tempestad y calma sobre El Barco Del Diablo
tempestad y calma sobre El Barco Del Diablo
Despertó empapado en sudor. Era la tercera noche seguida en que sus sueños eran interrumpidos por los alaridos procedentes de algún lugar del barco.
Una vez despierto, le era imposible determinar si de verdad había escuchado esos infernales gritos o simplemente se los había imaginado.
Jhon se incorporó en su camastro y observó a su alrededor. El resto de sus compañeros de camarote seguían durmiendo apaciblemente, ajenos al temporal que mecía la nave.
Sabía que le sería imposible dormirse inmediatamente, por lo que salió de la cama, se puso las botas y abandono su habitación. El pasillo estaba a oscuras, y más de una vez tropezó con alguna cuerda enrollada y tirada en el suelo. La madera crujía bajo sus pies delatando su posición a cualquier oído atento. Tras atravesar la primera y la segunda planta por fin dio con las escaleras que conducían a cubierta, y subiéndolas de dos en dos, se encontró en mitad de la noche.
La clara luna iluminaba un inmenso mar que se mezclaba con un tranquilo cielo. Una ráfaga de viento azoto su cara y entumeció su cuerpo, recordándole que no había cogido su jubón de cuero y su capa.
Contempló a uno de los marineros al mando del timón, dirigiendo la nave a su destino y le pareció ver a otro subido al mástil del barco, aunque la falta de luz del día y la altitud del palo le hacían dudar de sus ojos. No le inspiraban confianza. Sabía ver en los hombres sus pecados, y estos cargaban con montones de ellos a sus espaldas, sin embargo, este era el único barco que se dirigía a Camelot desde Iberia, además de ser el único que se podía permitir con el poco dinero que le había quedado de su último trabajo.
Sus pasos lo condujeron hasta uno de los laterales del barco. Se apoyó con ambos brazos en la baranda de madera y observó el mar que se arremolinaba alrededor del navío. Le pareció ver algo extraño allí, por lo que aguzó su vista y volvió a mirar.
Unas luces anaranjadas procedentes de la pared sumergida del barco iluminaban las oscuras aguas.
Era imposible que ese brillo procediera de la parte más baja del velero. No podía alcanzar tanta profundidad. Solo había dos plantas bajo la cubierta: en la primera se encontraban los camarotes de la tripulación, en la segunda los de los pasajeros y una gran despensa donde se cargaban los alimentos. La cocina y el cuarto del capitán se encontraban en la cabina de mando, al otro lado de la entrada a las galerías.
Jhon dudo entre contarle sus descubrimientos al timonel que se hallaba en su puesto, bajar a la segunda planta y buscar alguna puerta secreta que le llevara hasta aquel lugar iluminado, o simplemente, olvidar el tema.
Una vez despierto, le era imposible determinar si de verdad había escuchado esos infernales gritos o simplemente se los había imaginado.
Jhon se incorporó en su camastro y observó a su alrededor. El resto de sus compañeros de camarote seguían durmiendo apaciblemente, ajenos al temporal que mecía la nave.
Sabía que le sería imposible dormirse inmediatamente, por lo que salió de la cama, se puso las botas y abandono su habitación. El pasillo estaba a oscuras, y más de una vez tropezó con alguna cuerda enrollada y tirada en el suelo. La madera crujía bajo sus pies delatando su posición a cualquier oído atento. Tras atravesar la primera y la segunda planta por fin dio con las escaleras que conducían a cubierta, y subiéndolas de dos en dos, se encontró en mitad de la noche.
La clara luna iluminaba un inmenso mar que se mezclaba con un tranquilo cielo. Una ráfaga de viento azoto su cara y entumeció su cuerpo, recordándole que no había cogido su jubón de cuero y su capa.
Contempló a uno de los marineros al mando del timón, dirigiendo la nave a su destino y le pareció ver a otro subido al mástil del barco, aunque la falta de luz del día y la altitud del palo le hacían dudar de sus ojos. No le inspiraban confianza. Sabía ver en los hombres sus pecados, y estos cargaban con montones de ellos a sus espaldas, sin embargo, este era el único barco que se dirigía a Camelot desde Iberia, además de ser el único que se podía permitir con el poco dinero que le había quedado de su último trabajo.
Sus pasos lo condujeron hasta uno de los laterales del barco. Se apoyó con ambos brazos en la baranda de madera y observó el mar que se arremolinaba alrededor del navío. Le pareció ver algo extraño allí, por lo que aguzó su vista y volvió a mirar.
Unas luces anaranjadas procedentes de la pared sumergida del barco iluminaban las oscuras aguas.
Era imposible que ese brillo procediera de la parte más baja del velero. No podía alcanzar tanta profundidad. Solo había dos plantas bajo la cubierta: en la primera se encontraban los camarotes de la tripulación, en la segunda los de los pasajeros y una gran despensa donde se cargaban los alimentos. La cocina y el cuarto del capitán se encontraban en la cabina de mando, al otro lado de la entrada a las galerías.
Jhon dudo entre contarle sus descubrimientos al timonel que se hallaba en su puesto, bajar a la segunda planta y buscar alguna puerta secreta que le llevara hasta aquel lugar iluminado, o simplemente, olvidar el tema.
