por su interpretación de la más elaborada fantasía o de la más mundana cotidianidad. El director de escena, la perfecta puesta en acción de la obra de mediocres o brillantes autores, impregnados por el alcohol que permite mantenerse en la línea entre la locura y la razón. O el simple mozo de mesa de los palcos, que se debate entre la espera de la propina y el perfecto hurto que le permita pagarse una fulana del lado norte de los bajos fondos. Si, no era tan importante lo que había como lo que buscábamos y ahora faltaba saber qué era lo que aquella extraña, que había penetrado sutilmente en su territorio, quería del Flor de Lis.
-Sí, cada uno busca algo preciso dentro de ese edificio y sin duda, no se tarda en encontrar de inmediato. Eso sí, si temes lo desconocido, no hay caso, aunque te advierto, que todo lo que buscas ahí ya forma parte de tu lista de los deseos. Entra conmigo, seguro que no te defraudará.
Fantinne tendió la mano que lucía un pequeño anillo que nadie se atrevería a llevar en lugares como aquel. Pero Fantinne, como Caroline o como cualquier otra chica del Red Apple, contaban con la inestimable protección de Lazarus y nadie se atrevería a poner un dedo encima a ninguna de ellas sin pagar un alto precio después.
DESEO
Dayanna miró el anillo de Fantinne con los ojos abiertos de par en par.
Sí. Había visto tales joyas antes, en manos de damas de la alta nobleza, como Cortney, la duquesa de Eaton, cuyos jardines acostumbraba a cuidar y embellecer con combinaciones de distintas formas y aromas florales. Pero en Fantinne una alhaja de tal clase tomaba un halo diferente, resultaba…. desafiante. Resultaba provocadora entre tanta miseria, jactanciosa hacia las clases sociales establecidas, hacia las jerarquías marcadas. Hacía parecer cierto que en ese encantador edificio realmente existiera una cuna de los deseos.
Yo… ehmm… ¿mis deseos?... – la muchacha parpadeaba desconcertada mientras tomaba la mano de la cortesana, la cual le sonreía con un encanto que si Dayanna hubiera sido más pícara, habría advertido segundas intenciones en él.
¿Mis deseos? – pensaba inquieta como si realmente fueran a concedérselos. Nunca se había planteado cuáles eran sus verdaderos deseos en la vida.
-Casarme con un hombre noble y apuesto. Ser desposada y tener hijos.. supongo.. formar una familia.. es lo debido…. Lo.. lo que toda señorita ha de desear – decía más respondiéndose a sí misma, a sus “principios morales”, que a la propia Fantinne, mientras ambas se aproximaban a la entrada del “Edificio de Comedias”.
Fantinne la guiaba, divertida ante el desconcierto y la ingenuidad de la muchacha, que parecía creer encontrarse de veras ante una casa de los deseos. Para enfatizar el encanto de la situación, la cortesana del Red Apple marcaba los pasos de un vals en su caminar, sin dejar de mirar a Dayanna con una hipnótica sonrisa.
En el pórtico de entrada, un par de rameras se apoyaban sobre las esbeltas columnas estucadas esperando que la casualidad o la fortuna hicieran que alguno de los pocos ricachones que transitaban los Bajos Fondos las escogieran a ellas para pasar la noche.
Una mirada severa de Fantinne bastó para hacer que las rameras se alejaran de la entrada del Flor de Lis. En efecto, a los Bajos Fondos rara vez se molestaba en llegar la Ley de Camelot; pero sí existía un código propio, y una jerarquía impuesta. Entre los rincones de los Bajos Fondos, pocos gozaban de más poder que las cortesanas del Red Apple. Lo que hacen los secretos….
La mirada brusca de Fantinne tornó rápidamente en dulzura y encanto de nuevo cuando Dayanna se giró para mirarla. No podía permitir que el encanto se rompiera para la muchacha. Colocó su mano sobre la gran puerta labrada en madera de arce y empujó.
-Hubo un tiempo en el que casi a diario una historia diferente se narraba en el Gran Teatro – comenzó a narrarle la cortesana con una voz embelesadora mientras la puerta se abría ante ellas lentamente -. Hubo un tiempo en el que artistas de Reinos muy lejanos venían hasta el escenario a interpretar las más majestuosas leyendas de Oriente y Occidente. Hubo un tiempo… - sonreía cuanto más cautivada veía a Dayanna por sus palabras - .. en el que el Flor de Lis fue tan aclamado que los directores de obra vendían su alma al mismísimo diablo por conseguir una noche de función. Se decía, amiga mía, que el Flor de Lis era la mayor atracción del mismo Camelot….
Una vez la puerta estuvo abierta del todo Dayanna pudo percibir un aroma muy peculiar. Una mezcla de madera, pintura, antigüedad… Cerró los ojos saboreándolo. Al abrirlos, Fantinne seguía mirándola. Pero ya no sonreía, su rostro había tomado cierto aire melancólico.