Última edición por Jhon Doe el Dom Sep 28, 2014 10:34 am, editado 1 vez
Jhon Doe- Campesino
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Re: tempestad y calma sobre El Barco Del Diablo
Finalmente, decidió comentar su visión con el timonel, aunque sin revelarle nada importante. No era menester levantar sospechas.
El timonel era un hombre alto y moreno, seguramente por las muchas horas de exposición al sol. Sus ropas parecían tener un siglo de antigüedad. Jhon pensó que en algún momento debieron ser de vivos colores, aunque el mar se había ocupado de no dejar rastro de ellos. Poseía un sable que colgaba de su cinturón al lado izquierdo. En el derecho, asomaban varios cuchillos, seguramente dispuestos a ser lanzados rápidamente. Aguijones de la muerte en manos muy capaces.
-Todo en calma por cubierta- dijo sorprendiendo al timonel, que miraba hacia el infinito perdido en otro mundo. Sus ojos se posaron sobre el delgado espadachín, observándole de arriba a abajo para después volver a fijar su mirada en el lejano horizonte.
-La noche nos permite descansar de los molestos mosquitos, que suelen pulular a nuestro alrededor dificultando nuestro trabajo- la voz sonó grave y llena de connotaciones, y Jhon comprendió perfectamente lo que su interlocutor quería decirle, pero opto por hacer caso omiso de sus palabras y simulo no saber a qué se refería.
-Tenéis razón amigo, esos malditos bichos no te dejan tranquilo mientras el sol esta en lo alto, aunque por las noches otras "cosas" suplen a los mosquitos - Sus palabras surtieron el efecto deseado, ya que el marino volvió a centrarse en él. Su mirada era una mezcla entre irritación y curiosidad.
-¿A qué te refieres? ¿Has visto algo raro? ¿O quizá las chinches de tu cama ya te han hecho una visita?- dijo, simulando desinterés por las palabras de Jhon, y acto seguido su sonrisa maliciosa se convirtió en una carcajada que salía entre los pocos y picados dientes que aún se agarraban con fuerza a las encías. Sin embargo, el pasajero noto un deje de curiosidad en sus primeras palabras, y aunque hubiera intentando ocultarlo con su estúpido pero cierto comentario sobre las chinches, era imposible no notar el nerviosismo, que poco a poco se iba apoderando de él.
Jhon comprendió que algo extraño ocurría en el barco. Ahora debía decidir si daría un paso más, acercándose a la verdad o lo dejaría pasar, para por fin olvidarlo al abandonar el navío en el próximo puerto.
El timonel era un hombre alto y moreno, seguramente por las muchas horas de exposición al sol. Sus ropas parecían tener un siglo de antigüedad. Jhon pensó que en algún momento debieron ser de vivos colores, aunque el mar se había ocupado de no dejar rastro de ellos. Poseía un sable que colgaba de su cinturón al lado izquierdo. En el derecho, asomaban varios cuchillos, seguramente dispuestos a ser lanzados rápidamente. Aguijones de la muerte en manos muy capaces.
-Todo en calma por cubierta- dijo sorprendiendo al timonel, que miraba hacia el infinito perdido en otro mundo. Sus ojos se posaron sobre el delgado espadachín, observándole de arriba a abajo para después volver a fijar su mirada en el lejano horizonte.
-La noche nos permite descansar de los molestos mosquitos, que suelen pulular a nuestro alrededor dificultando nuestro trabajo- la voz sonó grave y llena de connotaciones, y Jhon comprendió perfectamente lo que su interlocutor quería decirle, pero opto por hacer caso omiso de sus palabras y simulo no saber a qué se refería.
-Tenéis razón amigo, esos malditos bichos no te dejan tranquilo mientras el sol esta en lo alto, aunque por las noches otras "cosas" suplen a los mosquitos - Sus palabras surtieron el efecto deseado, ya que el marino volvió a centrarse en él. Su mirada era una mezcla entre irritación y curiosidad.
-¿A qué te refieres? ¿Has visto algo raro? ¿O quizá las chinches de tu cama ya te han hecho una visita?- dijo, simulando desinterés por las palabras de Jhon, y acto seguido su sonrisa maliciosa se convirtió en una carcajada que salía entre los pocos y picados dientes que aún se agarraban con fuerza a las encías. Sin embargo, el pasajero noto un deje de curiosidad en sus primeras palabras, y aunque hubiera intentando ocultarlo con su estúpido pero cierto comentario sobre las chinches, era imposible no notar el nerviosismo, que poco a poco se iba apoderando de él.
Jhon comprendió que algo extraño ocurría en el barco. Ahora debía decidir si daría un paso más, acercándose a la verdad o lo dejaría pasar, para por fin olvidarlo al abandonar el navío en el próximo puerto.
Última edición por Jhon Doe el Dom Sep 28, 2014 10:35 am, editado 1 vez
Jhon Doe- Campesino
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Re: tempestad y calma sobre El Barco Del Diablo
El miedo no le había detenido nunca, pero siempre había sido supersticioso. Su religión y su cultura se lo habían inculcado desde crío.
Un escalofrío recorrió todo su cuerpo, crispando el vello de sus brazos. Se dijo a si mismo que solo había sido el frío y no un mal presagio.
-Malditos vientos nocturnos -Dijo en voz baja el mercenario.
-Vientos inexistentes te acosan, muchacho -Respondió el timonel. Jhon fue a replicar, pero reaccionó a tiempo y cayó, dejando terminar al marino - El barco está tranquilo, y solo las olas lo mecen ahora. No, no son los vientos los que te hacen temblar...
- ¿Y entonces qué es? el frío hace presa de nosotros y la luna no nos arropa como el sol, vos mismo portáis un buen abrigo- apuntó Jhon con perspicacia.
- Quizá ...- respondió el hombre mirando de soslayo al gran satélite- la luna es azul y fría como la noche a la que corona y como los muertos que la pueblan- al decir esto, sus ojos escudriñantes, se clavaron en los de Jhon, y una sonrisa que ocultaba algo tras aquellos podridos dientes y aquella retorcida mente apareció en su rostro.
-¿Acaso es una amenaza?- Jhon devolvió la mirada al timonel, desafiándole a confirmar sus pensamientos. Pero en vez de eso, el hombre tornó su expresión en un gesto divertido y siniestramente macabro.
-Solo es un aviso- Le dijo sin perder esa sonrisa- para aquellos que no conocen la noche en el océano.
Rápidamente, las imágenes de sus compañeros ahogándose en el mar, mientras los grandes buques se hundían sin oponer resistencia, acudieron a su mente. Se observó llorando por sus camaradas mientras le sujetaban, indefenso. Un espectador invitado a la fuerza a presenciar lo que la naturaleza era capaz de hacer con las débiles creaciones de los hombres.
Tragó saliva dificultosamente. Un sabor amargo bajó por su garganta lentamente hasta desaparecer en sus entrañas.
-Vosotros conocéis la mar- respondió por fin a su interlocutor -y sois los responsables de que esta nave no vaya a pique. Solo Dios o la mano del hombre es capaz de tumbar este barco.
Aunque, por lo que veo ahora, me parece que más pronto que tarde, este cascarón se partirá por la mitad y se hundirá en tu "fría y oscura noche". Puede que tengas suerte y te unas a los moradores de la noche.
-Necio- le cortó súbitamente el timonel- ni los dioses son capaces de mover este barco. El fuego lo mueve y es imposible apagarlo...- La cara de Jhon cambió al oír las palabras del marinero. Este se percató de la ligereza de su lengua y de su fatal error.- Dormid ahora y dejad a vuestra mente descansar. Pronto olvidareis mis estúpidas palabras...
Jhon permaneció un momento frente al hombre sin decir palabra alguna. Seguramente había sacado toda la información de él que podía, y probablemente se cerraría en banda si lo presionaba más. Su cerebro trabajaba de tal manera que le era imposible alcanzarlo. Por fin determinó que lo mejor sería volver a su camarote y sumirse en el mundo de los sueños hasta que el sol brillara alto en el cielo. Entonces podría iluminar sus pensamientos con algo más de razón. - Decís la verdad, volveré a la cama e intentare dormir lo que queda de noche. Espero volver a encontraros para continuar la charla. Me gustan las historias estúpidas- Y dedicándole una mirada desafiante a aquel hombre se retiró de vuelta a su camarote.
El timonel quedó solo un momento en su puesto. Su vista, clavada en el maldito viajero, intentaba apuñalarle por la espalda sin éxito.
-¿Qué quería ese boquerón?- pregunto el vigía, que había presenciado la charla desde lo alto del mástil, y que silenciosamente había descendido hasta cubierta cuando el joven había abandonado a su compañero- ¿Y qué hacía despierto por la noche?
-Más bien era un pez payaso- respondió el timonel apretando los puños en el timón, imaginando que estrangulaba a aquel miserable que le había retado.-Algo sabe, eso seguro-dirigió entonces sus ojos hacia el vigía, ya que el inesperado visitante se había hundido en las tinieblas que conducían a los pisos inferiores de la nave - Avisa al capitán. Dile que un pescado se niega a abandonar el mar y que puede que nos de problemas - el hombre asintió y desapareció rápidamente a cumplir su cometido. El marino volvió a mirar el hueco por el que había desaparecido Jhon - Dentro de poco desearas que las historias estúpidas solo sean eso.
Un escalofrío recorrió todo su cuerpo, crispando el vello de sus brazos. Se dijo a si mismo que solo había sido el frío y no un mal presagio.
-Malditos vientos nocturnos -Dijo en voz baja el mercenario.
-Vientos inexistentes te acosan, muchacho -Respondió el timonel. Jhon fue a replicar, pero reaccionó a tiempo y cayó, dejando terminar al marino - El barco está tranquilo, y solo las olas lo mecen ahora. No, no son los vientos los que te hacen temblar...
- ¿Y entonces qué es? el frío hace presa de nosotros y la luna no nos arropa como el sol, vos mismo portáis un buen abrigo- apuntó Jhon con perspicacia.
- Quizá ...- respondió el hombre mirando de soslayo al gran satélite- la luna es azul y fría como la noche a la que corona y como los muertos que la pueblan- al decir esto, sus ojos escudriñantes, se clavaron en los de Jhon, y una sonrisa que ocultaba algo tras aquellos podridos dientes y aquella retorcida mente apareció en su rostro.
-¿Acaso es una amenaza?- Jhon devolvió la mirada al timonel, desafiándole a confirmar sus pensamientos. Pero en vez de eso, el hombre tornó su expresión en un gesto divertido y siniestramente macabro.
-Solo es un aviso- Le dijo sin perder esa sonrisa- para aquellos que no conocen la noche en el océano.