-El Flor de Lis siempre se consideró un lugar donde cualquier cosa podía suceder…cualquier cosa – Fantinne acercó su rostro al de Dayanna volviendo a sonreír, esta vez con algo de picardía que hasta la ingenua vendedora de flores podía percibir-. Siempre fue el hogar de los deseos más profundos
- ¡Cuéntame!.. hablame de esas historias... - exclamó la vendedora de flores entusiasmada mientras se adentraban por el vestíbulo inicial del edificio de Comedias. Adoraba las viejas historias.
Sí. Había visto tales joyas antes, en manos de damas de la alta nobleza, como Cortney, la duquesa de Eaton, cuyos jardines acostumbraba a cuidar y embellecer con combinaciones de distintas formas y aromas florales. Pero en Fantinne una alhaja de tal clase tomaba un halo diferente, resultaba…. desafiante. Resultaba provocadora entre tanta miseria, jactanciosa hacia las clases sociales establecidas, hacia las jerarquías marcadas. Hacía parecer cierto que en ese encantador edificio realmente existiera una cuna de los deseos.
Yo… ehmm… ¿mis deseos?... – la muchacha parpadeaba desconcertada mientras tomaba la mano de la cortesana, la cual le sonreía con un encanto que si Dayanna hubiera sido más pícara, habría advertido segundas intenciones en él.
¿Mis deseos? – pensaba inquieta como si realmente fueran a concedérselos. Nunca se había planteado cuáles eran sus verdaderos deseos en la vida.
-Casarme con un hombre noble y apuesto. Ser desposada y tener hijos.. supongo.. formar una familia.. es lo debido…. Lo.. lo que toda señorita ha de desear – decía más respondiéndose a sí misma, a sus “principios morales”, que a la propia Fantinne, mientras ambas se aproximaban a la entrada del “Edificio de Comedias”.
Fantinne la guiaba, divertida ante el desconcierto y la ingenuidad de la muchacha, que parecía creer encontrarse de veras ante una casa de los deseos. Para enfatizar el encanto de la situación, la cortesana del Red Apple marcaba los pasos de un vals en su caminar, sin dejar de mirar a Dayanna con una hipnótica sonrisa.
En el pórtico de entrada, un par de rameras se apoyaban sobre las esbeltas columnas estucadas esperando que la casualidad o la fortuna hicieran que alguno de los pocos ricachones que transitaban los Bajos Fondos las escogieran a ellas para pasar la noche.
Una mirada severa de Fantinne bastó para hacer que las rameras se alejaran de la entrada del Flor de Lis. En efecto, a los Bajos Fondos rara vez se molestaba en llegar la Ley de Camelot; pero sí existía un código propio, y una jerarquía impuesta. Entre los rincones de los Bajos Fondos, pocos gozaban de más poder que las cortesanas del Red Apple. Lo que hacen los secretos….
La mirada brusca de Fantinne tornó rápidamente en dulzura y encanto de nuevo cuando Dayanna se giró para mirarla. No podía permitir que el encanto se rompiera para la muchacha. Colocó su mano sobre la gran puerta labrada en madera de arce y empujó.
-Hubo un tiempo en el que casi a diario una historia diferente se narraba en el Gran Teatro – comenzó a narrarle la cortesana con una voz embelesadora mientras la puerta se abría ante ellas lentamente -. Hubo un tiempo en el que artistas de Reinos muy lejanos venían hasta el escenario a interpretar las más majestuosas leyendas de Oriente y Occidente. Hubo un tiempo… - sonreía cuanto más cautivada veía a Dayanna por sus palabras - .. en el que el Flor de Lis fue tan aclamado que los directores de obra vendían su alma al mismísimo diablo por conseguir una noche de función. Se decía, amiga mía, que el Flor de Lis era la mayor atracción del mismo Camelot….
Una vez la puerta estuvo abierta del todo Dayanna pudo percibir un aroma muy peculiar. Una mezcla de madera, pintura, antigüedad… Cerró los ojos saboreándolo. Al abrirlos, Fantinne seguía mirándola. Pero ya no sonreía, su rostro había tomado cierto aire melancólico.
-El Flor de Lis siempre se consideró un lugar donde cualquier cosa podía suceder…cualquier cosa – Fantinne acercó su rostro al de Dayanna volviendo a sonreír, esta vez con algo de picardía que hasta la ingenua vendedora de flores podía percibir-. Siempre fue el hogar de los deseos más profundos
- ¡Cuéntame!.. hablame de esas historias... - exclamó la vendedora de flores entusiasmada mientras se adentraban por el vestíbulo inicial del edificio de Comedias. Adoraba las viejas historias.
Dayanna- Pink Vader
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