Rápidamente, las imágenes de sus compañeros ahogándose en el mar, mientras los grandes buques se hundían sin oponer resistencia, acudieron a su mente. Se observó llorando por sus camaradas mientras le sujetaban, indefenso. Un espectador invitado a la fuerza a presenciar lo que la naturaleza era capaz de hacer con las débiles creaciones de los hombres.
Tragó saliva dificultosamente. Un sabor amargo bajó por su garganta lentamente hasta desaparecer en sus entrañas.
-Vosotros conocéis la mar- respondió por fin a su interlocutor -y sois los responsables de que esta nave no vaya a pique. Solo Dios o la mano del hombre es capaz de tumbar este barco.
Aunque, por lo que veo ahora, me parece que más pronto que tarde, este cascarón se partirá por la mitad y se hundirá en tu "fría y oscura noche". Puede que tengas suerte y te unas a los moradores de la noche.
-Necio- le cortó súbitamente el timonel- ni los dioses son capaces de mover este barco. El fuego lo mueve y es imposible apagarlo...- La cara de Jhon cambió al oír las palabras del marinero. Este se percató de la ligereza de su lengua y de su fatal error.- Dormid ahora y dejad a vuestra mente descansar. Pronto olvidareis mis estúpidas palabras...
Jhon permaneció un momento frente al hombre sin decir palabra alguna. Seguramente había sacado toda la información de él que podía, y probablemente se cerraría en banda si lo presionaba más. Su cerebro trabajaba de tal manera que le era imposible alcanzarlo. Por fin determinó que lo mejor sería volver a su camarote y sumirse en el mundo de los sueños hasta que el sol brillara alto en el cielo. Entonces podría iluminar sus pensamientos con algo más de razón. - Decís la verdad, volveré a la cama e intentare dormir lo que queda de noche. Espero volver a encontraros para continuar la charla. Me gustan las historias estúpidas- Y dedicándole una mirada desafiante a aquel hombre se retiró de vuelta a su camarote.
El timonel quedó solo un momento en su puesto. Su vista, clavada en el maldito viajero, intentaba apuñalarle por la espalda sin éxito.
-¿Qué quería ese boquerón?- pregunto el vigía, que había presenciado la charla desde lo alto del mástil, y que silenciosamente había descendido hasta cubierta cuando el joven había abandonado a su compañero- ¿Y qué hacía despierto por la noche?
-Más bien era un pez payaso- respondió el timonel apretando los puños en el timón, imaginando que estrangulaba a aquel miserable que le había retado.-Algo sabe, eso seguro-dirigió entonces sus ojos hacia el vigía, ya que el inesperado visitante se había hundido en las tinieblas que conducían a los pisos inferiores de la nave - Avisa al capitán. Dile que un pescado se niega a abandonar el mar y que puede que nos de problemas - el hombre asintió y desapareció rápidamente a cumplir su cometido. El marino volvió a mirar el hueco por el que había desaparecido Jhon - Dentro de poco desearas que las historias estúpidas solo sean eso.
Última edición por Jhon Doe el Dom Sep 28, 2014 10:37 am, editado 1 vez
Jhon Doe- Campesino
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Re: tempestad y calma sobre El Barco Del Diablo
Volvió a su camarote, mientras su cerebro trabajaba aun sobre esos datos. Por lo visto, ni el mismo mar le dejaba descansar. Abrió la puerta con cuidado, para evitar despertar al resto de viajeros que apaciblemente dormían en sus camastros al margen de todo, mecidos en una gran cuna de madera por los brazos del mar.
Tras cerrar la puerta, Jhon se tumbó en su cama sin quitarse las botas. Deslizó una de sus manos dentro de su fardo buscando su pequeña petaca. Un poco de ron endulzaría su boca y relajaría su ánimo.
Un largo trago bastó para reconfortar su cuerpo y su alma. Por fin sus ojos se acostumbraron a la penumbra, dejándole distinguir sombras a su alrededor.
Un viejo de luenga barba roncaba pausadamente en una cama pegada a los pies de la suya. Una muchacha joven yacía en el colchón pegado a la pared opuesta al suyo, mostrando su nuca entre las mantas. Junto a ella, aunque tapado por el cuerpo de la mujer, un muchacho poco más joven que su acompañante, dormía sin hacer ningún ruido.
Jhon se irguió en la cama. Al parecer alguien más había decidido salir a pasear en la noche: el cuarto camastro estaba vacío, aunque la cama estaba desecha. Jhon observó con más atención.
El dueño de ese sitio en la embarcación, Lawels, un espada a sueldo de poca monta, según le había oído decir en el comedor, mientras intentaba impresionar a una dama con sus hazañas, era un personaje bastante vulgar. Pelo largo y perilla despeinada, símbolo de que sus días de gloria tocaron a su fin hacía ya largo tiempo. Ropajes andrajosos y raídos envolvían un cuerpo sembrado de cicatrices, raquítico y enfermizo. Posiblemente su espada era la única pertenencia que tenía algo de valor.
Las botas seguian a los pies de la cama, al igual que la capa y el chaleco. Jhon pensó que el espada habría ido a orinar, con lo cual no le dio más importancia al tema.
Volvió a tumbarse en su cama, cruzo los pies y dio otro buche al glorioso líquido. El sueño venció a la razón y por fin durmió.
Gritos desgarrados sonaban cada vez más cerca, al otro lado del pasillo acercándose para luego desaparecer en las profundidades del coloso de madera que recorría los mares.
Luces siniestras y diabólicas se filtraban a través de las rendijas que quedaban entre las tablas del suelo y las paredes. Fuego del infierno que retaba al agua incapaz de apagarlo. Y de nuevo los gritos, incansables, ininteligibles, un dolor que traspasaba el umbral de lo humano.
Despertó.
Tras cerrar la puerta, Jhon se tumbó en su cama sin quitarse las botas. Deslizó una de sus manos dentro de su fardo buscando su pequeña petaca. Un poco de ron endulzaría su boca y relajaría su ánimo.
Un largo trago bastó para reconfortar su cuerpo y su alma. Por fin sus ojos se acostumbraron a la penumbra, dejándole distinguir sombras a su alrededor.
Un viejo de luenga barba roncaba pausadamente en una cama pegada a los pies de la suya. Una muchacha joven yacía en el colchón pegado a la pared opuesta al suyo, mostrando su nuca entre las mantas. Junto a ella, aunque tapado por el cuerpo de la mujer, un muchacho poco más joven que su acompañante, dormía sin hacer ningún ruido.
Jhon se irguió en la cama. Al parecer alguien más había decidido salir a pasear en la noche: el cuarto camastro estaba vacío, aunque la cama estaba desecha. Jhon observó con más atención.
El dueño de ese sitio en la embarcación, Lawels, un espada a sueldo de poca monta, según le había oído decir en el comedor, mientras intentaba impresionar a una dama con sus hazañas, era un personaje bastante vulgar. Pelo largo y perilla despeinada, símbolo de que sus días de gloria tocaron a su fin hacía ya largo tiempo. Ropajes andrajosos y raídos envolvían un cuerpo sembrado de cicatrices, raquítico y enfermizo. Posiblemente su espada era la única pertenencia que tenía algo de valor.
Las botas seguian a los pies de la cama, al igual que la capa y el chaleco. Jhon pensó que el espada habría ido a orinar, con lo cual no le dio más importancia al tema.
Volvió a tumbarse en su cama, cruzo los pies y dio otro buche al glorioso líquido. El sueño venció a la razón y por fin durmió.
Gritos desgarrados sonaban cada vez más cerca, al otro lado del pasillo acercándose para luego desaparecer en las profundidades del coloso de madera que recorría los mares.
Luces siniestras y diabólicas se filtraban a través de las rendijas que quedaban entre las tablas del suelo y las paredes. Fuego del infierno que retaba al agua incapaz de apagarlo. Y de nuevo los gritos, incansables, ininteligibles, un dolor que traspasaba el umbral de lo humano.
Despertó.
Última edición por Jhon Doe el Dom Sep 28, 2014 10:38 am, editado 1 vez
Jhon Doe- Campesino
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Re: tempestad y calma sobre El Barco Del Diablo
Todo era oscuro en el rincón más recóndito de la nave, Allí donde había abierto los ojos. Tardó unos instantes en darse cuenta de donde estaba. "Solo es la bodega", se dijo. El resto de camastros ya estaban vacíos. Probablemente sería de día.
Jhon se incorporó de la cama y se estiro cuan largo era. colgó su espada al cinto y se introdujo en el jubón de cuero. Decidió dejar la capa allí, junto a su morral. Si había temporal, lo que menos necesitaba era una capa que le estorbara al ponerse a salvo.
No había dado ni dos pasos para salir de la estancia cuando recordó algo de la noche pasada. Al girar la vista, un escalofrío recurrió su espalda desde la nuca hasta la canal maestra. Las botas y el jubón de Lawels, el espadachín fanfarrón, aun permanecían a los pies de su cama. Esta estaba igual que la noche anterior, cuando Jhon se había percatado de su ausencia. En aquel momento se dijo que habría salido a orinar. Ahora no lo tenia tan claro.
"No son los vientos los que te hacen temblar..."
Las palabras del timonel volvieron a su mente con una velocidad pasmosa.
"¿Es una amenaza?", le había dicho Jhon. "Solo un aviso" le respondió el hombre, mientras dibujaba una horrenda sonrisa en su cara.
El espadachín tomo aire y trató de relajarse. Había mil explicaciones para que Lawels no hubiese vuelto a su camastro. A él mismo se le ocurrieron varias de camino a cubierta.
Solo cuando el sol baño su cara, Jhon sintió de nuevo el alivio de la mañana, que borra el rastro de las tinieblas. Se santiguó mirando al sol y en un susurro recitó una plegaria agradeciendo a Dios por este nuevo día.
-Un hombre religioso - Dijo una voz a su lado. Al mirar, descubrió a una joven que le observaba con una sonrisa en los labios. Su pelo era rubio y sus ojos azules. No aparentaba más de 16 o 17 primaveras. Su piel era blanca y hermosa. La dama iba bastante bien vestida, ataviada con un hermoso vestido verde con brocados de flores en blanco. -Hace mucho que no veo a ningún hombre santiguarse. No es costumbre en mis tierras.
Jhon le dedico una sonrisa abierta. La chica parecía bastante aniñada para su edad. Cuando el contaba 14 años, su niñez había sido olvidada y ya había despachado a varios hombres por el camino para rematarla. Mirándola, sintió lástima por si mismo y por aquello en lo que se había convertido.
-No suelo rezar a menudo -Respondió a la joven -Pero hoy lo he visto necesario. Los días así en el mar han de agradecerse.
Al escucharle, la dama dirigió su mirada hacia el horizonte, dividido ahora por el sol, que dibujaba una alargada linea naranja entre los dos azules que les rodeaban. -En verdad es un día fabuloso. Anoche pensé que la mañana seria fría y oscura.
-¿Vos también? -dijo Jhon -Yo tuve el mismo presentimiento. Doy gracias por haber herrado. Mi nombre es Jhon Doe.
La joven le observo hacer una pequeña reverencia mientras le tendía la mano. -No sois nadie entonces- Dijo divertida. - está bien, ser Doe, mi nombre es Lady Ailan de Gwind, pero todo el mundo me llama Ain.
"Una noble aquí" se dijo Jhon extrañado ¿Quien en su sano juicio excepto los locos y los muertos de hambre como él elegirían tal barco para viajar por los océanos? La nobleza tenia medios capaces de proporcionarse un barco en mejor estado, y con muchas más comodidades que este.
-¿Viajáis sola? -Le pregunto por curiosidad. Una mujer joven y deseable no debería jamás viajar sola, mucho menos en medio del mar sin escapatoria alguna, y rodeada de maleantes lascivos.
-No, me acompaña un amigo- Su mano enguantada señaló a un pequeño hombre de mirada furtiva. Su pelo largo ondeaba al viento. la mayor parte del rostro estaba cubierta por el cuello de una larga casaca que le llegaba hasta las rodillas, pero sus ojos negros como el carbón permanecían al descubierto y no se apartaban ni un ápice del espadachín. Le vigilaba. Seguramente desde antes de que la joven se hubiera acercado a él.
Jhon le estudió un momento. Sin armas a la vista, bajito y enclenque. Y sin embargo tenia una mirada capaz de helar la sangre en los corazones de sus enemigos. Reviso sus dedos. Sin anillos. No eran prometidos, ni amantes. El hombre seguramente le sacara a la joven cerca de 20 años. Era imposible que ella se hubiera prendado de él. Además, esa mirada no denotaba celos, era mirada que instaba a los demás a desafiarle. A todas luces era su guardaespaldas. Seguramente, ese hombre tenia más de un as escondido bajo la manga.
Jhon le dedicó una pequeña reverencia a la que el hombre respondió con una inclinación de su cabeza.
-parece frío vuestro amigo -Le dijo a la joven que inmediatamente rió.
-Para él todos sois muy peligrosos- Explicó -Debería apartarme de ti ahora mismo si no quiero meterme en problemas.
-Y entonces ¡Por qué te os habéis acercado? - replico el hombre sonriendo de lado.
-Porque me gusta el riesgo -espetó devolviéndole la sonrisa - Pero me gusta más aun chinchar a Obed - La dama estallo en carcajadas junto con el mercenario, pero mientras que las de ella eran reales, las de él eran solo una fachada. Quizá acercarse a esa mujer fuera un riesgo mayor que saltar a la mar embravecida. Si Obed era capaz de la mitad de lo que imaginaba Jhon, estar en compañía de Lady Ailan era tentar a la suerte.
- Entonces os dejo ya-Dijo en espadachín, parando de reír pero manteniendo el tono humorístico - no quiero que vuestro acompañante se enfade con vos por hablar con alguien de mi estatus.
-Puedo hablar con quien me plazca -Dijo la chica de repente en un tono serio -Él no es mi padre para decirme con quien puedo y no puedo relacionarme.
-Entonces volveremos a hablar -Respondió rápidamente Jhon -Nada me agradaría más, mi lady.
No le dio tiempo a responder. Antes de que la joven pudiera abrir la boca, dio media vuelta y se marchó de su lado.
Solo cuando estuvo a solas consigo mismo recordó los extraños sueños que había tenido esa noche, no una sino dos veces. La mar estaba en calma y la noche era tranquila, y sin embargo sus sueños le instaban a creer todo lo contrario. Sin ningún motivo ni razón, Jhon Doe estaba convencido de que algo ocurría allí. Las palabras del viejo y loco timonel,los sueños extraños, los gritos, y esas fantasmagóricas luces que provenían de ninguna parte y alumbraban el mar.
Se asomó por la baranda, observando el castillo de proa. Ninguna luz salia ahora de allí. Se quedó un rato pensativo mirando hacia el mar infinito. Cuando se cansó de eso, volvió la vista hacia dentro del velero. A parte de Lady Ailan y su acompañante, solo dos viajeros más estaban en cubierta. El primero era un hombre fondón que respondía al nombre de Pequinpad. Le había visto el día anterior desplumando a los marinos con sus juegos de trilero. Seguramente se había subido al barco para huir de sus problemas con la ley. El segundo era Un viejo caballero con unas enormes cejas que casi tapaban sus ojos, y un descuidado mostacho que le confería un porte y dignidad que seguramente no se mereciera. Dormía en el mismo camarote que él, pero poco más sabia de aquel hombre. Cojeaba de la pierna izquierda y se sujetaba de las barandas y paredes para moverse por el barco. No tenia ni idea de por qué habría subido al Rosa Negra, excepto porque era el barco más barato que podía coger hacia Camelot.
Aparte de ellos cinco, la cubierta estaba atestada de marineros propios de la embarcación, que trabajaban sin descanso para llevar el barco a buen puerto. Jhon supuso que el resto de sus compañeros de viaje estarían en la bodega descansando, a salvo de una sacudida del mar, o desayunando algo tras la larga e incómoda noche. Bajó al primer piso compartimentado en diferentes estancias,y lo recorrió de arriba a abajo. Desayuno con Juliana, una viuda que hacia el viaje junto con su hijo Jimbo. Charló unos breves minutos con Reimus, un hombre que buscaba nuevas oportunidades de hacer fortuna en el gran reino, y debatio largo y tendido con Jozan, Tim "el Caballo" y Enriqueta del Mar, sobre quién sería la joven rubia que dormía en el camarote del capitán. Jhon comento con ellos teorías inventadas, sin decirles nada sobre Lady Ailan, pero si se guardó la información de donde viajaba la joven, y donde podía encontrarla. Sin embargo, esa no era la información que Jhon Doe buscaba en realidad, y por mucho que buscó y preguntó, tanto a los pasajeros del Rosa Negra, como a sus tripulantes, desde la noche anterior en la cena, nadie había visto al espadachín conocido como Lawels.
Solo cuando Jhon volvió a su camarote y vio que tanto las pertenencias, como la cama del marino había desaparecido, supo con certeza que algo gordo y horrible pasaba en aquella trampa en el mar, pero ni por un instante hubiera imaginado qué era lo que en las oscuras y frías noches del mar, coronadas por una enorme luna azul y triste, les acechaba a todos desde las tinieblas.
Jhon se incorporó de la cama y se estiro cuan largo era. colgó su espada al cinto y se introdujo en el jubón de cuero. Decidió dejar la capa allí, junto a su morral. Si había temporal, lo que menos necesitaba era una capa que le estorbara al ponerse a salvo.
No había dado ni dos pasos para salir de la estancia cuando recordó algo de la noche pasada. Al girar la vista, un escalofrío recurrió su espalda desde la nuca hasta la canal maestra. Las botas y el jubón de Lawels, el espadachín fanfarrón, aun permanecían a los pies de su cama. Esta estaba igual que la noche anterior, cuando Jhon se había percatado de su ausencia. En aquel momento se dijo que habría salido a orinar. Ahora no lo tenia tan claro.
"No son los vientos los que te hacen temblar..."
Las palabras del timonel volvieron a su mente con una velocidad pasmosa.
"¿Es una amenaza?", le había dicho Jhon. "Solo un aviso" le respondió el hombre, mientras dibujaba una horrenda sonrisa en su cara.
El espadachín tomo aire y trató de relajarse. Había mil explicaciones para que Lawels no hubiese vuelto a su camastro. A él mismo se le ocurrieron varias de camino a cubierta.
Solo cuando el sol baño su cara, Jhon sintió de nuevo el alivio de la mañana, que borra el rastro de las tinieblas. Se santiguó mirando al sol y en un susurro recitó una plegaria agradeciendo a Dios por este nuevo día.
-Un hombre religioso - Dijo una voz a su lado. Al mirar, descubrió a una joven que le observaba con una sonrisa en los labios. Su pelo era rubio y sus ojos azules. No aparentaba más de 16 o 17 primaveras. Su piel era blanca y hermosa. La dama iba bastante bien vestida, ataviada con un hermoso vestido verde con brocados de flores en blanco. -Hace mucho que no veo a ningún hombre santiguarse. No es costumbre en mis tierras.
Jhon le dedico una sonrisa abierta. La chica parecía bastante aniñada para su edad. Cuando el contaba 14 años, su niñez había sido olvidada y ya había despachado a varios hombres por el camino para rematarla. Mirándola, sintió lástima por si mismo y por aquello en lo que se había convertido.
-No suelo rezar a menudo -Respondió a la joven -Pero hoy lo he visto necesario. Los días así en el mar han de agradecerse.
Al escucharle, la dama dirigió su mirada hacia el horizonte, dividido ahora por el sol, que dibujaba una alargada linea naranja entre los dos azules que les rodeaban. -En verdad es un día fabuloso. Anoche pensé que la mañana seria fría y oscura.
-¿Vos también? -dijo Jhon -Yo tuve el mismo presentimiento. Doy gracias por haber herrado. Mi nombre es Jhon Doe.
La joven le observo hacer una pequeña reverencia mientras le tendía la mano. -No sois nadie entonces- Dijo divertida. - está bien, ser Doe, mi nombre es Lady Ailan de Gwind, pero todo el mundo me llama Ain.
"Una noble aquí" se dijo Jhon extrañado ¿Quien en su sano juicio excepto los locos y los muertos de hambre como él elegirían tal barco para viajar por los océanos? La nobleza tenia medios capaces de proporcionarse un barco en mejor estado, y con muchas más comodidades que este.
-¿Viajáis sola? -Le pregunto por curiosidad. Una mujer joven y deseable no debería jamás viajar sola, mucho menos en medio del mar sin escapatoria alguna, y rodeada de maleantes lascivos.
-No, me acompaña un amigo- Su mano enguantada señaló a un pequeño hombre de mirada furtiva. Su pelo largo ondeaba al viento. la mayor parte del rostro estaba cubierta por el cuello de una larga casaca que le llegaba hasta las rodillas, pero sus ojos negros como el carbón permanecían al descubierto y no se apartaban ni un ápice del espadachín. Le vigilaba. Seguramente desde antes de que la joven se hubiera acercado a él.
Jhon le estudió un momento. Sin armas a la vista, bajito y enclenque. Y sin embargo tenia una mirada capaz de helar la sangre en los corazones de sus enemigos. Reviso sus dedos. Sin anillos. No eran prometidos, ni amantes. El hombre seguramente le sacara a la joven cerca de 20 años. Era imposible que ella se hubiera prendado de él. Además, esa mirada no denotaba celos, era mirada que instaba a los demás a desafiarle. A todas luces era su guardaespaldas. Seguramente, ese hombre tenia más de un as escondido bajo la manga.
Jhon le dedicó una pequeña reverencia a la que el hombre respondió con una inclinación de su cabeza.
-parece frío vuestro amigo -Le dijo a la joven que inmediatamente rió.
-Para él todos sois muy peligrosos- Explicó -Debería apartarme de ti ahora mismo si no quiero meterme en problemas.
-Y entonces ¡Por qué te os habéis acercado? - replico el hombre sonriendo de lado.
-Porque me gusta el riesgo -espetó devolviéndole la sonrisa - Pero me gusta más aun chinchar a Obed - La dama estallo en carcajadas junto con el mercenario, pero mientras que las de ella eran reales, las de él eran solo una fachada. Quizá acercarse a esa mujer fuera un riesgo mayor que saltar a la mar embravecida. Si Obed era capaz de la mitad de lo que imaginaba Jhon, estar en compañía de Lady Ailan era tentar a la suerte.
- Entonces os dejo ya-Dijo en espadachín, parando de reír pero manteniendo el tono humorístico - no quiero que vuestro acompañante se enfade con vos por hablar con alguien de mi estatus.
-Puedo hablar con quien me plazca -Dijo la chica de repente en un tono serio -Él no es mi padre para decirme con quien puedo y no puedo relacionarme.
-Entonces volveremos a hablar -Respondió rápidamente Jhon -Nada me agradaría más, mi lady.
No le dio tiempo a responder. Antes de que la joven pudiera abrir la boca, dio media vuelta y se marchó de su lado.
Solo cuando estuvo a solas consigo mismo recordó los extraños sueños que había tenido esa noche, no una sino dos veces. La mar estaba en calma y la noche era tranquila, y sin embargo sus sueños le instaban a creer todo lo contrario. Sin ningún motivo ni razón, Jhon Doe estaba convencido de que algo ocurría allí. Las palabras del viejo y loco timonel,los sueños extraños, los gritos, y esas fantasmagóricas luces que provenían de ninguna parte y alumbraban el mar.
Se asomó por la baranda, observando el castillo de proa. Ninguna luz salia ahora de allí. Se quedó un rato pensativo mirando hacia el mar infinito. Cuando se cansó de eso, volvió la vista hacia dentro del velero. A parte de Lady Ailan y su acompañante, solo dos viajeros más estaban en cubierta. El primero era un hombre fondón que respondía al nombre de Pequinpad. Le había visto el día anterior desplumando a los marinos con sus juegos de trilero. Seguramente se había subido al barco para huir de sus problemas con la ley. El segundo era Un viejo caballero con unas enormes cejas que casi tapaban sus ojos, y un descuidado mostacho que le confería un porte y dignidad que seguramente no se mereciera. Dormía en el mismo camarote que él, pero poco más sabia de aquel hombre. Cojeaba de la pierna izquierda y se sujetaba de las barandas y paredes para moverse por el barco. No tenia ni idea de por qué habría subido al Rosa Negra, excepto porque era el barco más barato que podía coger hacia Camelot.
Aparte de ellos cinco, la cubierta estaba atestada de marineros propios de la embarcación, que trabajaban sin descanso para llevar el barco a buen puerto. Jhon supuso que el resto de sus compañeros de viaje estarían en la bodega descansando, a salvo de una sacudida del mar, o desayunando algo tras la larga e incómoda noche. Bajó al primer piso compartimentado en diferentes estancias,y lo recorrió de arriba a abajo. Desayuno con Juliana, una viuda que hacia el viaje junto con su hijo Jimbo. Charló unos breves minutos con Reimus, un hombre que buscaba nuevas oportunidades de hacer fortuna en el gran reino, y debatio largo y tendido con Jozan, Tim "el Caballo" y Enriqueta del Mar, sobre quién sería la joven rubia que dormía en el camarote del capitán. Jhon comento con ellos teorías inventadas, sin decirles nada sobre Lady Ailan, pero si se guardó la información de donde viajaba la joven, y donde podía encontrarla. Sin embargo, esa no era la información que Jhon Doe buscaba en realidad, y por mucho que buscó y preguntó, tanto a los pasajeros del Rosa Negra, como a sus tripulantes, desde la noche anterior en la cena, nadie había visto al espadachín conocido como Lawels.
Solo cuando Jhon volvió a su camarote y vio que tanto las pertenencias, como la cama del marino había desaparecido, supo con certeza que algo gordo y horrible pasaba en aquella trampa en el mar, pero ni por un instante hubiera imaginado qué era lo que en las oscuras y frías noches del mar, coronadas por una enorme luna azul y triste, les acechaba a todos desde las tinieblas.
Jhon Doe- Campesino
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